Convento de San Plácido

Convento de San Plácido
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Obra Arquitectónica  |  (Edificio)
Conento Placido.JPG
Convento de las Benedictinas de San Plácido
Descripción
Tipo:Edificio
Localización:Madrid, Bandera de España España
Uso inicial:Religioso
Uso actual:Religioso
Datos de su construcción



El Convento de San Plácido o Convento de las Benedictinas de San Plácido está situado en la calle de San Roque nº 9. Se trata de un interesante edificio, tanto por su historia como por su arquitectura y colección de pinturas y esculturas.

Ubicación

La iglesia y el monasterio de Benedictinas de San Plácido de Madrid conocido también con el nombre de la Encarnación Benita están situados en la calle de San Roque con vuelta a las de Pez y Madera Baja.

En el primer cuarto del siglo XVII, Madrid se estaba expandiendo y ya en el arrabal norte existían varias "casas de campo" y un proyecto industrial en torno a la madera para la construcción, procedente de los montes segovianos de Valsaín, de ahí el nombre de una de las calles que linda con el convento: calle de la Madera.

Al sur, el convento daba a la calle del Pez, que parece deber su nombre a que por ser un arroyo debía tener en su parte más baja, hacia la calle de San Bernardo, una laguna con peces, los cuales fueron desapareciendo a medida que la urbanización del área se condensaba y desecaba la zona, hasta que, según (Mariano Campmany y Montpalau en su libro de "Las Calles de Madrid", 1863), sólo quedó "un pez" cuidado por una niña.

La "recta" de San Roque se formó al edificarse el convento y tomó su nombre en 1624, también según señala Campmany en la citada obra, debido a que en la pared del convento que daba a esta calle se puso un cuadro dedicado a este Santo.

Historia

Fue fundado el 21 de noviembre de 1623 (fecha de puesta de la primera piedra; habitado el 12 de mayo de 1624) con el nombre de Monasterio de la Encarnación, de religiosas del orden de San Benito, aunque desde sus orígenes se le conoce como San Plácido por estar arrimado a una antigua iglesia, que con la advocación de dicho santo fue anejo parroquial de San Martín hasta 1629.

Fue fundado a iniciativa de Teresa Valle de la Zerda y Alvarado y Jerónimo de Villanueva (protonotario del Reino de Aragón y amigo del Conde Duque de Olivares), patrono del convento. Lo más destacable es la decoración interior de la Iglesia realizada en pintura al fresco. Se guarda un Cristo yaciente de Gregorio Fernández (1576-1636), y además, hasta su traslado al Museo del Prado, estuvo también el famoso Cristo de Velásquez. Pero lo que más destacaba era la capilla del Sepulcro que estaba decorada con pinturas murales (frescos) de Francisco Rizi, Pérez Sierra y Juan Martín Cabezalero, y en el retablo mayor realizado por los hermanos De la Torre destaca el soberbio cuadro de la Anunciación de Claudio Coello.

Doña Teresa Valle de la Zerda y Alvarado, dama de veintidós años y copiosa fortuna, con quien tenía concertado matrimonio el noble caballero don Jerónimo de Villanueva, Protonotario Mayor de Aragón, y Secretario de Estado a partir de 1630, y quien dejó para tal efecto una de sus casas en la calle de San Roque. Las religiosas, entre las que se encontraba su fundadora que hubo de ser elegida priora por sus compañeras de Comunidad, entraron en el convento el 12 de mayo de 1624. Don Jerónimo quedó como patrono del convento donde estaba su frustrada esposa, y construyó para su vivienda la casa en la calle de la Madera donde se ubicó la redacción del diario Informaciones.

Una parte de las dependencias monásticas fueron demolidas en 1903, y las pocas monjas que entonces había pasaron a unirse con las del Convento de las Salesas Reales. En el solar de la calle del Pez hubo un cinematógrafo que acabó consumido por un incendio; finalmente, en 1912, fue reconstruido el convento de San Plácido con un sencillo estilo castellano según un proyecto del arquitecto Rafael Martínez Zapatero, que recuerda el de la antigua casa. En 1943 fue declarado Monumento Nacional.

Desde la fundación del convento (1623) hasta su muerte (acaecida en 1653 cuando contaba 65 años) D. Gerónimo fue realizando sucesivas aportaciones, y en su testamento lega a su sucesor, Jerónimo de Villanueva Fernández de Heredia, tanto sus títulos como la obligación de terminar su enterramiento. Jerónimo se traslada a Madrid y establece su vivienda en las casas del mayorazgo de los Villanueva, junto al monasterio. En 1653 las obras no habían comenzado, ya que las religiosas interponen una demanda en el mes de octubre por incumplimiento del testamento. En septiembre del año siguiente se llega a un acuerdo y D. Jerónimo se obliga a gastar "en tiempo de cinco años primeros siguientes hasta 12.000 ducados de vellón solamente en la fábrica de la iglesia" del convento. A cambio "podría poner sus armas y hacer entierro de su tío detrás del altar mayor". Las monjas habrían de poner otros 10.000 ducados.

El templo se comenzó en octubre de 1655 y se acabó en mayo de 1658. Los planos y la dirección del mismo se debieron a Fray Lorenzo de San Nicolás, madrileño, (1595-1679) -recoleto agustino- y arquitecto de gran renombre

Características

La Iglesia

La planta, aunque de cruz latina, resulta casi central, pues el único tramo de la nave es sólo algo mayor que el presbiterio; entre ambos, el gran crucero con brazos apenas salientes y machones achaflanados. El alzado recuerda una anterior construcción de Fray Lorenzo, la Capilla de Colmenar de Oreja, si bien no se cajean las pilastras y en los muros se disponen retablos, hornacinas con tallas o pinturas.

El cubrimiento se hace sobre abovedados de medio cañón, pero la cúpula carece de tambor. Todo ello compone una severidad arquitectónica de gusto clásico, de influencias herrerianas, que se transformará en sentido barroco por la decoración.

El conjunto resultante da una sensación de equilibrio y solidez, de respeto por los cánones de espacios, distancias y alturas. Parece como si la enormidad de la cúpula fuera algo simple de sostener. Es esta resolución en pura sencillez la que es propia de los grandes maestros de cualquier género, y en este caso abona la maestría de Fray Lorenzo.

Los retablos de la iglesia

Los cuatro retablos de la iglesia, tanto los del altar mayor como los de los altares laterales y el de la Capilla de la Inmaculada pertenecen a los hermanos Pedro (1595-1596-1677) y José de la Torre (+1661) "maestros en arquitectura" que fueron contratados el 17 de diciembre de 1658. Los de la Torre (en especial Pedro) fue el introductor de los cánones de los "camarines" y el primero que utilizó la columna salomónica; además de ser un auténtico renovador de los retablos.

Los que aquí se pueden contemplar son muestras de gran belleza formal. Todos son muy parecidos en la organización de sus elementos, que se ordenan en torno al elemento central de un cuadro: La Anunciación; San Benito y Santa Escolástica; y Santa Gertrudis; respectivamente. Así pues, en estos retablos, se abandona el academicismo escurialense-clasicista y manierista- en favor de una estructura arquitectónica barroca y ornamentación exuberante, no menos barroca.

De su amor por el camarín deja en esta iglesia un hermoso ejemplar en el altar mayor: un ostensorio que se apoya en cuatro airosas columnillas rematado por una bóveda profusamente decorada. Todo este conjunto rivaliza en esplendidez con el otro gran conjunto del retablo mayor en el cual se inscribe. El retablo central es absolutamente monumental tanto por su organización arquitectónica como por su riqueza ornamental de gran originalidad.

Funcionalmente sirve de marco (de fastuoso marco, sin duda) para el no menos espléndido lienzo de Claudio Coello. A un lado y otro del cuadro dos pares de columnas estriadas de capiteles compuestos se apoyan sobre unos elevados pedestales. Entre ambos pares de columnas se acomodan las estatuas de San Benito (de Pereira) y de San Plácido (de Pereira, o quizá de los de la Torre). Une el conjunto un entablamento en arco de medio punto cuajado de ángeles y motivos florales.

De estructura parecida son los otros retablos ejecutados con pareja maestría. Quizá deberíamos además reposar un momento para ver con detenimiento no sólo la composición arquitectónica, majestuosa, de estos retablos sino también la destreza escultórica de estos maestros en arquitectura, que se plasma en los altorrelieves de ménsulas, basas, y entablamentos, y que recogen con abundancia, ángeles, motivos vegetales, y una variedad de adornos de belleza plástica no desdeñable.

Las esculturas de Manuel Pereira

Pereira era de origen Portugués, pero desarrolló casi toda su actividad en la Corte. Tras hacer obras en la Cartuja de Miraflores (1632-1635) donde dejó quizá su obra más representativa: su San Bruno (una profunda combinación de intensidad y serenidad). Además de imaginero también trabajó la piedra para el Tabernáculo de San Isidro, un San Benito del Convento de San Martín y otro elegante San Bruno (en piedra) que puede hoy contemplarse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Otra anécdota, que ilustra su maestría es, que anciano, casi ciego, dirigió a su discípulo Manuel Delgado "por el tacto" para ejecutar la estatua en piedra de San Juan de Dios que preside la portada del claustro del convento del mismo nombre. De los seis santos de Pereira dos se hallan en el altar mayor: son los patronos de la orden y del convento: San Benito (el gran fundador de la Orden Benedictina hacia el 529) y San Plácido (uno de sus primeros discípulos al que salvó -mediante una visión- de morir ahogado). Hay autores que defienden que el San Plácido es del taller de los de la Torre.

En las cuatro hornacinas de los machones se encuentran a los Santos: San Anselmo (1033/1109), precursor de la Escolástica, definidor del famoso argumento ontológico y arzobispo de Canterbury; San Ildefonso (607/667), discípulo aventajado de San Isidoro y Obispo de Toledo en tiempos del visigodo Recesvinto, donde destacó tanto por su sabiduría como por su buen gobierno; San Bernardo de Claravall (1090/1153) renovador de la orden mediante la fundación del Cister; su sabiduría hacía llegar a su monasterio las consultas de reyes y papas -en especial de Urbano II uno de sus monjes-; y San Ruperto de Salzburgo, misionero irlandés que abandonó la silla episcopal de Worms para dedicarse a la vida monástica en Salzburgo. Todos estos santos son reconocibles no sólo por la cartela que en su parte inferior indica su actividad eclesiástica, sino también por báculos y libros que simbolizan su actividad. Además sobre ellos y bajo las pechinas se hallan unos lienzos de Rizi, bastante necesitados de limpieza y que también los representan.

Las pinturas

El archiconocido Cristo de Velásquez fue pintado para la Sacristía de esta iglesia donde estuvo entre 1628 y 1808. De ahí -por razones poco explicadas (y, probablemente, poco explicables), pasó a la Colección "privada" de Godoy, para, a su muerte, tras un complicado itinerario de herencias, intentos fallidos de venta, regalos y legaciones, llegar al Museo del Prado. Es una pena la ausencia de esta joya en este recinto, máxime porque, prescindiendo incluso de sus valores pictóricos, tendría que encajar perfectamente con la atmósfera recoleta e intimista de la clausura, lo que parece recordar la comedida emoción que plantea el Cristo velazqueño. Más grave (por ser desconocido su paradero), es el de "una Sagrada Cena -que según Madoz- se hallaba -también en la Sacristía-, sobre la cajonería" de los corporales, y "un bello Tránsito de Santo Domingo de Silos, entre las Ventanas". Tampoco existe la Sacristía, perdida también en las obras realizadas en 1903.

Los frescos de Francisco Rizi (1684) Una de las riquezas pictóricas que ofrece esta iglesia son sus pinturas al fresco tanto por su abundancia como por su variedad temática. Básicamente fueron realizadas por Francisco Rizi, aunque fue ayudado por otros miembros de su taller, y en especial se debe citar a Juan Martín Cabezalero. Francisco Rizi era madrileño; fue "pintor de su majestad" y arquitecto. Fue discípulo de Vicente Carducho, "y de los más adelantados que tuvo, como lo manifiestan muchas y famosas obras de su mano en esta Corte" y en Toledo, El Escorial, etc.. Se muestra en estas pinturas como un excelente y diestro ejecutante, capaz de cubrir grandes espacios con la precisión y eficacia que exige la pintura sobre pared húmeda.

En este inmenso trabajo como decíamos contó Rizi con Juan Martín Cabezalero (1633/1673) discípulo de Carreño Miranda y hombre de gran capacidad para el color y cuya temprana muerte impidió se convirtiera "en uno de los primeros pintores del reino" según opinaba Ceán Bermúdez. Con objeto de abordar con cierto orden la observación de este magnífico y extenso trabajo, vamos a dedicar unos momentos a distintos sectores de la iglesia donde se hallan situados estos frescos, cual son: la cúpula, las pechinas y los techos del crucero y del presbiterio.

Fuentes