Usuario:Rosarino/Taller/Contradicciones en la Biblia

Contradicciones sobre si habrá vida tras la muerte

La muerte es el final y no hay nada más allá:

  • Josué 23:14
  • Job 7:9
  • Job 14:10-14
  • Job 20:7
  • Salmos 6:5
  • Salmos 31:17
  • Salmos 88:5
  • Eclesiastés 3:19
  • Eclesiastés 9:5
  • Eclesiastés 9:10
  • Isaías 38:18

La muerte no es el final porque habrá una resurrección de muertos:

  • 1 Reyes 17:22
  • 2 Reyes 4:32-35
  • 2 Reyes 13:21
  • Isaías 26:19
  • Ezequiel 37:12
  • Daniel 12:1
  • Mateo 9:24-25
  • Mateo 25:46
  • Mateo 27:52-53 (verso interesante, porque habla de la primera aparición zombi en estos mitos)
  • Marcos 5:39-42
  • Lucas 7:12-15
  • Lucas 9:30
  • Lucas 14:14
  • Lucas 20:37
  • Juan 5:28-29
  • Juan 11:39-44
  • Hechos de los apóstoles 26:23
  • 1 Corintios 15:16
  • 1 Corintios 15:52
  • 1 Juan 2:25
  • Apocalipsis 20:12-13

Algunas contradicciones

  • Los árboles fueron creados antes de que el hombre fuese creado. Génesis 1:11-12, 26-27
  • El hombre fue creado antes de que se crearan los árboles. Génesis 2:4-9

  • Las aves fueron creadas antes de que el hombre fuese creado. Génesis 1:20-21, 26-27
  • El hombre fue creado antes de que se crearan las aves. Génesis 2:7, 19

  • Los animales fueron creados antes que el hombre fuese creado. Génesis 1:24-27
  • El hombre fue creado antes de que los animales fuesen creados. Génesis 2:7, 19

  • Hombre y mujer fueron creados al mismo tiempo. Génesis 1:26-27
  • El hombre fue creado primero, la mujer poco después. Génesis 2:7, 21-22

  • El dios Yahvé destruye todo el ganado (incluyendo los caballos) pertenecientes a los egipcios. Éxodo 9:3-6
  • El pueblo y el ganado sufren de sarpullidos. Pero todo el ganado estaba muerto por la mano de Yahvé, tres versículos antes). Éxodo 9:9-11
  • El dios Yahvé mata a todos los hijos mayores de los egipcios, incluido su ganado. (Pero todos los animales egipcios, tanto madres como crías, habían muerto tres capítulos antes). Éxodo 12:12, 29
  • Después de que el dios Yahvé mató a todos los caballos egipcios, los egipcios persiguen a Moisés... a caballo. Éxodo 14:9

  • Dios dio la ley a Moisés directamente (sin usar un intermediario). Éxodo 20:1-17
  • La ley fue ordenada por medio de los ángeles a un mediador (intermediario). Gálatas 3:19

  • Dios es fiel y veraz. Él no miente. Dios nunca romperá una promesa. Éxodo 34:6, Deuteronomio 7:9-10, Tesalonicenses 1:2
  • Dios rompe su promesa. Números 14:30

  • El sumo sacerdote no rasgará las vestiduras. Levítico 21:10
  • El sumo sacerdote se rasga las vestiduras durante el juicio de Jesús. Mateo 26:65, Marcos 14:63

  • Los niños no deben sufrir por los pecados de sus padres. Deuteronomio 24:16, 2 Reyes 14:6, 2 Crónicas 25:4, Ezequiel 18:20
  • La muerte se transmite de padres a hijos por el pecado del primer padre: Adán. Romanos 5:12, 19, 1 Corintios 15:22

El grafico interactivo (en inglés) está disponible en este sitio web (en inglés): http://bibviz.com

La mención a los camellos en la Biblia permite datar el siglo en que se crearon las leyendas de Abraham, José y Jacob

Utilizando la datación por radiocarbono, expertos de la Universidad de Tel Aviv determinaron el momento en el que los camellos domesticados llegaron al sur de la región del Levante ―Israel y Palestina―.[1]

Mediante el análisis de las evidencias arqueológicas de los lugares de producción de cobre del valle de Aravá, hemos sido capaces de estimar la fecha de este acontecimiento en términos de décadas en lugar de siglos.
Eres Ben-Yosef, arqueólogo, coautor del artículo científico[1]

Los camellos se mencionan como animales de carga en las leyendas veterotestamentarias de Abraham, José y Jacob, que los seguidores de la Biblia afirman que habrían sucedido entre los años 2000 y 1500 a. n. e.

Sin embargo, el nuevo estudio asegura que la llegada de los camellos domesticados a Tierra Santa recién ocurrió en una época comprendida entre los años 1200 y 900 a. n. e.[1]

Según esta investigación, los camellos domesticados cruzaron desde la península arábiga hasta Palestina a través del valle de Aravá, que se extiende a lo largo de la frontera entre Israel y Jordania desde el mar Muerto hasta el mar Rojo.

Además de cuestionar la historicidad de la Biblia, este anacronismo es una prueba directa de que el texto se redactó mucho después de los acontecimientos que describe. Se han encontrado unos pocos huesos de camellos en capas arqueológicas muy anteriores ―del Neolítico o incluso antes― y pertenecían a camellos salvajes que vivían en el sur de Palestina e Israel.
Eres Ben-Yosef, arqueólogo, coautor del paper científico[1]

Algunas contradicciones de la Biblia según Voltaire

El escritor y filósofo Voltaire (1694-1778), en su Diccionario filosófico o La razón por el alfabeto o Diccionario filosófico portátil (1764) presenta algunos argumentos que fueron concebidos como una máquina de guerra contra «la Infamia». Debido a que en esa época la Iglesia tenía un gran poder político y ejecutaba en la hoguera a cualquiera que presentara opiniones diferentes al dogma católico, Voltaire presenta sus argumentos como una crítica católica contra los dichos de otros autores:

Debemos distinguir con mucho cuidado, sobre todo en los libros sagrados, las contradicciones aparentes de las reales. El Libro del pentateuco asegura que Moisés fue el más benigno de los hombres, y mandó degollar 23 000 hebreos porque adoraban al «becerro de oro» y 24 000 por tener trato carnal o ―como él mismo había hecho― por haberse casado con mujeres madianitas. Pero sabios comentaristas probaron de un modo irrecusable que Moisés era apacible y cariñoso, y que solo por dar gusto a Dios hizo asesinar a esos 47 000 israelitas culpables.

Atrevidos críticos han creído encontrar una contradicción en el pasaje que refiere cómo Moisés convirtió toda el agua de Egipto en sangre, y que los magos de Faraón realizaron en seguida el mismo prodigio, sin que el Libro del éxodo coloque ningún intervalo de tiempo entre el milagro de Moisés y la operación mágica de los encantadores. A primera vista parece imposible que esos magos pudieran convertir en sangre lo que ya era sangre; pero esa dificultad queda vencida si suponemos que Moisés había permitido que las aguas volvieran a adquirir su primitiva naturaleza, para dar tiempo a que llevaran a cabo su operación los magos de Egipto. Esta suposición es hasta cierto punto verosímil, porque si el texto no la favorece expresamente, no se opone a ella.

Los mismos críticos incrédulos se preguntan también: «¿Cómo pudo ser que Faraón persiguiera con su caballería a los judíos, cuando todos sus caballos habían muerto de la gran lluvia de granizo de hielo mezclado con fuego que cayó en todo el país de Egipto durante la séptima plaga?» (Libro del éxodo 9, 13-35). Pero esto también es una contradicción aparente, porque la piedra que mató a los caballos que estaban en los campos no pudo causar ningún daño a los que estaban metidos en las cuadras bajo techado. Con un poco de buen deseo todo puede explicarse.

Una de las mayores contradicciones que han creído encontrar en el Libro de los reyes es la carencia total de armas ofensivas y defensivas en que se encontraron los judíos al advenimiento del rey Saúl, y que luego se dice que Saúl capitaneaba 330 000 combatientes que pelearon contra los amonitas que estaban sitiando las ciudades de Jabes y Galaad. Efectivamente, refiere el susodicho Libro de los reyes que entonces, y hasta después de esa batalla, el pueblo hebreo no poseía ni una lanza ni una sola espada; que los filisteos habían impedido que los hebreos forjaran lanzas y espadas; que los hebreos se veían obligados a ir al pueblo de los filisteos para afilar la hoja de sus arados, de sus azadas, de sus hoces y de sus podaderas. Semejante confesión parece que pruebe que los hebreos eran escasos en número, y que los filisteos constituían una nación poderosa, que tenía a los israelitas bajo su yugo y tratándolos como esclavos, por lo que no era posible que Saúl hubiera podido reunir 0,33 millones de combatientes.[2]

El reverendo padre Calmet dice que «es creíble que hay algo de exageración en lo que se refiere de Saúl y de Jonatás»; pero ese sabio sacerdote olvida que los otros comentaristas atribuyen las primeras victorias de Saúl y de Jonatás a uno de los milagros evidentes que Dios se dignaba hacer con frecuencia en favor de su pueblo predilecto.[3] Jonatás, solo con su escudero, comenzó matando a 20 000 enemigos, y los filisteos, asombrados, acabaron matándose unos a otros. El autor del Libro de los reyes dice que eso fue un milagro de Dios. No hay, pues, en ello contradicción.

Los enemigos de la religión cristiana, Celso (150-200), Porfirio (232-304) y Juliano (332-363), han agotado la sagacidad de su talento ocupándose de esta materia. Algunos autores judíos se prevalieron de las ventajas que les proporcionó la superioridad de su conocimiento en la lengua hebrea para publicar estas contradicciones aparentes, consiguiendo que los copiaran varios autores cristianos, entre ellos Lord Herbert, William Wollaston (1659-1724), Tindall, Toland, Collins, Shaftesbury, Woolston, Gordon, Bolingbroke (1678-1751) y otros autores de diversos países. Freret, secretario perpetuo de la Academia de Bellas Artes de Francia, y el sabio Leclerc, creen encontrar algunas contradicciones, pero dicen que pueden atribuirse a los copistas, y otros críticos han pretendido explicar y reformar las contradicciones que les parecían inexplicables.

Dice un libro peligroso, escrito con mucho talento,[4] que Mateo y Lucas atribuyen cada uno de ellos a Jesucristo una genealogía diferente, y para que no se crea que esas creencias son insignificantes, trata de convencer al que lo dudare, haciendo leer a san Mateo en el capítulo I y a san Lucas en el capítulo III, para que se vea que hay quince generaciones más en un evangelista que en el otro; que desde el rey David ambos árboles genealógicos se separan por completo, que vuelven a reunirse en Salathiel, pero que después del hijo de este se separan otra vez, y no vuelven a reunirse hasta José, el padre putativo de Jesucristo. En la misma genealogía incurre san Mateo en manifiesta contradicción, porque dice que Osías era padre de Jonatás, y en los Paralipómenos I (capítulo 3) se encuentran tres generaciones entre ellos ―a saber: Joás, Amasías y Azarías―, de los que no se ocupan Mateo ni Lucas. Además, esa genealogía no tiene nada que ver con Jesús, porque según nuestra ley, José no tuvo ningún comercio con la Virgen María.

San Epifanio concilia las dos genealogías de otra manera. En su opinión, Jacob Pantera desciende del rey Salomón, es padre de José y de un tal Cleofás. José tuvo de su primera esposa seis hijos: Jacobo, Josué, Simeón, Judas, María y Salomé. Luego se casó con la Virgen María, madre de Jesús, hija de Joaquín y de Ana.

También se explican de otros modos esas dos genealogías. Véase la obra de Calmet titulada Disertación en la que se prueba a conciliar a san Mateo con san Lucas sobre la genealogía de Jesucristo.

Los sabios incrédulos a que aludimos, que se han ocupado en comparar fechas, estudiar libros y medallas, confrontar los autores más antiguos, buscando la verdad con afán, y cuya ciencia les hace perder la simplicidad de la fe, dicen que san Lucas contradice a los evangelistas y que se equivoca en lo que dice respecto al nacimiento del Salvador. He aquí lo que temerariamente explica el anónimo autor del Análisis de la religión cristiana (página 23):

San Lucas dice que Cirenio gobernaba la Siria cuando Augusto mandó confeccionar el empadronamiento del Imperio romano. Veamos las muchas falsedades que hay en esas pocas palabras. Tácito y Suetonio, los dos historiadores antiguos más exactos, nada dicen de ese supuesto empadronamiento del Imperio, que indudablemente hubiera sido acontecimiento extraordinario, porque no se hizo en el reinado de ningún emperador, o por lo menos ningún autor dice que se hiciera. Cirenio fue a Siria diez años después de la fecha que marca Lucas, en cuya fecha la gobernaba Quintilio Varo, según refiere Tertuliano y confirman las medallas.

Efectivamente, en el Imperio romano no se conoció el empadronamiento. Solo había sido costumbre realizar un censo exclusivamente de los ciudadanos de Roma. Es posible que los copistas hayan puesto «empadronamiento» por «censo». Respecto a Cirenio, a quien los copistas llaman Quirino, debemos decir que no era gobernador de la Siria en la época del nacimiento de Jesús, porque la gobernaba Quintilio Varo, pero es posible que este enviase a Judea a Cirenio, que le sucedió en el mando de la Siria diez años después. No debemos callar que esta explicación no nos satisface por completo. El censo formado durante el imperio de Augusto no se refiere a la época del nacimiento de Jesucristo; además, los judíos no estaban comprendidos en ese censo y José y su esposa no eran ciudadanos romanos. María no pudo, pues, salir de Nazaret, que está en el extremo norte de la Judea, a 12 km del monte Tabor y en medio del desierto, para ir a parir a Belén, que dista 145 km al sur de Nazaret. Pero sí que pudo suceder fácilmente que Cirenio fuese a Jerusalén enviado por Quintilio Varo para imponer un tributo por cabeza, y que José y María recibiesen la orden del magistrado de Belén de presentarse en dicha aldea, que es donde nacieron, para pagar el referido tributo. Explicado de esa manera, no hay ninguna contradicción.

Los críticos pueden inutilizar esta solución, diciendo para refutarla que Herodes era el único que imponía tributos; que los romanos no cobraban nada de la Judea; que Augusto permitió que Herodes fuese dueño absoluto de su país mediante la contribución que dicho idumeo pagaba al Imperio romano. Pero en caso de necesidad pudo haberse puerto de acuerdo con un príncipe tributario y enviar un intendente para establecer acordes la nueva contribución.

Nosotros no diremos, como otros muchos, que los copistas han cometido muchas equivocaciones, y que se encuentran más de diez mil en la traducción que ha llegado a nuestras manos. Preferimos decir, haciendo coro a los doctores y a los hombres más ilustrados, que los Evangelios se nos dieron para enseñarnos a vivir santamente, y no para que sabiamente los critiquemos, pues no están hechos para resistir ninguna crítica.

Estas contradicciones causaron un efecto terrible y deplorable en Jean Meslier, cura de Etrepigny, en la Champaña. Este sacerdote, virtuoso y caritativo, pero sombrío y melancólico, estaba leyendo siempre la Biblia y los santos Padres con un ensimismamiento que le fue fatal. Le convirtió en un ser rebelde, siendo como era un pastor que debía enseñar docilidad a su rebaño. Las contradicciones que creyó encontrar en esos libros le exaltaron hasta tal punto, que creyó encontrarlas en Jesús ―que nació judío y enseguida fue reconocido como un dios―, contradicciones en Dios ―conocido al principio como el hijo de José el carpintero y como el hermano de Jacob, pero descendido de un empíreo que no existía, con la idea de desterrar el pecado del mundo, y dejándolo, sin embargo, lleno de crímenes―; contradicciones en Dios ―nacido descendiente de David por parte de su padre, un miserable artesano que en realidad no había sido padre suyo―; contradicciones en el Creador de Todos los Mundos y el nieto de la adúltera Betsabé, bisnieto de la impudente Ruth, tataranieto de la incestuosa Tamar, chozno de la prostituta de Jericó y descendiente de la mujer de Abraham, que un rey de Egipto secuestró y violó, y quien luego fue vuelta a secuestrar y violar a la edad de noventa años.

Meslier pregonó con monstruosa impiedad esas supuestas contradicciones que le chocaron, y cuya solución le hubiera sido fácil encontrar si hubiese sido fácil de espíritu. Su tristeza fue aumentando gradualmente en la soledad en que vivía, y tuvo la desgracia de tomar horror a la santa religión, siendo como era el encargado de predicarla. Y oyendo nada más que a su razón perturbada y seducida, abjuró del cristianismo en un testamento ológrafo, del que cuando murió, en 1732, dejó tres copias. El extracto de dicho testamento se imprimió varias veces, e inútil es decir el escándalo que movió. Puede comprenderse el pésimo efecto que causaría en el público un cura que pide perdón a Dios y a sus feligreses en la hora de la muerte por haberles enseñado los dogmas del cristianismo; que execra a los cristianos porque muchos de ellos son perversos, truena contra el fausto de Roma y contra las contradicciones de los sagrados libros; y habla del cristianismo como Porfirio, como Epicteto, como Marco Aurelio, como Juliano, cuando va a comparecer en presencia de Dios.

De este mismo modo, el desgraciado predicador Antonio, engañado por las contradicciones que creyó ver entre la nueva y la antigua ley, dio el mal paso de apostatar de la religión cristiana y de inscribirse en la religión judía; pero más valiente que Juan Meslier, prefirió morir a retractarse.

En el testamento de Juan Meslier se ve de un modo indudable que las contradicciones que se encuentran en los Evangelios le trastornaron la cabeza, siendo un cura de virtud rígida. Trastornaron a Meslier las dos genealogías que le parecieron contradictorias, y no pudiendo conciliarlas, se sublevó e irritó, viendo que san Mateo hace ir al padre, a la madre y al hijo a Egipto, después de recibir el homenaje de los tres reyes magos de Oriente, y que el anciano Herodes, temiendo que le destronara un niño que acababa de nacer en Belén, mandó degollar a todos los niños para evitar su destronamiento. Le extraña que ni san Lucas, ni san Juan, ni san Marcos hablen de semejante matanza. Queda confundido cuando lee que san Lucas hace que permanezcan en Belén san José, la Virgen María y Jesús, y que después se retiren a Nazaret, pero debía saber que la santa familia podía ir primero a Egipto y algún tiempo después a Nazaret. Si san Mateo es el único que refiere lo de los tres magos, lo de la estrella que les siguió desde el centro de Oriente hasta Belén y lo de la matanza de los niños, y si los otros evangelistas no se ocupan de nada de esto, no significa por ello que se contradigan, porque callar no es contradecir.

Si los evangelistas san Mateo, san Marcos y san Lucas no dan mas que tres meses de vida a Jesucristo desde que fue bautizado en Galilea hasta que recibió el suplicio y la muerte en Jerusalén, y si san Juan le hace vivir tres años y tres meses, es fácil poner de acuerdo a san Juan con los otros tres evangelistas, ya que aquel no dice expresamente que Jesucristo predicó en Galilea durante tres años y tres meses, sino que solo se infiere de sus palabras. ¿Por simples razones de controversia, por simples inducciones, por contradicciones de cronología, debemos renunciar a una religión que nos hace felices?

Meslier sigue dudando:

Es imposible poner de acuerdo a san Mateo y a san Lucas, cuando el primero dice que Jesús, al salir del desierto, fue a Cafarnaúm, y el segundo dice que fue a Nazaret. San Juan afirma que Andrés fue el primer apóstol que se afilió a Jesucristo, pero los otros evangelistas dicen que fue Simón Pedro.

Supone también que se contradicen respecto al día en que Jesús celebró la Pascua, y también respecto a la hora de su suplicio, al sitio y a las épocas de su aparición y resurrección. Y está convencido el desventurado cura de que libros que se contradicen no pueden ser inspirados por el Espíritu Santo. Pero no es dogma de fe que el Espíritu Santo haya inspirado todas las palabras, ni que dirigiera las manos de todos los copistas; dejó obrar a las segundas causas. Bastante fue que se dignara revelarnos los principales misterios y que, andando los tiempos, instituyera una Iglesia para explicárnoslos. Todas esas contradicciones que se achacan a los Evangelios las han descubierto los sabios comentaristas; pero en vez de perjudicarse, se explican unas con otras, prestándose mutuo auxilio y armonizando los cuatro Evangelios. Si encontramos algunas dificultades que no se pueden explicar, profundidades que no es posible comprender, aventuras increíbles, prodigios que sublevan la débil razón humana y contradicciones que no se pueden conciliar, esto es sin duda para poner a prueba nuestra fe y humillar la soberbia del hombre.|Voltaire: capítulo «Contradicciones» del libro Diccionario filosófico.[5]}}

Fuentes

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