Amadeo Roldán

Plantilla:Personaje artístico

Amadeo Roldán Gardes. Compositor.Fue iniciador del moderno arte sinfónico en Cuba, el primer músico cubano que incorporó los instrumentos afrocubanos, no como simple acompañamiento, sino como elemento protagónico y constructivo de la obra musical; el primero en representar gráficamente los ritmos propios de esos instrumentos de percusión con todas sus posibilidades técnicas.

Vida

En 1908 ingresa en el Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, donde estudia solfeo con Pablo Hernández, y a partir de 1909, violín con Agustín Soler y Antonio Fernández Bordas; en 1913 inicia sus estudios de armonía con Conrado del Campo y posteriormente los continúa con Benito García de la Parra; de 1917 a 1919, fue discípulo de composición de Conrado del Campo. Ese mismo año ingresa como primer violín de la Orquesta Filarmónica de Madrid, dirigida por Benito Pérez Casas, y a partir de 1918 realiza varias giras por distintas ciudades de España.

En 1919 se traslada para Cuba, donde completa su formación con el compositor y director de orquesta español, alumno de Turina, Pedro Sanjuán Nortes; en 1921 ingresa como viola en la Sociedad de Música de Cámara, dirigida por el pianista Alberto Falcón, y en 1922, lo es de la Orquesta Sinfónica de La Habana; en 1923 ingresa como profesor del Conservatorio Iranzo; en 1924 pasa a trabajar como violín concertino de la Orquesta Filarmónica de La Habana, de la que en 1925 pasó a ser subdirector, y es elegido secretario de la Sociedad Solidaridad Musical de La Habana.

En 1926 organiza con Alejo Carpentier y Alberto Roldán, los conciertos de Música Nueva que se ofrecieron en la Sala Falcón, y donde se dieron a conocer por vez primera en Cuba obras de Scriabin, Debussy, Erick Satie, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Francis Poulenc, Igor Stravinsky.

En 1927 actúa con el Cuarteto de La Habana, del cual fue fundador y primer violín, con el que se presentó en las conferencias ofrecidas por el compositor español Joaquín Turina en la Hispano-Cubana de Cultura.

El 1 de enero de 1928 ofrece su primer concierto en la Sociedad de Orquestas de Cámara del Conservatorio Falcón, con Roldán como primer violín y los músicos Casimiro Zertucha, Francisco P. de Arango, Rafael Cabrera, José Sinielnikov, Alberto Roldán, Juan P. O’Farrill, Juan Vallvé, Antonio Andraca, Jesús Salomo, Berta Fraga y Miguel A. Matamoros, bajo la dirección de Alberto Falcón.

El 3 de abril de 1929, acompañado al piano por Turina, actuó en el Teatro Martí; y el 11 de septiembre del mismo año dirige por vez primera la Orquesta Filarmónica de La Habana. Fue nombrado subdirector del Conservatorio Iranzo.

En 1930 es aceptado como miembro de la Pan-American Association of Composers, y director de la West Indies Section. En 1931, en unión de César Pérez Sentenat, funda la Escuela Normal de Música de La Habana.

En 1932, en colaboración con el pianista y compositor César Pérez Sentenat, organiza los conciertos La Obra Musical, en los que se ejecutaron por vez primera en Cuba obras de Mondoville, Mehúl, Blas Serrano, Mateo Ferrer y Joaquín Nin Castellanos.

El 28 de agosto del mismo año, Roldán actúa por vez primera como director titular de la Orquesta Filarmónica de La Habana; se funda el Conservatorio de la Filarmónica, del cual fue profesor de armonía y composición.

El 9 de febrero de 1933 estrena la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven con la Orquesta Filarmónica de La Habana y la Coral de La Habana dirigida por María Muñoz, en la que actuaron como solistas Luisa de Lepa Ves, soprano; Elisa Vázquez, contralto; Sinforiano Galán, tenor y Alberto Márquez, barítono.

En 1934 renuncia a la dirección de la Escuela Normal de Música de La Habana, y queda sólo como profesor de violín; fue electo director del Conservatorio de la Filarmónica.

En 1935 dirige el ballet Coppelia, en el Teatro Auditorium, con Alicia Alonso en el papel de Swanilda.

En 1936 ofreció un curso de apreciación musical en la Sociedad Lyceum y fue elegido director del Conservatorio Municipal de La Habana. Renunció en 1938 a la dirección del Conservatorio Municipal. El 17 de junio de 1938 dirige por última vez la Orquesta Filarmónica de La Habana.

Durante este período Amadeo Roldán, acompañó a Rafael Druián, Emilia Estivill, Francisco Cao, Carlos Agostini, José de J. González y Benno Rabinof, violinistas; Sylvan Levin, Manuela Jiménez, Flora Mora, Teresa Sabio, Camila Novoa, Teddy Risech, María Victoria Bru, Pedro García Arango, Elena González Labarga, Eleonor Ruiz, Ana Ramírez, Silvia López, Inés Maceo, María Antonia Álvarez, Helen Thompson, Jascha Fischermann, Sergio Navarro, María Muñoz, Emma Badía, Paul Witgenstein, Margot de Blanck, Josefina Megret, Pablo Miquel, Adela Téllez, Carmen Cruz, Marian Anderson Mallo, Oswaldo Anido, José Guíu Llerena, Ángeles Tellaheche, Josefina Hernández Daniel, Santos Ojeda, José Echániz y Mercedes Soler Lezama, pianistas; Elia Doval, Alice Dana, Luisa de Lepa-Ves, Isabel Elías, Hortensia Coalla, Caridad Suárez, Dulce María Blanco, Dolores Pérez Moreno y Edith Mason, sopranos; Elisa Vázquez y Dulce Díaz, contraltos; Sinforiano Galán, Juan Mendizábal, Francisco Naya y Hans Heinz, tenores; Alberto Márquez y José M. Fuentes, barítonos; Eduardo Odio y Manuel Millares, bajos; Alberto Roldán y Lucinne Radisse, cellistas; Emilio Puyans y Manuel Duchesne Morillas, flautistas; Margarita Montero, arpista; Enrique Pardo, clarinetista; Viera, trompetista.

Dirigió obras de Michael Haydn, Tenebrae factae sunt; Eduard Laló, Concierto en re, para cello y orquesta, Alberto Roldán, cellista; Ludwig van Beethoven, Sinfonía núm. 1, Sinfonía núm. 6, Sinfonía núm. 7, Sinfonía núm. 8, Sinfonía núm. 9, Luisa de Lepa-Ves, soprano, Elisa Vázquez, contralto; Sinforiano Galán, tenor; Alberto Márquez, barítono, directora, María Muñoz, «Obertura» de Coriolano, Concierto núm. 5, para piano y orquesta, Flora Mora, Margot de Blanck, pianistas, «Obertura» de Egmont, Concierto núm. 3, para piano y orquesta, Pedro García Arango, pianista,Concierto núm. 3, para piano y orquesta, Helen Thompson, pianista, Sinfonía núm. 4, Sinfonía núm. 5, IV movimiento, Concierto núm. 4, para piano y orquesta, Josefina Megret, Joaquín Nin-Culmell, pianistas, «Obertura» y «Marcha turca» de Las ruinas de Atenas; Manuel de Falla, Noches en los jardines de España, para piano y orquesta y Concierto en re, César Pérez Sentenat, pianista, «Suite» de El amor brujo, «Suite núm. 2» El sombrero de tres picos, «Primera danza» de La vida breve; Serguei Bortkievich, Concierto op. 16, para piano y orquesta, Flora Mora, pianista; Igor Stravinsky, Fuegos artificiales, Suite núm. 1, Suite núm. 2, Ragtime, El pájaro de fuego; Jean-Baptiste Lully, Suite de ballet, «Preludio» del ballet Alceste, «Marcha» del ballet Teseo; Wolfgang Amadeus Mozart, «Obertura» de La flauta mágica, concierto núm. 7, para violín y orquesta, violinista George Enescu, Concierto en fa, para tres pianos y orquesta, Silvia López, Inés Maceo y María Antonia Álvarez, pianistas, Concierto núm. 2, para flauta y orquesta, Emilio Puyans, flautista; Concierto en do, para flauta y arpa, Manuel Duchesne Morillas, flautista, Margarita Montero, Sinfonía núm. 40, Sinfonía núm. 41, Concierto núm. 23, para piano y orquesta, Marian Anderson Mallo, pianista, «Obertura» de Don Juan, «Obertura» de Las bodas de Fígaro, Concierto en la, para clarinete y orquesta, Enrique Pardo, clarinetista; Antonio Vivaldi, Concierto en si, para cuatro violines y orquesta, Emilia Estivill, Francisco Cao, Carlos Agostini, José de J. González, violinistas; José Mauri, Alhambra, «Intermedio» de La esclava; Juan Sebastián Bach, Cantata núm. 140, coral, Concierto en la, para cuatro pianos y orquesta, Teresa Sabio, Camila Novoa, Teddy Risech, María Victoria Bru, pianistas, Concierto en re, para tres pianos y orquesta, Elena González Labarga, Eleonor Ruiz y Ana Ramírez, pianistas, Concierto en la, para violín y orquesta, Emilia Estivill, violinista, «Aria» de la Suite en re, Preludio, coral y fuga; Carl Maria von Weber, Invitación a la danza, «Obertura» de El cazador furtivo, «Obertura» de Oberón; Piotr Ilich Chaikovsky, Francesca da Rimini, Sinfonía núm. 6, Andante cantabile, «Suite» de Cascanueces, «Suite» de El lago de los cisnes, Sinfonía núm. 4, Sinfonía núm. 5, «Vals» de La bella durmiente del bosque, Concierto núm. 1, para piano y orquesta, Oswaldo Anido, pianista, Obertura 1812, Marcha eslava, Concierto op. 35, para violín y orquesta, Benno Rabinof, violinista; María Adam, En el campo de Waterloo, Dos danzas cubanas; Richard Wagner, «Obertura» de Rienzi, «Obertura» y «Bacanal» de Tannhäuser, «Obertura» de Los maestros cantores, «Muerte de amor» de Tristán e Isolda, «Obertura» de El buque fantasma, «Preludio» de Lohengrin, «Preludio del I acto», «Escena del Santo Grial», «El jardín encantado de Klingson», «Encantos del Viernes Santo», «Final del III acto» de Parsifal, «Entrada de los dioses al Walhalla» de El oro del Rhin, «Viaje de Sigfrido por el Rhin», «Música fúnebre de Sigfrido» de El ocaso de los dioses, «Cabalgata» de La walkiria; Félix Mendelssohn, «Obertura» de La gruta de Fingal, Sinfonía núm. 4, «Scherzo» de Sueño de una noche de verano, Concierto op. 64, para violín y orquesta, Valero Vallvé, Benno Rabinof, violinistas; Nicolai Rimsky-Kórsakov, «Danza de los bufones» «Suite» de La doncella de nieve, Scheherezada, La gran pascua rusa, Antar, Capricho español, «Vuelo del moscardón» de El zar Zaltán, «Suite» de El gallo de oro, Concierto op. 30, para piano y orquesta, Carmen Cruz, pianista, «Suite» de La noche de navidad; Henry Cowell, Hornpipe, American pipers reel; Joaquín Turina, La procesión del rocío, Danzas fantásticas, Sinfonía sevillana; Guillermo M. Tomás, Martí, Salve, Yo quiero ser césped; Arthur Honegger, Pacific 231; Eduardo Fabini, «Obertura» de La isla de los ceibos; Adolph Weiss, Vida americana; Alejandro García Caturla, La rumba, Tres danzas cubanas; Antonín Dvorak, Sinfonía núm. 9, «Obertura» de Carnaval; Isaac Albéniz, «Evocación», «Triana» y «El Albaicín» de Suite Iberia, «Interludio» de Pepita Jiménez, Capricho catalán; Maurice Ravel, Pavana para una infanta difunta, Mi madre la oca, Bolero, Concierto en sol, para piano y orquesta, Sylvan Levin, pianista, La valse, Concierto para la mano izquierda, Paul Witgenstein, pianista, «II Suite» de Dafnis y Cloe, Alborada graciosa, Rapsodia española; Howard Hanson, Sinfonía nórdica, segundo movimiento, Franz Schubert, «Obertura» de Rosamunda, Erlkönig, Sinfonía núm. 8; César Franck, Sinfonía en re; Alexandr Glazunov, Stenka Razin, «Suite» Raymonda, La primavera op. 34; Enrique Granados, «Intermedio» de Goyescas, El majo discreto; Franz Liszt, Fantasía húngara, Jascha Fischermann, pianista, Los preludios, Concierto núm. 2, para piano y orquesta, José Echániz, pianista; Giuseppe Verdi, «Infelice! E tuo credevi» de Ernani, Eduardo Odio, bajo, «O Patria mía» de Aida; Tomás Luis de Victoria, O vos omnes, O magnum misterium, Popule meus; Emiliana de Zubelda, Aiñara; Ramón Usandizaga, Itzayá, «Pantomima» de Las golondrinas; Alexander Borodin, «Danzas polovtsianas» de El príncipe Igor, En las estepas del Asia Central; Modesto Mussorgsky, Cuadros I y II de Boris Godunov, Canción de Mefistófeles, Kovanschina; José Ardévol, Dos trozos de música; Héctor Berlioz, «Marcha húngara» de La condenación de Fausto, Sinfonía fantástica;Johannes Brahms, Concierto núm. 2, para piano y orquesta, Sergio Navarro, pianista, Sinfonía núm. 2, Danza húngara núm. 5, Danza húngara número 6, Doble concierto para violín y cello, Valero Vallvé, violinista, Alberto Roldán, cellista, Wiegenlied; Wallingfor Riegger, Dicotomía; George Federico Händel, «Aleluya» de El Mesías, «Obertura» de Acis y Galatea, Concierto en si bemol, Josefina Hernández Daniel, pianista; José Anselmo Clavé, Las flores de mayo; Antonio Nicolau, La madre de Deu; Constan Lambert, El río grande, para piano y coro, Manuel Millares, bajo, María Muñoz, pianista; Amadeo Roldán, Curujey, «Música incidental» de La muerte alegre, «Pregón» y «Fiesta negra» de Tres pequeños poemas, «Suite núms. III y IV» de La rebambaramba, «Negro bembón» «Sigue» de Motivos de son, Danza negra, Dolores Pérez Moreno, soprano, El milagro de Anaquillé; Arthur Hartmann, Timar, Joseph Haydn, Sinfonía núm. 104; Paul Dukas, El aprendiz de brujo; Valero Vallvé, Seis danzas cubanas, Hortensia Coalla, soprano, Dulce Díaz, contralto, Dos danzas cubanas, Luisa María Morales, soprano; Robert Schumann, «Obertura» de Manfredo, Cantata núm. 140, Concierto op. 54, para piano y orquesta, Mercedes Soler Lezama, pianista; Domenico Scarlatti, Suite; Camilo Saint-Saëns,Concierto núm. 2, para piano y orquesta, Emma Badía, pianista, Danza macabra, Concierto op. 33, para cello y orquesta, Lucienne Radisse, cellista; Jean Rivier, Obertura para un Don Quijote; Engelbert Humperdink, «Preludio» de Hansel y Gretel; Eduard Lalo, Concierto en re, para cello y orquesta, Lucinne Radisse, cellista; Fernando Carnicer, In mortem?, Post mortem herois?; Richard Strauss, Muerte y transfiguración, Las alegres travesuras de Till, Don Juan; Leo Delibes,Coppelia; Henry Rabaud, La procesión nocturna; Reinhold Glier, «Danza de los marineros» de La amapola roja; Manuel Rivera Baz, En el Albaicín, En mi rancho bonito; Alexandr Aliabiev, El ruiseñor, G. Baudot, «Obertura» de Cantuxa; Severiano Soutullo Otero, «Preludio del II acto» de Amores de aldea; Amadeo Vives, Intermedio Maruxa, Jesús i San Juan; George Gershwin, Rapsody in Blue, Pablo Miquel, pianista; Colin Mc Phee, Concierto; Jacinto Guerrero, «Romanza» de El huésped del sevillano; José Serrano, Te quiero, Francisco Naya, tenor, «Romanza» La canción del olvido; Emilio Arrieta, «Pensar en él» de Marina, Caridad Suárez, soprano; Joseph Strauss, El bello Danubio azul, Cuentos de los bosques de Viena; Benjamín Orbón, Dos danzas asturianas; Enrique Fernández Arbós, Noche de Arabia; Joaquín Nin Castellanos, Montañesa; Nicolai Miaskovski, Concertino lírico; Edward Grieg, Canción de Salveig, Concierto op. 16, para piano y orquesta, Beatriz Lama, pianista; Jules Massenet, Pleurez, mes yeux, Escenas alsacianas; Antonio Rodríguez Ferrer, Preludio temático, Danza en 3/4; Ernesto Lecuona, «Romanza» de Lola Cruz, «Romanza» de María la O, ¿Por qué no vienes?, Danza negra, La rosa blanca, El ramo de flores; Ignacio Cervantes, Cuatro danzas cubanas, Serenata cubana, Fantasía cubana; Nicolai Cherepnin, La princesa lejana; Anatoli Liadov, Ronda, Ocho cantos populares rusos; Ottorino Respighi, «Suite» de La juguetería fantástica; O’Day Macpherson, Lamento; Jan Sibelius, El cisne de Tuonela, Sinfonía núm. 4; Mijail Glinka, Kamarinskaia; Mili Balakiriev, Tamara, Islamey; Max Bruch, Concierto en sol, para violín y orquesta, Valero Vallvé, violinista; Alexandr Mosolov, En una fundición de acero; Jean Philippe Rameau, «Suite» de Cástor y Pólux; Gian Francesco Malipiero, Impresiones de la naturaleza; Dimitri Shostakovich, Sinfonía núm. 1, Concierto op. 35, para piano y trompeta, José Echániz, pianista, José Viera, trompetista; Laureano Fuentes Pérez, Dos danzas cubanas, Gaviota, Elegía; Claude Debussy, Preludio a la siesta de un fauno, Iberia, Danzas sagrada y profana, Josefina Hernández Daniel, pianista, Pequeña suite, El mar; Pedro Menéndez, Fiesta negra; Jorge Anckermann, Martí, La novia lejana; Luis Casas Romero, El mambí; Franz von Suppé, «Obertura» de Poeta y aldeano; Rafael Benedito, Tonada de la bañeza; Emilio Grenet, Maracas y bongó, Coral de La Habana, María Muñoz, directora; Pascual Veiga de la Iglesia, Alborada; Gioachino Rossini, «Obertura» de El barbero de Sevilla; Louis Caix D’Hervelois, Suite para cello y orquesta, Lucienne Radisse, cellista; César Pérez Sentenat, Tres canciones; Alexandr Scriabin, El poema del éxtasis; Antonio María Sacchini, «Obertura» de Edipo en Colonia; Alfred Georges Bachelet, Chère nuit; Rafael Pastor, Suite; André Gretry, Suite de ballet; Serguei Rachmaninov, Concierto núm. 2 para piano y orquesta, Santos Ojeda, pianista; Herman Wunsch, Pequeña suite de comedia; Bedrich Smétana, «Suite» de La novia vendida; Edward Elgar, Variaciones enigma; Orlando di Lasso, El eco; Hermanno Wolf-Ferrari, «Obertura» de El secreto de Susana, La danza de los camorristas; Giacomo Puccini, «Un bel di vendremo» de Madame Butterfly.

Con Roldán, el panorama musical cubano se abre al mundo, entablándose importantes relaciones e intercambios con compositores y directores extranjeros. De su Obertura sobre temas cubanos y otras obras suyas ha dicho Carpentier: «Sin que fuera una obra lograda, puede decirse que el estreno de esta Obertura constituyó el acontecimiento más importante de la historia musical cubana en lo que lleva de corrido el siglo XX, por su proyección e implicaciones.

A pesar de que todos los músicos de la isla, sin excepción, hubiesen admitido el valor de las expresiones populares, alimentando con ellas la totalidad de su obra (Saumell), o por lo menos una porción limitada (Espadero), el negro bien explotado ya por los guaracheros del teatro bufo, no había asomado aún en la obra sinfónica. Lo más singular era que Roldán, al esbozar su Obertura, se hubiera vuelto por instinto, hacia un tipo de expresión folklórica captado varias veces en el siglo XIX: el Cocoyé oriental, estilizado ya por Casamitjana, Desvernine, Reinó, y hasta por Gottschalk. Es decir, que el músico, al abrir el ciclo de su obra verdadera, al comenzar a encontrarse a sí mismo, recogía una tradición que lo vinculaba directamente con el primer intento hecho en Cuba de llevar lo negro a una partitura seria (El Cocoyé de Casamitjana). Pero, fuera de su sentido polémico, la Obertura de Roldán debe considerarse, hoy, simplemente, como un documento que sitúa los inicios de una carrera. Hay demasiados tanteos, todavía, en esa obra que no acaba de liberar una personalidad de sus prejuicios e influencias. Un pasaje, sin embargo, debe citarse, por haber constituido, en 1925, una innovación sensacional: el que prepara la coda y aparece confiado a la batería sola, con movilización de varios instrumentos afrocubanos. Esos compases encerraban toda una declaración de principios.

Los Tres pequeños poemas (Oriental, Pregón, Fiesta negra), se estrenaron en 1926, teniendo la fortuna de pasar en el acto a los atriles de la Orquesta Sinfónica de Cleveland. En el Oriental volvían a utilizarse temas del Cocoyé, pero despojados de una grasa orquestal que les restaba travesura y gracia en la obra anterior. El Pregón, inspirado por un auténtico grito callejero, con su atmósfera de modorra y de calor, recordaba todavía la manera impresionista de Roldán. En la Fiesta negra, en cambio, el músico comenzaba a especular con temas que no consideraba ya como valores poéticos, de color, de ambiente, sino como factores musicales. El tema inicial era una célula que crecía y se desarrollaba horizontalmente, con una multiplicación sistemática de valores dentro del compás, hasta los acordes finales. Esta Fiesta negra era la primera obra plenamente lograda de Amadeo Roldán.

Es interesante observar que el músico, en esta etapa de su producción, sólo recurría pocas veces al documento folklórico captado directamente (exceptuándose el Pregón), de la hirviente vida populachera de La Habana de 1830, en el día de la fiesta de Reyes. El primer cuadro se desarrollaba en el patio de una vieja mansión de la ciudad, en la noche del 5 al 6 de enero. Personajes: mulatas, cuadrerizos, caleseros, cocineros negros, un negro curro, un soldado español. El segundo cuadro nos mostraba, traído por una sencilla acción, el paso de las comparsas en la Plaza de San Francisco, camino de la capitanía general, donde los esclavos recibían el aguinaldo.

Partiendo de un insistente pedal de segunda menor, Roldán iba organizando su mundo rítmico, desde los primeros compases, por medio de citas esquemáticas, secas, expeditas, de los temas que, más tarde, habrían de encontrar su completo desarrollo. El primer baile, totalmente expuesto, era una contradanza; calcada sobre la segunda de la de San Pascual Bailón (1803). Al final del primer cuadro, un tiempo en 6 por 8, evocador de contradanzas francesas, se iba africanizando gradualmente hasta conducir al mundo negro de la fiesta de Reyes. Tres episodios llenaban casi totalmente el segundo cuadro: una compasa lucumí, de ritmo singularísimo, confiada a las cuerdas divididas en pesados acordes; la comparsa o juego de la culebra, con intervención de algunas voces situadas en la fosa de la orquesta, que cantaban textualmente las coplas verdaderas; y una comparsa ñáñiga a modo de coda estrepitosa. Fuera de una introducción un tanto stravinskiana (la del segundo cuadro), que ha desaparecido de la suite ofrecida corrientemente en los conciertos sinfónicos —cinco números—, Amadeo Roldán había hallado su tono y su colorido propio. La rebambaramba quedaba como la más famosa de sus partituras, habiendo sido ejecutada en México, en París, en Berlín, en Budapest, en Los Ángeles y en Bogotá.

Terminada La rebambaramba, el músico quiso escribir, como complemento, un ballet que evocara la moderna vida rural de Cuba. Sobre un texto nuestro, compuso El milagro de Anaquillé, auto coreográfico en un solo cuadro (1929). La acción musical que se desarrolla a la sombra de un ingenio de azúcar, comienza por una explotación de lo guajiro —décima y zapateo—, antes de pasar a un elaboradísimo trabajo sobre los temas rituales de las ceremonias inicíacas de los ñáñigos. El black-bottom, que acompaña la danza de los norteamericanos, dueños del ingenio, sirve de puente entre “lo blanco” y “lo negro” de Cuba, en este caso, perfectamente delimitados. Al ser estrenada, la partitura promovió un cierto escándalo por su dureza. Nada habla en ella que quisiera acariciar o conquistar por seducción. Harmónicamente, es una de las partituras más recias de Roldán. Todo es anguloso y lineal. Puede ser que haya, en este ballet, una cierta influencia del Stravinsky posterior a La consagración y posterior a Pulcinella. Pero el color —ese color de acero, sin halagos, sin evanescencias ni difuminos, que es el de su orquesta madura—le pertenece por entero.
Después de haber trabajado con la orquesta grande, Roldán, a partir de 1930, se vio cada vez más solicitado por los problemas de sonoridad, equilibrio y construcción, que plantean los conjuntos reducidos. Ya había escrito su Danza negra, sobre un poema famoso de Palés Matos […]. Ahora iniciaba la serie de sus Rítmicas […].

En estas obras se advierte una evolución cierta sobre partituras anteriores. Roldán, siguiendo el camino inevitable para todo el que trabaja dentro de una órbita nacionalista, se desprende del documento folklórico verdadero (tan vigente aún en La rebambaramba, en el final del Milagro de Anaquillé), para hallar, dentro de sí mismo, motivos de catadura afrocubana. El ritmo ha dejado de ser textual: es más bien una visión propia de las células conocidas —una recreación. Roldán trabaja ahora en profundidad, buscando, más que un folklore. En las dos últimas Rítmicas realiza, con la conciencia del artista culto, un trabajo paralelo al de los tambores batás, movidos por instinto. Más que ritmos, produce modos rítmicos —frases enteras que se entremezclan y completan, originando períodos y secuencias.

Con los Tres toques (de marcha, de rito, de danza), escritos en 1931, para orquesta de cámara, lleva al plano sonoro una serie de preocupaciones que le habían inducido, hasta ahora, a conceder una importancia primordial a las fuerzas percutantes (batería o instrumentos usados a modo de batería) de sus obras anteriores. Aquí —sin quedar eliminada— la acción de la batería es mucho menos directa y constante. Interviene en ciertos pasajes como un elemento constructivo, usado en todas sus posibilidades y técnicas, pero sin desempeñar un papel capital. El toque lo producen ahora todos los instrumentos en presencia, estableciendo una summa de los factores que caracterizan los géneros de la música mestiza y afrocubana, aunque colocándolos en un ámbito sonoro absolutamente personal. Los Tres toques constituyen sin duda alguna, en este orden de ideas, el mayor esfuerzo de síntesis realizado por Amadeo Roldán, aproximándose, por el espíritu, a ciertos Choros de Villa Lobos.

Después de escribir Curujey (1931), sobre poema de Nicolás Guillén […], Roldán vio editados en Nueva York, en 1934, sus Motivos de son, con texto del mismo poeta. Ocho canciones para voz y once instrumentos encierra esta suite, en la que se explotan a fondo las expresiones líricas del canto negro. Aquí, a pesar de un trabajo instrumental elaboradísimo, la melodía conserva todos sus derechos. Melodía angulosa, quebrada, sometida muy a menudo a las características tonales del género, pero donde lo negro es ya, para Roldán, un lenguaje propio; proyectado adentro afuera. De muy difícil interpretación, estos Motivos se sitúan entre las partituras más personales del músico. En vano buscaríamos en ellos una influencia manifiesta, una artimaña harmónica prestada. Constituyen, hasta ahora, un intento único en la historia de la música cubana, por el tipo de problema sonoro y expresivo que vienen a resolver.»

En cuanto a su credo estético-musical, este queda plasmado en 1933 en su carta al compositor norteamericano Henry Cowell: «Como músico americano, mis ideales son ante todo conseguir hacer un arte esencialmente americano, en un todo independiente del europeo, un arte nuestro, continental, digno de ser aceptado universalmente, no por el caudal de exotismo que en él pueda haber (actualmente nuestra música es aceptada en Europa a título de interesante y amable, o como se acoge la travesura de algún muchachito, con la sonrisa en los labios y sin darle gran importancia en el fondo), sino por su importancia intrínseca, por su valor en sí como obra de arte, por el aporte que haya en el nuestro al arte universal.

Arte nuevo, procedimientos nuevos, mejor dicho, Arte americano, procedimientos americanos, sensibilidad, formas, medios de expresión nuevos, americanos, pero inspirados en el más pleno y sincero sentimiento artístico, música, arte, emoción ante todo, modernidad, mejor dicho, actualidad en la sensibilidad y en el lenguaje, no modernismo “a outrance” ni música para “epater le bourgeois”, si responde a un momento apropiado en su manifestación, si la más pura y honrada sinceridad en la exposición del sentimiento anima al compositor, puede en ocasiones el más sencillo acorde perfecto ser definitivamente superior en poder expresivo, al más imponente rascacielos sonoro formado por cuartos de tono superpuestos.

En mi opinión, desde un punto de vista técnico, una de las más grandes posibilidades de la música del futuro reside en el desarrollo de los cuartos de tono y en la interpretación de la música por medios mecánicos. Todavía son pequeñas hoy día esas posibilidades, debido al imperfecto estado actual de su desarrollo, que dificulta la expresión del compositor. En mi opinión un autor no puede ser sincero cuando se encuentra embargado por las imperfecciones de sus medios de ejecución.

Estudiar, desarrollar, vivificar el folklore de nuestros países, no con el propósito de construir obras de un carácter puramente local o nacional, sino con fines universalizantes.

Conocimiento pleno de todos los medios de expresión de nuestro arte, mayor y más depurada simplificación de técnica y procedimientos pero no a la manera de nadie, vivo o muerto. Personalmente no creo en la sinceridad ni en la efectividad de los retornos a la manera de tal o cual autor. (Retornos que de algún tiempo a esta parte parecen haberse puesto de moda en los ambientes europeos.) No hermanan muy bien técnica y procedimientos viejos con la ideología y el sentido de la vida y del arte que deben presidir en el espíritu del artista de hoy y más aún en el compositor americano, que si bien de ellos descendemos, muy lejos en el tiempo y en el espacio nos hallamos de ellos. La mayor o menor facilidad para la composición de una obra de carácter folklórico, no da muy a menudo en un compositor la talla suficiente para hacer una obra perdurable, pues si bien puede ser cierto que el genio se basta a sí mismo, y que de él nacen las enseñanzas para el futuro, no es menos verdad que (sobre todo en música), es muy raro el caso en que la auténtica genialidad no va acompañada de una sólida preparación técnica, y en esta preparación el verdadero genio tiene un más perfecto desarrollo. Por esto, contando por supuesto con la profunda y depurada preparación a que me refiero, todo nuestro esfuerzo debe tender a una constante atención al movimiento artístico contemporáneo, técnica y estéticamente considerado pero con un fin al revés, o sea, con el propósito de evitar en nuestro arte americano todo lo que pueda ser síntoma de europeización.

La utilización de nuestros instrumentos autóctonos, ya melódicos, ya percutores, conscientemente empleados, no para conseguir un fácil color local —procedimiento, a mi juicio, de poca seriedad artística—sino con el propósito de desnacionalizarlos, (no siempre el ritmo de un güiro debe evocar una rumba ni el sonido de un “banjo” ha de recordarnos “jazz”) con el fin de incorporar estos instrumentos al conjunto de los actuales en uno para acompañarlos y en muchas ocasiones sustituirlos, pues los nuestros en su generalidad son muy superiores —sobre todo los percutores— en valor rítmico y sonoro a los europeos. En apoyo a mi idea y limitando este caso general al particular de algunos países de Latino-América, podemos ver que el güiro y la clave, instrumentos de percusión de tanta riqueza sonora y de tanta precisión rítmica, en uso en México y algunos países suramericanos y las Antillas, no tienen equivalente ni sustituto posible entre los instrumentos europeos, y lo mismo se puede decir de la marimba, el “banjo”, las maracas, el “wood-block” y las distintas clases de tambores y tantos otros tan variados.
Músicos americanos, dueños como somos de bases melódicas y rítmicas tan variadas y ricas como las que tienen cada uno de nuestros países, procuremos la continentalización de nuestro arte, usemos medios expresivos americanos, desarrollemos, demos vida a nuestros propios elementos, en una palabra, hagamos arte autóctonamente americano.»

Obras

Ballet

La rebambaramba, texto: Alejo Carpentier, 1928. El milagro de Anaquillé, texto: Alejo Carpentier, 1931.

Música de cámara

Suite en sol mayor, para violín, cello y piano; Fuga, para cuarteto de cuerdas, 1916; Cuarteto en do, para cuerdas, 1917; Piezas, para violín y piano, 1918; Sonata en mi, parta violín y piano, 1923; Dos danzas cubanas, para violín y piano; Recitativo, para voz, piano y cuarteto de cuerdas, 1924; Dos canciones populares cubanas, para cello y piano; A changó, para cuarteto de laúdes; Fanfarria para despertar a Papá Montero, para ocho instrumentos de viento, 1928; Poema negro, para cuarteto de cuerdas, 1930; Rítmicas I, II, III, IV, para flauta, oboe, clarinete, fagot, trompa y piano, 1929-1930; Rítmicas V y VI, para instrumentos de percusión, 1930.

Orquesta

Escena sinfónica, Scherzo, 1919; Obertura sobre temas cubanos, 1925; Tres pequeños poemas, 1926; La rebambaramba, 1928; El milagro de Anaquillé, 1929; Tres toques, 1931; Marcha solemne, 1936.

Piano

Amanecer en el mar, 1918-1919; Romanza sin palabras, 1918-1921; Canto de cuna, 1919-1920;Bajo la pagoda, 1919-1921; Campanitas chinas, 1920-1921; Prelude, 1920; Cervantiana, danza, 1923; Improvisación, 1925; Mulato, 1932; Dos piezas infantiles: «El diablito baila» y «Canción de cuna del niño negro», 1937; para violín y piano; Trois Morceaux Caracteristique: «Alla anticca»,«Alla moderna», «Humoresca», 1918; Escenas grotescas,Impresiones orientales: «Preludio», «Lamento», Scherzino, Erinenrung, Siècle XVI, 1920; Serenata andaluza, D’un vieux cahier, re… sol: «Bagatelle», «Minuet», «Contredanse», «Chanson», «Presque Gavotte», «Petit Rondó», «Passepied», 1921; Sonata Quasi Fantasia, en mi: «Evocación», «Leyenda», «Final», 1921-1923; Dos danzas cubanas, 1923.

Versiones

Tres valses: 1, 3 y 15, op. 39, de Brahms, para violín y piano, 1921-1924; Dos obras de Gretry: «Gavota», «Colinette a la Cour», para violín y piano, 1924; Dos danzas cubanas de Laureano Fuentes Matons, para orquesta sinfónica; Brulé, de Laureano Fuentes Pérez, para orquesta sinfónica; Deirdre, ópera (inconclusa), texto: Luis Baralt; Poema lírico en tres actos, 1928; La muerte alegre, música incidental para la obra de N. Evreinoff, 1932.

Voz y diversas combinaciones instrumentales

Danza negra, texto: Luis Palés Matos, para voz y siete instrumentos, 1928; Motivos de son, texto: Nicolás Guillén, ocho canciones para voz y once instrumentos, 1930; Curujey, texto: Nicolás Guillén, para coro, dos pianos y dos instrumentos de percusión, 1931.

Voz y piano

Rima XXI, texto: Gustavo Adolfo Bécquer;Improvisación, texto: Mariano Brull; Recitación a solas, texto: Mariano Brull, 1917; Sensitiva, texto: Francisco Villaespesa, 1922; Prière, para soprano y tenor, texto: Luis de Soto; Fiestas galantes, texto: Paul Verlaine, 1923; Paisaje de Oriente, 1924. Danza negra, 1929; Mulata, texto: Nicolás Guillén, 1932; Motivos de son, 1933.

Bibliografía Activa

Algo sobre apreciación musical. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980; «Carta a Henry Cowell». American Composers on American Music, Stanford University Press, 1933.

Bibliografía Pasiva

José Ardévol. «Testimonio sobre la obra de Amadeo Roldán». La Gaceta de Cuba (La Habana), año 7 (71): 8-9; 1969; Música y Revolución. La Habana, Ediciones Unión, 1966; Introducción a Cuba. La música. La Habana, Instituto del Libro, 1969; «Algunos datos y una aclaración sobre Roldán». El Mundo (La Habana), 1º de abril de 1969: 8. // María Isabel Ardévol. «Amadeo Roldán. Pionero de la música cubana del siglo XX». Ritmo (Madrid) (598): 20-21; abril de 1989.// Leo Brouwer. «Roldán: Motivos de son». Unión (La Habana) (1): 9-13; enero-febrero- marzo de 1988.// Alejo Carpentier. La música en Cuba. México, Fondo de Cultura Económica, 1972; Temas de la lira y del bongó. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994. // Alex Fleites. «Amadeo Roldán. La fuerza del ejemplo». Juventud Rebelde (La Habana), 13 de julio de 1980: 4. // Zoila Gómez. Amadeo Roldán. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1977. // Harold Gramatges. Presencia de la Revolución en la música cubana. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1997. // María Antonieta Henríquez y José Piñeiro Díaz. Amadeo Roldán. Testimonios. La Habana, Letras Cubanas, Instituto Cubano de la Música, Museo Nacional de la Música, 2001. //Nicolás Guillén. «Roldán, Caturla y yo». Bohemia (La Habana) (110): 15-16; 7 de marzo de 1969. // Argeliers León. «La obra para piano de Amadeo Roldán». Revista de Música (La Habana), año 1 (4): 110-123; octubre de 1960. // Edgardo Martín. Panorama histórico de la música en Cuba. La Habana, Universidad de La Habana, 1971. // Antonio Quevedo. «Retrato espiritual de Amadeo Roldán». Grafos (La Habana): 118-121. 1935. // Maruja Sánchez Cabrera. Orquesta Filarmónica de La Habana. Memoria 1924-1959. La Habana, Editorial Orbe, 1979. // Carmen Valdés. «Amadeo Roldán, músico ejemplar». Revista de Música (La Habana), año 1 (3): 72-89; julio de 1960. <span id="fck_dom_range_temp_1259079901328_102" />

Fuente

Radamés Giro. Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009.