Anexo:La hacienda comunera Ciego de Ávila

La hacienda comunera Ciego de Ávila. La hacienda Ciego de Ávila constituye el asiento de la actual ciudad capital provincial. Tiene su antecedente más antiguo en el hato de ese nombre mercedado en el siglo XVI a un conquistador español de apellido Ávila en tierras del cacicazgo de Ornofay. Entre ese entonces y la primera mitad del siglo XIX dentro del hato se produjo un proceso de “atomización” de la posesión de la tierra que lo transformó en hacienda comunera. Las principales causas del mismo fueron las herencias y las compra-ventas. Muestra de ello se constata al comparar la relación nominal de los comuneros existentes en 1863 con la de 1846: pasaron de 37 a 90. En las compra-ventas se destacaron las realizadas por José Antonio Rodríguez Vanegas, el conde de Villamar y el presbítero José Santa Clara Valdés. La zona avileña fue escenario del amplio proceso de demolición de haciendas comuneras que se produjo en las primeras décadas del siglo XIX en la jurisdicción de Sancti Spíritus, en la que ya hacia 1868 estaba demolida la mayoría de las existentes. El deslinde de la hacienda Ciego de Ávila se practicó según lo establecido en el Voto Consultivo o Auto acordado por la Audiencia de Santa María de Puerto Príncipe, de fecha 1ro de abril de 1819 en el que se confundían el enjuiciamiento, la técnica del agrimensor y el derecho civil

Peculiaridades de la hacienda

En el siglo XIX la hacienda Ciego de Ávila tuvo peculiaridades que respondieron a factores endógenos y exógenos: contener en su interior, prácticamente en su centro, un núcleo poblacional (Ciego de Ávila), el más importante en todo el trayecto entre las entonces villas de Sancti Spíritus y Puerto Príncipe; estar atravesada, de oeste a este, por la principal vía de comunicación terrestre de la isla de Cuba: el Camino Real de la Habana a Santiago de Cuba; tener hacia su parte más central una posta de correos; poseer tierras de excelente calidad para la crianza de ganado, tal como lo destacó Juan Pérez de la Riva:” suelos que son capaces de sextuplicar los rendimientos normales en relación con otras regiones de la isla en cuanto a la producción de cabezas de ganado vacuno por hectáreas”; integrar la capitanía pedánea que más ganado poseía dentro de la jurisdicción de Sancti Spíritus, de la que formaba parte en lo político-administrativo: en 1846 dicha capitanía tenía 14 341 cabezas de ganado vacuno; disponer de vías de comunicación terrestre que la enlazaban con el mar, en especial con el del sur, a través de las cuales sostenía la compra-venta de productos, comercio en que resulta imposible descartar el contrabando; tener la cercanía —y vías de comunicación terrestre— con los dos ingenios más importantes de la zona: el Resurrección y el Soledad; que uno de los condueños ostentara título nobiliario: el de conde de Villamar; recibir influencias económico-sociales de dos de las primeras villas de Cuba, cabeceras de regiones históricas distintas, Sancti Spíritus y Puerto Príncipe, con mayor intensidad de la primera por su mayor proximidad; tener dentro de sí la presencia de la esclavitud, pero no con predominio extensivo del tipo plantacionista —que se concentra en los ingenios ya referidos— sino doméstica, de lo que resulta indicio la elevada cifra de bautizos individuales que de esclavos se realiza en ese siglo XIX por vecinos —de ambos sexos— de la capitanía pedánea de Ciego de Ávila.

Ubicación, extensión y actividades productivas

La excelente posición geográfica de la hacienda y su riqueza ganadera llevaron a que a fines del siglo XVIII fuese propuesta la creación allí de un núcleo poblacional. Según el “Plano demostrativo del deslinde de Ciego de Ávila ” confeccionado por el agrimensor Fabio Freire (aparece también en la documentación como Freyre), fechado el 12 de abril de 1848, la hacienda tenía como limites: al norte y noreste, el realengo Piedras (en la leyenda del plano también aparece como “la Jurisdicción de Piedras”);al noroeste, Jicotea; al sur, el realengo Santa Rita, alias “Sabana la mar”; al sureste: el realengo San Juan Nepomuceno (en el plano aparece su punto limítrofe con el realengo Santa Rita: cercano al camino a Las Coloradas); al suroeste, la “Ceiba” ; al este, Altamisas, y al oeste: Jicotea.
Como centro de la hacienda Ciego de Ávila Freire tomó el jagüey que había sido empleado en el siglo anterior (1747) por Gregorio José Franco, agrimensor público de la capital de la Isla y su jurisdicción, en ocasión de realizar, como Comisionado del Señor Gobernador y Capitan general de la Habana, mediciones para fijar los límites de un realengo entre las jurisdicciones de Sancti Spíritus y Puerto Príncipe. Fabio lo ratificó tras demostrar su validez frente a otro, un tamarindo, establecido en 1810 por Pedro Morell al trabajar en mediciones del realengo La Güira.
La hacienda Ciego de Ávila tenía una extensión, según el “Estado de reparto del Ciego de Ávila”, del 30 de octubre de 1863, de 1 588 caballerías y 4 cordeles. Esta cifra se redujo a 1 493 caballerías a la hora de entregar los enteros a causa de tener que descontar: 82 caballerías, que perdió por la parte de Jicotea; y otras 13 caballerías y 130 cordeles, por concepto de caminos.
El análisis de la toponimia en el plano general de la hacienda (1848), en los planos de más de una decena de sus enteros (1863-1864), y en la documentación del proceso de deslinde permite una aproximación, con elevado grado de certeza, a las actividades productivas que además de la ganadería —que era la principal— se realizaban en la hacienda: curtido de cueros del ganado vacuno, lo indica el lugar “La Tenería” existente fuera del poblado, al sur de este; elaboración de tasajo, la sugiere el lugar nombrado “la Tasajera”, ubicado también fuera del poblado, al sureste; apicultura, de lo cual indicio significativo resulta el lugar nombrado “Sitios de Colmenar”, a lo que se añade lo apuntado por Fabio Freire sobre la crianza de colmenas; producción a partir de la caña de azúcar, lo indica la existencia del “trapiche de Estrada”, ubicado cerca del poblado, al noreste; producción de tejas, de lo que resulta demostrativo la existencia del tejar “Las Alegrías” (propiedad de José Antonio Rodríguez Vanegas) a la salida del poblado, a la vera del Camino Real rumbo al oriente, en las cercanías del arroyo Manchaca (cerca de donde hoy está la rotonda). Otros lugares señalizados en el plano general de la hacienda nos indican la existencia de puercos: tres babineyes, y dos corojales.
A ello se unía la existencia de riqueza forestal —aunque ya notoriamente mermada en lo que a maderas preciosas se refería— expresada en los términos de “Terrenos de montes”, que con reiteración aparecen en los documentos.
Llama la atención, sin que aún pueda precisarse su significado exacto para el caso de la hacienda que nos ocupa, el empleo en los referidos planos de la palabra sitio. Se considera —a manera de hipótesis— sea para designar espacios que dentro de la hacienda se dedicaban a la vez que a la ganadería (como actividad principal) a otras actividades productivas, en especial la agricultura para la alimentación humana; por lo que no se descarta pudiese corresponder a la definición (en su parte final) dada por el experto José Rafael Cañizares. Entre los sitios nombrados aparecen: San Clemente, Tablas, La Aguadita, Zaragoza, El Hicaco, San Lorenzo, Ceiba, Capitán, La Tasajera, Retiro, Balboa, Las Coloradas, Jiquimal, La Güira, Cayo Gabriel, La Gloria, Guano de Jaba (también nombrado Guano Jaba), El Tirante, La Zanja, La Guajaca, La Yamagua y el de Martínez.
La toponimia también permite un acercamiento a la fe católica entre los comuneros al aparecer lugares con nombres del santoral, entre ellos: San Pedro, San Lorenzo, San Clemente, San Bartolomé, Santa Isabel, San José, San Agustín y San Antonio.

Breve caracterización topográfica: 1862

Hasta el presente uno de los documentos que, de forma sintetizada, aporta más información sobre la topografía de la hacienda Ciego de Ávila en el siglo XIX es la descripción realizada por el agrimensor Fabio Freire en el año 1862 quien hace constar que es su área de dos leguas á la redonda, siendo de notar la deformidad ocasionada por el deslinde de Hicoteas que se halla ejecutoriado ” y que sus montes producen con abundancia flores y frutos propios para la crianza de colmenas y cochinos; y aunque abundaban en maderas preciosas escasean hoy por razón de haberlas extraído Casi en su totalidad: sus sabanas no pueden graduarse de inútiles en razon que pacen muy bien los ganados.”
Precisa que en los terrenos de la hacienda corrían los arroyos el Maniadero, los Negros, Manchaca, el Yarual, Guayabo y Limpio Largo y las cañadas de Naranjo, las Grullas, El Mamon y otras. br> En el caso del Manchaca aclara que nace en la sabana del Jíbaro y potrero de San Lorenzo, con su afluente el Yarual, y va á derramarse entre los sitios el Tirante, la Zanja y la Guajaca.”
Sobre esas vías fluviales valora que ninguna es fértil por naturaleza: su fertilidad nace de la industria del hombre.
En cuanto a las vías de comunicación terrestre señala la existencia de once: tres de primer orden, tres de segundo, y cinco de tercer orden o serventías. Entre las de primer orden, estaban los caminos que comunicaban el poblado con las villas de Sancti Spíritus y Puerto Príncipe y con el del poblado de Morón, al oeste, este y norte, respectivamente. Los de segundo orden los define como” el de la Costa que va por el Jagüeyal con su ramificación á las Coloradas, el del Colmenar á Lásaro que entronca con el Real de Moron , y el de la Ceiba.
Sobre el área total de la hacienda señala que había 796 caballerías y 240 cordeles de monte libre, 219 caballerías y cordeles de sabanas, y 16 caballerías y 291 cordeles de corojales. Aclara que esas caballerías son además de las 583 que ya estaban acotadas. Ello da un total de 1 615 caballerías.

Comuneros: polo de poder, apellidos y género

Según el «Estado de reparto de Ciego de Ávila» de fecha 30 de octubre de 1863 realizado por el agrimensor Freire, el total de comuneros ascendía a la cifra de 90; sin embargo el control de las tierras se concentraba en un polo de 8 personas, en cuyas manos estaba el 60, 55% de la tierra: 904 caballerías del total de 1 493 de la hacienda. De ese reducido grupo los dos propietarios principales eran el conde de Villamar y José Antonio Rodríguez Vanegas, con 226 y 224 caballerías de tierras, respectivamente, lo que significaba tener en sus manos casi la tercera parte de la hacienda (el 30,14%). Los otros seis eran: Nicolás Cordero, Manuel Echemendía, Hilario Gómez, Esteban de Varona, Catalina Venegas, y los hermanos del conde de Villamar.
Representados en el total de 90 propietarios o comuneros habían 35 apellidos, de los cuales cuatro eran los que mas integrantes tenían: de la Paz, Companioni, Melendez, y Morgado. Representaban el 43, 3% de los comuneros, sin embargo poseían el 15,3 % del total de tierras.
De las treinta féminas propietarias, la casi totalidad no superaba en lo individual la decena de caballerías de tierra. Las excepciones eran solo dos: Catalina Venegas y María Manuela Rodríguez Vanegas, con 57 y 20 caballerías de tierra, respectivamente. Resulta detalle curioso que en cinco apellidos de propietarios no habían hombres: Paz, Madrigal, Venegas, Palomino y Rodríguez.

Primeros pasos del proceso de deslinde

El 20 de julio de 1846 se inició el proceso de deslinde de la hacienda Ciego de Ávila al reunirse comuneros de la misma y otorgar un poder en el partido de San Eugenio de la Palma del Ciego de Ávila ante el capitán juez pedáneo Victoriano Hernández al Licenciado D. Tomas José de Castañeda, Abogado de la Real Audiencia del Distrito y vecino de la Villa de Santo Espíritu, con la Calidad de Especial, para que a nombre de los otorgantes se presente ante cualquiera de los Señores Jueces de la expresada Villa, á pedir [sigue papel roto. Nota de los autores] deslinde y división general del Hato nombrado Ciego de Ávil.
A ese documento los comuneros le adjuntaron otros dos: la relación nominal de los dueños de la hacienda, con su lugar de residencia; y la relación nominal de las haciendas y realengos colindantes y sus dueños.
Tal como establecía la legislación colonial se procedió ante autoridades de la referida villa a la sesión para seleccionar el síndico y el árbitro por cada comunidad de dueños, tanto de la hacienda Ciego de Ávila como de las haciendas y realengos colindantes, los que podrían sufrir algún tipo de afectación por mediciones no adecuadas. Convocada para el 26 de septiembre de 1846 en la Sala Capitular de la Villa de Sancti Espíritus así se realizó, haciendo la citación oficial para la misma el alcalde ordinario segundo. Todo fue ampliamente divulgado: en los periódicos Fénix (ediciones del 1ro y 4 de septiembre de 1846) y La Gaceta (edición del 9 de septiembre de 1846), de las villas de Sancti Espíritus y Puerto Príncipe, respectivamente; también a través de cedulones colocados en lugares públicos, muy frecuentados, en los poblados de Ciego de Ávila y Morón. En la sesión resultaron electos el licenciado Manuel María de Piña, vecino de la villa de Puerto Príncipe, y Nicolás Estrada, como síndico y árbitro respectivamente de la hacienda Ciego de Ávila.
Ya desde esa sesión inicial comenzaron los obstáculos que por años alargarían el proceso de deslinde pues de los condueños de las tierras colindantes solo asistieron de Altamizas (también aparece como Altamisas). Tiempo después fueron seleccionados los demás.

Medición de la hacienda. Su cuestionamiento

Para realizar las mediciones de la hacienda y sobre su base proceder al deslinde de la misma fueron contratados los servicios del agrimensor Fabio Freire, vecino de la villa de Puerto Príncipe.
Freire trazó el derrotero para el deslinde de la hacienda Ciego de Ávila a partir, como ya se expuso, del centro de la misma establecido muchos años antes, en 1747, por el geómetra Gregorio José Franco, así como de las mediciones practicadas por aquel. Trabajó de forma sistemática entre el 10 de diciembre de 1847 y el 12 de abril de 1848, empleando para las mediciones, una cuerda de hierro de veinte y cuatro varas provinciales. En algunas de las mismas participaron reconocidas personalidades del territorio.
Resaltan dos detalles curiosos: el primero, que un lugar empleado como referencia en las mediciones practicadas los días 24 y 25 de enero de 1848 fue: la entrada á la Trocha de la Colonía proyectada del Exmo. Sor. Conde de Villamar […];”y el segundo, es la mención a “feria del carnaval” los días 5, 6 y 7 de marzo de 1848.
La medición realizada por Freire fue cuestionada por varios de los dueños colindantes. A ello respondió muy argumentadamente Manuel María de Piña, síndico de la hacienda Ciego de Ávila, en documento de fecha 11 de julio de ese mismo año 1848 que remitió al alcalde ordinario de primera elección de la villa de Sancti Espíritus.
A partir de entonces, a lo largo de más de una década, se dilató el proceso de deslinde pues: de una parte, estuvo la presentación de extensos y reiterativos documentos en los que se pretendía demostrar lo incorrecto de la medición de Fabio; y de la otra, la refutación del síndico de la hacienda Ciego de Ávila, también en documentos con similares características. Esa documentación en vez de aportar claridad al deslinde, lo que hizo fue obstaculizarlo en numerosas ocasiones, ya que si bien se explicaban con lujo de detalles medidas de superficie y se les representaba en planos y croquis, su no aplicación en la cotidianidad llevó a la superposición en el papel de muchos de los linderos trazados. Llama la atención al respecto el caso de la ya mencionada hacienda “Sabana la mar del Sud”, en que aparecen superpuestos linderos: de los hatos Ciego de Ávila, Jicoteas y la Ceiba; del hato de Jicoteas con el corral Lázaro López y el hato Río Grande; y del hato La Ceiba con linderos de Dos Hermanas.
A lo anterior se agregó como otro factor obstaculizador el empleo indistinto —e incluso omisión— de términos de significado legal diferente: hato, corral, realengo, además de sitio. Ello debió responder en gran medida a la intencionalidad de los que elaboraban los documentos: unos que reclamaban, y los otros que refutaban.
Entre los documentos uno llamativo resulta el presentado en 1850 por el segundo conde de Villamar, José Miguel Hernández y Piña, consistente en la copia que con fecha 9 de agosto de ese año se realizó en la villa de Puerto Príncipe de otro documento de fecha 1809 que recogía fragmentos —con algunos omisiones al parecer no de importancia para el caso, según opinión del conde— del diario de operaciones del agrimensor Gregorio José Franco en el año 1747 en el que aparecía definido el centro de la hacienda Ciego de Ávila al practicar mediciones de extensas tierras realengas solicitadas el 25 de mayo de 1745 a: ciento treinta leguas mas ó menos distante de esta Ciudad [La Habana], entre la jurisdicción de la Villa de Santi Spíritus y del Puerto del Príncipe al tribunal autorizado para concederlas, radicado en la capital de la Isla, por Luís Hernández Pacheco, capitán de granaderos de las milicias de la Habana y vecino de aquella ciudad.

Nueva medición y estado de reparto. Demolición de la hacienda

Fue a partir de 1861 con la designación de un nuevo síndico, José Antonio Rodríguez Vanegas, hombre de gran prestigio entre sus coterráneos, que se agilizó el proceso. Puso al día la relación de comuneros y logró comunicarse con ellos, entre otras cuestiones para la actualización en los pagos de los costos del proceso. Recurrió a diversas vías: la personal, las autoridades coloniales en la villa de Sancti Espíritus y en los partidos pedáneos de Ciego de Ávila y Morón (donde residía el comunero Félix de la Torre), los periódicos Fénix y Fanal, de las villas de Sancti Espíritus y Puerto Príncipe respectivamente, con citaciones e informaciones, y la colocación de cedulones en lugares visibles de las localidades de Ciego de Ávila y Morón, cabeceras de sus respectivos partidos pedáneos. En el caso de Ciego el lugar empleado fue, por lo general, el “[...] Establecimiento de D. Jorge Díaz sito en la Plaza, [...]”a poca distancia de la iglesia y de la intersección de las principales vías de comunicación.
Rodríguez Vanegas priorizó también la nueva medición de los límites de la hacienda Ciego de Ávila por el agrimensor Fabio Freire, el que tras concluir la misma elaboró su estado de reparto en octubre de 1863. Varias fueron las operaciones necesarias para llegar hasta allí: medición en 1862, presentación pública al siguiente año 1863, y su aprobación por el síndico y los comuneros de la hacienda Ciego de Ávila, así como por los dueños colindantes.
Tras ello los pasos restantes fueron dos: la presentación por los comuneros de la documentación legal que avalaba sus pesos de posesión para con ellos solicitar sus enteros, y el otorgamiento de los mismos. Para la entrega de la tierra fue empleada, como promedio general, la proporción de 4,83 pesos de posesión por caballería de tierra.
De los comuneros de la hacienda Ciego de Ávila solo reclamó uno, Esteban de la Torre, por omisión de unas tierras que acorde a sus pesos de posesión le correspondían legalmente, por lo que tuvo favorable solución la reclamación. A partir del plano del deslinde de la hacienda y de la elaboración de su estado de reparto por el agrimensor Octavio (hijo de Fabio, quien por estar enfermo le otorgó poder legal para ello) fueron nombrados los dos calificadores, Rafael Félix y Juan Bautista, que junto a aquel tuvieron la responsabilidad de entregar a los hasta entonces comuneros su correspondiente entero, con sus límites plasmados en un plano oficial. De esa forma la hacienda Ciego de Ávila llegó a su final: fue demolida o desmembrada en enteros; no obstante tiempo después continuaban aún las gestiones del síndico Rodríguez Vanegas para que los comuneros pagaran lo que debían por el trabajo del agrimensor y por otros trámites legales. Entre los mas morosos estuvieron los sucesores del conde de Villamar a los que por residir en Puerto Príncipe se les llegó a convocar por medio del periódico Fanal —allá impreso— en su edición del 12 de mayo de 1865.

Reclamaciones en el siglo XX

La entrega de los enteros no significó el final de los litigios a causa del deslinde de la hacienda Ciego de Ávila. Estos se mantuvieron hasta avanzado el siglo XX por reclamación de herederos de dueños: unos que no lo habían recibido, y otros en que, según ellos, faltaba claridad en los límites. Entre los reclamantes estuvieron: Antonio Madrigal, los herederos de Romualdo (en ocasiones aparece como Rumualdo) Estrada Palomino, los herederos de Inés Melendres Rodríguez, los herederos de José Gaspar de Latorre y Latorre, así como los que aparecen nombrados en el edicto del 23 de febrero de 1911 publicado en el periódico La Trocha impreso en Ciego de Ávila ( en varias de sus ediciones del mes de junio de ese año: días 17, 20 y 22 ), y en el documento del 5 de febrero de 1912 firmado por Manuel Carnesoltas Agüero y Augusto Venegas Pazos, juez y secretario judicial del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Ciego de Ávila, respectivamente.
Finalmente el proceso concluyó en 1934 sin poder hacerse modificaciones a lo definido en el siglo XIX. En ello fue determinante la presencia y accionar — a través del licenciado Federico Laredo Brú— del rico propietario español Alejandro Suero Balbín, destacada personalidad que gozaba de gran influencia no solo en tierras avileñas, sino también en otros lugares de Cuba, incluyendo su capital.

Fuentes

  • Ángel Cabrera, Mayda Pérez y Álvaro Armengol: Ciego de Ávila del cacicazgo al siglo XIX. Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2006, p.13.
  • César Cancio Madrigal: Serie de conferencias sobre haciendas comuneras. Quinta conferencia. Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Cía. La Habana, 1915, p.19.
  • Hernán Venegas Delgado: Historiografía ‘’nacional” e historiografía regional en Cuba. Material en soporte digital, La Habana, diciembre de 1999, p.13.
  • Oficina del Historiador de la Ciudad de Ciego de Ávila.