Épila

Épila
Información sobre la plantilla
Villa de España
EntidadVilla
 • PaísBandera de España España
 • ProvinciaBandera de la Provincia de Zaragoza.png Zaragoza
 • ComarcaComarca de Valdejalón
Población (1998) 
 • Total3,959 hab.
Épila.jpeg
Vista del poblado

ÉpilaVilla de la prov. de Zaragoza, a 42 km. de la capital. Situada en el denominado Llano de Plasencia, que es, en realidad, la prolongación de la Ribera del Ebro, por la vega del Jalón, en cuya orilla derecha se asienta la villa. Forma parte de la comarca Jalón Medio (la actual Valdejalón), cuya capital natural es La Almunia de Doña Godina La proximidad de esta capital, y de Zaragoza, le resta capacidad de ordenar el territorio, por lo que, en lugar de ser la cabecera de esta comarca, queda dentro del radio de influencia de Zaragoza.

Emplazada a 336 m. de alt., en la falda de una colina. El casco urbano estuvo protegido hasta 1790 por fuertes murallas, de las que se conservan algunos vestigios. En años posteriores, el crecimiento de la villa se llevó a cabo en la zona llana, con un importante núcleo en torno a la Azucarera del Jalón, situada a unos dos kilómetros de distancia. En la actualidad, aunque la fábrica se cerró en 1968, mantiene un interesante dinamismo.

Población

La población tiene un ritmo fuertemente creciente entre 1900 y 1950, años en que pasa de 3.669 hab. a 5.416; pero a partir de entonces sufre un descenso constante, especialmente acusado entre 1950 y 1970, coincidiendo con el desmantelamiento de la Azucarera, causa por la que emigraron unas dos mil personas. En 1975 contaba con 3.935 hab. que siguen descendiendo hasta 1988 (3.810 habitantes), pero a partir de este momento toma una tendencia positiva hasta alcanzar los 3.959 habitantes en 1998. Su estuctura demográfica es una de las más positivas de la Comunidad Autónoma: casi el 16 % de la población tiene menos de 15 años, mientras que los mayores de 65 años representan el 22 % y la tasa de reemplazamiento social es superior a la unidad (1,2). El porcentaje de población ocupada sobre la población potencialmente activa es del 53 %. El nivel de paro, según la población inscrita en las oficinas del I.N.E.M. en 1998, es del 6,5 % de la población ocupada.

La población ocupada se distribuye en un 32 % en el sector servicios, un 26 % en la industria, otro 24 % en la agricultura y el restante 17 % en la construcción. La agricultura ha disminuido sensiblemente, desde el 48 % de la mano de obra que tenía en 1975.

Clima

El clima árido del valle del Ebro es aquí una realidad, y las precipitaciones anuales sólo alcanzan los 333 mm., con una temperatura media de 14,6°.

Agricultura

Los principales cultivos de secano son la cebada y el viñedo; y de regadío, el maíz, la alfalfa y los frutales. Sólo el 16 % de la superficie cultivada se ha podido transformar en regadío. Se completa la agricultura con algo de ganadería: casi 30.000 cabezas de lanar, 20.000 de porcino y 460 de vacuno, en explotaciones de tipo familiar. La villa de Épila cuenta con empresas dedicadas a la construcción, a la industria auxiliar del automóvil, a la elaboración de vinos, calzado y otras dedicadas a la confección textil. Cuenta, además, con talleres de reparación de vehículos y mecánica en general.

Enciclopedia

Entre los edificios nobles destacan los antiguos palacios y conventos. Épila es una villa estrechamente ligada a la nobleza aragonesa; por algo fue la preferida del conde de Aranda, que en ella murió. Otros títulos con arraigo en el lugar son los correspondientes a los ducados de Híjar y de Alba -ambos por herencia de los Aranda- y al condado de La Viñaza.

Algunos historiadores afirman que la población fue fundada por los celtíberos en 748 a.C., y así la nombran como Segontia, Segonia e Ispalis. En el Santuario de la Virgen de Rodanas se localizaron dos supuestas fundiciones de hierro y restos de cerámica ibera y romana. Por allí pasaba el itinerario romano de Caesaraugusta a Mérida.

La iglesia parroquial de Santa María la Mayor o del Pópolo, antigua colegiata, destaca por su monumentalidad en la cota más alta del casco urbano, frente al palacio del conde de Aranda. Hubo tres conventos, de los que sólo permanece abierto el de las Hermanitas. Entre las curiosas tradiciones que se conservan, existe la de «encerrar» al alcalde al finalizar los oficios de Jueves Santo, en que el oficiante cierra el calvario y cuelga la llave del mismo, pendiente de una cadena, del cuello del alcalde, y éste va escoltado hasta su domicilio, del que no podrá salir hasta que lo vayan a buscar en la mañana de Viernes Santo para empezar de nuevo los oficios. La romería al santuario de Rodanas tiene lugar el lunes de Pentecostés. En este mismo lugar se firmó un documento, allá por el 1700, sobre derechos de pastos entre los vecinos de Épila y los de Mesones de Isuela.La ceremonia se repite todos los años: cuando suena la primera campanada de las doce, los de Mesones entregan tres gallinas y doscientas pesetas al Ayuntamiento, según lo pactado hace siglos. Las fiestas patronales tienen lugar los días 17 y 18 de septiembre, en honor de San Pedro de Arbués, el ínclito hijo de la villa, y San Frontonio. Villa jotera por excelencia, ha dado numerosos intérpretes de nuestro canto y baile regional, entre los que cabe destacar al popular jotero Francisco Rodríguez «Redondo», conocido también por «el Gavilán». Épila llevó fama también por su fábrica azucarera, que fue desmantelada hace pocos años. De la misma manera desaparecieron otras fábricas de aguardientes, licores, escobas, harinas y pastas para sopa.

Prehistoria y Arqueología

En las proximidades del casco urbano de la población actual y a unos 200 m. de distancia del poblado protohistórico al que estuvo asociada, se sitúa una necrópolis de incineración en el Cabezo de Ballesteros.Se extiende sobre una cima y las vertientes de uno de los cerros de carácter terciario que definen el paisaje de la orilla derecha del río Jalón y su superficie total es difícilmente estimable al haber sido afectada por la expansión del casco urbano moderno.

La necrópolis se caracteriza por la presencia de estructuras tumulares construidas con adobe y piedras de pequeño tamaño que albergan en su interior los restos de las correspondientes cremaciones.

El yacimiento fue descubierto en el transcurso de las prospecciones intensivas realizadas sobre la zona del Bajo Jalón y en él se han desarrollado cuatro campañas de excavación en los años 1981, 1983, 1985 y 1986. Estos sondeos han permitido estudiar los restos de treinta sepulturas, en las que se aprecia la técnica constructiva ya mencionada, con dos variantes principales: estructuras de forma circular y estructuras cuadrangulares. Los tamaños oscilan entre 1,50 m. y 2,30 m. de diámetro exterior máximo.

La cronología sugerida por el C-14 coincide con la que expresan los materiales muebles recuperados. Entre ellos destacan las cerámicas a mano, utilizadas como urnas funerarias y como vasos de ofrendas. Son cerámicas mayoritariamente lisas, con superficies espatuladas y bruñidas y carentes de decoraciones complejas. Los perfiles suaves y redondeados denotan igualmente su pertenencia a etapas evolucionadas de la Edad del Hierro.Aparecen también objetos personales de los difuntos, sometidos claramente a los efectos del fuego y consistentes en elementos metálicos de adorno y utilitarios. Junto a los útiles de bronce, el hierro aparece plenamente generalizado en la mayoría de los enterramientos.Los materiales recuperados en la necrópolis corresponden a la fase de ocupación más antigua detectada en el poblado asociado que, sin embargo, perdura en etapas posteriores y más concretamente hasta el siglo I a.C. (fecha sugerida por la presencia de cerámica Campaniense del tipo B y la ausencia de Terra Sigillata).Entre los materiales recuperados en la excavación de la necrópolis está ausente la cerámica fabricada a torno de «técnica ibérica», por lo que hasta el momento no se puede atestiguar el sistema funerario utilizado en la etapa plenamente celtibérica.

El mismo fenómeno y muy semejantes elementos de cultura material pueden observarse en yacimientos del valle medio del Ebro, bien conocidos pero carentes todavía de secuencias cronológicas objetivas. Entre ellos sólo mencionaremos la necrópolis asociada al poblado de Cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel), la de Basa en Uncastillo (Zaragoza) y las de La Atalaya en Cortes y La Torraza en Valtierra, ambas en Navarra. La intensa amortización del espacio observada en los sectores excavados y la localización de los indicios superficiales más alejados hacen suponer la existencia de un importante número de enterramientos.Los resultados obtenidos a partir del análisis de muestras de carbón aportan las siguientes fechas radiocarbónicas: 610, 560, 540, 530, 460, 440 y 380 a.C. Corresponden a sepulturas diferentes, localizadas en distintos lugares de la necrópolis, e indican un amplio período de utilización, situado culturalmente entre la plena Edad del Hierro y los ambientes que suelen definirse como celtibéricos (o de la II Edad del Hierro).

Historia Media

Fue conquistada por Alfonso I en 1119 y desde 1124 conocemos a su primer tenente Lope Garcés Peregrino. Durante el siglo XII varios miembros de la familia Urrea disfrutaron esta tenencia. Fue villa de realengo hasta que, en 1366, Pedro IV la cedió con su castillo y el de Rueda a Francisco de Perellós, con título de vizconde de Rueda. Años más tarde, en 1393, éste la vendió a Lope Ximénez de Urrea, señor de Alcatén, junto con Rueda. En esta villa nacieron el rey Juan I de Castilla y el inquisidor Pedro Arbués En sus campos se dio la llamada batalla de Épila , en la cual Pedro IV derrotó a los unionistas. Según el censo de 1495 perteneció a la sobrecollida de Tarazona y contaba con ciento sesenta y un vecinos.

Historia Moderna y Contemporánea

Si la transición hacia la modernidad había supuesto la enorme tensión del establecimiento en el reino del tribunal de la Inquisición y el asesinato en La Seo zaragozana del «maestre Épila», San Pedro Arbués, el nuevo siglo, el gran siglo XVI renacentista, cuenta en muy altas cotas para esta villa. De modo especial, porque allí nace en 1589, el cronista de Aragón, Francisco Ximénez de Urrea, y también su familiar, y aún más importante, el gran don Jerónimo Ximénez de Urrea escritor fecundo que dedica afectuosamente una obra a su patria chica: La famosa Épila. En 1546 se hace datar la tradición de la famosísima aparición de la Virgen de Rodanas (tradición de origen francés). Entre 1579 y 1589 está constatado que hubo imprenta en la villa (cosa ciertamente nueva y rara en la época, aún) a cargo de Juan Pérez de Valdivieso.

En 1591, a raíz de las gravísimas alteraciones de Aragón originadas con la protección zaragozana a Antonio Pérez , cuenta Fernández y F. de Retana que «el duque de Villahermosa y Aranda huyeron a refugiarse en Santa Engracia, pues los perseguían a muerte como a traidores; de noche y con lluvia torrencial se fueron a Cuarte y después a Épila, villa murada del conde; éstos eran de los que jugaban a doble juego, pero se les conocía la trampa en ambos partidos; ahora veían que el suyo iba de vencida». El ejército rebelde se disuelve ante las avanzadas de las tropas reales que manda Alonso de Vargas, y el Justicia, con los restos, pasa a Monzalbarba y Utebo; pero, viendo la poca y mala gente que «a cada credo desertaban», se fue también de noche a Épila, a refugiarse; sin embargo, se le cerraron todas las puertas, pues, según el cronista coetáneo Luis Cabrera de Córdoba, estaba muy asentada en la conciencia de todos la gran tropelía que iban a cometer haciendo frente al rey natural y a soldados nacionales; sólo gracias a la intervención de su madre «le dieron puerta». Todos acabarán regresando a Zaragoza, y es bien conocido el final del Justicia y aun de muchos fueros aragoneses.

Llama la atención que, a pesar de ser la vega del Jalón tierra de moriscos, su expulsión no suponga, a juzgar por los datos que se poseen, un descenso demográfico, sino todo lo contrario: de 161 vecinos censados en 1495 se pasa a 268 en 1650, con lo que Épila pasa del lugar 30 al 20 entre las poblaciones del reino. Hay, sin embargo, conflictos y problemas, como el conocido del proceso por brujería contra María Vizcarreta, en 1651.

El siglo XVIII, por tantos motivos áureo para Aragón, presenta realidades muy halagüeñas; quizás comiencen porque la villa toma partido por Felipe V (IV de Aragón), quien tras la guerra de Sucesión concede a Épila el titulo de «Fidelísima». Todos los rasgos de la Ilustración se manifiestan ahora: la beneficencia, con la creación del Hospital -que desde 1907 pasará a Asilo en el viejo convento de capuchinos-; el desarrollo de las fábricas de tejidos, de corte artesanal, habiendo en 1747, 28 fabricantes según Ignacio J. de Asso; el intento, no logrado, de crear un colegio de escolapios, ya que la enseñanza dejaba mucho que desear entonces; el derribo, bien simbólico, de los muros de piedra y tapiales, en 1790. O, especialmente, la vinculación del conde de Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea, que se ocupa en repetidas estancias de mejorar sus posesiones, insta a la plantación de cañamones para desarrollar la industria del cáñamo y, retirado de su azarosa e importante carrera, muere en su palacio de Épila el 9-I-1798. Casi todos los grandes acontecimientos de la historia de Aragón, y aun de España, encuentran escenarios aquí: la noche del 23 al 24-VII-1808, a poco de comenzar la guerra de la Independencia, tiene lugar en Épila el encuentro entre Palafox y el general Lefebvre, quien toma la villa y cuyas tropas cometen numerosos desmanes, además de convertir el palacio en hospital de sangre. Son famosas las guerrillas mantenidas en la zona, en especial la del «Monte de las Celadillas». Los señoríos de vinculación -especialmente los Urrea, duques de Híjar, Aranda, Alba, acumulativamente- son nominalmente derogados en las Cortes de Cádiz. Pero la fuerza económica, social, política, de la numerosa nobleza que pervive poseyendo abundantes y ricas tierras se prolonga hasta nuestros días (condes de Montenegrón, de la Viñaza, etc.). También la exclaustración 1835 hace desaparecer los viejos conventos agustinos y capuchinos, aunque siguen las religiosas concepcionistas (los jesuitas, que habían tenido también residencia en la «Casa de Mareta», no regresaron, al parecer, tras su primera expulsión en 1767.

Una gran figura epilense que desaparece ese año de 1835 es el arquitecto Silvestre Pérez, prohombre del neoclasicismo. Durante las guerras carlistas , según A. de Orbe Utrilla, la famosa noche del 5-III-1838, en que pretenden los carlistas adueñarse de Zaragoza, «en los pueblos corrió la noticia de la toma de Zaragoza y, por ejemplo, en Épila proclamaron a Carlos V; pero los más comprometidos tuvieron luego que huir». Aún tenemos noticias -ahora literarias- de la villa, que es citada divertidamente en la Vida de Pedro Saputo , la excepcional novela de Braulio Foz, que quizás conoció bien la zona, pues acabó sus días en Borja.

Tierra de gran riqueza en el regadío (además de extensísimo municipio en secano), las Ordinaciones de 1852 y las nuevas Ordenanzas de 1911 han servido para regular durante más de un siglo el difícil gobierno de las aguas y su Comunidad de Regantes, que supera al propio municipio. La gran transformación económica llegará a comienzos del siglo XX, cuando se instale la Azucarera del Jalón, en 1904, llegando a ser la de mayor producción aragonesa y aun de España (16 millones de kg. de azúcar en la campaña de 1913-14). Una fábrica con diversas funciones y un personal fijo de 300 a 400 obreros (que en campaña podían llegar a 1.500) sería, lógicamente, lugar de efervescencia sindical y política, predominando entre los primeros la C.N.T. sobre la U.G.T. Las huelgas y conflictos menudearon, pero al panizo, cereales y frutales se unía ahora el provechoso cultivo de la remolacha en toda la comarca, alentado por la voraz compañía.

Durante la Dictadura primorriverista se realizan diversas mejoras en el matadero público, escuelas, pavimentación, báscula, etc. Pero las tensiones sociales, tanto en la fábrica como en los jornaleros del campo, arrecian y estallan cuando el 18 de julio de 1936 un grupo del proletariado y campesinado se atrinchera y defiende, por algún tiempo, con enorme rigor, la legalidad republicana. Reducidos finalmente por contingentes armados llegados de diversas zonas ya tomadas por los sublevados, el saldo de esa derrota -se habla de un centenar de muertos, sin duda no todos de Épila- deja marcado por lustros a un pueblo que había disfrutado de una gran vitalidad comercial, espectáculos, casinos, etc., y que, finalmente, verá cerrarse la principal fuente de ingresos, la Azucarera (de la Compañía de Industrias Agrícolas), en 1969. La población, que había aumentado un 55 % en los años 1930-40, vuelve al nivel de 1900 en los años 70: jubilaciones anticipadas, indemnizaciones, traslados a Jerez de la Frontera, son las soluciones, porque la remolacha ha quemado su tiempo y su tierra, y, además, muchos labradores prefieren sembrar productos que obtienen mejores precios.

La epidemia de cólera del verano de 1971 -mucho más espectacular que maligna en realidad- plantea una vez más el problema del abastecimiento de agua, que sólo en 1980 se empieza a resolver: pero un nuevo titulo -el de «Muy benéfica»- se une a los ya poseídos por la histórica y sufrida villa, que inaugura ese año su nueva casa consistorial con una excelente biblioteca, y durante esta última década ve surgir una nueva generación activa y esperanzada en torno al Plantel de Extensión Agraria, el Club de Juventud, la Escuela Familiar Agraria, la Cooperativa vinícola, las luchas por los precios con una activa U.A.G.A., varias Jornadas Aragonesas, una magnífica Ciudad Deportiva, algunas nuevas pequeñas industrias de calzado, confección, etc., y una gran afición festera, no sólo para los patronos o las varias romerías a Rodanas, sino los grupos de jota (Francisco Rodríguez «el Redondo» es una figura regional), las vaquillas, los carnavales, etc. Un nuevo ayuntamiento democráticamente elegido, formado por dos grupos de independientes y progresistas más dos concejales del P.C.E., ha llegado tarde para impedir el conocido y lamentado episodio del desmantelamiento del palacio ahora propiedad de los duques de Alba, que transportaron a otras fincas más atendidas y visitadas por ellos la inmensa mayoría de sus ricas obras de arte, muebles y documentos.

Obligado es aún recordar que en este siglo han destacado prestigiosos hombres de ciencia naturales de Épila: los condes de la Viñaza, padre e hijo llamados Cipriano Muñoz, el primero nacido aquí y alcalde de Zaragoza, el segundo muy conocido historiador; el gran arabista Mariano Gaspar Remiro Épila, 1868-1925) y, ya en nuestros días, el farmacéutico y científico Ricardo García Gil, autor de diversos estudios socioeconómicos y sanitarios.

Arte

Aunque sólo haya recaído declaración de Monumento histórico-artístico (D. 3-VI-1931) sobre el palacio de los condes de Aranda, Épila cuenta con una gran riqueza monumental y artística, digna de declaración y protección oficial, destacando la iglesia parroquial y la iglesia y convento de la Concepción. —Iglesia parroquial de Santa María la Mayor: Las obras de la fábrica actual de la iglesia se inician en el año de 1722, sin previo derribo de la iglesia vieja, sino comenzando la nueva por la cabecera, y ocupando, entre otros solares, la casa natal de San Pedro Arbués; para ello «se tomó diseño con plano y perfil de una iglesia y templo de Ntra. Sra. del Portillo de Zaragoza».

El día 4-II-1771 (fecha de la Real Provisión de S.M. Carlos III, de cuyo documento proceden estas noticias), el avance de la edificación había alcanzado a la iglesia vieja, que se había demolido con el consentimiento del conde de Aranda, quien puso como condición, entre otras, el traslado al nuevo edificio de su capilla de San Miguel. En este momento de 1771 ya se habían construido «el presbiterio, coro detrás del altar mayor, las dos capillas colaterales dentro del mismo presbiterio, dos sacristías correspondientes a los dos costados del coro, sala capitular, situación para el órgano y parte que había movida para el crucero», es decir, toda la parte de la cabecera actual de la iglesia hasta el crucero habiéndose gastado en ello doce mil libras jaquesas y estimándose el costo de lo que faltaba en otras diecinueve mil quinientas.

En la mencionada fecha de 1771 el rey Carlos III, siguiendo otros precedentes, como el de La Almunia, concede al concejo de Épila que el sobrante de la primicia y el tercio de los diezmos se consignen por un período de doce años para la continuación de las obras. Éstas llevarían el ritmo previsto, pues Antonio Ponz nos informa ya en 1788 que «las tres naves, con su crucero y cimborrio es obra del arquitecto don Agustín Sanz». Eugenio Llaguno completa esta información, al matizar que en la «fachada, después de la muerte de Agustín Sanz (1801), construyó el hijo, D. Matías Sanz, el ático y las dos torres». Desde luego, todo lo sustancial de la fábrica y ornato del nuevo templo se hallaría acabado el 15-IX-1798, fecha de su bendición solemne. Así lo corrobora una visita pastoral del escrupuloso fray Miguel de Santander de 11-VIII-1803, en la que se ordena que se jaspee el altar de la capilla de Santa Ana, al igual que otros dos que se hallaban sin jaspear, detalle que permite suponer acabado para estas fechas todo el ornato del templo.

La iglesia, de carácter monumental, está dotada de un presbiterio recto y muy profundo, formado por tres tramos, con coro bajo tras el altar mayor, dos sacristías a ambos lados y asimismo dos capillas laterales cubiertas con cúpulas ciegas sobre pechinas, esta parte como se ha dicho, estaba construida en 1771. El resto, con el sello personal del arquitecto Agustín Sanz, seguidor de Ventura Rodríguez, se realizaría básicamente entre 1771 y 1782; el crucero va cubierto con cúpula sobre tambor cilíndrico y pechinas y dotada de linterna; las tres naves, muy espaciosas y de la misma altura, con tres tramos, van separadas por pilares cruciformes corintios, con entablamento superpuesto y cornisa poderosa y volada, y abovedadas con lunetos. En los muros de las naves laterales se abren arcos de medio punto para alojar los altares. Salvo en los brazos del crucero, los vanos de iluminación son óculos grandes, abiertos en los medios puntos y en la cúpula, decorados con las características guirnaldas y cabezas de querubines, a la manera barroca moderada de Agustín Sanz. La monumental fachada de los pies es una de las mejor resueltas en la arquitectura aragonesa del momento, a base de un frontispicio tetrástilo de pilastras sobre alto basamento y cerrado en frontón, con ático sobrepuesto y dos torres laterales, de las que sólo se acabó la derecha, y en cuya terminación, como se ha dicho, intervino Matías Sanz, el hijo de Agustín.La decoración interior debe destacarse el gran conjunto mural de las bóvedas, de los más importantes del siglo XVIII aragonés, si exceptuamos el Pilar de Zaragoza y la cartuja de Las Fuentes (Lanaja, H.). Las dos primeras bóvedas del presbiterio van decoradas con pinturas murales, dedicadas a la Adoración del nombre de Dios y a la Exaltación de la Virgen, firmadas por Mariano Ponzano, pintor de cámara, tío del escultor Ponciano Ponzano Buscar voz.... El resto de las pinturas murales puede atribuirse, según Arturo Ansón, a fray Manuel Bayeu; los mayores conjuntos son temas marianos (Regina Patriarcarum, en el tramo del presbiterio; Apostolorum y Prophetarum, en los brazos del crucero, y Martyrum, Confesorum y Virginum, en los tres tramos de la nave central), además de los cuatro evangelistas en las pechinas del crucero, y otros temas en el tambor y en las naves laterales.

Junto a la decoración mural de las bóvedas sobresale el conjunto de retablos, con la imaginería pintada en blanco imitando el mármol, según corresponde a la moda de las dos últimas décadas del siglo XVIII, de cuya escultura la iglesia de Épila constituye una rica y variada muestra, sin que por el momento se puedan precisar escultores, aunque se constate una calidad muy desigual. Destaca el retablo principal, dedicado a Santa María la Mayor, al que se le aproxima el lateral de la Inmaculada; otro grupo, formado por los retablos laterales de San Pedro Arbués, San Frontonio, San Francisco de Asís y Santo Domingo, no desmerece de los anteriores; el resto ya resulta inferior, aunque de varias manos, pudiendo citarse los de Santa Ana y la Virgen niña, la Virgen con santos jesuitas, la Trinidad, y el de San Antonio, San Roque ySanta Lucía.

De calidad es el Crucificado, con unas tallas policromadas de San Pedroy San Pablo, que no le corresponden. De lo procedente de la iglesia anterior llama la atención el magnífico sepulcro de alabastro de don Lope Ximénez de Urrea, «señor del vizcondado de Rueda y de otras baronías y virrey de las Dos Sicilias», fallecido en 1475, a los setenta años; es una pieza fundamental de la escultura funeraria aragonesa, de fines del siglo XV, con caja sobre protomos de leones y frontis del sarcófago decorado en altorrelieve a manera de banco de retablo, y yacente con león a los pies, a medio camino entre la tradición hispanoflamenca y los nuevos aires renacentistas en la efigie del virrey.

Del resto, mencionar los dos púlpitos en madera sobre esculturas de ángeles tenentes y el gran lienzo de la Última Cena en el coro tras el altar mayor. De la sacristía, además de la excelente carpintería de las puertas (y del atrio), la bellísima talla de San Pedro Arbués (0,96 m.) en madera dorada, cortada y policromada, atribuida por Belén Boloqui a Juan Ramírez (d. 1725, y relacionable con las de San Felipe y La Seo en Zaragoza); la talla romanista de San Frontonio, de fina policromía, de comienzos del siglo XVII; y las tallas de San Ramón Nonato y de San Roque, sobre ménsulas, de fines del siglo XVIII.

—Palacio de los condes de Aranda e iglesia y convento de la Concepción: La concesión de la grandeza de España en 1626 por el rey Felipe IV a los condes de Aranda venía a reconocer las empresas edilicias de los mismos, tanto en el palacio, como en el convento e iglesia de religiosas descalzas de la Inmaculada Concepción; eran condes de Aranda don Antonio Ximénez de Urrea y doña Luisa de Padilla y Manrique. Constituyen tanto el palacio como el convento (con fachada con dos puertas) e iglesia uno de los conjuntos más notables del seiscientos en Aragón. La fachada más noble del palacio no es la principal, con excepción de la portada, sino la posterior, que da a la huerta y forma ángulo, en una amplia explanada, con la portada del convento, donde los piadosísimos condes concentraron todo el ornato; esta fachada posterior del palacio se organiza, con proporción y decoro notables, en tres plantas sobre un basamento, resultando sobria y grande de concepción en un estilo protobarroco. La iglesia y convento adjuntos se fundaron en 1621 e inauguraron en 1629; la iglesia es de planta de cruz latina, abovedada con lunetos en el presbiterio, brazos del crucero y dos tramos de la nave, mientras el crucero se cierra con cúpula sobre pechinas y linterna; a los pies una tribuna sirve de coro alto conventual. Todas las bóvedas y en especial la cúpula fueron pintadas por Juan Galbán, quien firma la obra; constituye ésta uno de los conjuntos murales más novedosos del seiscientos español, incorporando el perspectivismo romano, donde Galbán se había formado. En el presbiterio hay dos lienzos de interés, una Resurrección y una Epifanía, de tradición manierista y de la época fundacional.

El tesoro artístico del palacio, muy importante, fue trasladado a Madrid en 1979.

Fuente

[[1]]