Comercio de contrabando

Comercio de contrabando
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Concepto:Comercio clandestino con naves extranjeras que proliferó en Cuba desde la colonización.

Comercio de contrabando. Comercio clandestino con naves extranjeras que proliferó en Cuba desde los inicios de la colonización para burlar los monopolios comerciales establecidos por la metrópoli, en un proceso similar al que ocurrió en otros lugares del Nuevo Mundo.

Orígenes

El contrabando, que llamaban en esa época comercio de rescate, proliferó en gran parte debido a los impuestos y el monopolio sobre el comercio por parte de las instituciones representantes de la corona española, sus gobernantes locales y el clero. No se interprete el término rescate en su significado actual, sino más bien el de obtener (rescatar) mercancías a cambio de dinero o productos.

El término contrabando surge del comercio clandestino que se practicaba contra los bandos (disposiciones) que lo limitaban. Se practicaba en las costas con naves de potencias extranjeras tripuladas generalmente por bucaneros, filibusteros y piratas.

El contrabando costero no se limitó al «rescate» de productos agrícolas contra manufacturas, sino que lastimosamente floreció hasta el siglo XIX con la introducción clandestina o semiclandestina de negros esclavos arrancados por la fuerza o comprados a traficantes en las costas africanas.

Practicantes del contrabando

El contrabando se realizaba fundamentalmente al inicio con los bucaneros, pero después se hacía por lo general con naves comerciales comunes con banderas de países europeos o de sus colonias. La palabra bucanero procede del arahuaco tupi muken (carne ahumada), que pasó al francés como boucan (pronunciado bucán). Designaba a un tipo de comerciante que traficaba ilegalmente con carne ahumada o salada y con cueros, inicialmente en La Española, después en Cuba y en todos los demás confines caribeños. Operaban en las costas y penetraban en el territorio para tratar con los cazadores de reses cimarronas, obviando todas las regulaciones monopólicas establecidas por la metrópoli, entre ellas las ventas de productos a comerciantes de otras potencias. Así se fomentaron las primeras rutas del contrabando.

El cuero, las carnes secas y los tocinos tenían una enorme demanda. Los bucaneros pagaban en oro, pero también en valiosas mercaderías europeas. En la práctica el contrabando era producto de la incapacidad de la metrópoli para abastecer la demanda creciente de la isla, y de sus otras colonias americanas, mientras que Inglaterra, Holanda y otros países del viejo mundo disponían de toda clase de mercancías de calidad, abundantes, y a menores precios que las españolas.

Complicidad de las autoridades locales

España y sus representantes por lo general tenían que «hacerse de la vista gorda» ante esta situación, mientras que también los funcionarios locales se enriquecían con el contrabando y actuaban poco o nada para impedirlo.

Algunas villas cubanas florecieron con el contrabando. El ejemplo más palpable lo constituye San Salvador de Bayamo. Ubicada tierra adentro, lejos de las rutas comerciales, alcanzó un alto grado de prosperidad con este comercio clandestino, participando en ello no solo los vecinos comunes, sino también las autoridades civiles y eclesiásticas. Fue tal el involucramiento público que pudieron reunir suficientes fuerzas para repeler el ataque del bucanero Gilberto Girón al que mataron junto con sus hombres. También Puerto Príncipe, actual Camagüey, en su ubicación definitiva muy alejada de las costas, y por tanto de la supervisión oficial, debe en gran parte su prosperidad inicial al comercio de contrabando.

Medidas contra el contrabando

Juan Mandonado Balnuevo (Gobernador en 1594-1602) y Pedro de Valdés Basnueva (1602-1608) ocuparon el cargo de gobernadores en una etapa de florecimiento del contrabando. Este último en 1603 hizo una pesquisa en Bayamo, comprobando lo que incluso él sabía, que todo el mundo era culpable de participación en el comercio clandestino de rescate: comerciantes, autoridades civiles y eclesiásticas, y el pueblo en general.

El monarca Felipe II dictó dos reales cédulas, en agosto y diciembre de ese mismo año, en las que exigía a sus virreyes y gobernadores americanos tomar medidas drásticas para poner coto al fenómeno que estaba afectando seriamente los ingresos a las cajas reales por concepto de tributos, y «mezclando, en intolerable convivencia, a súbditos cristianos con herejes enemigos».

Pedro de Valdés, envió a su teniente, el licenciado Melchor Suárez de Poago, acompañado por una veintena de arcabuceros, para poner drástico fin al delito de contrabando en Bayamo. Poago involucró en un largo y riguroso proceso al alcalde, los regidores, eclesiásticos, funcionarios y vecinos de todas las categorías, a los que halló culpables y condenó a penas de multas, confiscación de bienes, largos períodos de prisión y hasta a 80 de ellos, a muerte. La respuesta fue contundente: unos 200 bayameses armados se emboscaron a las salidas del pueblo, con tal disposición, que Poago, a pesar de su escolta, temió por su vida y por la custodia de sus prisioneros, por lo cual no se atrevió a salir de la villa.

En el golfo de Guacanayabo también le aguardaban en talante no menos belicoso los otros grandes perjudicados por su celo, los corsarios contrabandistas, de manera que el diligente funcionario se vio cercado por más de 6 meses en la villa donde era un indeseable, plazo en el que las quejas, reclamaciones y el oro de los vecinos llegaron a la Audiencia de Santo Domingo.

Los juicios a los presuntos culpables y a Poago por supuestas arbitrariedades marcharon simultáneamente y fue tan evidente el cohecho, que la Audiencia fue casi totalmente renovada.

El malestar creado a lo largo y ancho de la Isla hizo que, de conjunto, el gobernador Valdés, el obispo Altamirano y hasta el propio Poago intercedieran ante el rey, quien, al fin, en 1607, amnistió a los condenados. Pero el mal ya estaba hecho; se había producido una contradicción económica antagónica entre los habitantes de Bayamo y las autoridades representantes del poder colonial, a la que los primeros dieron solución con las armas en la mano, y se salieron con la suya. Esta contradicción manifestó la existencia de una identidad local, germen del surgimiento del sentimiento nacional.

La situación siguió casi igual, pues a fines de ese siglo el gobernador Severino de Manzaneda (1689-1695) se quejaba al rey en torno al contrabando en Sancti-Spíritus, la Santísima Trinidad, San Salvador de Bayamo y Santa María del Puerto del Príncipe, en que todos parecían «no temer al castigo que les pudiera acarrear el comercio ilícito por las costas».

Fuentes

  • Arcadio Ríos. La agricultura en Cuba. Apuntes históricos. Editorial INFOIIMA, La Habana, 2012.