Pamuá

Pamuá
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Leyenda
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Es originaria de:Cienfuegos

Pamuá. Hombre que llegó como compañero de viaje de Don Luis. Tipo popular, ridículo y temido, que derramaba lagrimas con facilidad que utilizaba con gran provecho en su favor, hasta que un día le dieron un escarmiento que nunca más fue visto.


Historia

Eres tan llorón como Pamuá.
- Si, es una niña preciosa, pero hija es la tan criatura, mas llorona que Pamuá.
- Es un pechicato y un pedigüeño como Pamuá.
- No me importunes, eres tan majadero como Pamuá.
- Ten cuidado con Juan, es mas soplón que Pamuá.

Y siempre Pamuá … ¿Quién seria el personaje con tanta frecuencia nombrado, y que por lo mi oído había batido el record de las lagrimas, pedidos y majadería, y que además adolecía del grave defecto de ser delatador?

Para conocer su historia busqué su nombre en diccionarios biográficos. Nada encontré. Hice iguales investigaciones en enciclopedias y obtuve idéntico resultado. Cuando ya me disponía a preguntar a nuestra Academia de la Historia, me entere por un anciano y antiguo amigo de la casa, que Pamua había sido un tipo popular local, de los primeros tiempos de la colonia. Nada más pude obtener.

Dedíqueme entonces a inquirir de unos y otros noticias de tan asendereado personaje y tomado datos de aquí y de alla he logrado saber algo de su carácter y costumbres. No me propongo escribir su biografía, pues no merecería el nombre de tal narración de los hechos de un hombre del cual se ignora quiénes fueron y como se nombraban sus progenitores, su verdadero y legitimo nombre, el lugar de su nacimiento, permaneciendo aún envuelto en el misterio el pueblo, villa o ciudad donde reposan los restos mortales del célebre personaje.

Descripción

Pamuá, corrupción o mala traducción de la frase francesa pour-moi, para mi, dio nombre al individuo conocido también como el apodo de Lagrimita. Nadie sabe a ciencia cierta la fecha en que Pamuá llego a Fernandina de Jagua. Unos aseguran que fue compañero de viaje de Don Luis y de los primeros colonos procedentes de Burdeos. Otros, que llego algún tiempo después, en la expedición que algún tiempo después, en la expedición de Nueva Orleáns arribo el año 21. Y no faltan quienes aseveren que vino en una goleta de Santiago de Cuba, y no pocos, que procedía de Santa Clara.

Pero si dudosas son las noticias de cuándo y cómo vino a Fernandina de Jagua, no lo son menos las del lugar de nacimiento, y , en lo único que están todos contentos es que no nació bajo el cielo de Cuba.

Era Pamuá hombre de elevada talla, delgado, recio, casi atleta, un jayán que había pasado ya la media rueda; de pequeña cabeza huesuda, ojos verdosos y cloróticos, nariz achatada, boca grande, dos caninos en la mandíbula superior y cuatro incisivos largos y amarillentos formaban toda su dentadura; raro, largo y canoso el bigote; en la barbilla cuatro o seis ásperas, rígidas y albas cerdas, pelo corto y entrecano formaban su cabellera.

Su traje era casi siempre un viejo y raído casacón militar demasiado ajustado al cuerpo, corto de mangas, que indicaba que el difunto había sido menor, conservaba algún que otro botón dorado, completaban su vestimenta un sombrero de filtreo, pantalones de lanilla de corte también militar. Calzado solo usaba el que Juan ripio le diera al nacer aumentando de tamaño por el uso.

Tipo popular, ridículo y temido a la vez por que según las malas y buenas lenguas era piquito de oro que cantaba diariamente en los oídos del Fundador todo cuanto pasaba en la Fernandina de Jagua. Tenia la difícil habilidad de derramar lagrimas a voluntad que utilizaba con gran provecho en su favor, y que hubieran envidiado las antiguas plañideras y lloronas.

Por todo y por nada su desmesurada boca daba paso a quejidos lastimeros y de sus ojos manaban arroyos de lágrimas, despertando con estos recursos los sentimientos caritativos o el temor de los colonos, sacando siempre lasca o astilla y consiguiendo lo que pedía. Con esto y con lo de Don Luis le socorría conseguía ir tirando y hasta llego a creerse que logro reunir unos cientos de reales sevillanos. Su andar cauteloso de felino, su mirada recelosa completaban su físico de intrigante y denunciador.

Leyenda

Servia a Don Luis, y este tenía en él fuente abundosa la información policíaca hasta que un día quiso por su mala suerte meter en enredos a cierto francés, sastre de profesión, encargado de conservar el orden en la colonia y uno de los valerosos defensores en la batalla de los yuquinos. Celoso del buen nombre de su taller, lo era mucho más de su honra, a tal punto, que según habladurías de las gentes de aquel tiempo veía visiones, cosa hasta cierto punto justificada.

Tenía, según cuentan, el sastre por compañera una francesita…..la mujer más hermosa que ojos cienfuegueros vieran, alta, airosa, de elegante vestir, de ondulante y dorada cabellera, ojos de puro azul de cielo, labios de coral que guardaban cautivas, hermosas perlas, cuello de anabe, brazos de diosa, manos de sílfide, senos…. No prosigo por no caer en la exageración de los que me la describieron. Solo añadiré que para colmo de perfecciones, tenia la tal madama voz tan dulce y bien timbrada, que ya la quisieran los ruiseñores para cantar sus amorosas endechas.

Era tal prodigio de encantos y belleza en cuanto a gracia y simpatía digna de ser trigueña y cienfueguera. Como la francesita se daba cuenta cabal de su valer le gustaba ser admirada, se pasaba gran parte del día en la ventana y en ella recibía los saludos, frases de halagos y visitas y entre estas las de Pamuá o Lagrimita con sus eternos pedidos de Pamuá.

Era este como ya se ha dicho, confidente, protegido y correveidile del Fundador, que aunque Gobernador, cristiano y Gran Señor tenia fama de haber sido en sus mocedades amigo de rondar rejas y ventanas y de casar en soto ajeno. Con tal tesoro por mujer, con las visitas de Pamuá y la fama del Fundador en asuntos de faldas, cualquiera, puesto en lugar del sastre hubiera tomado las precauciones. Así lo hizo Monsieur y despidió a cajas destempladas y tambor batiente, amonestando amorosamente a su Madama; pero ni el uno ni la otra se enmendaron ni aun se dieron por aludidos.

El francés entonces cambio la táctica y con halagos consiguió atraerse a Pamuá, si es que era necesario halagarlo para tenerle siempre como mosca importuna. El majadero visitante obtenía del sastre hoy una hebilla, mañana un botón, así sucesivamente hasta que le pidió una casaca. Este se la ofreció muy cumplida y simulo tomarle medidas prometiéndole que el domingo a mas tardar y antes de misa se la probaría.

Llegado el domingo y al pasar los feligreses por frente a la puerta del sastre, que dicho sea de paso ostentaba en la puerta una gran muestra que decía: “Sastre francés de S. M el Rey y el Emperador”, notaron que la tienda permanecía cerrada y que en su interior se oían súplicas, sollozos y ayes lastimeros, y por ellos reconocieron que quien suplicaba y que por ellos reconocieron que quien suplicaba y lloraba quejumbrosamente era Pamuá.

Todos, el que mas o el que menos pensaba:
- Hoy le toca al sastre sufrir las importunas peticiones de Pamuá.
Y algún que otro en voz alta, para que fuera oída, decía:
- No cedas, Maestro, No te ablandes Musiu.

Se supo después que el sastre había medido y probado en el cuerpo de Pamuá unos cujes de guayabo cortados en el inmediato sitio de San Alejandro, amenazándole que si volvía a verle por los contornes de su casa, las auras celebrarían suntuoso banquete en las playas de Juan Marsillan. De los escarmentados nacen los avisados y Pamuá tomo las de Villego, sin que hasta el presente e hayan tenido noticias de su paradero.

Unos aseguran que Pamuá, como alma que se lleva el Diablo, aquella misma tarde del domingo y sin decir adiós a su protector ni despedirse de nadie tomo camino de Trinidad, donde murió; y otros que consiguió camino de Santiago de Cuba, en cuya ciudad termino sus azorosos días en una Casa de Misericordia. Y dicen que dicen que Don Luis D´Clouet jamás se consoló de la perdida de su fiel Pamuá.

Fuente