Monasterio de la resurrección de las canonesas del santo sepulcro

Monasterio de la resurrección de las canonesas del santo sepulcro
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Obra Arquitectónica
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Monastero de la resurrección que se encuentra en Zaragoza, España
Descripción
Localización:España
Uso inicial:Monasterio
Uso actual:Convento
Datos de su construcción
Inicio:Siglo XIII
Inauguración:13 de mayo de 1306


Monasterio de la resurrección de las canonesas del santo sepulcro (zaragoza). Se llama Monasterio de la Resurrección, es mayoritariamente conocido como Convento del Santo Sepulcro. Se encuentra en la esquina nororiental de la muralla romana, a la cual está adosado. Fue fundado en el Siglo XIII, y su forma actual se remonta al Siglo XIV. Es uno de los mejores ejemplos de arquitectura monástica mudéjar de Aragón. El Monasterio de la Resurrección de Zaragoza, pertenece a la Orden Canonical del Santo Sepulcro y es el único de la Orden que pervive en España. También es el único complejo monástico completo de estilo mudéjar que queda en Aragón.

Situación Geográfica

Está situado en el barrio del Boterón, dentro del casco antiguo de la Ciudad, anexo a la antigua Muralla romana. El monasterio ha dado nombre a una calle que desde las cercanías de la Seo llegaba antiguamente hasta la antigua Universidad de Zaragoza, en la calle de este nombre. Actualmente, y desde la construcción de la nueva fachada a finales del Siglo XIX, el tramo que ocupa la misma pasó a denominarse de Don Teobaldo, conservando desde la calle Mundir I hasta la plazuela de San Nicolás su primitivo nombre.

Junto a las dependencias monásticas se levanta la Iglesia de San Nicolás de Bari, que forma parte del monasterio desde su cesión al mismo en el Siglo XIV por el arzobispo don Lope Fernández de Luna.

A pesar del interés artístico de sus dependencias y de las obras de arte que atesora, el Monasterio de la Resurrección es un gran desconocido para la mayoría de los zaragozanos. Tal vez la clausura que, hasta hace no muchos años, imposibilitaba su visita, ha condicionado este desconocimiento.

 Fundación del Monasterio

La fundación del Monasterio de la Resurrección de Zaragoza es obra de doña Marquesa Gil de Rada en los primeros años del Siglo XIV. Hasta que Fernando López Rajadel presenta sus investigaciones sobre el tema en las II Jornadas de Estudio de la Orden del Santo Sepulcro en 1995, se venía aceptando para este hecho la fecha de 1276 en la que Zurita recoge el nombre de la fundadora. Como es en este año cuando muere el rey Jaime I el Conquistador, el historiador hace una reseña de su vida en la que incluye la relación de sus hijos, entre los que se cita a Pedro Fernández de Híjar, hijo legitimo, que lo tuvo con Berenguela Fernández, y del que dice que estuvo casado en segundas nupcias con Marquesa Gil de Rada, que fundo el monasterio del Santo Sepulcro de Zaragoza. Ahora sabemos que es en el año 1304 cuando debe de datarse la fundación, fecha en la que doña Marquesa otorga testamento poco antes de su muerte.

Una segunda cuestión que también clarifica la investigación de López Rajadel es la relacionada con algunos de sus datos biográficos que la hacen hija natural del rey Teobaldo de Navarra y de una tal Marquesa López de Rada. A pesar de los pocos elementos disponibles, se puede afirmar que fue hija de don Gil de Rada II, quien tuvo gran influencia en las cortes de los reyes de Navarra y de Aragón, y doña Marquesa López de Haro.

En cuanto a su marido, don Pedro Fernández de Híjar, fue reconocido como hijo en el testamento que Jaime I otorga en 1272, aunque cuatro años antes, en 1268, le había hecho ya donación del Señorío de Híjar. Casado en primeras nupcias con doña Teresa Gombal de Entenza, a la muerte de ésta sin haberle dado descendencia, contrajo matrimonio con doña Marquesa en fecha imprecisa, aunque anterior a 1285, ya que en este año ambos confirman la carta de población que don Pedro y su primera mujer habían concedido a los pobladores de Híjar. Pedro Fernández debió de morir en la primavera de 1300, heredando el Señorío su hijo, del mismo nombre, fruto de su matrimonio con doña Marquesa.

Es en este año de 1300 cuando puede decirse que nace la institución monástica, concretamente el 10 de noviembre, cuando, ante Joan de Escatrón, notario de Híjar, la fundadora, que acababa de enviudar hacía unos meses, se hace “freyra e sierva” de la orden del Santo Sepulcro y funda una comunidad religiosa de la Orden que toma como sede la iglesia y casas de Santa María de la Villa Vieja de Híjar, dotándola de varias de sus propiedades. La nueva fundación la coloca bajo el Prior de la Orden del Santo Sepulcro de Aragón, reservándose su familia el Patronato sobre el monasterio.

Un documento importante para conocer esta primera etapa de la Orden en Híjar lo constituye el testamento de doña Marquesa, otorgado en Híjar ante el notario Bartolomé Marcho, de Samper de Calanda, el día 28 de enero de 1304, una copia del cual se conserva en el archivo del Monasterio y que también fue dado a conocer por López Rajadel. Es en este documento donde aparece por primera vez su voluntad de edificar una capilla del Santo Sepulcro en Zaragoza, donde deberá ser enterrada si la iglesia de Santa María de la Villa Vieja de Híjar no pasaba a poder de la Orden : “primeramente eleyo la mia sepultura en al iglesia de Santa María de la Villa Viellya de Izar, soz tal condicion, si el dito lugar fincara a la Horden del Santo Sepulcro. E si a la dita Horden non fincara que seya traslatato el mi cuerpo a la capiella mia de Çaragoça, la qual yo edifique ha honor de Deus et de la Horden del Santo Sepulcro”.

La Comunidad debió de ser reducida en sus inicios, conociéndose los nombres de las mujeres que acompañaron a la fundadora en su retiro. Fueron doña Teresa López de Rada, doña Urraca López de Rada y Marquesa, que al citarse solamente con el nombre parece ser que era una niña o joven de la que no se dice expresamente que fuese monja, a quienes llama en su testamento “parientas”. Además había otras siete mujeres de una condición social inferior. Así, ya desde el comienzo la comunidad se divide en personas de tres categorías: las “dueñas” eran las monjas, de condición social más elevada; las “monjas de obediencia” y la siervas serían las encargadas de realizar las tareas domésticas; por último, las niñas y chicas jóvenes que ingresaban en la comunidad con sus madres viudas, o que eran entregadas a la misma para su educación y custodia, como sería el caso de Marquesa. A ellas habría que añadir el capellán, que en estos primeros momentos es fray Miguel de Olorón, miembro de la Orden del Santo Sepulcro.

Parece ser que doña Marquesa falleció al poco de otorgar testamento, pues se cita como difunta en la orden, fechada el 15 de marzo de 1304 en Calatayud, que el Rey Jaime II de Aragón da a Gil Tarin, Merino de Zaragoza, para que cambie unos corrales del rey, situados extramuros de la ciudad, por otras propiedades de la Orden del Santo Sepulcro. Esta petición la había hecho el prior del Santo Sepulcro de Calatayud para construir en el lugar que ocupaban estos corrales un monasterio de la Orden. El cambio de los corrales por unas casas propiedad del Santo Sepulcro en la parroquia de San Pablo se realizó en 1310.
Se conoce un documento fechado el 15 de junio de ese mismo año, por el que el mismo rey, a petición del Prior de Calatayud, fray Fernando de Verdejo, concede licencia para abrir un postigo o puerta en el muro de la ciudad contiguo a las casa que dono doña Marquesa para la construcción del monasterio.

La fundación canónica del monasterio tiene lugar el 13 de mayo de 1306, cuando las religiosas que integran la comunidad prestan obediencia ante fray Bernardo, Prior de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, y se someten a la regla y costumbres de la Orden, comprometiéndose a seguir la liturgia de Jerusalén, siendo testigos otros miembros de la Orden , entre los que se cita a Pedro de Lacería, a fray Fernando de Verdejo, Prior de Aragón, y a fray Pedro de Barbastro, prior de Castilla. A este acto de obediencia siguió la confirmación de doña Teresa López de Rada como priora del monasterio, imponiéndole fray Bernardo el anillo distintivo de su autoridad.

Construcción del Monasterio

La construcción del monasterio se prolonga a lo largo de todo el Siglo XIV, quedando prácticamente finalizado a finales de centuria. Tres personas adquieren especial relevancia como benefactores e impulsores de su construcción, el Rey Pedro IV de

Patio interior del Monasterio

Aragón, el arzobispo de Zaragoza don Lope Fernández de Luna y Fray Martín de Alpartir, canónigo de la Orden del Santo Sepulcro, el grueso de las obras se realizó bajo su reinado (1334-1387) unido a la repetitiva aparición de las armas de la Monarquía aragonesa junto a las del Arzobispo Fernández de Lunay de la Orden del Santo Sepulcro, cuenta del apoyo que siempre prestó a la Orden del Santo Sepulcro en Aragón durante

Don Lope Fernández de Luna fue arzobispo de Zaragoza de 1352 a 1382 y ejerció de Canciller del Rey Pedro IV. Fue tenaz defensor de la Orden sepulcrista y tuvo como tesorero particular al canónigo del Santo Sepulcro Fray Martín de Alpartir.
Es Fray Martín de Alpartir la figura más importante dentro de la historia del Monasterio y el verdadero impulsor y constructor de las obras del monasterio, ya que gracias a su munificencia se levantaron las partes más importantes del mismo. No se conoce con exactitud fecha y lugar de su nacimiento, aunque debió de ser en la villa zaragozana de Alpartir alrededor del año 1300. Fue canónigo del Santo Sepulcro de Calatayud, Comendador de la Orden en Nuévalos y Torralba de los Frailes, y tesorero, como se ha dicho, del arzobispo don Lope Fernández de Luna. A sus ruegos, el arzobispo concedió el 28 de agosto de 1361 al monasterio el derecho de patronazgo sobre la iglesia de San Nicolás, contigua al cenobio que entonces estaba todavía en fase de construcción. La donación fue aprobada en Ancona, el 18 de febrero de 1364, pro el Cardenal de Santa Sabina.

Para conocer la evolución de la construcción de las diferentes dependencias monásticas es el testamento de fray Martín. El 20 de junio de 1365, el Prior del Santo Sepulcro de Calatayud, fray Domingo Martín de Algaraví, concede permiso a fray Martín de Alpartir para hacer testamento en atención a los muchos servicios que había prestado a la Orden, pudiendo disponer libremente de sus bienes. El 24 de junio de 1381, ante Juan de Capiella, notario público de la ciudad de Zaragoza, otorga testamento, figurando como testigo don Gregorio de Angusolis, rector de la Iglesia de Villanueva de Huerva, y el notario don Jaime de Gurrea. No se conoce la fecha exacta de la muerte de fray Martín, aunque no debió de ser mucho después de redactar testamento, ya que cuando testa don Lope Fernández de Luna el 3 de febrero de 1382 ya consta que había fallecido. Fue enterrado, tal y como disponía en su testamento, en la tumba que ya tenía preparada en el centro de la Sala Capitular. En la inscripción que recorre la lauda sepulcral falta la fecha de la muerte que se dejó en blanco. De las disposiciones testamentarias que afectan a las distintas dependencias monásticas se hará referencia en sus apartados correspondientes. Solamente decir que fue el impulsor de las del claustro, refectorio, sala capitular, bodega y cocina.

Evolución histórica

Durante los siglos XIV y XV se produjo el ingreso en la comunidad de un importante número de religiosas que aportaban elevadas dotes, lo que se tradujo en un enriquecimiento considerable del Monasterio. Ello fue la causa de que, aunque desde su fundación canónica dependía del Prior sepulcrista de Calatayud, los arzobispos zaragozanos intentasen en varias ocasiones someterlo a su jurisdicción, quedando resuelto el problema definitivamente en el Siglo XVI, cuando el 30 de septiembre de 1570, la Corte de Justicia falló a favor de la Orden del Santo Sepulcro, quedando para siempre exento el cenobio del arzobispado de Zaragoza.

El 19 de febrero de 1574, siguiendo las directrices marcadas por el Concilio de Trento, el arzobispo don Hernando de Aragón dicta un decreto por el que la comunidad de religiosas del Santo Sepulcro, aunque exenta de su jurisdicción pero con el consentimiento del Patriarca de Jerusalén, debe de pronunciar solemnemente los votos y guardar celosa clausura.

El 30 de abril del mismo año, en presencia del arzobispo, del Cabildo Metropolitano y de la nobleza zaragozana, las religiosas pronunciaron con gran solemnidad los votos de castidad, pobreza y obediencia y comenzaron a guardar clausura. El 9 de febrero de 1604, el Nuncio Apostólico Monseñor Domingo Gennasio, obtiene un breve del Papa Clemente VII por el que concedía a las veintiuna religiosas que habías profesado la clausura en 1574, el poder salir del monasterio y a sus familiares entrar en él como siempre se había hecho. Esta exención se consigue por las presiones que las familias de las Canonesas ejercen sobre las autoridades eclesiásticas, ya que no aceptan que se les impida entrar en el monasterio ni que las monjas no puedan salir de él para pasar temporadas en sus casas, bien por enfermedades suyas o de familiares. Cuando se recibe en el monasterio el breve solamente quedan trece de aquellas religiosas que se pueden acoger al privilegio.

En 1624 el Muy Ilustre y Reverendo Señor don Pedro Valsorga, Prior de la Iglesia del Santo Sepulcro de Calatayud, como Prelado y Superior del convento, le otorga nuevas Constituciones, que estuvieron vigentes hasta el año 1977 en que son aprobadas las Constituciones de la Asociación de Canonesas del Santo Sepulcro, a la que pertenece la Comunidad.
Wilfredo Rincón recoge algunas celebraciones que durante los Siglos XVI y XVII muestran la relación que la comunidad mantiene con el Concejo de la Ciudad. El segundo día de Pascua se convidaba a los Jurados a celebrar la festividad del Santo Sepulcro, en la que oían misa y pasaban al interior del cenobio donde los recibía la comunidad que, a través de la reja del coro bajo, ofrecían diversos presentes. En los tres días de Letanías, una de las procesiones con salida de la Seo, antes del volver a la Catedral, pasaba por la puerta de Valencia y se acercaba hasta el monasterio donde los Jurados eran obsequiados por las monjas con ramos de flores.

Durante los Sitios de la ciudad, la pequeña comunidad que entonces residía en las dependencias monacales permaneció en el lugar durante el primero de ellos, pero tuvieron que abandonarlo durante el segundo, dado que esa zona fue una de las más castigadas. Doña Marina Villela, priora del monasterio, entrego las llaves de la iglesia del Santo Sepulcro, para protegerla, a la Cofradía de Labradores que bajo su advocación se había fundado en el convento. Un vez las tropas francesas abandonan la ciudad, don Ángel Foncillas, Prior del Santo Sepulcro de Calatayud, ordena el 21 de septiembre de 1813, que las monjas que estaban viviendo en casas particulares vuelvan a la vida monástica.

La Desamortización de 1835 privó a la comunidad de numerosas posesiones que tenía alrededor del monasterio. El Concordato de 1851 abolió el Cabildo Regular del Santo Sepulcro de Calatayud, con lo que en 1858, el monasterio pasó a depender del entonces Arzobispo de Zaragoza, don Manuel María Gómez de las Rivas, quien nombró como Director de la Comunidad al presbiterio don Mariano Baquero.

Exteriores del Monasterio

En el exterior del monasterio, son visibles la fachada recayente al Coso, donde se conserva la primitiva estructura con lienzo y cubos de muralla romana incluidos, y la principal que ocupa todo el lado derecho de la calle Don Teobaldo, desde la Plaza de San Nicolás hasta la Calle Trinidad.

Esta fachada es obra neomudéjar realizada a finales del Siglo XIXpor el arquitecto Ricardo Magdalena, dado el deterioro que presentaba esta parte del conjunto monacal y que resumimos brevemente. A finales de 1881, concretamente el 21 de noviembre, la priora Felipa Labarrera se dirige al Alcalde de Zaragoza para comunicarle el mal estado en que se encuentran los muros del convento en la parte recayente a la Plaza de San Nicolás, debido a las continuas filtraciones de una fuente pública instalada junto a los muros, cuyas aguas circulaban por una canalización adosada a los mismos. El 23 de febrero e 1882 se hundió el dormitorio de las monjas quedando maltrecho este sector del monasterio. Con diferentes pleitos entre Ayuntamiento y Comendadoras se llega al 2 de marzo de 1883 cuando el Ayuntamiento aprueba en sesión ordinaria el ensanche de la plaza de San Nicolás y de la calle de don Teobaldo, como paso previo a la reparación de las partes dañadas del monasterio. Finalmente, el 1 de mayo de 1884, el arquitecto municipal Ricardo Magdalena presenta el proyecto de restauración de la fachada que fue aprobado, comenzando su ejecución.

El citado proyecto tomo como modelo el estilo que mayoritariamente imperaba en la construcción monacal. Para ello empleó como material básico el ladrillo complementado con decoración cerámica, siguiendo la tradición mudéjar.
La fachada la dispuso en dos alturas, la baja más una alzada. La excesiva largura de la pared la resolvió mediante un juego perspectivo de luces y sombras a base de ocho fajas verticales rehundidas entre pilastras, más estrechas las de los extremos, que alojan vanos en sus dos alturas.

Justo en el rehundido antes del requiebro en ángulo obtuso que hace la fachada se encuentra la actual puerta de acceso, en arco rebajado, que rompe el esquema compositivo de la obra. Precisamente es aquí donde terminó la obra de Magdalena y se retomó por el arquitecto Luis de la Figuera años después. La diferencia más notable entre las dos etapas constructivas la constituye el color del ladrillo empleado, ya que a partir de aquí es mucho más amarillento que el utilizado por Magdalena. Además de la que cobija la puerta, la nueva obra consta de seis fajas verticales más, siguiendo el proyecto del anterior arquitecto. A la primera, que quiebra la pared, le sigue cinco, más estrechas las dos laterales que carecen de vanos, al igual que la central de las otras tres, siguiendo en las restantes el mismo modelo estructural y decorativo que en el resto.De arriba hacia abajo, la fachada se cobija bajo un alero que apoya en ménsulas en voladizo, reproduciendo el modelo más antiguo, bajo las que corre una fina banda de esquinillas en dientes de sierra.

Los vanos de la planta alta son alargados, en arco apuntado que apoya en sencillas hiladas de ladrillos a sardinel que simulan capiteles, de los que parten sendos fustes que llegan hasta la cornisa de separación con el piso bajo. El trasdos del arco se decora con ladrillos en resalte a modo de chambrana, y en los laterales se han dispuesto dos sencillos motivos en forma romboidal decorando la parte del muro que correspondería a las albanegas o enjutas. En la parte superior del vano se inscribe la ventana hasta una pequeña banda de esquinillas que la separa del antepecho ornamentado con una banda de cerámica.
En la planta baja, los vanos son adintelados, y están protegidos por rejas de forja, que según Andrés Álvarez, pudieron haber sido

Timpano de la entrada del Monasterio

forjadas por Martín Rizo, colaborador de Magdalena en esas fechas. Para las dos que cierran los vanos de la obra de La Figuera cita el nombre de Pascual Gonzáles, discípulo del anterior. Completando la ornamentación en ladrillo del paño, un rehundido rectangular con una alargada banda de esquinillas se ubica en cada lateral del dintel.

Tanto los paños superiores de las dos fajas laterales de la obra de Magdalena como de las dos ciegas de la continuación de La Figuera se solucionaron decorativamente con grandes cruces patriarcales resaltadas con el pequeño motivo romboidal visto en la parte alta a ambos lados de su parte superior. En las dos de la primera etapa se resaltan con ladrillo más oscuro los centros de la cruz principal y los ensanches de los extremos, resaltes que no son visibles en las otras debido a que se realizaron con ladrillo del mismo tono.

La puerta principal de acceso a la antigua portería y locutorio se abrió en la estrecha fachada que mira a la Plaza de San Nicolás, con diseño similar al resto de los muros. La portada ocupa toda la anchura entre las pilastras y cierra en arco apuntado con trasdos en ladrillo resaltado a modo de guardapolvo, al igual que los vanos de la planta alta.

El tímpano está ocupado por un grupo escultórico que representa el Entierro de Cristo, fechable en torno al Siglo XV, y que se encontraba en el interior del monasterio.

Fuente.