Batalla de isla Terceira (islas Azores, 1582)

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Batalla de Isla Terceira
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Parte de Sucesión del trono de Portugal
Batalla de Isla Terceira.jpg
Desembarco de los Tercios.
Fecha 26 de julio de 1582
Lugar En aguas de las Islas Azores.
Resultado Aplastante victoria para los españoles.
Beligerantes
Bandera del Imperio Español Imperio Español Bandera de Francia Francia
Comandantes
Don Álvaro de Bazán Felipe Strozzi
Fuerzas en combate
28 naves
16.000 hombres
60 naves
8.500 hombres
Bajas

Hombres

  • 224 muertos
  • 550 heridos

Naves

  • 4 hundidas
  • 2 quemadas
  • 4 capturadas

Hombres

  • 1.500 muertos
  • 1.500 heridos, desaparecidos o capturados

Batalla de Isla Terceira. Contienda naval realizada el 26 de julio de 1582, en la isla Terceira de las Azores entre una escuadra española de 24 naves, al mando de don Álvaro de Bazán, y una escuadra combina anglo-francesa de 60 buques, al mando de Philippe Strozzi, primo de la reina madre de Francia. La batalla terminó con una aplastante victoria de los españoles. Esta batalla es considerada como la primera batalla naval de galeones de guerra en la Historia,

Resumen de los Hechos

Al morir Sebastián I de Portugal en Alcazarquivir, en 1578, el país sufre una terrible crisis económica que le lleva a la bancarrota. Para remediar su crisis, Portugal se veía obligada a recurrir a España para conseguir plata, y ya en 1580, la economía de Lisboa dependía mucho de Sevilla.

Al morir el Rey-Cardenal don Enrique, sucesor de Sebastián I, la burguesía y la nobleza aceptan de buen grado los derechos al trono de Felipe II. Este nombramiento no fue aceptado en Francia ni Inglaterra, por el poder que significaba para la casa de Austria, por lo que apoyaron a don Antonio, Prior de Crato, Antonio I de Portugal, que también pretendía la Corona de Portugal.

En Portugal, el pueblo llano y el bajo clero , con sentimientos anticastellanos, se resisten a ser gobernados por Felipe II y apoyan también la subida al trono de don Antonio, Prior de Crato, bastardo de Luis, hijo del rey Manuel fallecido en 1521. Inmediatamente los tercios del Duque de Alba , por tierra, y la armada de don Álvaro de Bazán, por el estuario del Tajo, neutralizan el intento de sublevación al trono de Felipe II.

Todas las posesiones portuguesas, salvo las Islas Azores o Terceras, reconocían a Felipe II como rey de Portugal, las islas de las Azores defienden la candidatura de don Antonio al trono de Portugal. Estas islas eran muy críticas para España, eran el lugar de recalado para la flota de la plata de Indias, lugar donde recargaban agua y víveres para continuar viaje a España.

Don Antonio, huye de Portugal y es recibido con honores de rey en Inglaterra , por la reina Isabel, rival de Felipe II ; y en Francia por Catalina de Médecis, que ve la posibilidad de lograr un asentamiento francés en Brasil. Don Antonio llega finalmente a un acuerdo con Catalina para conseguir ayuda de hombres y buques de guerra.

El prior de Crato, organizó la flota en Francia para conquistar Portugal desde las Azores, zarpó el 16 de junio de 1582, desde la Bretaña con destino a las Azores. La flota, compuesta por 60 naves y 7.000 soldados, estaba al mando de Fhilippe de Strozzi, primo de la reina madre de Francia, partícipe con ella e establecer colonias francesas en América. Las naves de la escuadra arbolaban la bandera blanca con la flor de lis dorada.

La flota española, de 28 barcos y 4.500 infantes, estaba al mando de don Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, que en aquel momento tenía 56 años. Álvaro de Bazán navegaba al mando de su nave capitana, el imponente galeón San Martín de 1.000 toneladas, que disfrutaba con sus 48 cañones de una gran capacidad de fuego. Don Álvaro también contaba con la colaboración de Lope de Figueroa en el San Mateo, de 750 toneladas; y Miguel de Oquendo como responsable de un grupo mercante adaptado a la batalla naval. También se organizó una segunda flota, al mando de Recalde, que saldría desde Cádiz en dirección a las Azores, pero desgraciadamente no llegó a las Azores a tiempo de combatir.

La batalla

Los agentes al servicio de Felipe habían seguido el peregrinaje de Don Antonio por Europa y habían alertado de la salida de la flota de Strozzi. Arrinconado en las Azores, Don Antonio no parecía un serio rival, pero habiendo obtenido tropas y buques, obligaba a Felipe a organizar rápidamente una flota con la que hacerle frente. Para ello en Lisboa se habían concentrado 36 barcos capitaneados por Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, quién desde 1576 era Capitán General de Galeras.

De hecho, Don Álvaro era especialista en las tácticas de galeras y en la Batalla de Lepanto, en la cual estuvo al mando de la escuadra de retaguardia, había entrado por una abertura en la línea frontal del despliegue enemigo y en última instancia, dando la victoria a La Liga Santa. Felipe II le concedió el título de Marqués de Santa Cruz por este gran triunfo y ahora Felipe volvía a recurrir a su mejor marino. Al mando de una flota oceánica de galeones y mercantes armados con grandes cañones, Don Álvaro iba a encontrarse con un combate naval sin precedentes, pues nunca antes habían luchado en mar abierto un grupo numeroso de barcos de semejante tamaño y fuertemente armados.

Don Álvaro izó su estandarte en un gran galeón portugués armado con 48 cañones, el San Martín, de 1.000 toneladas y zarpó el 10 de julio. El Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, quien mandaba las compañías del Tercio embarcado, unos 6.000 hombres, se encontraba a bordo de otro galeón portugués, el San Mateo, de 36 cañones. Otro reputado marino, el Capitán General de la Armada de Guipúzcoa, Don Miguel de Oquendo (padre de otro futuro gran Almirante de España, don Antonio de Oquendo), tenía el mando de una escuadra de mercantes armados, mientras que otra escuadra reunía a los mercantes y buques auxiliares.

El mismo Don Álvaro aportaba una escuadra de galeazas de su propiedad, que armaban unas 50 piezas de artillería cada una, y que a diferencia de las que participaron en Lepanto, solían navegar principalmente a vela. Se esperaba además, que en un momento u otro se uniera a esta flota la escuadra de Don Juan Martínez de Recalde.

Al poco de zarpar, la flota española se encontró con una tormenta que dispersó las escuadras obligando a cuatro barcos a regresar a Lisboa. La flota de Don Álvaro consiguió reagruparse anclando el día 22 de julio en Villagranca, al sur de la isla de San Miguel, pero la flota de Strozzi se encontraba en las Azores ya desde el día 16. Don Miguel de Oquendo fue destacado para reconocer la flota francesa, encontrándola en Punta Delgada, doce millas al Oeste, donde se contaron hasta 56 barcos franceses.

La flota francesa era numéricamente superior, sin embargo, el promedio de tamaño de los buques franceses era menor que el de los españoles y portugueses, impuesto sobre todo por el escaso calado de los puertos franceses, proporcionándoles a cambio la ventaja de ser muy maniobrables y buenos veleros. Don Álvaro convocó una reunión de los capitanes de su flota para celebrar consejo, donde acordaron entablar combate inmediatamente aún contra un enemigo superior en número sin esperar la llegada de los refuerzos de la escuadra de Recalde.

Con la flota francesa ya en alta mar, Don Álvaro decidió adoptar para su flota el despliegue habitual para una formación de galeras organizando una formación cerrada en línea de frente. El galeón San Martín, como buque insignia de Don Álvaro ocuparía el centro de la formación flanqueado por los barcos más poderosos, y a continuación lanzó sus barcos a la lucha. Pero a diferencia de las galeras que utilizaban los remos para lanzarse al ataque en cualquier dirección sin preocuparse del viento, los galeones propulsados únicamente por el velamen de su aparejo en cruz podían quedar inmóviles por la ausencia de viento. Y esto fue precisamente lo que sucedió: rápidamente la intensidad del viento disminuyó hasta encalmarse por completo y las dos flotas se vieron condenadas a la inmovilidad pasando la noche meciéndose suavemente frente a Punta Delgada.

Durante los siguientes tres días sólo soplaron unos vientos muy ligeros, lo que no permitió a ninguno de los adversarios lanzarse de nuevo al ataque. Se entablaban periódicamente escaramuzas en los flancos de la flota española cuando un grupo de franceses se aproximaba en un intento de aislar alguno de los barcos más adelantados. Pero en todas estas ocasiones, el grueso de la flota española pudo maniobrar y ahuyentar a los incursores. Sin embargo, ya en la tarde del segundo día, los franceses decidieron actuar con tres escuadras completas.

La retaguardia española, al mando de Don Miguel de Oquendo, dio la vuelta para aceptar el combate. El San Martin y el San Mateo, que en ese momento se encontraban con viento a favor, viraron para sumarse a la refriega que, con un breve e intenso cañoneo por ambas partes, terminó cuando los franceses decidieron retirarse nuevamente, dejando tras de sí un barco español con vías de agua bajo la línea de flotación.

Durante estos tres días, Strozzi había contado siempre con la ventaja del barlovento, pues el viento había soplado siempre desde detrás de su flota y de cara a la flota española, permitiendo a los franceses colocarse en la mejor posición para elegir el punto de la formación española donde lanzar su ataque. Situado a sotavento, Don Álvaro trató en repetidas ocasiones de mejorar su posición, pero los barcos franceses, más rápidos y manejables, acababan siempre por volver a la zona desde donde soplaba el viento. Sin embargo, durante la noche del 24 de julio, consiguió hacer virar su flota entre la oscuridad sin ser detectado y cuando amaneció, la flota española estaba situada detrás de la flota de Strozzi y con el viento a favor.

Don Álvaro volvió a formar su barcos en línea de frente y dio la orden de ataque. Pero en este crucial momento tuvo lugar un suceso que daría al traste con el nuevo ataque. El buque en el que se hallaba embarcado Don Cristóbal de Eraso, lugarteniente de Don Álvaro de Bazán, desarboló su palo mayor. Don Álvaro, al comprobar que perdía uno de los barcos más importantes de la formación, decidió no proseguir con el ataque y viró para remolcar a Eraso, acabando aquí otra jornada infructuosa.

Al amanecer del día siguiente, 26 de Julio, las dos flotas se encontraban a unas dieciocho millas de la costa. Hacia las ocho de la mañana comenzó a soplar viento del oeste y de nuevo los franceses se encontraron con la ventaja del barlovento. A mediodía, al norte de la isla de San Miguel, las dos flotas navegaban en formación de línea separadas por dos o tres millas y en cursos paralelos pero contrarios. Strozzi se dirigía hacia el Oeste y Don Álvaro de Bazán hacia el Este. En este momento el buque del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, el galeón San Mateo, se salió de la formación dirigiéndose hacia la flota francesa. Parecía que Figueroa estaba rompiendo la formación únicamente por su voluntad de retar a los franceses y buscando su gloria personal, pero en todo caso se estaba convirtiendo en un blanco muy vulnerable.

Filippo Strozzi no se lo pensó dos veces. Durante las jornadas anteriores su táctica había consistido en atacar los barcos más alejados de la flota española con la esperanza de separarlos y batirlos uno a uno. Ahora con el segundo buque más importante de la flota española se le presentaba su mejor oportunidad y Strozzi ordenó a su propio buque insignia y al de su lugarteniente y tres galeones más dirigirse a cobrar la pieza que se les ponía a tiro.

El buque insignia de Strozzi fue el primero en romper el fuego con su artillería, hizo una virada a babor y embistió el bauprés del San Mateo. Don Lope de Figueroa hasta el momento se había contenido de responder al ataque y esperó hasta que la nave insignia francesa se colocó junto a su costado y entonces le lanzó una andanada completa a quemarropa. La almiranta francesa se colocó a estribor y Figueroa aprovechó para lanzarle una andanada con las piezas de ese costado. Mientras, la nave del lugarteniente de Strozzi se situó en el costado de babor y su tripulación se aprestó para el abordaje lanzando cables con garfios a las bordas del San Mateo. Los tres galeones franceses restantes que se habían lanzado al asalto junto con la nave de Strozzi se situaron a popa del San Mateo, su parte más desprotegida, y desde la que no se podían devolver los golpes, y desde allí comenzaron a castigar impunemente el castillo de popa.

El San Mateo aguantó durante dos horas el castigo al que le sometieron los cinco buques franceses. Su casco recibió más de 500 impactos de artillería y fue desarbolado de mástiles y aparejos. La mitad de la tripulación y de los soldados habían sido muertos o heridos, pero el San Mateo no mostraba evidencias de aflojar su defensa. Durante esas dos horas el resto de la flota española había estado efectuando trabajosamente una maniobra de virada en contra del viento. La primera escuadra en llegar al lugar del combate fue la retaguardia formada por los mercantes armados de Don Miguel de Oquendo.

El galeón castellano Juana de 350 toneladas y un mercante armado fueron los primeros en llegar y lanzar una andanada contra el buque de Strozzi. Tras ellos llegaba el propio Oquendo, quien se lanzó con su buque entre la almiranta y el San Mateo, cortando los cables de abordaje que trababan a los dos combatientes. Acto seguido lanzó una andanada completa contra el buque francés matando a 50 tripulantes. Oquendo dio la orden de lanzar los garfios de abordaje y él mismo lideró el asalto hasta el castillo de popa donde consiguió capturar la bandera del buque. Durante el combate cuerpo a cuerpo Strozzi recibió una herida de bala que se reveló al instante de gran gravedad. Una vez conquistado el castillo de popa, y dado que el buque francés estaba comenzando a hundirse, Oquendo decidió dar la orden de regresar a su propio barco abandonando a los franceses a su suerte.

Ahora, en el momento más decisivo y cuando el combate se había generalizado, la escuadra de la retaguardia de la flota de Strozzi abandonó la batalla. La lucha se desarrollaba sin que ninguna de las dos flotas intentara siquiera mantener una mínima formación. La confusión era total y cada capitán maniobraba su nave según sus propias circunstancias. La única directriz común era buscar un oponente, abrir fuego y enzarzarse mutuamente con los garfios para pasar luego al abordaje.

Existía un acuerdo tácito entre los marinos de la época por el cuál las naves almirantas de dos flotas enfrentadas debían entablar un duelo singular y del que dependería el resultado final del combate. Así la nave insignia de Don Álvaro se abrió paso entre la confusión buscando el buque insignia de Strozzi, quien desde el combate con Don Miguel de Oquendo se hallaba a la deriva. Don Álvaro finalmente localizó el buque de Strozzi y decidió pasar al abordaje para cobrar la pieza, aún sabiendo que el buque francés hacía agua.

Después de cinco horas de combate, Strozzi no se hallaba en condiciones de continuar combatiendo. Con 400 muertos a bordo de un buque que se hundía y él mismo gravemente herido, fue capturado y llevado a bordo del San Martín para rendirse. Pero Don Álvaro no pudo recibir la espada de Strozzi de sus manos ya que éste murió mientras era llevado a bordo. Los buques franceses al ver rendido su buque insignia renunciaron a seguir el combate y se retiraron en todas direcciones dando por concluida la batalla.

El día terminaba con un rotundo triunfo de Don Álvaro de Bazán a pesar de haberse enfrentado a fuerzas superiores. La flota francesa había perdido un total de 11 naves, entre ellas la nave capitana. Las bajas francesas fueron de unos 1500 muertos, incluyendo a su Almirante, mientras que los españoles tuvieron una moderada cifra de 250 muertos. A pesar de la victoria, Don Álvaro juzgó imprudente continuar la campaña por tierra con soldados que acababan de librar un combate y dio la orden de volver a Lisboa para reparar los buques.

Durante el año siguiente se reunió una nueva armada de 98 buques donde embarcó un ejército de 15.000 hombres distribuidos en diecisiete compañías, al mando del Maestre de Campo Don Agustín Iñiguez de Zárate, quien ocupaba el puesto de Figueroa, quizá como reprimenda por su peligrosa iniciativa al romper la formación. Don Álvaro de Bazán regresó a las Azores en Julio de 1583 y en dos semanas se hizo con el control de todo el archipiélago, obligando al aspirante al trono Don Antonio a huir a Francia.

Después de la conquista definitiva de las Azores, la fama de Don Álvaro de Bazán fue mayor que nunca. Felipe II le otorgó le nombró Capitán General del Mar Océano y Grande de España. Después del triunfo en Terceira, el mejor marino con que contaba España recibió el encargo de una nueva misión: preparar la Empresa de Inglaterra.

Resultados de la contienda

A pesar de la victoria, las Azores tendría que esperar un año más. Álvaro de Bazán aprovecho su victoria para amarra su flota el 30 julio en Villafranca para reabastecer de agua, reparaciones urgentes y ejecución de los prisioneros.

Los prisioneros franceses fueron acusados de piratas, ya que España y Francia no estaban oficialmente en guerra. Los acusados testificaron no ser piratas, ya que tenían despachos del rey de Francia. D. Álvaro no aceptó estos documentos y los prisioneros fueron condenándoles a muerte.

El 1 de agosto, en Villafranca se ejecutó la sentencia. El Prior de Crato, el inductor de la organización de la operación naval, huyó de la Isla Tercera en una nave francesa. La conquista de las islas Azores para Felipe II, supuso la incorporación completa al imperio español de todas las posesiones de la corona portuguesa, sus territorios peninsulares, insulares y colonias de oriente y occidente.

Véase también

Bibliografía