Isadora Duncan

Isadora Duncan
Información sobre la plantilla
Isadora duncan2.jpg
NombreDora Ángela Duncan
Nacimiento27 de mayo de 1878
San Francisco, California
Fallecimiento14 de septiembre de 1927
Niza
Causa de la muerteEstrangulada por su propia chalina enganchada en la rueda trasera del auto en el que viajaba.
OcupaciónBailarina de danza moderna

Dora Ángela Duncan (Isadora Duncan). Conocida como Bailarina del dolor, fue una de las artistas más innovadoras e influyentes en la historia de la danza moderna. Su propia personalidad, y el mito por su vida extrema, bohemia y trágica, la situaron como un puntal del feminismo. Podía insultar al público o bailar en traje de Eva. Atea manifiesta, socialista, buscó (sin suerte) sistematizar su caudal creativo. Amante sin par, la naturaleza la guiaba, las cuentas la perseguían y el desborde la atenazaba. Fue sin dudas la más famosa bailarina estadounidense, su escandalosa vida y trágica muerte la esculpieron en leyenda icónica de la danza.

Síntesis biográfica

Nace el 27 de mayo de 1878 en San Francisco, California. Su familia era de buena posición económica, a poco de su llegada su padre es arrestado por un negocio bancario ilegal que los llevó a la ruina. Tras una serie de juicios es absuelto, pero su esposa, Dora Grey, insiste en el divorcio. El clan Duncan cambiaba de vida y la pequeña, de nombre: desde su infancia quiso ser llamada Isadora.

Niñez y juventud

Era una niña solitaria y retraída que solía jugar en la playa meneando sus manos y pies, acompañando las rompientes de la bahía de San Francisco, escribió en su biografía "Mi vida":

“…Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas…”

Al abandonar la escuela tenía 10 años y allí comienza su verdadera formación. Dora la introdujo en Mozart y Chopin, y en las lecturas de Shakespeare, Shelley, Keats y Whitman; también le enseñó sobre cultura clásica, paganismo y un concepto muy avanzado de la femineidad.

Vivían apretadamente de las clases de piano que impartía su madre y las funciones que presentaban en conjunto. Isadora bailaba, la matrona interpretaba Mendelssohn, su hermana Isabel recitaba poemas de Teócrito y su hermano, Raimundo, cerraba con una pequeña charla sobre los griegos o sobre la danza y sus efectos en las sociedades venideras.

Durante la adolescencia, la familia se mudó a Chicago e Isadora dio sus primeros pasos junto a una barra, una de las pocas veces que siguió las reglas de la danza clásica. Lamentablemente los Duncan perdieron todas sus posesiones en un incendio; otra mudanza aguardaba. A punto de cumplir 18 años se incorporó a la compañía del dramaturgo Agustin Daly en Nueva York, el primero en darle la oportunidad de presentarse en los escenarios de manera profesional. Pero al empresario teatral no le convencían los experimentos que insinuaba la joven como lo era improvisar sobre la lectura de poesías.

Comienzo de la fama

border=’’6’’

Cuando el Siglo XIX llegaba a su ocaso, y media Europa emigraba al continente americano, los Duncan decidieron alejarse de Estados Unidos y partieron a Londres. Isadora pasaba gran parte del tiempo en el Museo Británico, admirando las obras de los clásicos griegos. Adoraba las figuras de los vasos decorados. De ellos tomó elementos como la inclinación de cabeza hacia atrás (imagen propia de las fiestas en honor a Baco). Dionisios, lecturas de Nietzche y el romance por una época anterior eran catalizadores que iban a gravitar sobre el futuro. Isadora estaba lista para viajar a París, y de allí al resto de Europa.

El nuevo siglo la recibió con loas por sus presentaciones. El día que llegó el éxito la bautizaron “La ninfa”, justo ese apodo que significaba una liason con el ballet de entonces, danzas de mundos irreales, poblados de hadas y duendes. Isadora, es cierto, elegía temas clásicos para representar el dolor, la muerte o el éxtasis sublime. Las bailarinas por esos días vestían medias rosadas, zapatillas de punta y el Tutú, ella no. Bailaba descalza con una túnica liviana que dejaba ver sus piernas y los contornos de su cuerpo. No había maquillaje ni pelos tirantes, el pelo debía estar suelto.

En París se imbuyó en el espíritu de Henri Matisse, un jovencísimo Jean Cocteau, los escultores Auguste Rodin (con quien habría tenido un romance) y Antoine Bourdelle. En Italia se embelesó con el Sandro Botticelli y el Renacimiento. También realizó uno de sus sueños: viajar a Grecia y peregrinar a las fuentes del arte de Occidente. Cerca de Atenas, en la Colina de Kopanos, comenzó a construir un templo consagrado a la danza, aunque debió abandonar la empresa por un demonio más terrenal: el dinero. En Alemania conoció a Cósima Wagner, viuda del compositor, quien le ofreció realizar las Coreografías de La Bacanal de la Ópera de Tannahäuser. Luego de un año de trabajo, Cósima no se animó a mostrar el cuerpo de la bailarina y ella tampoco aceptó llevar una camisa.

Cuando arribó a Rusia, San Petersburgo era la cumbre del ballet y ella una artista de renombre. Anna Pavlova la invitó a su estudio. Así recordó esa visita:

"…Su hermoso rostro adoptó las líneas severas del mártir. Todo su entrenamiento parecía estar destinado a separar por completo la mente de los movimientos gimnásticos del cuerpo. La mente debía alejarse de esa rigurosa disciplina muscular. Esto era justamente todo lo contrario de las teorías sobre las que yo había fundado mi escuela un año antes. Lo que yo pretendía es que mente y espíritu fuesen los motores del cuerpo y lo elevasen sin esfuerzo aparente hacia la luz…".

Muerte

En los años siguientes a la muerte de sus hijos, Isadora se encontró a punto de abandonar por completo los escenarios y tuvo algunos intentos de suicidio: la salvó el intento de sistematizar su caudal creativo. Pero a pesar de sus esfuerzos por formar generaciones de la nueva danza en distintas geografías: Berlín, Grecia, Inglaterra, Francia, Suiza, incluso en Nueva York, lo cierto es que no logró perpetuar una escuela ni un método ni una técnica, como sí lo lograron la alemana Mary Wigman y su compatriota Martha Graham. Nunca fue profeta en su tierra, la "interpretación física" de la bailarina recibía más gritos de rechazo que aplausos y su adhesión a la Revolución Rusa sólo enturbiaría las cosas.

Las Isadorables, como se conocía a sus seguidoras, fueron en todo caso un soplo estéticamente potente, significativo en el imaginario del feminismo posterior. Al volver a los escenarios, la suerte fue dispar. Su tour sudamericano en julio de 1916 resume el ovillo dislocado en el que se había transformado su vida.

En Buenos Aires, tomó créditos carísimos por un telón, que no podía pagar; se interesó por la vida nocturna porteña; bailó para un grupo pequeño vestida con la bandera argentina (como solía hacerlo con la francesa); fue recibida fríamente por un público poco acostumbrado a las formas renovadoras y en su segunda presentación, en el Teatro Colón, increpó al público que hablaba en voz alta ("…No son más que negros…", les dijo). Por el escándalo se cancelaron las funciones restantes y tuvo que pagar la estadía hotelera con su abrigo de armiño y pendientes de esmeraldas, viejos regalos de Paris Singer. Sin embargo, todavía quedaba un resquicio para el amor. En la Unión Soviética conoció a Sergei Esenin, poeta oficial de la revolución de 1917. Duncan se entusiasmó con el ambiente utópico de los soviets. Esenin, mucho más joven que ella, consiguió que renunciara a su propósito de no contraer matrimonio, la unión fue fatal. Luego de unos viajes por Europa y Estados Unidos, Sergei se hundió en una profunda depresión y en el alcohol. A fines de 1924, Isadora abandonó al soviético del comportamiento escandaloso (incluso para ella). Un año más tarde supo que su exmarido se había quitado la vida.

Para 1927 estaba en Niza, envejecida, agotada y sin dinero. El 14 de septiembre subió a un auto deportivo. Duncan se colocó en el asiento del copiloto de un Amilcar GS, propiedad de un joven y guapo mecánico italiano, Benoît Falchetto, a quien apodó "Buggatti". Pocos segundos después murió estrangulada por su propia larga chalina que rodeaba su cuello, enganchada en la rueda trasera del auto. Gertrude Stein diría sobre el acontecimiento con cierta malicia: "…La afectación puede ser peligrosa…". La muerte le dio al mito leña eterna. Antes de subirse, Isadora le habría dicho a su amiga Maria Desti y a otros presentes: "...¡Adiós, amigos míos, me voy a la gloria!..." En realidad sus palabras habrían sido otras: "...¡Me voy al amor!...". Isadora y Benoît partían hacia uno de sus encuentros románticos.

Amores y tragedias

border=’’6’’

En la concepción de esta iniciadora de la danza contemporánea, arte, provocación, vanguardia y vida eran una misma cosa. Sus amigos eran pintores, poetas e intelectuales, la rodeaban admiradores de toda especie. En la primera década del siglo XX, Isadora, fue una bellísima diosa pagana con una seducción irresistible sobre quienes la seguían. Atea, se manifiesta bisexual, socialista, glamourosa. Por períodos sólo se alimentaba con un menú de Ostras y Champagne.

Su primer amor "duradero" fue el escenógrafo inglés Edward Gordon Craig, con quien tuvo a su hija Deirdre. Su segundo hijo, Patrick, nació de una relación con el millonario Paris Singer (heredero del imperio de las máquinas de coser). En ese entonces no se sabía el nombre de los padres de los pequeños, ya que ella abogaba por el derecho a criarlos sola. Ante las críticas respondió con una conferencia en Berlín en la que defendió el amor libre. Por su lecho pasaron el actor Edward Craig, la poetisa Mercedes De Acosta y la escritora Natalie Barney. Se le atribuyeron romances no confirmados con otras mujeres: la actriz Eleonora Duse o Lina Poletti. La moralina no se hizo esperar. Comenzó a circular la leyenda de un hechizo que emanaba de su persona: a quienes Isadora entregaba su amor, serían víctimas de un maleficio que acabaría de forma terrible con sus propias vidas.

La primera víctima fue el polaco Iván Miroski, consumido por unas fiebres malignas poco después de separarse de la artista. En 1913, no hubo lugar para elucubraciones viperinas. Mientras ensayaba un espectáculo en París, le pidió a la institutriz que llevara a sus hijos a Versalles para distraerlos. Ella misma relató un presagio del drama:

"…Al dejarlos en el coche, mi Deirdre colocó los labios contra los cristales de la ventanilla; me incliné y besé el vidrio en el sitio mismo donde ella tenía puesta la boca. Entonces, el frío del cristal me produjo una rara impresión e hizo que me recorriese un estremecimiento…"

Poco después, el auto bordeaba el Río Sena y, al girar para cruzar uno de sus puentes, los frenos no respondieron como quiso el chofer. Murieron los pequeños y la niñera. En el funeral hubo flores y una orquesta tocando las lamentaciones del Orfeo de Gluck. Más allá de reemplazar lo trágico por lo bello, Isadora dijo sobre el hecho:

"…Si esta desgracia hubiera ocurrido antes, yo hubiese podido vencerla. Más tarde no habría sido tan terrible; pero en aquel momento, en plena madurez de mi vida, me aniquiló…".

Fuentes