Arte rupestre en la Isla de la Juventud (Cuba)

Arte rupestre en la Isla de la Juventud (Cuba).
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Cronología
Arte rupestre
Colonia

Arte rupestre en la Isla de la Juventud es uno de los más grande enigma de la arqueología cubana.

Cueva de múltiples entierros

La Cueva No. 1 de Punta del Este o la Cueva del Indio en Sierra de Casas, con sus múltiples entierros descubiertos, muchos de ellos con huesos pintados de rojo, nos hablan de posibles cementerios aborígenes. La voz popular guarda todavía el recuerdo de otro cementerio de indios, pero este en Santa Fe. Al oeste, muy cerca del viejo monte de mangos donde ahora se levantan los primeros edificios cinco plantas de la antigua Villa de Aguas. Allí se encontraron, casi a nivel de superficie, al cultivar la zona a comienzos del siglo anterior, esqueletos, collares y pendientes.

Cecilín Pantoja fue uno de los tantos adolescentes de entonces que los vio, e incluso durante muchos años conservó uno de aquellospendientes de cuarzo lechoso,muy pulido, con un agujero para colgarlo. Y el cuarzo o cristal de roca tiene dureza siete. Lo más duro en la naturaleza después del diamante. Muy hábil en el trabajo de la piedra así como en el arte de perforarla debió ser, y muy paciente, quien pudo lograr semejante joya. No un Ciboney Aspecto Guayabo Blanco porque este ancestro “pinero” –el supuesto autor de las pictografías en Punta del Este-- usaba la piedra sin pulir.

Contrario a lo esperado por quienes colgaron la correspondiente etiqueta, algunos de los nuestros, y en la parte norte del territorio, dejaron majaderos pulidos de basalto rojo, una piedra importada. Dejaron dos dagas líticas, varias hachas petaloides, todas bruñidas con esmero. También de piedra importada. Y en especial un hacha petaloide de mármol. Quizás la única en toda Cuba de este material.Mármol gris, pinero, como lo acusan sus vetas; tan bien pulida como las mejores.

Decirlo aquí, ya es algo, en defensa de un pasado común al que se ha dedicado, hasta ahora, una atención mínima. La antigua Isla de Pinos --hoy Isla de la Juventud-- para la arqueología cubana presenta el más grande enigma de todo el país: si nuestros aborígenes fueron tan rústicos, “…ni siquiera habían aprendido a pulir la piedra” , cómo pudieron desplegar un arte rupestre de semejante vuelo, tan variado, complejo y con tan alto nivel de abstraccionismo.

Además, sobre todo pintaron en el techo, a donde no alcanzaban por su estatura y, por lo mismo, necesariamente tuvieron que auxiliarse con algún tipo de andamiomovible. Y ya eso es bastante complejo. La respuesta de la arqueología ha sido nula. Esperar el paso del tiempo, a quesean otros quienes arriesguen una explicación. En los últimos treinta años no se ha realizado siquiera una sola expedición arqueológica a territorio pinero. Tampoco se ha hecho nada, ni se ha intentado siquiera, para formar un equipo de profesionales isleños y dedicarlos a este menester.

Los esfuerzos realizados hasta ahora no dieron los frutos deseados, muchos expresaron sus criterios, aportaron sus conocimientos, elaboraron sus críticas, pero no se ha logrado un plan de acción viable y realista, sustentado sobre una base científica. Jamás se ha tenido un enfoque territorial del problema, en más de cien años no existe un trabajo científico nacido en la isla y la inmensa mayoría de los realizados nunca tuvieron como objetivo enriquecer los hasta ahora muy escasos fondos pineros.

El deplorable estado de la mayoría de las pictografías y las cavernas que las contienen, el desconocimiento de cómo enfrentar semejante problema, la ausencia de una política efectiva y también de una entidad que aglutine todo lo que está por hacer, y la urgencia misma de hacerlo ya, en estos momentos, sustentando un enfoque multidisciplinario, justifican con creces, en nuestra consideración, los gastos de cualquier inversión o proyecto. La significación de estas expresiones pictográficas, las incógnitas que encierran, sus vínculos con otros grupos aborígenes fuera de nuestras fronteras, su datación confiable, entre otros muchos, son causas y motivaciones más que suficientes para presentar a cualquiera, como lo estamos haciendo en este momento, nuestro actual reclamo de atención, asesoramiento, preparación y ayuda.

Búsqueda arqueológica actual

La antigua Isla de Pinos, luego de Los Piratas, y en la actualidad de La Juventud, resulta todavía un campo casi virgen para la búsqueda arqueológica actual. En tal sentido, apunto apenas una muestra de sitios conocidos por los lugareños y sin embargo no estudiados hasta la fecha. Veamos:

En la costa sur, y en la carretera que entra al Faro de Carapachibey, en el primer tramo frente al mar, donde estuvo la primera casa de la familia Soto, los exponentes líticos o de concha trabajada encontrado allí por esta familia, indican la presencia de un importante asentamiento aborigen. Se destaca el lugar con todo detalle, un amplio claro en el monte bajo, respetado todavía por la vegetación costera. En Rincón del Guanal hay dos grandes montículos funerarios circulares. Uno de ellos casi duplica en diámetro al cementerio católico de Nueva Gerona, la capital pinera.

En Hato Milián, al oeste del territorio e inmediato a Puerto Francés, existió un asentamiento aborigen importante cuyos exponentes aparecen con frecuencia al laborar las tierras de cultivo, inmediatas al actual sitio poblado, donde siempre hubo, como ahora, abundante agua potable disponible.

“En Punta del Este hay una cueva con dibujos de los indios” Así de sencillo resulta nuestro saber popular. Pero allí hay más de una cueva con tales dibujos. Y en otros lugares del sur pinero, son tantos los trazados sobre la piedra que los pintores aborígenes debieron trabajar mucho, años inclusive, para completar un mural tan rico, con figuras exactas pensadas con todo detalle en su significado, compuestas o ensayadas primero antes de llevarlas a su ubicación definitiva.

¿Sería Punta del Este un templo precolombino?, se preguntaba Don Fernando Ortiz en 1922, a doce años de conocerse este hallazgo dado a conocer inicialmente por el norteamericano Freeman P. Lane.

El eminente sabio cubano no podía conocer todavía que todas las cuevas o abrigos rocosos del intrincado sur pinero, más o menos importantes, tienen sus propios dibujos distintivos. Solo se repiten algunos motivos, en cuestión de gustos, estilos o mensajes, hubo muchos pintores diferentes y la inspiración fue libérrima. A estas pictografías, a las de Punta del Este, se les considera sobre los 1100 años de antigüedad, aunque tal datación es aproximada: fechar dibujos sobre piedra es uno de los retos más difíciles para la ciencia. Y aquella única muestra, analizada en los Laboratorios de Leningrado, según alertara el Dr. Guarch, pudo estar contaminada.

Cuando en 1969 se realizó la restauración de las pinturas rupestres de Punta del Este, no se tenía respuesta exacta para una interrogante crucial: qué tipo de pigmento, homogenizante y fijador usaron nuestros ancestros pineros. De hecho todavía no se tiene. Se aplicó entonces la experiencia en restauración de los complejos rupestres europeos de Lascaux y Altamira. Ambos en tierra firme, bastante más lejos del mar.

Investigaciones

A los 50 años de aquel intento salvador, urgente y sin la más mínima duda bien intencionado, los resultados son como para angustiarse.

Un alga verde-azul desde hace varios años ataca al material empleado: “... penetra entre los granos de pigmento hacia la roca soporte, lo que provoca la disgregación y desprendimiento de los pigmentos con su consecuente peligro de destrucción” . No se encontró hasta ahora --a pesar de varias pruebas o experimentos-- cómo detenerlo: esto, unido a las alteraciones o cambios más recientes sufridos por aquel ecosistema, está difuminando las pinturas. Provoca que considerables capas de piedra se desprendan del techo, caigan al duro suelo y hagan pedazos. Donde estuvo la pintura, queda ahora un gran desconchado, en blanco. Para la fecha de aquella insuficiente restauración, vivía todavía allí la familia de Los Mudos; en las inmediaciones de aquella caverna maravillosa catalogada con precisión “…la Capilla Sixtina del Arte Rupestre Caribeño”. Nacidos allí muchos de aquellos mudos --no todos lo eran--, selváticos y bien adaptados al entorno agreste del lugar, creo descubrieron como quizás lo hicieran los propios aborígenes, por azar, el colorante o pigmento casi indeleble que fue usado para dibujar sobre la piedra.

En todo el litoral sur del territorio pinero abunda un caracol marino cuyas entrañas tiñen de dos colores: azul oscuro, después casi negro, en los machos: y rosado fuerte, más tarde rojo, en las hembras cuando están maduras sus frezas para la reproducción. Este caracol se ha usado siempre como carnada para pescar. Al destriparlo para cebar sus anzuelos, aquellos “mudos” observaron queel goteo de las entrañas sobre la piedra costera mancha con un fuerte tinte bicolor.

Expuesto al sol, a la intemperie, se esfumina hasta casi desaparecer en un par de años pero dentro de una caverna, protegido de las agresiones de la luz y el calor, puede durar ni se sabe cuánto. Con abundancia del tinte bicolor, bueno para tantos mensajes dobles o contrapuestos, vino la inspiración aborigen a colmar los techos y paredes de sus cuevas hasta entonces siempre de una monotonía perruna, iguales, ennegrecidas por el tizne.

En mi criterio, nada de único templo precolombino al sur del territorio pinero aunque un par de aquellos dibujos indiquen los equinoccios; otros al parecer están relacionados con regiones siderales, planetas o constelaciones. En todo caso, una extensa área litoral por toda la costa sur, llena de dibujos diseminados por tantas cuevas, por tanto monte, que comparado con lo nuestro el célebre Vaticano no pasaría de ser un incipiente villorrio.

De los pintores o pintoras –no descarto la habilidad e inspiración de las mujeres aborígenes que hasta cacicas fueron y muy respetadas en todo el mundo prehispánico-- se han encontrado hasta ahora solo unos treinta esqueletos completos. La mayor parte a principios del siglo pasado en la Cueva del Indio, en Sierra de Casas. Rapiñados de urgencia por el Museo Smithsoniano, en cuyos sótanos se supone aguarden todavía por su mejor momento.

Pero siempre, por su majestuosidad, por el excelente acabado de sus dibujos, su buena conservación y el número tan crecido de pictografías -doscientas trece-- Punta del Este centró la atención de visitantes e investigadores. Uno de aquellos dibujos tiene para mí particular interés. Bautizado con el nombre de La Cruz Pinera, se encuentra en la Cueva No. 1 de Punta del Este. Sus brazos apuntan a los cuatro puntos cardinales con una exactitud que pasma. La diferencia es ahora, ahora, repito, de apenas once grados. Me asombra tanto porque si La Cruz Pinera fue pintada hace más de 1100 años, la brújula vino a conocerse en Europa hace apenas la mitad de ese tiempo. Cristóbal Colón arribó a esta isla el 13 de junio de 1494. Fue al día siguiente de hacer firmar a todos el Acta de Pérez de Luna. Cuba era un continente, no una isla; así convenía. Quizás su mayor pifia en todo el descubrimiento.

En Isla de Pinos, a la que bautizó inicialmente como La Evangelista, estuvo doce días. Más tiempo que en ningún otro de los muchos puntos cubanos tocados en este, su segundo viaje.

El Diario de a Bordo desapareció o fue hecho desaparecer por alguien interesado en borrar vaya usted a saber qué pormenores. Nos perdimos así la única posibilidad de conocer si a su llegada encontró indios o no enraizados en esta tierra. A falta de tal documento y con un trabajo tan pobre como se ha hecho en la arqueología pinera vino la oportuna etiqueta a zanjar la incertidumbre sin dar otro margen: “…no pudo encontrar indios a su llegada”.Así, se acepta hasta ahora.

No importa a tan doctas personas si la toponimia pinera aporta evidencias que no pudieron ser inventadas. ¿Quién informó para que toda una extensa área del territorio pinero se conozca todavía como Los Indios, otrasdos se nombren Siguanea o Cayama, una punta se llame de Los Indios;por la misma zona se extiende Sao del Indioy un poco más al oeste, en todas las cartas náuticas actuales, aparece una agrupación denominada Cayos de los Indios…? En adición a lo anterior, y desmintiendo la etiqueta de que en la antigua Isla de Pinos no había indios en el momento de su descubrimiento, se conserva como tradición oral lo ocurrido en el lugar desde entonces denominado San Andrés de Copao, a comienzos del siglo XVII. Allí, según nos trasmite la oralidad más antigua, los últimos indios pineros fueron copados y aprisionados por los españoles en lo que resultó su postrera cacería de esclavos en tierra pinera. La avidez de aquellos empecinados depredadores agotó ese día, definitivamente, tan valiosa mercancía. Isla de Pinos quedó a partir de entonces, verdaderamente, sin indios nativos. No hay dudas al respecto. Según la documentación histórica que se conserva, a la antigua Isla de Pinos jamás se llevaron indios yucatecos ni de cualquier otro lugar.

Por ello, si allí hubo indios, si dejaron su marca en parte de la toponimia llegada hasta nosotros, debió tratarse de aborígenes autóctonos, nuestros, pineros. Apunto otro detalle. La primitiva Habana –como bien se conoce-- se asentó en la costa sur, muy cerca del actual Surgidero de Batabanó. De inmediato las tierras circundantes y sus indios fueron repartidos, mercedados. Pasaron a formar parte de las célebres encomiendas. Quedaron sujetos a un dueño. A un encomendero. Y éstos, si ambicionaban más indios para el trabajo o querían reponer los extintos habrían de buscarlos en otra parte. Por ejemplo, en la pequeña isla de enfrente, Isla de Pinos, “que a nadie pertenecía”. Muy pronto convertida en Potrero de don Pío donde quien pudiera fletar un navío podía entrar a saco y cargar tantos indios como fuera capaz de apresar o transportar.

Esto no era legal. Todos lo sabían. Se podía tener solo tantos indios como le correspondieran, como le hubieran sido mercedados en atención a su abolengo, rango, cargo público, mérito o jerarquía militar. Por lo que a todos aquellos “habaneros” de Batabanó: los Pedro Blanco, Juan, Francisco y Antonio de Rojas, Antonio de la Torre, Antonio de Reina, Baltasar de Ávila, Francisco Martín, Antonio López, Juan de Lobera, Bernardo Nieto, Antón Recio, Juan de Inestrosa, Bartolomé Bazago, Antón de Alonso, Juan Núñez Sedeño y otros tantos colonizadores-depredadores convenía mantener una misma versión o testimonio: “… esa isliña, no tiene indios”. Por conveniencia, había nacido la primera etiqueta.

Solo tres fuentes documentales apuntan en sentido contrario: La obra inédita del coronel Joaquín de Miranda y Madariaga. En su misma carátula, al referirse al nombre de esta isla, dejó plasmado: “denominada por los indios Camaraco” . Lo que, por supuesto, ya venía y desde muchísimo antes. “Los españoles de Cuba tienen aquí corrales -escribió hacia 1700 el pirata William Dampier-, piaras de cerdos, y unos cuantos indios o mulatos los cuidan…”

Anticipándose en unos veinte años a esta fecha, Alexandre Oliver Esquemeling, médico y pirata también, al parecer recogió de aquellos mismos indios una preciosa leyenda. Quizás la más hermosa de cuantas se relacionan con aguas curativas; referida luego por la norteamericana Irene Aloha Wright en su libro: Isla de Pinos: gema del Caribe .

Fuentes

- GonzálezLaureiro, Julio C. Apuntes para la prehistoria de La Evangelista. Editorial El Abra, Isla de la Juventud, 2003.

- CoronaFonfría, Elma; Yolaidi Wilson González y Armando Romero Corona. Aborígenes de Cuba. Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias, Isla de la Juventud. Trabajo para optar por el título de Guía de Ecoturismo, 1998 (Inédito).

- Carbó, Fernando y María del Carmen Martínez. Punta del Este, Monumento Nacional. Expediente Científico. Ciudad de La Habana, 1988 (inédito)

- Núñez Jiménez, Antonio. Isla de Pinos. Piratas, colonizadores y rebeldes. Editorial Arte y Literatura. La Habana, 1976.

- Wright, Irene A. Isla de Pinos: gema del Caribe. La Habana, 1910. p. 87

- Wiltse Javier Peña Hijuelos:Graduado como profesor de idioma inglés en el Instituto Pedagógico Frank País, Sección Holguín, en 1973 y deLicenciado en Español-Literatura en la Filial Pedagógica Carlos Manuel de Céspedes, en La Demajagua, Isla de la Juventud, en el 1981.