Presencia de canarios en Gibara

Canarios en Gibara en el siglo XIX
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Fecha:Siglo XIX
Lugar:Villa de Gibara,Gibara
País(es) involucrado(s)
Cuba

Presencia de canarios en Gibara. En tiempos coloniales centenares de inmigrantes canarios arribaron a este territorio y se avecindaron en las inmediaciones del puerto, que fue durante el siglo XIX el principal enclave comercial del nororiente de la Isla.

Llegada de los primeros canarios

Los primeros canarios que llegaron a este espacio geográfico para establecerse procedían de Bayamo, donde se habían asentado previamente[1]. La inmigración hacia esta zona de ellos y sus descendientes comenzó desde los siglos XVII y XVIII coincidiendo con los momentos fundacionales de las haciendas situadas entre el hato de Holguín y la costa del norte. Entre estos se contó Juan Francisco de la Cruz Prada quien adquirió la posesión de Yareniquén en 1681[2]. Luego sus hijos y nietos, nacidos en Cuba, se asentaron en Guayacán, Auras, Yabazón y Arroyo Blanco. Una de sus nietas, María Felipa de la Cruz Moreno, residente en Auras, contrajo matrimonio con Salvador Hernández y Manzano, natural de Canarias[3] con quien fundó una larga familia. Felipe Pérez de Espinosa, paisano de Hernández, recibió del cabildo bayamés la posesión de Managuaco en 1683.

José Romero Medina, natural de Teide, en la isla de Tenerife, adquirió tierras en el valle medio del río Cacoyugüín en el último cuarto del siglo XVIII. Allí llegó a tener… una posesión en Candelaria por el valor de 525 pesos y en este mismo lugar un ingenio con trapiche para moler cañas y fabricar azúcar y aguardiente, casa de purga, 6 yuntas de bueyes, un cafetal con 20 000 matas de café, bestias caballares y mulares y ganado mayor y menor[4]. Tenía también por esa época una vega en la confluencia de los ríos Gibara y Yabazón y propiedades urbanas en la ciudad de Holguín[5]

El historiador Herminio Leyva Aguilera, publicó un listado de los vecinos que se establecieron en el poblado portuario de Gibara desde 1817, su año fundacional, hasta 1845[6]. Entre estos incluyó a dos matrimonios en los que ambos cónyuges eran canarios: el integrado por Mariano Cabrera y Dolores Pomeroles; y el de Francisco Betancourt y Tomasa Domínguez. Relacionó también al canario Agustín Rodríguez Risso, casado con la holguinera María de la Torre, y a Dolores Cáceres, compatriota de Rodríguez, quien tuvo tres hijos con Jaime Claps, este último natural de Ibiza, Islas Baleares. Aunque Leyva no lo recoge en el listado de primitivos vecinos, Juan Zaldívar, alcalde constitucional del primer ayuntamiento de Gibara, había nacido también en Canarias. Si bien hubo inmigrantes procedentes del archipiélago canario en el hinterland del puerto desde mucho antes del momento fundacional del poblado de San Fulgencio de Gibara, en 1817; es ya bien entrado el siglo XIX cuando se incrementó notablemente el arribo de estos a la zona.

La cercanía del puerto actuó siempre como un poderoso imán sobre los inmigrantes de aquellas islas, muy dedicados a la agricultura. El canario en Gibara, se vinculó siempre a los mercados con las producciones de sus predios. El cultivo del tabaco los relacionó con el mercado mundial, y otros productos agrícolas los enlazaron con los mercados local e insular. Hacia la medianía del siglo XIX, luego de establecerse las líneas regulares de barcos que transportaban pasajeros y cargas por las costas de Cuba varios productos agrícolas gibareños encontraron espacio económico estable en el mercado habanero. En los terrenos inmediatos a la villa vivían y trabajaban numerosos labriegos canarios que lograban una alta producción agrícola en sus pequeñas fincas. El historiador Herminio Leyva escribió en 1894:

En los egidos del poblado se encuentran 124 estancias o sean (sic) sitios de labor, que surten abundantemente al mercado gibareño de viandas, aves, frutas, leche, huevos, maíz, forraje, &. &. y en tal cantidad que sobra frecuentemente para exportar como sucede con los plátanos y el maíz, cuyos productos se solicitan en la plaza de La Habana por su bondad excepcional[7].

El ñame, cosechado en el valle del rio Yabazón, se enviaba también en grandes cantidades al mercado habanero. La imagen muchas veces repetida del canario encerrado en los límites de su finca produciendo casi solo para el autoconsumo, evidentemente no se corresponde con la realidad en la Gibara del siglo XIX[8].

La propiedad agraria y otras ocupaciones

La finca del canario

Hacia 1860 la comarca gibareña albergaba una numerosa población rural, con alta presencia de naturales de las Islas Canarias y de sus hijos y nietos. Vegas, maizales, platanales y otros cultivos poblaban sus pequeñas fincas. Numerosos animales domésticos formaban parte también de su patrimonio y en casi ninguna de sus casas faltaba un bien cuidado jardín, ni en las fincas un bosquecillo de árboles frutales. En las tierras llanas del valle de los ríos los labriegos isleños y sus descendientes trabajaron con tesón, pero fue en las Lomas de Cupeycillos y en la Sierra de Candelaria donde desarrollaron la labor más ardua. Allí son pocas y muy pequeñas las áreas donde pueden emplearse animales de labor. Una gran parte de esa zona está constituida por afiladas piedras calizas que impiden cualquier labor de arado. Caminar por estos lugares resulta difícil y un simple tropezón, o una caída, pueden ser peligrosos. Desarrollar la agricultura en esos parajes fue una tarea que requirió de mucha constancia y de grandes esfuerzos. A la llegada de los inmigrantes canarios muy pocas personas se habían asentado en estos montes calizos. El trabajo allí era arduo. Primero había que talar el bosque. Luego, limpiar las áreas y acondicionar los pequeños espacios que contenían tierra apta para plantar. En ocasiones existían huecos en las piedras en los que no había tierra vegetal; entonces, los agricultores cargaban hasta allí un poco de la que sobraba en otro lugar, para sembrar más plantas. El producto agrícola principal en esta área fue el plátano. Los labriegos que se iban asentando en la Sierra de Candelaria y las Lomas de Cupeycillos llegaron a conocer hasta los más recónditos secretos para hacer prosperar los platanales en terrenos agrestes.

La siembra no fue la única ocupación de los inmigrantes en este territorio; se dedicaron también a la ganadería. En ese caso, talaron el bosque para sembrar yerba de guinea. A golpe de mandarria rompieron las piedras y abrieron veredas; rellenaron los huecos donde equinos y bovinos pudieran fracturarse las extremidades. Cerraron el acceso del ganado a las profundas y peligrosas furnias donde cualquier caída resultaría mortal[9]. Recogieron las piedras sueltas y las emplearon para construir cercas que aún hoy impresionan al viajero que se adentra en las lomas de Cupeycillos. Delimitaban así sus propiedades y protegían las siembras de la invasión del ganado.

Los alrededores de Gibara, como otros lugares de Cuba donde se asentaron agricultores canarios se convirtieron jardines productivos. En 1907 F. Figueras, en Cuba y su Evolución Colonial, refirió:

Comarcas enteras hay en Cuba, y la de Vuelta Abajo es una de ellas, donde la tradición atribuye a los canarios la apertura de las fincas. Ha habido épocas en la que los valles de Güines y Yumurí, ambos de nombradía, parecían una reproducción exacta del Valle de La Orotava. Y todavía en la presente Mayajigua, Las Vueltas, Camajuaní, Gibara y varios otros lugares donde se labra la tierra con esmero y en pequeña escala, son verdaderas colonias de canarios consagrados a su modo a las faenas de la agricultura”[10]

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Tener una finca propia fue el sueño de muchos isleños de Canarias. No todos estos inmigrantes arribaban a Cuba desprovistos de fortuna. Muchos de los que llegaron a Gibara trajeron desde sus lejanas islas dinero suficiente como para adquirir tierras llanas o de arado en los valles de los ríos o en las zonas fértiles cercanas a la costa de las haciendas de Potrerillo y Fray Benito. Otros, los más pobres, tenían diferentes opciones ante sí a su llegada: bien se contrataban para trabajar en las posesiones de sus paisanos hasta reunir el numerario suficiente para adquirir una pequeña heredad; o se acogían a las posibilidades que les brindaba el cabildo de obtener el arrendamiento de una parcela en los ejidos de Gibara pagando una cantidad trimestral casi simbólica por su uso y disfrute. Algunos con mínimos recursos podían arrendar o adquirir una parcela en las Lomas de Cupeycillos o en la Sierra de Candelaria, donde las fincas eran más baratas.

En los libros de registro de la notaría pública gibareña del siglo XIX, correspondientes a la etapa 1841-1900, aparecen asentados numerosos documentos relativos a la posesión de la tierra promovidos por canarios; lo que evidencia la preocupación de estos inmigrantes por afianzar los derechos adquiridos sobre sus fincas rusticas. Esto era incentivado además porque los comerciantes de tabaco que hacían prestamos a los propietarios de las pequeñas fincas dedicadas al cultivo de la hoja, exigían casi siempre una garantía hipotecaria, y esto requería que el bien inmueble comprometido al efecto fuese debidamente registrado ante notario[11].

Otras Ocupaciones

No todos los naturales de Islas Canarias asentados en Gibara se vincularon únicamente al trabajo agrícola. Entre los que ejercieron oficios estuvo José Rodríguez Amador, hábil carpintero de ribera que en 1865 construyó el pailebot Antonia, de cien pies de eslora[12], embarcación que hasta el día de hoy sigue siendo la mayor de las construidas en Gibara en todos los tiempos. También Jerónimo Fernández Calero, diestro ebanista que incursionó además en la alfarería y en la industria del azúcar. Otros como Pedro Triana y Juan Serrano, aunque tuvieron fincas rurales, se dedicaron también al comercio. Hubo en esta inmigración competentes fabricantes de cal entre los que destacó la familia Pérez asentada en las lomas de El Catuco.

Causas de la emigración canaria

Durante muchos años los canarios salieron de sus islas hacia otros territorios por distintas causas. Estas salidas tuvieron altibajos; la cantidad de personas que integró la diáspora varió de una época a otra, pero el flujo se mantuvo hasta la medianía del siglo XX. En un artículo editorial de la Revista “Carta de España” de febrero de 1979 se expresó:

La economía isleña desde la conquista de las islas hasta los años cincuenta de este siglo (siglo XX) se ha visto sometida a un solo factor: la agricultura. Primero fue el azúcar, hasta que América dominó la exportación de dicho producto, luego vino la elaboración de vino. Pero las colonias americanas se pierden y con ello el mercado exterior del vino. Después los ingleses descubren en las islas la cochinilla y un próspero mercado se abre entre Canarias y Londres, pero la química evoluciona y suple la cochinilla por otros productos colorantes. El campesino canario se ve envuelto en un clima de tanta inseguridad al estar sus cosechas sometidas a las “ordenanzas del mercado internacional” que no le queda más remedio que emigrar a Cuba o Venezuela. Y los que se quedan en las islas cultivando café, tabaco, seda, quedan con el enigma de qué comerán mañana. Hasta que a finales del siglo XIX y ya en el XX los ingleses promueven en Canarias el cultivo del plátano y del tomate y con ello se abre de nuevo el mercado de Londres [13]

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La dependencia de la agricultura implica también dependencia del agua tan necesaria a los cultivos; pero en gran parte del territorio de Canarias el agua es un recurso que no abunda. La posibilidad de dejar atrás las penurias y lograr una vida más desahogada allende los mares fue un incentivo permanente para la inmigración de los isleños a Cuba y otros territorios durante el siglo XIX.

Traslado de los canarios a Gibara

En Canarias se pusieron en juego distintos mecanismos para captar inmigrantes y traerlos a América. Hubo empresas que lucraban con el reclutamiento de personas que querían emigrar. Ante la poderosa atracción que ejercían las tierras de América, y especialmente Cuba, individuos no siempre bien intencionados, con ánimo de lucrar, organizaron redes encargadas de facilitar el cruce del Atlántico. Se interesaron en primer lugar los armadores de barcos que obtenían su ganancia del precio casi siempre exorbitante que cobraban por los pasajes. La comunicación que dirigió a uno de sus agentes reclutadores la firma “Vda. e Hijos de Juan Yanes” da una idea de cómo funcionó ese negocio:

Nos permitimos acompañarle anuncio de nuestra barca “Verdad”, que despachamos para los puertos de Gibara, Caibarién y La Habana a principios del próximo mes de enero con expedición de pasajeros. Rogamos a V. nos haga el favor de mandarlo fijar en los lugares de costumbre, encareciéndole al mismo tiempo reúna el mayor número de pasajeros para este buque, en lo que le suplicamos despliegue el mayor interés posible. Sabe V. que su comisión es de un duro por cada pasajero como de costumbre[14]

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A esto se unía el interés que hubo en algunos momentos por parte de las propias autoridades canarias por fomentar la salida de personas desde su archipiélago[15].

No todos disponían del dinero necesario para el viaje, pero en ocasiones hubo individuos dispuestos a facilitárselo para obtener a cambio algún beneficio de esa acción. La esperanza de lograr mejores condiciones de vida en Cuba llevó a algunos inmigrantes a realizar compromisos que hasta cierto punto iban en detrimento de su condición de hombres libres; así, el canario Domingo Rodríguez García tomó en préstamo del hacendado José Mir la cantidad de 51 pesos, equivalentes a tres onzas de oro, para costear su pasaje desde las Islas hasta Gibara, comprometiéndose a pagarle con un año de trabajo personal al arribar a Cuba[16].

La tradición oral señala con fuerza que la canaria María Hernández, dueña de una finca de varias caballerías en Cupeycillos, grande para la escala promedio de las propiedades rústicas locales, contrataba braceros en su isla natal, a los que pagaba el pasaje hasta Gibara, y luego los hacía trabajar en su propiedad hasta que le devolvían con creces el importe de todos los gastos del viaje[17]. Al parecer el mecanismo más efectivo para el arribo de canarios a Gibara fue la comunicación familiar. Complicadas redes de parentesco unían en muchos casos a los recién llegados con los que se habían establecido primero. La isla de La Palma, y especialmente el área de San Andrés y Los Sauces aportaron numerosos inmigrantes a la campiña gibareña, muchos de los cuales viajaron respondiendo al llamado de familiares y amigos que ya se habían establecido en esta región cubana[18].

Quienes llegaban a Gibara

En marzo de 1853 Manuel Sartorio, capitán pedáneo de Gibara envió un informe al Teniente Gobernador de la jurisdicción de Holguín dando cuenta del arribo al puerto del bergantín San Miguel, procedente de las Islas Canarias, el cual traía a bordo 106 inmigrantes. Una lectura cuidadosa de los datos aportados por Sartorio permite formarse una idea de cómo estaba compuesta la inmigración que arribaba a la comarca en la medianía del siglo XIX. Entre los pasajeros venían 10 familias de varias personas cada una. Cinco de estas eran matrimonios que viajaban acompañados por dos niños cada uno. Otros dos matrimonios traían tres hijos cada uno. Dos madres viajaban sin la compañía del esposo; una con tres niños y otra con siete. Un matrimonio sin hijos también realizaba el viaje. Además de estos diez grupos familiares dos hombres venían acompañados cada uno por un hermano menor y un tercero viajaba en compañía de una hermana. Los grupos familiares recibían solo una boleta de desembarco que recogía el nombre del responsable o jefe del grupo y la cifra y parentesco de quienes lo acompañaban. Viajaban en el barco 28 niños; cifra significativa. Once mujeres hacían el viaje solas y 33 hombres viajaban solos también. Si se excluyen 1 pasajero aislado, un núcleo familiar integrado por un matrimonio y tres niños, y una madre con 7 niños que manifestaron su deseo de continuar viaje hasta La Habana en el mismo barco (13 en total) los restantes (93), expresaron como su lugar de destino, además de Gibara, Fray Benito, Bocas, Velasco, San Andrés y Yareyal; todos dentro de la jurisdicción holguinera. Todo parece indicar que una buena parte de estos inmigrantes llegaron teniendo una idea bastante exacta del sitio donde iban a asentarse. El grupo de mujeres que viajaron solas puede ser indicativo de que venían a juntarse con sus novios o esposos, que les precedieron en el viaje. El hecho de que vinieran dos mujeres acompañadas solamente por niños permite inferir que viajaban a juntarse con el padre de éstos, quien muy posiblemente llegó primero para explorar las condiciones del lugar y luego decidió traer a su núcleo familiar, porque encontró un sitio adecuado para asentarse. No está visible, al menos en el informe, la presencia de un contratista a la caza de fuerza de trabajo tras estos inmigrantes. Más bien da la impresión de haber arribado al muelle un grupo de personas llenas de ilusiones que vienen a establecerse, al amparo o con la guía de familiares o amigos que van a orientar sus primeros pasos en esta tierra. A través de numerosas entrevistas y conversaciones informales sostenidas con inmigrantes canarios y sus descendientes en los últimos cincuenta años se ha podido comprobar que fue frecuente que las personas viniesen a establecerse en Gibara porque algún familiar o amigo les había precedido, y que al lanzarse a la a0ventura de cruzar el Atlántico tenían la certeza de que alguien les esperaba en la otra orilla para ayudarles a instalarse.

Los canarios a través de los Padrones vecinales

Al finalizar el año 1864 los capitanes de partido de la jurisdicción de Holguín rindieron informes a sus superiores jerárquicos sobre la población de cada cuartón que estaba bajo su autoridad, expresando cifras que reflejaban los lugares de nacimiento de los vecinos. En la pesquisa realizada en los archivos provinciales de Holguín y de Santiago de Cuba no hemos podido localizar la información correspondientes a la totalidad de los cuartones que conformaron el hinterland del puerto gibareño, pero si una muestra significativa de ellos, que aparece reflejada en la siguiente tabla. Esta información permitió cuantificar 1372 canarios, los que representaban el 11,84% de la población blanca de los lugares cuantificados[19].

Población Blanca de localidades cercanas a la bahía de Gibara según los padrones de 1864

Lugares Canarios Total de blancos % de canarios
Pueblo de Gibara 134 1 267 10,57
Ejidos de Gibara 110 485 22,68
Arroyo Blanco 118 385 30,64
Yabazón Abajo 100 719 13,91
Yabazón Arriba 64 818 7,82
Candelaria 126 944 13,35
Auras 94 797 11,79
Pedregoso 20 691 2,89
Jobabo 4 195 2,05
Managuaco 12 275 4,36
Almirante 9 436 2,06
Fray Benito 278 726 38,29
Corralito 128 537 23,84
La Palma 73 705 10,35
Velasco 48 1101 4,36
Los Alfonsos 18 815 2,2
Uñas 36 690 5,21
Totales 1 372 11 586 11, 84

Fuente: Archivo Provincial de Santiago de Cuba. Fondo Gobierno Provincial. Legajo 293, expediente 3, y Archivo Provincial de Holguín. Fondo Tenencia de Gobierno y Ayuntamiento. Legajo 93, expedientes 3438, 3456, 3458 y 3475.

Las localidades más cercanas al puerto coinciden con aquellas en las que se asentó mayor número de canarios, especialmente en Fray Benito, Arroyo Blanco y los ejidos de Gibara, lo que se relaciona con la práctica de una agricultura encaminada al comercio, que necesita fácil salida para sus productos. Rebasan también la media general de asentamiento Candelaria y Yabazón Abajo, lugares donde las comunicaciones eran relativamente fáciles para caballos y carretas y las distancias a los embarcaderos de los ríos Cacoyugüín y Gibara, y al puerto, no muy grandes[20]. Corralito, algo más alejado, pero con tierras muy fértiles y comunicado con Gibara a través de caminos medianamente transitables, está habitado por un número significativo de isleños. Cuentan también con cifras de estos inmigrantes superiores al 10 % de la población blanca, La Palma, Auras y el pueblo de Gibara. En este último vivían 134 isleños, lo que representaba el 10,57 % de la población urbana blanca. En las localidades más distantes del puerto es escaso el número de inmigrantes canarios avecindados, de tal forma que en Velasco sólo representaban el 4,96 % de la población blanca, en Jobabo el 2,05 %, y en Almirante el 2,06 %.

Matrimonios con presencia canaria en la parroquia de Jesús del Monte de Auras

En estudios realizado a los libros de matrimonios de la Parroquia de Jesús del Monte de Auras, que abarcó un período de 15 años divididos en dos etapas; la primera incluyó desde 1873 hasta 1881, y la segunda desde 1885 hasta 1890[21].

Se procesó además el informe que aportó la visita eclesiástica que en 1853 permaneció varios días en Auras, tiempo en el que efectuó 114 matrimonios. En la etapa analizada, de un total de 1016 matrimonios efectuados en la Iglesia de Jesús del Monte, en 98 hubo presencia canaria al menos en uno de los contrayentes, lo que representa el 9,46 % del total. En 14 de estos matrimonios ambos cónyuges habían nacido en Islas Canarias. Estas cifras corresponden a una sola parroquia de las tres que abarcaban el territorio gibareño. No se han cuantificado los datos correspondientes a las de San Fulgencio de Gibara y de Santa Florentina de Fray Benito, zonas de alta presencia de canarios en la época; no obstante, los datos obtenidos en el registro parroquial de Auras y en los padrones vecinales que se conservan en los archivos de Holguín y Santiago de Cuba evidencian una alta presencia de estos inmigrantes en el territorio cercano al puerto de Gibara.

Fuentes

Doimeadiós Cuenca, Enrique. Historiador de Gibara. Trabajo: Canarios en Gibara en el siglo XIX.

Referencias

  1. La pérdida de gran parte de la información demográfica sobre la región, como consecuencia del incendio de Bayamo en enero de 1869, es un obstáculo que hace difícil seguir la raíz canaria de muchas familias domiciliadas inicialmente allí
  2. Ver Ávila del Monte, Diego de: Origen del hato de San Isidoro de Holguín Imprenta El Oriental, Holguín, 1865, p p 66 y 68
  3. Ver Ávila del Monte, Diego de: Origen del hato de San Isidoro de Holguín Imprenta El Oriental, Holguín, 1865, p p 80
  4. Mireya Durán Delfino, Apuntes sobre la vida de una holguinera ilustre: Doña victoriana de Ávila González de Ribera. En Revista Gibara, Nº 1, Enero Abril de 1999
  5. . En 1798 José Romero contrajo matrimonio con María Victoriana de Ávila y González de Ribera, integrante de una de las familias de más antiguas de Holguín. Él aportó al matrimonio un capital de cinco mil pesos. Llamado por Francisco de Zayas y Armijo, Teniente Gobernador de Holguín, Romero se estableció en el nuevo pueblo de Gibara desde el mismo momento de su fundación. Allí construyó el muelle mejor situado y de mayor valor de uso del puerto, fue fundador de una compañía comercial y atendió también responsabilidades gubernamentales, que le encomendó especialmente el Teniente Gobernador. No en balde José Romero era en el naciente pueblo de Gibara el hombre de confianza de Zayas y el vecino de más carácter y caudales.
  6. Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su Jurisdicción. Establecimiento Tipográfico de Martin Bim, gibara, 1894, página 451
  7. Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su jurisdicción. Establecimiento Tipográfico de Martín Bim. Gibara, 1894. Página 254
  8. La numerosa documentación legal generada por los canarios establecidos en Gibara y las anécdotas atesoradas por la memoria familiar, los muestran relacionados con la agricultura comercial y en continua interacción con el mercado. Nacidos en pequeñas Islas situadas en la encrucijada de tres continentes, en su tierra ancestral era corriente la vinculación con el mar y el comercio.
  9. En más de una ocasión campesinos de estos lugares han perdido la vida al caer por accidente en estas furnias mientras cazaban jutías. Algunas de estas oquedades tienen más de 50 metros de profundidad. Esto da una idea del peligro que representan. (Al menos dos de estos hechos han ocurrido en los últimos cuarenta años)
  10. F. Figueras: Cuba y su evolución colonial La Habana 1907, p 357 (Citado por Paz, Manuel de y Manuel Hernández en: La esclavitud blanca: Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX. .Litografía Romero S.A. , Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 1993, p 71)
  11. . A fines del siglo XIX y principios del XX, la pequeña propiedad rústica de los campesinos canarios y sus descendientes asentados en el territorio gibareño, constituyó un valladar no despreciable para las grandes empresas norteamericanas, que invirtieron en Cuba en esa etapa. Estos campesinos, extraordinariamente apegados a las fincas que cultivaban con esmero se negaron a vender sus posesiones. Acostumbrados a moverse con éxito en los laberintos de la complicada legislación española, con sus títulos de propiedad debidamente legalizados ante notario e inscriptos en los registros correspondientes no podían ser desalojados con facilidad, por eso las empresas norteamericanas fueron a otros lugares de la geografía insular donde les resultó más fácil y barato obtener tierras. Se evitó así la confrontación con los labriegos que ocupaban el hinterland del puerto, y esto dio lugar a que los terrenos de los alrededores de Gibara sigan siendo hasta nuestros días un fértil venero de producción agrícola en manos de numerosas familias campesinas, descendientes de canarios.
  12. Museo Municipal de Gibara. Fondo Protocolos Notariales. Notario Carlos de Aguilera. Año 1865. Anotaciones correspondientes al día 21 de octubre
  13. Revista Carta de España, febrero de 1979. Editorial, p1
  14. Paz, Manuel de y Manuel Hernández: “La esclavitud blanca: Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX.”.Litografía Romero S.A. , Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 1993. P 91
  15. Ver: Paz, Manuel de y Manuel Hernández en: “La esclavitud blanca: Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX.”. Litografía Romero S.A. , Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 1993.. Página 172 Museo de Historia Municipal de Gibara. Fondo Protocolos Notariales libro 11 folio 4
  16. Museo de Historia Municipal de Gibara. Fondo Protocolos Notariales libro 11 folio 4
  17. Doña María Hernández fue un personaje singular: En entrevista concedida en 1980 al autor de esta ponencia, Nicolás Hernández Hernández, hijo de María, contó que ésta ayudó a los mambises en su finca de Cupeycillos durante la guerra de 1895 y fue hecha prisionera por los españoles tras ser delatada por un vecino en 1896. En diciembre de ese año, al llegar a Gibara la noticia de la muerte de Antonio Maceo, ella y Nicolás, quien entonces era un niño de 11 años, estaban presos en la Batería Fernando VII, cuando los españoles hicieron una gran fiesta por la muerte del héroe cubano. A María y a Nicolás les llevaron un suculento guisado de ternera que era parte del festín, pero ambos se negaron a comerlo en señal de duelo por la sensible pérdida.
  18. Numerosas entrevistas realizadas por el autor a descendientes de canarios asentados en el campo gibareño así lo confirman.
  19. Los datos reflejados se tomaron del padrón de 1864. La información correspondiente a Potrerillo, que no fue posible localizar, es quizás la falta más significativa en este cuadro. Las cifras correspondientes a Cupeycillos están incluidas en Arroyo Blanco.
  20. La distancia desde Candelaria y Auras hasta el embarcadero del Cacoyugüín es de unos diez kilómetros en cada caso, y al puerto de unos 15 kilómetros; mientras que Yabazón Abajo dista menos de 10 kilómetros de el embarcadero del río Gibara, y unos 15 kilómetros del puerto.
  21. La Iglesia Parroquial de Jesús del Monte de Auras se consagró en octubre de 1872, Se cuantificó a partir de 1873 para registrar años completos.