II Congreso del Primer Partido Marxista Leninista en Cuba

Primer Partido Marxista Leninista en Cuba
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Fundación16 de agosto de 1925 por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño
Ideología políticaMarxismo-Leninismo
SedeLa Habana
PaísBandera de Cuba Cuba

Segundo Congreso del Primer Partido Marxista Leninista en Cuba . En la mañana del viernes 20 de abril de 1934, dentro de la residencia campestre del entrenador norteamericano de baseball de la Universidad de La Habana, James Kendrigan, ubicada en Caimito, dieron comienzo las sesiones del II Congreso Nacional del Partido Comunista de Cuba.

Participaron en el evento 67 delegados, de ellos 43 eran obreros que constituían el 64 % del total. La composición proletaria del congreso era favorable, sin embargo, solo se contó con la presencia de 3 campesinos.

Los delegados consideraron que existía una situación revolucionaria propicia para dar los primeros pasos hacia la revolución social. Esta afirmación se basaba en el éxito alcanzado por el IV Congreso Nacional Obrero, el amplio movimiento huelguístico que se desarrollaba en aquellos momentos, la instauración de soviets en varios centrales, la incapacidad de las clases dominantes para resolver la crisis que atravesaba el país, entre otras razones.

Los principales aspectos tratados fuero: Situación actual, perspectivas y tareas; Organización; los Estatutos del Partido; y la elección del Comité Central y elección del Comité de control.

Situación del movimiento obrero y comunista cubano de 1929 a 1933

Rubén Martínez Villena

La difícil situación que vivió la economía cubana a principios de 1920 se hizo mucho más profunda al estallar la crisis del 29 al 33. Descendieron las exportaciones y los precios del azúcar; la masa trabajadora fue afectada con salarios de hambre, largas jornadas de trabajo y un alto índice de desempleo. La miseria asolaba los hogares, mientras el gobierno reaccionario de Machado aplicaba una reforma económica que solo era de beneficio a los plutócratas cubanos y extranjeros. Por otro lado, anarcosindicalistas y reformistas, atraídos por las prebendas del imperialismo y el gobierno o acobardados por la represión, abandonaron sus puestos en la directiva de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), responsabilidades que fueron ocupadas por militantes comunistas y obreros radicales, de manera que se organizó el movimiento sindical sobre bases más sólidas. La Huelga de Marzo de 1930, conducida por el líder comunista Rubén Martínez Villena, fue un ejemplo formidable de la fuerza alcanzada por clase obrera.

Poco a poco, la espiral revolucionaria se fue haciendo gigantesca y a fines de julio de 1933 se produjo una oleada huelguística que se generalizó y el 12 de agosto hizo huir a Machado. Por su parte, el embajador norteamericano Summer Welles trató de imponer un presidente incondicional a los Estados Unidos y llevó a la presidencia a Carlos Manuel de Céspedes, cuyo gobierno duró solo unos días. El 4 de septiembre un golpe militar instauró la pentarquía y cinco días más tarde, los pentarcas entregaron el poder a Grau San Martín. Sin embargo, los Estados Unidos no reconocieron la nueva administración que se fraguó sin su consentimiento.

Antonio Guiteras

El Gobierno de los Cien Días, como le llamó el pueblo, estuvo conformado por tres tendencias fundamentales: la derecha más reaccionaria representada por Fulgencio Batista; al centro, con una posición vacilante, el nacional reformista Grau San Martín y por último, la izquierda revolucionaria liderada por Antonio Guiteras.

Guiteras, desde sus cargos como Secretario de Gobernación y de Guerra y Marina, estimuló la promulgación de un nutrido grupo de leyes de contenido popular y antimperialista: la implantación de la jornada de ocho horas, la nacionalización del trabajo, la autonomía universitaria, la intervención de la Compañía Cubana de Electricidad y otras.

Por su parte, los militares —encabezados por Batista—, actuaban con absoluta independencia y protagonizaron violentas arremetidas contra la población. Confundido ante los atropellos del ejército y considerando que el gobierno de Grau–Guiteras constituía un todo homogéneo, el Partido Comunista atentó la insurrección popular. Trabajadores de Santa Clara y Oriente se adueñaron de la administración de varios centrales azucareros y establecieron los llamados soviets de obreros y campesinos.

El 7 de noviembre de 1933, cuando se produjo una acción contrarrevolucionaria dirigida por la organización fascista ABC, el dirigente comunista manzanillero Martínez [1]elaboró un documento que analizaba la situación y fue discutido en el Buró Político. Su informe fue muy bien acogido y aumentó el prestigio de su redactor, quien por añadidura había organizado el soviet del central Mabay. Así en diciembre, cuando el partido llevó a cabo su Conferencia Nacional de Emergencia, fue uno de los propuestos para el cargo de secretario general del Partido Comunista de Cuba (PCC) y finalmente fue electo de manera interina hasta tanto se efectuara el II Congreso de esa organización.

Movimiento huelguístico a inicios de 1934

En el mes de enero de 1934, los imperialistas norteamericanos, en componenda con Fulgencio Batista, dieron un golpe de estado y derrocaron al Gobierno de los Cien Días. El escogido para asumir la presidencia fue Carlos Mendieta. A tan solo a unos días de instaurada la nueva administración esta fue reconocida oficialmente por el gobierno de los Estados Unidos y su política económica se basó en las “novedosas inventivas” de Roosevelt. El “Buen Vecino” se hizo presente con el sistema de cuotas azucareras y un nuevo tratado de reciprocidad comercial que se aprobaron enseguida.

Con el afán de impedir el desarrollo del movimiento revolucionario, en el mes de febrero se promulgaron los decretos leyes número 3 y número 8, que intentaban prohibir cualquier manifestación huelguística. También se estableció, en marzo, la Ley de Defensa de la República, que negaba legitimidad a toda forma de rebeldía antigubernamental. Al referirse a esta última, Bandera Roja declaró:

“Esa Ley dará al gobierno la justificación de los más bestiales atentados. La Ley de Fuga, aplicada en la sombra, será hoy legal y justa y podrá ser cumplida a plena luz. Se tratará también de amordazar a la prensa revolucionaria, ilegalizar los sindicatos, desbaratar la lucha de las masas por el pan, el trabajo y la libertad.” [2]

Las vanguardias revolucionarias no se atemorizaron ante la dictadura. Del 14 al 17 de enero habían celebrado exitosamente el IV Congreso de Unidad Sindical. Dicho evento trazó la política a seguir por la clase obrera con el objetivo de incorporar todos sus destacamentos a los torneos contra la burguesía y el imperialismo, por el logro de apreciables reivindicaciones económicas y políticas. Siguiendo esas directrices el año de 1934 estuvo cargado de manifestaciones obreras. Primero fue un paro de los médicos del Hospital Emergencias, al que se sumaron empleados de quintas, clínicas y otros centros facultativos.

A fines del mes de enero estalló una potente huelga ferroviaria en Morón que se extendió a otras zonas de la provincia de Camagüey. Más tarde detuvieron sus actividades los obreros del sector tabacalero, empleados del transporte y de la Compañía Cubana de Electricidad, maestros, dependientes de los grandes almacenes comerciales de La Habana, etc. En febrero se produjo un paro general de 24 horas. Paralelamente, los campesinos de la región oriental acudían a las audiencias de Santiago de Cuba y Guantánamo para exigir el respeto de sus tierras por parte de los geófagos.

El primer trimestre de 1934 abundó en demostraciones populares. Solamente en marzo, según informes estadísticos del Negociado de la Secretaría de Trabajo, hubo 40 huelgas y se conoció de 33 conflictos que fueron solucionados antes de estallar el paro. En los mismos se destacaron la provincia de La Habana y el sector azucarero [3]

El 9 de abril, más de 70 presos del Castillo del Príncipe acusados de infringir los nuevos decretos-leyes se declararon en huelga de hambre. Todas las organizaciones revolucionarias formaron un bloque unido que demandó la excarcelación de sus compañeros. El Comité Central del Partido Comunista llamó al pueblo a solidarizarse con los huelguistas, a protestar ante el gobierno y la prensa y “a ligar esta y todas sus luchas con la preparación del Primero de Mayo, que será un día internacional de lucha contra la reacción, el fascismo y la guerra imperialista […]”[4].Ante el empuje popular fueron puestos en libertad 90 presos políticos. Esa amnistía fue victoria importante para el pueblo y especialmente para los comunistas que se aprestaban a inaugurar su II Congreso.

Participantes en el II Congreso

Residencia donde se desarrolló el Congreso (actualmente un museo)

En la mañana del viernes 20 de abril de 1934, dentro de la residencia campestre del entrenador norteamericano de baseball de la Universidad de La Habana, James Kendrigan, dieron comienzo las sesiones del II Congreso Nacional del Partido Comunista de Cuba. Según recuerdos de Ramón Nicolau, responsable de los asuntos militares del Partido y encargado de buscar el local para el cónclave, la casa utilizada fue descubierta por casualidad y alquilada a su dueño, bajo el pretexto de necesitarla para una fiesta de estudiantes.[5]

Participaron en el evento 67 delegados, de ellos 43 eran obreros que constituían el 64 % del total. Los trabajadores vinculados directamente a la producción figuraban de la siguiente forma: 13 eran azucareros, 9 tabacaleros, 6 asalariados del transporte y 2 metalúrgicos, los restantes obreros laboraban en la industria ligera. La composición proletaria del congreso era favorable, sin embargo, solo se contó con la presencia de 3 campesinos. Sumamente pobre fue la participación femenina, aspecto en cierta forma paradójico si balanceamos la ayuda decidida y valiosa brindada por las mujeres en las jornadas movilizativas de esta etapa.

Compartieron criterios con los comunistas cubanos en aquel histórico cónclave varios invitados extranjeros. Por el Buró del Caribe de la Internacional Comunista asistieron tres compañeros (Mariano, Juan y Robert Minor [6] y así mismo participó un representante de la Juventud Comunista de los Estados Unidos, Arnold Ride [7]

Aspectos fundamentales discutidos

El Orden del Día del Congreso fue el siguiente:

  1. Situación actual, perspectivas y tareas (Partido y Liga Juvenil).
  2. Organización (Con intervenciones sobre el trabajo sindical, agrario, militar y la Convención Constituyente).
  3. Estatutos del Partido.
  4. Elección del Comité Central y elección del Comité de control.[8]

La asamblea debatió extensamente la situación de Cuba en aquellos momentos. Primero, hizo un análisis de los resultados políticos y sociales del Gobierno de los Cien Días y lo calificó como:

«una tentativa de gobernar con esos elementos de la burguesía y terratenientes nativos menos ligados al imperialismo, desplegando una amplia demagogia de izquierda y nacional reformista, para canalizar la lucha revolucionaria de masas.»[9]

De su fracaso e incapacidad para resolver la crisis dedujeron que en Cuba no se podía mantener un gobierno burgués terrateniente de “izquierda” y que:

“solo la unión de la clase obrera y el campesinado, bajo la hegemonía de la primera, dirigida por el Partido Comunista sabrá llevar la lucha contra el imperialismo hasta la completa liberación nacional” [10]

Ahora bien, hicieron una justa evaluación del gabinete proyanqui instaurado a principios del año 1934. El Gobierno de Concentración Nacional significaba la elevación al poder de los elementos más antinacionales y proimperialistas de la oligarquía cubana. Su triunfo empeoró las condiciones de vida del pueblo, destrozó las conquistas alcanzadas por los trabajadores después de la caída de Machado e intensificó los antagonismos de clase.

Los delegados consideraron que existía una situación revolucionaria propicia para dar los primeros pasos hacia la revolución social. Esta afirmación se basaba en el éxito alcanzado por el IV Congreso Nacional Obrero, el amplio movimiento huelguístico que se desarrollaba en aquellos momentos, la instauración de soviets en varios centrales, la incapacidad de las clases dominantes para resolver la crisis que atravesaba el país, entre otras razones.

El manifiesto del II Congreso Nacional del Partido Comunista dirigido al proletariado, a los campesinos y a toda la población trabajadora así lo afirma al señalar:

«Las clases dominantes en Cuba y el imperialismo a través de los distintos gobiernos que se han turnado en el poder se muestran incapaces de sacar al país del camino de la catástrofe por el cual marcha […] La única salida por la miseria y la ruina en la situación actual, el único camino de liberación nacional y social, es que el poder pase a los obreros y campesinos, cuyos intereses son los de la mayoría de la población y antagónicos a los de las clases explotadoras y parasitarias.» »Ante las masas laboriosas del país se ha abierto la perspectiva de entablar la lucha decisiva por el poder obrero y campesino (el único que les puede dar pan, abolir la desocupación, dar tierra a los campesinos, destruir el poder de los imperialistas y de los burgueses y terratenientes, garantizar los derechos democráticos al pueblo trabajador y realizar la liberación nacional del país).” [11]

La línea táctico estratégica del Partido era reflejo de los acuerdos del XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Comintern que planteaban como tarea fundamental del período la toma del poder. Dice la resolución central del Pleno:

«La tremenda tirantez de los antagonismos interiores de clase en los países capitalistas, tanto como la de los antagonismos internacionales, prueba que los prerrequisitos para una crisis revolucionaria han madurado, en tal medida, que en el momento actual el mundo está acercándose rápidamente a un nuevo ciclo de revoluciones y guerras.»

En Cuba se trató de aplicar esta posición política mecánicamente sin tener en cuenta la situación real del país.

En febrero, el VI Pleno del Comité Distrital de Santa Clara siguiendo las proposiciones de la Conferencia de Emergencia había analizado objetivamente el panorama. Sus deducciones fueron las siguientes:

La insurrección armada del proletariado aliado a los campesinos y a todas las capas oprimidas de la población, para el establecimiento de un gobierno popular obrero y campesino –no es hecho por casualidad- ni preparado por medio de golpes, sino que es la meta histórica de la marcha del movimiento revolucionario realizable solamente, cuando las condiciones nacionales del movimiento y de los explotadores e internacionales están maduras, cuando las vastas masas de la población laboriosa están convencidas que dentro del actual sistema no hay mejoramiento posible, y que la única salida es la Revolución; cuando existe un partido sólido de la clase más explotada, la clase obrera, cuya mayoría ha ganado para la lucha armada, capaz de conducir orgánica y políticamente a las vastas masas de la Revolución, y cuando ésta se apoya sobre sus propias fuerzas militares y sobre la descomposición de las de sus enemigos. Existen en Cuba estas condiciones . Para contestar a esta pregunta cada miembro del Partido debe hacer él mismo un perfecto balance de nuestro trabajo.

a) La mayoría de la clase obrera […] […] Actualmente en Cuba la mayoría de la clase obrera se mueve en luchas a nuestro alrededor, pero no la hemos ganado ni orgánica ni políticamente para la Revolución. b) La situación de nuestros aliados y el trabajo militar revolucionario Nuestros aliados en la Revolución, principalmente campesinos medios y pobres, la nacionalidad negra oprimida, el artesano, la pequeña burguesía, por lo menos parcialmente, a pesar de que en parte se mueven a nuestro alrededor por las luchas no están ligadas al proletariado ejercente de la hegemonía ni ganadas para la Revolución. Nuestro trabajo militar revolucionario de penetración, descomposición y ganancia de una parte para nosotros, de las fuerzas armadas, es en extremo débil […] c) La cuestión de la intervención armada y de los factores internacionales […] El movimiento revolucionario de los Estados Unidos, Caribe, Sur América nos ha prestado bastante apoyo pero no el suficiente. d) La cuestión del Partido […] Estamos en el período de la realización de las tareas por la maduración de los pre-requisitos necesarios para la lucha armada por el poder, en el período de ganar la mayoría de la clase obrera, asegurar al campesinado medio y pobre, neutralizar a los acomodados y propietarios medios, ganar a los negros en la lucha por la liberación nacional y a la mayoría del vasto pueblo trabajador, de penetrar en el Ejército […] Las tareas del Partido Comunista de Cuba en el presente momento histórico consisten en consolidar y aumentar su influencia en los sindicatos […] Preparar, desarrollar, coordinar y elevar las peleas centrales para la Revolución, teléfonos, telégrafos, radio, ferrocarril, puertos y transporte […] […]

Desenmascarar a todos nuestros enemigos, abecedarios, reformistas, junquistas, auténticos, anarquistas, y penetrar, descomponer y ganar a sus masas, ligado a la popularización de nuestra táctica frente al imperialismo, la posibilidad del desarrollo independiente de nuestra economía, la no exclusión de posibles relaciones cubano-americanas, las posibles relaciones cubano-rusas […]. [12]

Se observaron evidentes contradicciones entre las posiciones de esta organización de base y la táctica fundamental acordada por el II Congreso del Partido, realizado solo meses después.

Junto a las tareas por garantizar el desarrollo del movimiento obrero (defensa de las asociaciones sindicales y sus órganos de prensa, realización de protestas masivas, creación de los destacamentos armados) el Partido Comunista orientó en el cónclave la ejecución de un programa de convencimiento al pueblo sobre las posibilidades reales de instaurar un gobierno soviético. Los soviets debían llevarse a la práctica en aquellos lugares donde el movimiento popular lo permitiera. Sería la forma de gobierno de la dictadura democrática revolucionaria que aseguraría el paso de la revolución agraria y antimperialista a la revolución socialista.

Es indudable que para llevar a vías de hecho este propósito debía existir una situación revolucionaria. Tres factores determinan su existencia: la extrema agravación de la miseria y los sufrimientos del pueblo, la substancial vigorización de la actividad sediciosa de la gente y la imposibilidad de los gobernantes para mantener su dominación inmutable.

Sin embargo,

«no toda situación revolucionaria origina una revolución, si no tan solo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, ‘caerá’ si no se le hace caer’.»[13]

Ciertamente, el estado económico de la isla en 1934 era nefasto: el desempleo, el hambre, la miseria, la indigencia y el desamparo constituían males endémicos entre los trabajadores. Los conglomerados proletarios se enfrentaban día a día a la burguesía antinacional y proimperialista. Pero el gobierno era fuerte y tenía todo el respaldo de los vecinos del Norte y de sus lacayos en Cuba. Estados Unidos se preparaba para intervenir militarmente el país en caso de no poder evitar la revolución por otros medios.

Los factores subjetivos no estaban creados. La vanguardia marxista leninista no contaba con el apoyo de la mayoría popular a pesar de haber ganado muchos adeptos durante las justas antimachadistas. La consigna “El poder para los soviets de obreros, campesinos, soldados y marinos” se convirtió en roca contra la que se estrellaron las legítimas aspiraciones comunistas; si bien como consigna de agitación política podía ser justa, en sentido práctico no atraía a sectores considerables de la población para los cuales no era la alternativa más deseable. Las propuestas de la revolución antimperialista en los países atrasados y neocoloniales deben tener un contenido fundamentalmente nacionalista para que puedan atraer a los más amplios conjuntos sociales que deben contribuir al triunfo. Pretender un programa socialista puede constituirse un obstáculo. Y la palabra soviet era sinónimo de socialismo.

La consigna de los soviets

«no concordaba con la amplia composición social que debía tener ese frente nacional, en el cual debían caber no solo los obreros y los campesinos, sino también la burguesía nacional de Cuba, ni concordaba con los objetivos programáticos que debía tener ese frente, más limitados que los que enarbolaría un gobierno obrero-campesino […]»[14]

A todo ello se unían las desfavorables condiciones internacionales. La URSS estaba impedida realmente de prestar ayuda material a la insurrección cubana. Los soviéticos se preparaban para una inminente expansión fascista. Por otro lado, la solidaridad militante de los trabajadores de todo el mundo era escasa como fruto del fuerte anticomunismo propagado por los imperialistas y sus aliados. En aquellas condiciones, el poder de obreros y campesinos resultó una meta inalcanzable.

El congreso se proyectó objetivamente por fortalecer el trabajo campesino. Orientó la creación de comités en el sector rural elegidos en reuniones abiertas con los trabajadores del campo, en las cual se discutirían sus reivindicaciones inmediatas, las formas de operar, la defensa armada de sus conquistas y la movilización masiva hacia las tareas de la revolución. Dichas asociaciones tendrían carácter local, gestionarían la radicalización de las ligas campesinas existentes para evitar que devinieran partidos políticos tradicionales. También debían ser la fuente principal de reclutamiento de nuevos militantes. Sus demandas serían progresivas y el objetivo central de las mismas la conquista de la tierra. A los terratenientes se les confiscaría sin indemnización, no así a los campesinos acomodados que debían ganarse para la causa. Se admitiría la posibilidad de hacer concesiones a las compañías extranjeras en zonas donde las fuerzas revolucionarias no fueran muy robustas [15]

La realización de un trabajo intensivo entre soldados, marinos y policías fue otro principio defendido en la asamblea. Los comunistas juzgaban al ejército como una institución heterogénea, compuesta también por clases sociales cuyos elementos fundamentales eran los obreros y campesinos que debían ser atraídos para la revolución.

En algunos lugares se habían producido manifestaciones de confraternización entre alistados y huelguistas y el Partido confiaba en que los sentimientos de solidaridad transportarían a los militares del brazo de los trabajadores, que sus armas se pondrían junto a los desposeídos en el momento oportuno. La creación de Comités de soldados y el ingreso de elementos a las células partidistas fueron tareas acuciantes en el logro de esta meta.

Fue aceptada la propuesta de designar a un grupo de militantes para dedicar todas sus fuerzas al trabajo militar. Se emprendería una campaña de agitación y propaganda dentro de las tropas y entre los trabajadores para explicar detalladamente esta política. La consigna “Tierra para los soldados” propugnada por el congreso resultó incongruente con estas aspiraciones. Para esas personas la vida militar era un medio de subsistencia más factible que el trabajo difícil en la agricultura.

La verdad histórica es que en todos los momentos definitorios la soldadesca mercenaria defraudó las esperanzas que en ella pusieron los revolucionarios y actuó, en su conjunto de acuerdo a los dictados de sus jefes […] soldados, marinos y policías sirvieron de base e instrumento del militarismo, que se tradujo en sometimiento del gobierno civil a la alta jerarquía militar, enriquecimiento de los coroneles mediante el peculado y la malversación, supeditación de los jefes militares al imperialismo yanqui y feroz represión contra los trabajadores, los estudiantes, las vanguardias progresistas y contra la disidencia en cualquier forma y bajo cualquier ideología.[16]

El programa de acción del II Congreso dirigió también sus consideraciones a mejorar la labor movilizativa de las mujeres y de los negros. Sobre el primer tema, se propuso el establecimiento de una dirección femenina a todos los niveles que contribuyera a mejorar la incorporación masiva de las compañeras a las tareas revolucionarias.

Al mismo tiempo, el Partido Comunista fue baluarte de los combates contra toda forma de discriminación racial. Para sus dirigentes los problemas de la población negra cubana no eran únicamente asunto racial y social, sino fundamentalmente una cuestión nacional, de ahí que se haya reafirmado el deber inmediato de luchar por la “autodeterminación de la faja negra de Oriente”.

Esta idea proponía que la zona comprendida entre los poblados de Guantánamo, Songo, Santiago de Cuba, Palma Soriano, Baracoa, etc., donde la vecindad negra constituía más del 50 % —contrapuesta a la media nacional que era del 33— debía independizarse del resto de la isla si así lo entendían sus habitantes.

El IV Congreso de Unidad Sindical había aprobado una resolución al efecto:

Afirmar que es una cuestión de clase la cuestión negra, es olvidar que la opresión no tan solo pesa sobre el crecido tanto por ciento de negros proletarios que hay en Cuba, sino que también estrangula a los campesinos, los intelectuales y a la pequeña burguesía urbana de negros: La cuestión negra en Cuba es una cuestión nacional con un fuerte contenido de clase, pero en definitiva es una cuestión nacional .[17]

La fundamentación teórica que trató de dársele a este proyecto se basaba en el concepto staliniano de nación, amén de tomar como argumentos las experiencias de la Revolución de Octubre y, sobre todo, algunas consignas aplicadas por el Partido Comunista de los Estados Unidos. A pesar de sus honradas intenciones, el análisis resultó metafísico y dogmático. Esta táctica no se adaptaba ciertamente a las características de nuestro país y no logró una correcta interpretación acerca del tratamiento a las minorías nacionales.

En la “faja negra” de Oriente vivía el 22,4 % de los habitantes negros de Cuba. Ellos representaban un número considerable pero ni siquiera llegaban a ser la mitad de la población negra del país.

Según planteaba la mencionada resolución del IV Congreso Obrero:

El territorio y la vida económica común no puede negarse que existen en Cuba y especialmente en la zona negra, pues los negros ocupan un territorio común y sus intercambios comerciales y la cantidad de campesinos negros, colonos medios, estratos intelectuales, pequeña burguesía urbana negra que existen allí son testimonios de una vida económica común. Igualmente no se puede negar que las continuadas insurrecciones negras, su música, su poesía, sus leyendas y bailes y todas las manifestaciones que han servido hasta para caracterizar a Cuba, son reflejo de una cultura común. [18]

Es verdad que la referida población tenía como denominador común la piel atezada. Evidente, también detentaba territorio, vida económica, cultura y sicología semejantes, pero es que la “faja negra” de Oriente era un subconjunto de la nación cubana que constituía y constituye una entidad indivisa de caracteres análogos. La supuesta nacionalidad negra en ningún momento llegó a concretarse con diferencias substanciales del resto de la isla. La población cubana se conformó con la unión de personas de diferente origen etnográfico: blancos europeos, negros africanos, inmigrantes chinos y de áreas insulares del Caribe.

En los primeros siglos posteriores al descubrimiento estos grupos mantuvieron su identidad, pero a partir del siglo XVIII fueron desapareciendo las fronteras que los dividían y en la centuria siguiente las propias batallas por la independencia anticolonialista terminaron por conformar una nacionalidad única donde lograron sintetizarse armónicamente sus rasgos económico–sociales y la transculturación era un fenómeno innegable.

Fabio Grobart, partícipe de aquel congreso, explicó con posterioridad las consecuencias de esa postura partidista:

«[...] Podemos afirmar que el planteamiento hecho en aquel entonces no solo no fue comprendido ni aceptado por la mayor parte de la gente sino que, además, en el breve tiempo en que el partido lo propaga no hizo más que crear confusión y desviar la lucha concreta por la igualdad efectiva entre blancos y negros, hacia discusiones teóricas bizantinas [...]» [19]

La población negra cubana era una parte importante de los trabajadores de la isla. Sus peleas estaban indisolublemente ligadas al enfrentamiento entre la clase obrera, a la cual pertenecía la mayoría, y los burgueses. El proletariado, con independencia de sus orígenes raciales, precisaba de una unión indisoluble que permitiera la estructuración de todos sus elementos en un bloque destructor de los dominios de la oligarquía nacional y del imperialismo en Cuba, ello con independencia de las batallas que se debían realizar para disminuir o eliminar la discriminación racial.

El congreso, a su vez, reafirmó una línea establecida acerca de combatir todas las tendencias ajenas al marxismo. Por eso su “Tesis sobre la situación, perspectivas y tareas”, señala:

Los agentes de la burguesía en el seno de la clase obrera, a pesar de su demagogia, también pasan al puesto de la contrarrevolución, desenmascarándose ante las masas. Los reformistas, anarco-sindicalistas, anarquistas, bolcheviques-leninistas[20] ), apristas, socialistas, reforzando la campaña de mentiras contra el Partido Comunista, la CNOC y la URSS, preparando los ataques de la contrarrevolución, pero las masas se desengañan rápidamente de su papel. Depende de las actividades del Partido, el acabar con su influencia en el seno de las masas, desenmascarándolas a través del desarrollo de las luchas contra la contrarrevolución[21]

La labor más importante en la bolchevización era atacar sin piedad a estas manifestaciones para asegurar la pureza ideológica de la organización.

Los estatutos aprobados en el congreso que analizamos, tuvieron como base los principios del centralismo democrático: electividad de los dirigentes a todas las instancias, rendición de cuentas de los organismos superiores a los inferiores, autonomía de las células de base dentro de su radio de acción, obligación de lo subordinados a acatar las decisiones de los niveles rectores, exigencia de una disciplina férrea, etcétera.

Los métodos de trabajo sancionados oficialmente fueron: el clandestino, el legal y la combinación de ambos según las circunstancias.

Debemos consignar que en los meses posteriores al congreso que fueron de casi total ilegalidad, se crearon grupos de autodefensa y destacamentos armados contra la represión; el Ejército Libertador —tropa de choque del partido— se encargó de realizar acciones rápidas de sabotajes; y se distribuyó propaganda clandestina, fundamentalmente el periódico Bandera Roja que comenzó a publicarse de manera regular.

A las víctimas del terror implantado por los fascistas se dirigió la solidaridad del II Congreso. En ese sentido, se acordó enviar dos cartas: una dirigida al Partido Comunista Alemán, que expresaba el apoyo a los combates del pueblo germano y la otra al embajador de Alemania en Cuba para exigir la libertad del dirigente comunista Ernest Thaelmann y sus compañeros encerrados en campos de concentración.

Así mismo, en el discurso del camarada Mariano, del Buró del Caribe, se destacaba la necesidad de levantar a la muchedumbre contra la intervención de los imperialistas en la Unión Soviética, en defensa de los Soviets Chinos y contra las guerras imperialistas.[22]

En cumplimiento con el precepto anterior se acordó enviar varias misivas:

  1. Una carta a los marinos de la base naval de Guantánamo exhortándoles a realizar esfuerzos por impedir la intervención norteamericana en Cuba.
  2. Mensajes de respaldo a las lides combativas de los Partidos Comunistas en China, Estados Unidos, América del Sur y el Caribe.
  3. Un saludo solidario a la vanguardia marxista-leninista de la URSS.
  4. Una esquela de apoyo a las decisiones de la Comintern y de autocrítica por los errores cometidos y que esta le había señalado.
  5. Un llamamiento en inglés y francés para los trabajadores haitianos y jamaiquinos que laboraban en Cuba, invitándolos a incorporarse a las luchas obreras.

Elección del Comité Central del Partido

Lázaro Peña

El Comité Central, nacido de aquel histórico cónclave, brotó fortalecido con la integración de valiosos líderes obreros, campesinos e intelectuales como: Lázaro Peña, Campos; César Vilar, Pi; Isidro Figueroa, Sampedro; José Chelala Aguilera, Emiliano; Jorge A. Vivó, Pablo; Abraham Grobart, Fabio; Ramón Nicolau, Luis; Severo Aguirre, Alejandro; Pedro Serviat, Manuel Hernández; José A. Guerra, Matienzo; Martín Castellanos, Nieto; Miguel Ángel Figueredo, Zapata; Aníbal Escalante, Cid; Raúl Lorenzo, Lauro, Pepa Katz, Julia; Joaquín Cardoso, Lino; José Torres, Torrín; Mela, representante de la sección hebrea; José Puig; Jesús Limia Conde, Félix Lozano Roqueta, Rueda; Joaquín Valdés, El Viejo; Alfonso González, Felipe. [23]

Blas Roca

Como planteara Blas Roca durante la III Asamblea efectuada en el año 1939:

“El II Congreso Nacional del Partido significó, en aquella situación confusa y agitada, un gran paso de avance en la consolidación de nuestro Partido, como organización unida y extendida nacionalmente, representando los intereses de todas las capas populares”. [24]

Sin embargo, aquellos primeros comunistas cubanos no tenían el grado de experiencia política y de conocimiento de la doctrina marxista que les permitiera ajustar sus tácticas revolucionarias de manera justa y creadora, en un medio en que el movimiento comunista internacional predicaba una política sectaria e izquierdista, la cual influyó negativamente en sus posiciones.

A pesar de esas limitaciones, los lineamientos del II Congreso contribuyeron a fortalecer el trabajo en los sectores laborales y sociales más vitales como la industria azucarera, el transporte y las comunicaciones, de igual manera entre la juventud, las féminas y los soldados; a combinar los métodos de combate legales con los clandestinos y a ensanchar sus relaciones internacionales y actos de solidaridad con otros pueblos que luchaban contra el imperialismo, el fascismo, el militarismo y a favor de la paz.

Referencias

Fuentes

  • Caridad Massón Sena: El II Congreso del primer partido marxista leninista en Cuba , artículo publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí , enero-abril de 1989.
  • Periódico Ahora, La Habana, 24 de abril de 1934
  • José A. Tabares del Real: La Revolución del 30; sus dos últimos años, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1971.
  • Materiales para la superación de activistas de Historia (No 3), Editora Política, La Habana, 1982
  • Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. IV, Primera Parte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.