Areito

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Areito
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Canto y baile de los indios que poblaban las Grandes Antillas.

Areito. El areito fue la máxima expresión de las artes musicales y poéticas de los indios antillanos.

Historia

Intervenían el baile, bien en fila, circular o haciendo ángulo con la línea de los bailarines, que poseía una indudable significación que hasta hoy es desconocida; el ceremonial mágico-religioso, dirigido por el tequina, quien fijaba la frase —núcleo del areito— y conducía el coro.

Ese maestro, guiador o «director» se situaba en el centro de la rueda. A veces esta fiesta se acompañaba con banquetes y libaciones, según Las Casas, de «un vino hecho de maíz, que para emborrachar tenía harta fuerza».

El areito no sólo tuvo un carácter de jolgorio, sino también guerrero, pues Hatuey, antes de lanzarse a la lucha en contra de las tropas de Diego Velázquez, celebró un areito, probablemente de protesta.

Gonzalo Fernández de Oviedo describe el areito de la manera siguiente:

«Tenían estas gentes la buena y gentil manera de rememorar las cosas pasadas y antiguas; y estos eran en sus cantares y bailes, que ellos llaman areito, que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando [...]. Y por más entender su alegría y regocijo, tomábanse de las manos algunas veces, y también otras trabábanse brazo con brazo, ensartados o asidos muchos en rengle (o en corro así mismo), y uno de ellos tomaba el oficio de guiar (o fuera hombre o mujer), y aquel daba ciertos pasos adelante y atrás, a manera de contrapás muy ordenado; y lo mismo (y en el instante) lo hace o dice, muy medido en aquel tono alto o bajo que la guía los entona, y como lo hace o dice, muy medido y concertada la cuenta de los pasos con los versos o palabras que cantan.
Y así como aquel dice, la multitud de todos responde con los mismos pasos y palabras, y orden; en tanto que le responden, la guía calla, aunque no cesa de andar el contrapás. Y acabada la respuesta, que es repetir y decir lo mismo que el guiador dijo, procede en continenti sin intervalo la guía a otro verso y palabras que el coro y todos tornan a repetir; y así sin cesar les dura esto tres o cuatro horas y hasta que el maestro o guiador que les danza acaba su historia, y a veces les dura desde un día hasta el otro.»

Instrumentos musicales

Los areitos eran acompañados por instrumentos como el guamo (también llamado fotuto o botuto), trompeta de caracol marino, flauta de huesos de aves, y el tambor mayohuacán, hecho de un tronco ahuecado, cuyo centro tiene una abertura en forma de H, que se percutía con par de palos, que hoy llamaríamos baquetas.

En 1528 Alvar Núñez Cabeza de Vaca describe así lo que se escuchaba durante el huracán que se había desatado en la villa de Trinidad:
«Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo y grande ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó [...].»
Todo parece indicar que lo que este cronista oyó fue un areito, probablemente en invocación para que cesara la tormenta.

El areito, a la vez, era divertimento y cultura, liturgia y estímulo para la vida y el trabajo, regocijo y recuento de epopeyas pasadas, ejercicio corporal y magia, rito y realidad, reflejo del estado económico – social y representación política de la «comunidad».

Con todas estas manifestaciones acabó la conquista y colonización, mas no así con los hombres que la habían hecho posible. Tal vez, pero un tal vez muy remoto, el areito encarnó o se transculturó con otras manifestaciones artísticas: musicales y danzarías de los negros africanos en los inicios del siglo XVI, y aún con la de los conquistadores españoles.

Por lo pronto, no existen indicios de que esa música haya pasado al patrimonio de lo que hoy conocemos como música cubana. Sin embargo, en el teatro de Lope de Vega, en su ciclo de comedias sobre el descubrimiento de América, en particular en El nuevo mundo descubierto por Colón, introduce este areito que, como veremos, «tiene estribillo»:

Hoy que sale el sol divino, hoy que sale el sol, hoy que sale de mañana, hoy que sale el sol, se juntan de buena gana, hoy que sale el sol, Dulcanquellín con Tacuana, hoy que sale el sol…

Gloria Antolitia, admite que no existe ningún original antillano, escrito por «alguien de mucho talento», «dotado de un gran sentido de lo popular». Según esta autora el nombre de Dulcanquellín, «lo tomó Lope de las anécdotas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, al narrar sus andanzas por tierras de la Florida […]».

Para Francisco López de Gómara, que lo vio bailar en La Española:
«areito es como zambra de moros, que bailan cantando romances en alabanza de sus ídolos y de sus reyes, en memoria de victorias y acaecimientos notables y antiguos: que no tienen otras historias».

Por su parte, Pedro Mártir de Anglería subraya el carácter tradicional de los areitos, mientras Fernández de Oviedo los compara con los romances españoles, por lo que tenían de historia y sabor popular.

Además, por los datos aportados por la arqueología se sabe que los aborígenes de Cuba cultivaron la pictografía en cuevas de varias regiones del país, y utilizaron artefactos ceremoniales y de uso personal, hechos de cerámica.

En realidad, la conquista y colonización, más que un encuentro, fue un choque entre dos civilizaciones con diferentes grados de desarrollo económico, político, social y cultural, en franco desarrollo renacentista uno, el español; otro, el aborigen, en el período neolítico.

Bibliografía

Fuente