Mitología celta

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Mitología Celta
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Concepto:Es el conjunto de mitos y leyendas pertenecientes a los antiguos griegos que tratan de sus dioses y héroes, la naturaleza del mundo y los orígenes y significado de sus propios cultos y prácticas rituales que formaban parte de las religiones de Bandera de Irlanda Irlanda.

Mitología Celta. Serie de relatos de la aparente religión de los celtas durante la Edad de Hierro.

Celtas

Los celtas son un conjunto de pueblos de orígenes diversos que hablaban una lengua llamada celta. La palabra no tiene connotación racial alguna, sino que refiere estrictamente a estructuras socioculturales.

La terminología, es además, muy reciente y sirve para clasificar un grupo humano bastante extenso. Los pueblos "celtas" ocuparon a partir del siglo V de la era cristiana, gran parte de Europa, las Islas Británicas, el territorio que se extiende desde la desembocadura del Rin hasta los Pirineos y desde el Atlántico hasta Bohemia, con prolongaciones en el norte de Italia y Noroeste de España.

Paraísos celtas

Con el nombre de Paraísos celtas u Otro Mundo se hace referencia al ámbito encantador que coexiste con el de los seres humanos, y que unas veces se sitúa más allá del Mar de Occidente y en otras ocasiones se extiende bajo los túmulos, los dólmenes y otros monumentos megalíticos. Aunque carecemos casi por completo de información relativa a los antiguos celtas continentales, los ciclos mitológicos de los celtas insulares, así como el folclore de los países del arco atlántico nos proporcionan información muy detallada y valiosa al respecto.

Los immrama irlandeses

Los irlandeses designaban con el nombre de Immrama (viajes) a un género de relatos cuya temática se refería a las aventuras de los héroes en tierras maravillosas, a las que se arribaba, en general, por vía marina. Esta forma de acceder a mundos más o menos exóticos ha sido desde siempre un tópico sumamente extendido a lo largo de toda la literatura oral y escrita de los indoeuropeos, no sólo en sus aspectos míticos, sino también en cuanto a lo histórico.

El viaje de Bran mac Febal

El de Bran es, con seguridad, el más conocido de estos extraños periplos, preeminencia que, por otra parte, comparte con el viaje de Maelduin, formando la pareja más antigua de Immrama. La crítica textual sitúa la fecha de su composición en una forma más o menos definitiva alrededor del siglo VII, mientras que la fuente escrita más antigua no se remontaría más allá del siglo XI. Un breve resumen del poema podría estructurarse así: un día Bran escucha una extraña música que lo adormece; al despertar, encuentra una rama plateada con flores de manzana a su lado. Lleva la rama a su palacio y la muestra a los nobles; repentinamente aparece una dama que les recita las maravillas de Emhain, la Tierra de Promisión, un sitio donde no existen las penas, el odio ni la muerte, donde la música, los placeres y el vino son interminables. La mujer desaparece llevándose la rama. A la mañana siguiente Bran y veintisiete compañeros se hacen a la mar, rumbo al oeste, donde, según la misteriosa dama, hay tres veces cincuenta islas, dos o tres veces mayores que Irlanda.

Al tercer día encuentran a un hombre que conduce un carro sobre las olas como si estuviese en tierra: es Manannan, hijo de Lir, uno de los principales dioses de Irlanda, el cual les habla de otras no menores maravillas. Más tarde encuentran una isla cuyos habitantes no hacen más que mirarlos y reírse. Bran envía a uno de sus hombres a investigar, pero éste, una vez llegado a la costa, se une a la multitud de los rientes. Al no poder rescatarlo, optan por continuar viaje y dejarlo en la Isla de la Alegría. Poco después llegan a la Isla de las Mujeres, cuya reina los recibe con todos los honores y los lleva a su palacio, donde hay una mujer para cada uno de los viajeros y alimentos inagotables. Bran y su gente pasan un año en Tir Na mBan, la Isla de las Mujeres. Uno de sus hombres comienza a añorar Irlanda y convence a Bran. La reina les advierte que podrían llegar a lamentar su retorno, pero los hombres igualmente parten. Ella les dice que ninguno debería tocar la tierra de Irlanda. Llegados a su patria, encuentran una multitud en la orilla. Los de la costa les preguntan quiénes son, y Bran se presenta. Los hombres le dicen que no conocen a nadie con ese nombre, aunque el viaje de Bran hijo de Febal forma parte de sus antiguas historias. Nechtan mac Collbran, el compañero de Bran que lo había convencido para volver a Irlanda, salta a tierra e inmediatamente queda convertido en polvo. Bran recita una elegía en memoria de su compañero ("Para el hijo de Collbran. Grande fue la locura de querer levantar su mano contra la edad..."), cuenta sus aventuras a los que están en la orilla y parte, sin que nadie sepa nada de él desde entonces.

Las desventuras de Oisin

Oisin, hijo de Finn y Sadbh, poeta irlandés, fue amado por Niamh la de los Cabellos de Oro, quien lo llevó a Tir Nan Og, la Tierra de la Juventud, su país, donde el tiempo no existía. Esta, situada al oeste, fue una de las tierras adonde los Tuatha dé Danann se retiraron luego de ser derrotados por los hijos de Mil. Tir Nan Og era el paraíso terrestre donde el tiempo, como el tiempo en el País de las Hadas, no se medía con parámetros humanos; una tierra de belleza, donde la hierba era verde siempre y las frutas y las flores podían ser recogidas del mismo árbol a la vez, donde las fiestas, la música, el amor, la caza y otras diversiones eran interminables y donde la muerte no entraba, porque si en los combates los hombres eran heridos o muertos, volvían a gozar de todos los placeres del lugar. Por el camino vio varias maravillas, visitó el País de la Vida, luchó con un gigante y rescató a una doncella. Ya en Tir Nan Og, se casó con Niamh y reinó tres años. Pero también Oisin extrañó la tierra de Irlanda y volvió a su país luego de que su esposa le advirtiera que no descendiese de su caballo, es decir, le aplicó una gease o tabú. Llegado a su patria, encontró que habían transcurrido trescientos años desde su partida y que los habitantes de Irlanda conocían la historia de un tal Oisin, héroe de tiempos legendarios.

El cristianismo era ahora la religión de sus paisanos y la gran raza a la que pertenecía Oisin había sido sustituida por una estirpe de pequeños seres, trescientos de los cuales estaban a punto de perecer aplastados por una mesa de mármol. Compadecido, levantó la roca, pero la cincha de su montura se rompió y Oisin se halló erguido en tierra de Irlanda; de inmediato sus años cayeron sobre él, pero, a diferencia del compañero de Bran, no retornó al polvo, sino que se encontró convertido en un anciano. El relato de las desventuras de Oisin, representante de la Irlanda pagana, se une con la prédica de San Patricio en tiempos del cristianismo naciente en la isla. En efecto, el célebre patrono de los irlandeses se encontró con Oisin y logró bautizarlo. El interés del santo por las tradiciones antiguas permitió que obtuviese de este sobreviviente de las viejas glorias irlandesas informes de primera mano, todo ello en un marco de amistad y simpatía entre primeros cristianos y últimos paganos que conoce pocos parangones en otras tierras de Europa.

Maelduin y San Brandán

Los viajes de Maelduin y de san Brandán pertenecen al mismo género de relatos que los de Bran y Oisin, aunque con el entorno de una cultura notoriamente inmersa en el cristianismo. Las aventuras de Maelduin fueron transcriptas alrededor de los siglos VIII-IX, aunque existen otras versiones más tardías. Este personaje decide partir en busca de los asesinos de su padre, para lo cual construye una barca revestida de cuero y desarrolla un gran viaje entre las Islas Afortunadas con varios compañeros; llegan a Tir na mBan, donde se hubiesen quedado por siempre si la nostalgia de Irlanda no los hubiese hecho retornar. Brandán, por su parte, nacido en el condado de Kerry alrededor del año 489, ocupa un lugar en las leyendas irlandesas por sus viajes maravillosos a la Tierra Prometida de los Santos, versión cristianizada de las Islas Occidentales de Bran.

Brandán, movido a viajar por consejo de san Barrind, partió con diecisiete monjes en una embarcación hecha de piel y pasó siete viajando de isla en isla y viendo maravillas: lámparas que se encendían solas a la hora de los oficios religiosos, pájaros que cantaban loas al Señor, los ríos de leche y miel del Paraíso, incluyendo el desembarco en el lomo de un tiburón (o de una ballena) donde Brandán dio misa y sus compañeros trataron de calentar una olla de comida. Ahora bien, este san Barrind no es sino la versión cristiana de Barinthus, el guía de Merlín y el bardo Taliesin en su viaje al Otro Mundo en busca de un remedio para sanar al herido rey Arturo. En la mitología irlandesa equivale a Manannan, dios del mar y guardián de las islas bienaventuradas. En cierta medida, nos recuerda el papel del barquero de los muertos griego, Caronte.

Los viajes de Ulises

Si nos detenemos a buscar semejanzas y paralelismos más o menos clásicos, podemos volver a considerar las aventuras de Ulises, tal vez el nauta occidental por antonomasia. Después de haber liberado a sus compañeros de la metamorfosis inducida por Circe, que los había transformado en cerdos, permanecieron en sus dominios durante un año, tiempo en que no hicieron otra cosa que vivir entre banquetes y vino. Al cabo de ese lapso, sus compañeros lo persuadieron para volver.

En Ogigia, ahora solo con Calipso, la ninfa le promete inmortalidad y juventud eterna, pero el héroe continúa añorando su tierra, y finalmente se hace a la mar otra vez. Pero los veinte años transcurridos desde el rapto de Helena (incluyendo los diez del sitio de Troya) y los diez años de peregrinación una vez destruida la ciudad no parecen hacerle mella, lo cual, por otra parte, es prerrogativa de un héroe legendario. Se diría que el personaje aparece formando parte de un mundo más allá de las convenciones del espacio euclidiano, donde un año es un año aquí y en cualquier parte del globo. Estrictamente, no es el caso de Ulises, quien encuentra todo más o menos "normal" a su regreso, pero sí el de Bran, Oisin, el campesino tirolés, el rey Herla; las aventuras de estos personajes anuncian, con cientos de años de anticipación, las especulaciones derivadas de la teoría de la relatividad de Einstein aplicada a los viajes de los humanos, ya que en este mundo el tiempo transcurre más rápidamente que en el Otro Mundo de los mitos celtas.

El cristianismo recuperó o reinterpretó esas tradiciones y las ensambló dentro de su esquema del mundo terrenal y del transmundo; así pudo redactarse aquella historia de los monjes que partieron de la costa de Bretaña, rumbo al paraíso, en el confín del océano, y llegaron a una ciudad de murallas de cristal, donde el aire era fragante. Ciervos de plata y caballos de oro bajaron a recibirlos y los condujeron a un árbol en cuyas ramas había más pájaros que hojas. Un día entero pasaron en el paraíso. De vuelta en Bretaña, los monjes buscaron en vano la iglesia en que antes habían servido, pero sólo hallaron un nuevo obispo, un nuevo pueblo y una nueva congregación. Ya no conocían los lugares, ni los hombres, ni el lenguaje. Derramando lágrimas se contaban unos a otros sus cuitas, pues ya no tenían patria ni gente conocida.

Los sídhe: Las guaridas de las hadas

Tal y como nos relatan las tradiciones irlandesas, las hadas son descendientes de los Tuatha Dé Dañan, antiguo pueblo irlandés que fue arrojado al inframundo tras la invasión de la isla por sus actuales habitantes, los gaélicos, que procedentes de España conquistaron Irlanda capitaneados por su caudillo Míl Espaine. A los Tuatha no les quedó más remedio que refugiarse en los sídhe, nombre céltico que hace referencia a los montículos sobre los cuales se asientan los monumentos megalíticos, y del que deriva una de las denominaciones que reciben las hadas en Irlanda y las Tierras Altas de Escocia, daoine sídhe. De este modo, por toda irlanda circulan historias sobre Knocks (del irlandés Cnoc, colina hueca) en cuyo interior viven extensas comunidades feéricas gobernadas por un rey o una reina. Entre los sídhe más conocidos de Irlanda se encuentran Knockma, donde se sitúa el trono de Fínvara, mítico rey de las hadas de Connaught, y Newgrange, vinculado al mito de Angus Óg. Los sídhe se manifiestan a los mortales en determinadas fechas, sobre todo en la noche de San Juan, que es cuando se los suele ver bailando en corro a la luz de la luna.

En Bretaña y en Asturias se conservan tradiciones similares. Así, en la mitología asturiana, son frecuentes los relatos acerca de mozos que vieron a grupos de xanas bailar en corro en torno a una de ellas, la reina de las xanas, también llamada Xana Mega. En torno al castro de Altamira, ubicado en la zona asturparlante de El Bierzo, circulan mitos que refieren la existencia de un gran reino subterráneo gobernado por una pareja de reyes y cuya entrada se encuentra en algún punto del castro. El paralelismo con las leyendas irlandesas es evidente.

Las islas del Mar de Occidente

Según las tradiciones de los pueblos del extremo occidental de Europa, más allá del Océano se encuentran las Islas del Paraíso, que son tierras habitadas por seres sobrenaturales donde están ausentes las penurias y las desgracias. En la tradición irlandesa la novena ola es la frontera que separa el ámbito mortal del Otro Mundo, coincidiendo de este modo con los rituales practicados en la playa de La Lanzada (Galicia), en la que las mujeres que deseaban concebir un hijo hacían golpear su cuerpo contra nueve olas sucesivas.

Las antiguas creencias célticas de Ultratumba

Muchos geógrafos de la Antigüedad clásica nos narran la existencia entre los celtas insulares de islas consagradas a dioses y héroes: Entre ellas se encontraba Anglesey (Mon), en la costa septentrional galesa, que era la isla sagrada de los druidas de Britania, las islas Scilly, donde se han encontrado restos arqueológicos de templos protohistóricos o algunas de las Islas Hébridas, que según la tradición gaélica eran hogar de demonios y fantasmas y en una de ellas, Skye, fue educado el héroe Cúchulainn por la guerrera Scathach.

Las antiguas creencias de los galos al respecto aparecen recogidas por el historiador bizantino Procopio de Cesarea, que en el siglo VI narraba cómo en aquellos tiempos aún se creía que la tierra de la muerte se situaba al oeste de la isla de Gran Bretaña. Según los mitos galos, las almas una vez que habían abandonado su cuerpo se dirigían a la costa noroccidental de la Galia y allí embarcaban hacia la antigua Britania. Cuando querían cruzar el mar ánimas se dirigían a las casas de los marineros, en cuyas puertas picaban insistente y desesperadamente. Los marinos abandonaban entonces sus casas y llevaban a los muertos a su destino en unas naves fantasmagóricas.

En la costa septentrional de Galicia se sitúa el municipio de San Andrés de Teixido, donde existe una pequeña ermita consagrada a San Andrés y en la cual se conservan, según la leyenda, parte de sus huesos. Este santo estaba muy apesadumbrado por el hecho de que su tumba se encontrase en los confines de la tierra. Jesús le consoló entonces diciéndole: "No te preocupes, que tendrá que ir a visitarte todo el mundo, ya en vida, ya en muerte". Y efectivamente, aún hoy se dice "A San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo", pues se piensa que los que no peregrinaron en vida lo tendrán que hacer tras la muerte en forma de serpiente o de lagartija, y por ello los peregrinos que se aproximan a la ermita tienen mucho cuidado en no pisar a ninguno de estos animales.

Curiosamente, San Andrés de Teixido se sitúa en el Cabo Ortegal, un cabo donde según Tácito "cielos, mares y tierra se acaban", es decir, se trataba de el fin del mundo. Esto ha hecho suponer a autores como Constantino Cabal que para los habitantes prerromanos del NO de la Península este lugar fuese junto con el Pico Sacro uno de los dos puntos de partida de las almas hacia las islas del Paraíso, y en este sentido la tradición maragata nos habla de la existencia una Peña de las Ánimas (identificada con San Andrés de Teixido) situada en el Mar de la Muerte, que es aquél que baña la costa septentrional de Galicia. En definitiva, se trata de tradiciones que aún hoy testimonian de las antiguas creencias célticas en un Más Allá situado al otro lado de la Mar.

Tír na nÓg, la tierra de los bienaventurados

Dos denominaciones del Otro Mundo celta muy comunes en los ciclos mitológicos irlandeses son Tír na nÓg, la tierra de los bienaventurados, un lugar eternamente verde que fue visitada por el caudillo pagano Oisín junto con sus compañeros y que con posterioridad aparecería como lugar común en multitud de cuentos de hadas, y Mag Mell, la planicia del deleite, que según la leyenda está regida por el rey fomoriano Tethra, si bien en otras versiones su gobernante es el dios del mar Manannan mac Lir.

Tír na mBan, la tierra de las mujeres

Las islas del Paraíso asumen diversas formas y nombres dependiendo del relato y del país en cuestión. Entre ellas se encuentra Tír na mBan, la tierra de las mujeres, a donde partieron Bran mac Febal y sus compañeros y donde permanecieron junto con las hadas que la habitaban y su reina 300 años que les parecieron uno sólo. Existen rastros, cristianizados eso sí, de este mito pagano en el periplo gallego de San Amaro, en cuyo relato del Paraíso Terrenal se describe la existencia de doncellas que bailaban y cantaban a través de los prados, siempre en torno a la más bella de ellas, la Virgen María.

El Paradisus Avium

Otro arquetipo celta lo constituye el llamado Paradisus Avium, el paraíso de los pájaros, del que existen versiones tanto cristianas como paganas. Según las antiguas creencias célticas, los pájaros pueden ser mensajeros del Otro Mundo. Así, en un texto mitológico irlandés, la Enfermedad de Cuchuláinn (Serglige Con Culáinn), se narra el encuentro que dicho guerrero tuvo con varias de estas criaturas, y que inspiró la obra de Chaikovski El Lago de los Cisnes. Habiéndose reunido Cu Chuláinn con sus compañeros para celebrar la festividad de Samhain, aparecieron repentinamente sobre un lago dos cisnes, uno de los cuales fue alcanzado por las flechas del héroe, a pesar de lo cual logró huir. Pero para desgracia del héroe, los pájaros resultaron ser sídhe, mujeres del Otro Mundo, que poco tiempo después regresaron al lugar y golpearon a Cu Chuláinn hasta dejarlo en estado catatónico durante un año.´

El mito de los pájaros del inframundo se documenta entre los galos, donde era frecuente la advocación de Tarvos Trigaranos, que venía representado por la figura de un toro acompañado de tres grullas, y también entre los galeses, pues el Mabinogion nos habla de los pájaros de Rhiannon (diosa galesa de los caballos), que asentados en la Bahía de Cardigan, son capaces de matar a los vivos y resucitar a los muertos con su canto.

El manzano: árbol céltico de la inmortalidad

En la mitología céltica, el manzano es el árbol del Otro Mundo por antonomasia, y aparece como lugar común en multitud de echtrai irlandeses así como en diferentes relatos galeses. En los mitos artúricos, Ávalon (Ynis Afallach, en galés) era la isla donde moraba el hada Morgana junto con otras ocho hechiceras y a donde fue llevado el rey Arturo tras su derrota en la batalla de Camlann. Según la descripción de Geoffrey de Monmouth, la Insula Pomorum (Isla de los manzanos) era un lugar eternamente verde donde "ni granizo, ni lluvia, ni nieve caían", a donde iban a parar los guerreros muertos en la batalla y en cuyo centro se alzaba una pequeña ermita edificada por José de Arimatea. Se ha llegado a identificar la Isla de Avalón con la pequeña población inglesa de Glastonbury, que en tiempos del rey Arturo se elevaba sobre una isla rodeada de pantanos. Según los mitos galeses, su rey, Maelwas, tenía establecida su corte en el otero que domina la localidad, y su reino se llamaba en lengua britónica Gwlad yr Haf, el País del Verano, una denominación de la que deriva el nombre actual del condado de Somerset (que es una contracción de la expresión equivalente inglesa Sommer Settlement).

También en Irlanda se relaciona el manzano con el Más Allá y así, en el ya citado viaje de Bran la última estación recibe el nombre de Emain Abhalach, la Pomarada Bendita. De ese lugar llegó una mujer portando una rama mágica de manzano que mostró al héroe, y con ayuda de la cual logró convencerlo para partir hacia el Oeste. También el navegante Máel Dúin visitó dicha isla, que estaba cubierta de un espeso bosque del que arrancó una rama: Entonces "tres días y tres noches permaneció la rama en su mano, y al cuarto día habían nacido tres manzanas en el extremo del ramo. Durante cuarenta días, cada una de esas manzanas bastó como alimento". Es conocida asimismo en la mitología irlandesa la historia del rey supremo Cormac mac Airt, al cual, mientras reposaba sobre las murallas de Tara, se le apareció un mensajero del País de las Hadas que le ofreció una rama mágica de la que pendían tres manzanas de oro a cambio de tres deseos: Cormac accedió a ellos y se hizo con dicho objeto. El mito céltico de la rama de la inmortalidad aparece cristianizado en la Vida de San Amaro, concretamente en el episodio en que la santa Baralides hizo su aparición repentinamente portando una rama de uno de los dos árboles del paraíso, el árbol del deleite, con ayuda de la cual consoló al monje Leónites.

Mitos solares

En los relatos de viajes míticos del folclore de los países celtas existen, cuando menos, dos islas que portan reminiscencias de los antiguos cultos paganos al Sol. Una de ellas es la Magna Insula Solistitialis que visitó el monje Trezenzonio allá por el siglo VIII, y la otra es la isla de Valdedueñas, a la que arribó San Amaro y en la que las fieras se despedazaban entre ellas la mañana de San Juan. Sin embargo, en los immrama irlandeses no existe mención alguna de islas relacionadas con mitos solares. Según las tradiciones de la mitología asturiana, la Mar Cuajada es el lugar a donde van a parar los cuélebres cuando se hacen viejos, y se la describe como un océano remoto cuyo fondo está plagado de diamantes que pueden ser capturados por los hombres con ayuda de una cuerda. Este lugar es citado asimismo en la Vida de San Amaro como una de las cinco estaciones del viaje que este abad realizó hasta llegar al Paraíso Terrenal, en la que moraban enormes monstruos que amenazaban a las embarcaciones que atravesaban el lugar.

Los orígenes remotos de las leyendas relativas a la Mar Cuajada han de buscarse en los viajes que los griegos (como Pytheas de Massalia), los fenicios y otros navegantes de la Antigüedad realizaron a los mares próximos al Círculo Polar Ártico, que se cubrían de grandes capas de hielo durante los inviernos, impidiendo la navegación (de ahí el adjetivo de cuajada). Existen registros de este mito entre los galos y los cimbrios, que según Filemón llamaban a este mar morimarusa (el Mar Muerto), por permanecer inmóvil y sin olas.

Cabe citar también la localidad gallega de Finisterre, donde los geógrafos grecorromanos ubican el "Promontorium Nerium" y el "Ara Solis", un altar de culto al sol, que pudo ser destruído en el proceso de cristianización del mundo pagano. Las crónicas del historiador Orosio nos cuentan el pavor que se apoderó de las tropas de Décimo Junio Bruto Galaico al llegar a Finisterre y presenciar una puesta de sol en el océano.

Fuentes