Relatos de viajes como género literario

Relatos de viajes como género literario
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Relatos de viajes como género literario. Desde que el hombre siente la necesidad de dirigir sus pasos a regiones desconocidas y ampliar sus horizontes culturales e imperiales. Sin embargo, la preceptiva literaria se niega a considerar la literatura de viajes como un género literario, aún cuando la tradición demuestra que tiene rasgos específicos que la convierten en un género propio.

Comienzos como literatura

La Edad Media y el Renacimiento se caracterizaron por los grandes viajes resultados de la mirada del hombre europeo hacia las civilizaciones levantinas, en primer lugar, y luego hacia el Nuevo Mundo descubierto. Los grandes imperios del Oriente, más tarde América, se convirtieron en el atractivo desde diversos puntos de interés: político-expansionistas, religiosos, económicos, etnográficos y, sobre todo, culturales.

Los grandes viajes de conquistas imperiales, los de carácter diplomático, Las Cruzadas, los realizados por escritores o por simples viajeros-exploradores de lo diferente, en todos los casos, siempre existió la necesidad de contar, describir, e incluso, valorar lo observado, lo vivido.

Huelga especificar que se trata, no en pocos casos, de hombres con insuficiente o ninguna erudición, por lo que la motivación de la autoría, las modalidades de redacción y la forma de presentación de los relatos son diferentes, variables, y en ocasiones, hasta redundantes, difícil de delinear genéricamente.

Durante estos períodos, los relatos de viaje, se identificaron, fundamentalmente, por la narración pormenorizada, casi plenamente integrada al interés historiográfico, aunque tenían ciertos puntos de contacto con el discurso propio de los relatos de viajes, sobre todo, en la presentación desde una perspectiva admirativa de los diferentes lugares visitados, aspecto recurrente en los escritos de la época.

De ahí que, la información geográfica destaca en estos relatos: descripciones de regiones a partir del relieve, el clima, las riquezas naturales, curiosidades de todo tipo, convirtiéndose en documentos de la toponimia de su época y, por consiguiente, fuentes de estudios para la identificación de ciertas rutas (militares, comerciales, de peregrinación).

El discurso, por su parte, se articula a partir de una serie coherente de características: la base de un itinerario, el orden cronológico de una representación topificada del espacio, la descripción de los mirabilia («libros de maravillas», llamados así porque acentuaban cada vez más la dimensión maravillosa de su exposición informativa, lo que desembocó en la escritura de libros de viajes imaginarios sobre la base de fuentes librescas), y la identidad, casi generalmente, entre el narrador y el protagonista.

Los textos se construyen a partir de la yuxtaposición de la narración y la descripción, claramente separadas, o de la técnica de intercalar las partes descriptivas a medida que el itinerario se desarrolla. Es la opción de la mayoría de los relatos de viajes, reales o ficticios; de esta forma, lo narrativo se disuelve en lo descriptivo, a la vez que se insertan digresiones (históricas, legendarias, anecdóticas, etc.) que no se relacionan sino de forma tangencial con la materia principal.

Mirada al concepto y al género de los viajes

Aristóteles concibió en su Poética la preceptiva de lo que serían, a partir de entonces y en la posterior historia de la literatura, los principales Géneros literarios: la Lírica, la Épica y el Drama. Con el paso de los siglos, el desarrollo del mundo escrito ha provocado la ampliación de los horizontes genéricos y se impuso la necesidad de una nueva preceptiva que englobara estas fórmulas acogidas por la filología.

Aún así, la Literatura de viajes ha sido siempre marginada a la clasificación de subgénero o grupo temático dentro de la narrativa debido, por un lado, a esta preceptiva aristotélica de los géneros, y por otro, a que, desde que surgen los relatos de viajes, estos se caracterizan por el híbrido discursivo, es decir, por englobar diferentes tipos de discursos en su narratividad.

Aún cuando el tema está bien definido –es un viaje a un ámbito exterior–, el modo en que el itinerario se acomoda a la escritura es diverso: hay algunos más próximos a la crónica histórica, al informe científico, diplomático o político, otros rayanos a los ensayos filosóficos, muchos con carácter novelesco, y otros que, sobre todo en la actualidad, no pretenden más que la divulgación periodística o convertirse en simples guías turísticas. A pesar de esto, hay sobradas razones para categorizar a esta literatura como un género propio:


"Existen motivos más que suficientes para considerar a la literatura de viajes como un género literario propio, sin necesidad de englobarla dentro de cualquier otro grupo o subgrupo, dígase narrativa o similares. Las diferencias existentes entre los libros de viajes con respecto a los de cualquier otro género, convierten a este tipo de literatura en una modalidad bien diferenciada.

Dichos libros fueron escritos con la intención de dar a conocer nuevos territorios y culturas, a través de la descripción, real o imaginada, de las vivencias de un viajero en tierras extrañas. Esta característica basta por sí sola para reflejar el hecho de que este género no tenga comparación con ninguna otra obra narrativa.

Cualquier otra modalidad novelística no ofrece las cualidades descriptivas de gentes y paisajes que nos ofrece la literatura de viajes. Si continuáramos analizando otras características de estas obras como la intención del autor, el tratamiento del tema, la exposición del argumento, la construcción de las imágenes, no haríamos sino reforzar la tesis de la literatura de viajes como género diferenciado (Encinas Arquero, et al., pp. 4-5)"

Estas obras se vinculan inevitablemente con la cultura desde el momento mismo en que acontece el viaje. Es testigo, de esta manera, no solo de los lugares visitados, sino también de la propia comunidad nacional del viajero, por lo que a través de ella se pueden llegar a interpretar las dudas y las certezas que caracterizan al autor y a su cultura. Este doble reflejo o carácter especular –reflejo de lo interior y de lo exterior–, es uno de los más sobresalientes aspectos de este género.

La literatura de viajes y la era moderna

La Ilustración dieciochesca impuso nuevos códigos y dedicó miradas revolucionadoras a todas las esferas de la vida. El Racionalismo propuso el uso de la razón en oposición a la ignorancia, la superstición y la tiranía religiosa, así como la base objetiva de todo conocimiento científico. Es incuestionable su influencia en aspectos económicos, políticos y sociales de la época en que surge y en la posterioridad.

Johann Georg Adam Forster(Polonia, 1754 - Francia, 1794) fue un naturalista, etnólogo, escritor viajero y revolucionario alemán que formó parte de la segunda expedición alrededor del mundo de James Cook, y de quien se dice fue uno de los precursores de la literatura de viajes con fundamentación científica.

Con la publicación de la historia de estos viajes, se convierte en el autor de un libro que, hasta nuestros días, es una obra de referencias y una de las descripciones de viajes más importantes jamás escritas. Sus obras se distinguen de la literatura de viajes que le precede por la coherencia, la presentación de hechos reales que tienen su origen en observaciones detalladas, por las reflexiones filosóficas sobre lo observado y por la especial atención a la antropología cultural.

El viaje moderno, hijo de absoluto de su tiempo, cobra otro impulso debido a las cuestiones que sus autores plantearon a través del viaje. La evolución en la temática viajera va entonces desde el primario interés geográfico o historiográfico, sin ignorar estas informaciones, hasta el interés por el conocimiento y la valoración de las sociedades con las que el viajero entra en contacto.

Ya no es prioridad para el escritor-viajero la presentación de las novedades o curiosidades que ofrece un país desconocido –aunque no se dejan de registrar los posibles exotismos o rarezas que ofrecen estos lugares nuevos, solo que se reflejan con acento digresivo–, sino la comprensión profunda de los mecanismos de funcionamiento de esa sociedad extranjera, proponiendo una vía de reflexión cuyo componente básico es lo exterior, ese mundo lejano y diferente, que conduce a un (re-) conocimiento de lo propio, expresándolo en términos religiosos, políticos y culturales.

El yo-escritor actúa con mayor intensidad sobre lo visitado. Por tanto, se pasa de una descripción agotadora de detalles, a una visión ideológica sobre sí mismo y colectiva, condicionada desde el punto de vista sociocultural.

A partir de la lectura, el «paisaje natural» deviene «paisaje cultural» por el paso de algún personaje ilustre, real o imaginario, que convierte ese lugar en especial para la gente que lo valora. Lo cultural se superpone a lo natural, sugestiona el pensamiento de modo que se percibe el paisaje de forma diferente. La Alcarria nunca será la misma después del paso de Cela, ni la sierra del Guadarrama después del paso del arcipreste, y no digamos de la Mancha con el paso del «caballero de la triste figura».

La Generación del 98 también fue viajera

En España ha existido gran tradición de observar los caminos del país con una visión literaria. La conocida como generación del 98 fue particularmente fecunda en este sentido. Autores como Azorín –con quien la ruta del Quijote ya no volvió a ser la misma–, Pío Baroja, Unamuno –quien escribió que era necesario «aprender bien la lección del paisaje de nuestra tierra»–, y en general, los miembros de la Generación del 98 que se hicieron un compromiso estético con la sociedad que les tocó vivir.

Tienen en común el creciente interés por la Castilla antigua; la recorren: visitaron lugares, descubrieron, se sorprendieron y lo contaron en sus libros de viajes, dejando así las huellas de su paso viajero como una aventura en la literatura.

No se interesan por los grandes acontecimientos ni las grandes personalidades de la Historia, sino por la historia que emerge del pueblo, de esos pueblos abandonados y polvorientos de la vieja Castilla, de las personas simples que los habitan, de los hechos cotidianos, de que revaloricen su paisaje y sus tradiciones, se remitan al lenguaje castizo y espontáneo, estudien los mitos literarios españoles y el Romancero… en general, su preocupación se extiende por las dos mesetas españolas, a esa España de millones de hombres sin historia, calificada por Unamuno como intrahistoria.

A partir de esta idea del viaje a su propia región vale comentar que existe una diferencia fundamental, además de otras, entre las miradas del viajero extranjero y la del criollo: sus objetivos. Éstos difieren, lógicamente, en dependencia del sentido de pertenencia o distanciamiento del escritor-viajero hacia la región que visita y describe, por lo que cada discurso se verá condicionado por sus ambiciones interpretativas.

La migración como viaje literario

El fenómeno migratorio en el mundo contemporáneo ha provocado como consecuencia una nueva estética en la literatura. El hecho mismo de haber vivido en varios lugares diferentes hace que los escritores emigrantes posean cierta peculiaridad literaria, desprendida esencialmente de este desplazamiento, y con ello, sus memorias (culturales, individuales, sociales, históricas, colectivas) difieren en gran medida de aquellas de los autores del país de llegada.

La memoria se convierte en un elemento medular de las letras migrantes, pues será reflejada en la estética de las obras, una estética diferente y heterogénea en tanto diversa es el motivo de la migración y la capacidad memorística de los sujetos.

El exilio implica, a priori, varias nociones: la idea del exilio como una experiencia colectiva, la existencia de un pasado único, que existió tal como se evoca, haciendo interferencias constantes en la realidad del exilio, así como en los relatos literarios que se escriben pero, sobre todo, la noción de que el tiempo pasa, que existe.

En la literatura de viajes del escritor emigrante (que incluye el exilio), el pasado es un espacio narrativo al que se recurre casi siempre, es un pasado finito. Pero no es sólo un pasado, sino varios, vistos desde diferentes enfoques, dependiendo de qué personaje o narrador los recupera, y bajo qué circunstancias y contexto. Seguido de esto, se narra un presente; el presente de la escritura.

Al mismo tiempo, existe una coexistencia entre la realidad vivida en el extranjero, y la realidad presente del país de origen. Además, la experiencia narrada en la novela migrante es, antes que nada, una experiencia individual. El escritor, casi generalmente, la presenta como colectiva, pero el asunto solo puede ser explicado a partir de su propia subjetividad, condicionada por su experiencia, no por la de los demás.

El escritor se presenta como el individuo que habla por todos, y sus relatos desean reflejar una realidad colectiva, pero se trata de un acto narrativo, de un relato y, por lo tanto, este depende y es manejado por su único creador.

Las relaciones comerciales, el Marketing y la publicidad en la actualidad de nuestra sociedad global hacen posible que los productos culturales y costumbristas, las noticias y los cambios del país de origen puedan ser «adquiridos» en el exilio, de modo que los elementos que eran motivos de nostalgias, son reapropiados por los emigrantes y, además, integrados no solo en la cultura del exiliado o emigrante, sino en su literatura.

De este modo, la búsqueda de la tierra «original» ya no se realiza solo hacia el pasado, sino también hacia el presente, e incluso, se pueden hacer especulaciones sobre el futuro incierto, y hasta se puede decir que se vive en la cultura de origen estando en el país de exilio. Así mismo, influye con su cultura en este último, modificándola hasta estimular el fenómeno de mestizaje cultural con el que se configura su propia identidad y la del país.

Lo que no es literatura de viajes

En su libro sobre los viajeros ingleses de entreguerras, Paul Fussell distingue tres tipos de traslado: "la exploración, característica del Renacimiento; el viaje, que se da en la sociedad burguesa; y el turismo, parte de la cultura popular de la posguerra. Para este autor, la literatura de viajes ha muerto, porque la experiencia vacía y organizada del turismo «causa la destrucción del viaje ‘real’ e [implícitamente provoca] el final de la ‘buena’ escritura» (Paul Fusell, 1940)"

Si bien es un poco exagerado el criterio de que ya no existe la buena literatura de viajes, también está sobre el terreno de lo cierto que, la tendencia de este género en la actualidad se desprende poco de la divulgación sensacionalista y las guías turísticas, de modo que la figura literaria del escritor-viajero en busca de una aventura, de conocimiento, de cultura universal, de esparcimiento intelectual o, en el caso de los emigrantes, de sacudirse la nostalgia, se ha perdido en un mar de publicidad de propuestas turísticas.

Aún así, existen títulos que, desde poco antes de la segunda mitad del siglo pasado hasta hoy, salvan con dignidad la práctica de esta literatura, libros que rescatan el género apropiándose de la tradición e incorporándole nuevos modos de hacer, perméandolo de poética moderna y enriqueciéndolo con peculiaridades que despiertan el creciente interés no solo de aquellos lectores que persiguen la verdadera y buena literatura, sino también de escritores que se deciden a viajar literariamente.

Fuentes

  • Encinas Arquero, Pablo y José M. Santos Rovira: Breve aproximación al concepto de literatura de viajes como género literario. pdf.
  • Rivera, Julio: Descubridores, exploradores, turistas y mochileros. Publicado el 31 de enero de 2004, en Blog de viajes
  • Mota, Ángel: El viaje insular de la memoria en la literatura de la migración. Publicado en potomitan.info
  • Livon-Grosman, Ernesto: Lo abierto y lo cerrado: el espacio patagónico en la literatura de viaje. Publicado en lehman.cuny.edu