Cuento El anillito del elfo

El anillito del elfo.Cuento que encierra moraleja y donde se evidencia la majestuosidad de la literatura suiza.


El Origen de los Cuentos

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El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, del deseo de divertirse a sí mismo y divertir a los demás a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias fascinantes. Es en este deseo humano en el cual la literatura tiene sus orígenes.Hans Magnus Enzensberger considera que el analfabeto primero, clásico, no sabía leer ni escribir, pero sabía contar. Era el depositario y transmisor de la tradición oral y, por lo tanto, el inventor de los mitos y leyendas.


La tradición oral y los cuentos populares

Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de transmitir su sabiduría a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas ético-morales establecidas por su cultura ancestral, puesto que los valores del bien y del mal estaban encarnados por los personajes que emergían de la propia fantasía popular. Es decir, en una época primitiva en que los hombres se transmitían sus observaciones, impresiones o recuerdos, por vía oral, de generación en generación, los personajes de los cuentos eran los portadores del pensamiento y el sentimiento colectivo. De ahí que varios de los cuentos populares de la antigüedad reflejan el asombro y temor que sentía el hombre frente a los fenómenos desconocidos de la naturaleza, creyendo que el relámpago, el trueno o la constelación del universo poseían una vida análoga a la de los animales del monte. Empero, a medida que el hombre va descubriendo las leyes físicas de la naturaleza y la sociedad, en la medida en que avanza la ciencia y el conocimiento de la verdad, se va dando cuenta de que el contenido de los cuentos de la tradición oral, más que narrar los acontecimientos reales de una época y un contexto determinados, son productos de la imaginación del hombre primitivo; más todavía, los cuentos que corresponden a la tradición oral, además de haber sufrido modificaciones con el transcurso del tiempo, no tienen forma definitiva ni única, sino fluctuante y variada: a la versión creada por el primer narrador, generalmente anónimo, se agregan los aciertos y torpezas de otros narradores que, a su vez, son también anónimos. Las modificaciones tampoco han sido iguales en todos los tiempos y lugares, de manera que existen decenas y acaso centenas de versiones de un mismo cuento.

"El cuento -en general- es una narración de lo sucedido o de lo que se supone sucedido", dice Juan Valera. Esta definición admite dos posibilidades aplicables a la forma y el contenido: cuento sería la narración de algo acontecido o imaginado. La narración expuesta oralmente o por escrito, en verso o en prosa. Cuento es lo que se narra, de ahí la relación entre contar y hablar (fabular, fablar, hablar). Es también necesario añadir que, "etimológicamente, la palabra cuento, procede del término latino computare, que significa contar, calcular; esto implica que originalmente se relacionaba con el cómputo de cifras, es decir que se refería, uno por uno o por grupos, a los objetos homogéneos para saber cuántas unidades había en el conjunto. Luego, por extensión paso a referir o contar el mayor o menor número de circunstancias, es decir lo que ha sucedido o lo que pudo haber sucedido, y, en este último caso, dio lugar a la fabulación imaginaria" (Cáceres, A., 1993, p. 4).

Ningún género literario ha tenido tanto significado como los cuentos populares en la historia de la literatura universal. El cuento, a diferencia del episodio único de la fábula o la exaltación de seres extraordinarios del mito y la leyenda, tiene muchos más episodios y un margen más amplio que permiten explayar personajes y acciones diversas. Otra diferencia es que el resultado final de los cuentos no siempre es optimista o feliz como en la fábula, la leyenda y el mito, cuyos atributos son la valentía, la inteligencia y el heroísmo de sus personajes. En el mundo del cuento todo es posible, pues tanto el transmisor como el receptor saben que el cuento es una ficción que toma como base la realidad, pero que en ningún caso es una verdad a secas.

No obstante, la sabiduría del pueblo no ha titubeado, desde que el mundo es mundo, en aceptar como verdad el argumento de la leyenda, el mito y la fábula hechos cuentos, ya que sus personajes y acciones recogen las narraciones contadas -y quizá cantadas- por el pueblo. En tal sentido, el relato oral fue durante siglos el único vehículo de transmisión del cuento, no sólo para deleite de los mayores, sino también para la distracción de los niños, debido a que el cuento contiene elementos fantásticos, que cumplen la función de entretener a los oyentes y enseñarles a diferenciar lo que es bueno y lo que es malo.

El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento. Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca. Este origen oriental se puede aún hoy reconocer sin dificultad en muchos de los cuentos que nos han maravillado desde niños, y que todavía los leemos o narramos. Así, en muchos casos son orientales sus personajes, sus nombres y su manera de vestir, sus bosques o sus casas y también su forma de comportarse, su mentalidad y, en muchos casos, la "moral" del cuento. Y, por último, es también típica del mundo oriental la manera de entender y de vivir la vida reflejada en los cuentos.


Cuentos orientales

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Las colecciones más importantes y conocidas de cuentos orientales traídos a Europa y de Europa a América son: Las mil y una noches y Calila y Dimna. Una y otra fue motivo de versiones, adaptaciones o imitaciones por parte de las literaturas europeas, desde las mediterráneas hasta las anglosajonas. Es más, "la palabra contar, con la significación de referir hechos, se la encuentra ya en el Calila y Dimna, cuya versión castellana data aproximadamente del año 1261. En realidad el Calila y Dimna es una de las más extensas y originales colecciones de apólogos orientales; al parecer su recopilador Barzuyeh, médico de Cosroes I, rey de Persia, dio a conocer la existencia de estos apólogos entre los años 531 y 570. Cabe recordar que el apólogo es la forma más antigua con que se conoce el cuento; en tal sentido, el apólogo también es definido como una ficción narrada, más concretamente como un hecho real del que se puede sacar una enseñanza moral (Cáceres, A., 1993, p. 4).

Ya en el siglo X, los primeros cuentos de origen árabe y persa llegaron a Europa en boca de mercaderes, piratas y esclavos. Más tarde, éstos mismos, diseminados en disímiles versiones, llegaron a otros continente tras la circunnavegación y el descubrimiento. La prueba está en que un mismo cuento puede encontrarse en distintos países; por ejemplo, "La Cenicienta", que probablemente honda sus raíces en los albores de la lucha de clases, conoce más de trescientas variantes, y deducir su verdadero origen, como el de muchos otros cuentos -entre ellos del germano "Rosa Silvestre" y el francés "La bella durmiente del bosque", que son variantes de un mismo tema-, sería un cometido casi imposible. Asimismo, muchos de los cuentos folklóricos, como los compilados por los hermanos Grimm y Charles Perrault, no tienen autores ni fechas, y aunque en un principio hubiesen sido invenciones de algunos cuentistas anónimos, en nada contribuiría a nuestro análisis, ya que estos cuentos, con el transcurso del tiempo, sufrieron una serie de modificaciones según las costumbres y creencias religiosas de cada época y cultura.

Existen varias teorías acerca del origen de los cuentos, pero se sabe que muchos de ellos tienen su origen en el lejano Oriente. Los primeros cuentos árabes se hallan impresos en rollos de papiro desde hace más de 4000 años. Aquí se menciona por primera vez a las hadas que, según cuenta la tradición, aparecían en el nacimiento de un niño para ofrecerle regalos y señalarle el camino de la dicha o la desgracia, como en el príncipe condenado a muerte, que data de 1500 años antes de J. C. No en vano Montegut se adelantó en decir que, las hadas tienen su origen en Persia, "en ese pueblo espiritual, sutil y voluptuoso, el más fino de Asia. Salieron de esos enjambres de espíritu elementales que hizo nacer la doctrina del dualismo y obedecieron a los encantamientos y a las invocaciones de los magos. Ahí pasaron su larga y voluptuosa infancia jugando en la luz, en un aire seco y puro en todos los países con el polvo del Irán, en donde se detuvieron los viajeros y los extranjeros que las llevaron con ellas, sin saberlo, en el pliegue de sus ropas, en un pliegue de su turbante y las sacudieron en seguida, junto con el polvo llevado del Irán, en donde se detuvieron" (Montegut, E., 1882, p. 654).

Los cuentos de procedencia oriental, como los cuentos de hadas que tienen su origen en las leyendas y el folklore de los primeros tiempos, tienen el soporte de la fantasía y comienzan de una forma tradicional: "Érase una vez, un rey en Egipto que no tenía ningún hijo... Hace mucho, muchísimos años, en un lejano país del Oriente, allá donde el sol asoma cada mañana con su cara de oro y fuego, hubo un rey muy poderoso y cruel..." Lo que sigue a continuación no es más que la fusión de la realidad y la fantasía, del mito y la leyenda; fuentes de las cuales bebieron poetas y cuentistas, como si hubiesen mamado de una misma madre, quizá por eso existe tanto parecido entre los libros de unos y de otros.


Los Cuentos Suizos

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La Cenicienta, Rapunzel, Hansel y Gretel, Caperucita Roja; estas "estrellas" de los cuentos de hadas son tan familiares que es casi imposible imaginar un tiempo en el que no existían. Pero de hecho la primera colección de estos cuentos no apareció hasta los primeros años del siglo XIX. En 1812 los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron la primera de siete ediciones alemanas de su colección completa de cuentos, Cuentos de niños y del hogar. Los Grimm recogieron y pusieron por escrito 211 cuentos de hadas, fábulas y farsas, provenientes principalmente de la tradición oral.

Desde entonces, el trabajo de los hermanos Grimm ha sido traducido a más de 160 idiomas, y se ha convertido en uno de los mayores fenómenos editoriales de todos los tiempos. Sin duda, los Grimm se habrían sorprendido enormemente ante la inmensa popularidad de su trabajo. En todo el mundo se han dedicado a ellos incontables parques temáticos, películas, libros y obras de teatro.


Para la mayoría de nosotros, los cuentos de los hermanos Grimm están íntimamente ligados a la infancia, nos recuerdan la primera obra teatral del colegio o la primera vez que fuimos al cine. De modo que resulta extraño enterarse de que la primera edición de su libro (la Große Ausgabe o Gran edición) estaba pensada principalmente para un público adulto, no infantil. No contenía ilustraciones e iba acompañada de eruditas notas a pie de página. Los hermanos se veían a sí mismos como folcloristas patrióticos que estaban salvando del olvido el arte del relato oral en Alemania, por lo que este tipo de edición fue ciertamente intencionada por parte de los hermanos.

Esta edición erudita no se vendió muy bien, como suele ocurrir con los libros de texto académicos. Pero afortunadamente para las ventas, su colección de cuentos populares coincidió con un importante auge de la literatura infantil en Europa. Muy pronto se empezaron a traducir versiones de los cuentos para incluirlos en libros infantiles ilustrados, a fin de satisfacer las necesidades de un público recientemente alfabetizado. Los cuentos gozaron de una especial popularidad en Inglaterra, y en 1823 se publicó una edición de lujo titulada Cuentos populares alemanes, con ilustraciones de George Cruickshank.

Para satisfacer la demanda de un best-seller para niños, los hermanos publicaron la Kleine Ausgabe o Pequeña edición, una colección de cincuenta de sus cuentos con ilustraciones de otro de sus hermanos, Ludwig. Este volumen contenía la mayoría de los cuentos de hadas mágicos, y se publicaron diez ediciones entre 1825 y 1858.


Los cuentos siguen una formula bastante estandarizada: la mayoría son de una extensión de tres a cinco páginas, y siempre hay un final feliz para el héroe o la heroína. Es un hecho a resaltar que normalmente el villano del cuento encuentra un fin brutal, capaz de producir pesadillas a muchos niños pequeños. Muchos de los cuentos surgieron en la Edad Media, cuando era frecuente que mujeres fueran quemadas en la hoguera, acusadas de brujería, y los sombríos bosques alemanes estaban infestados de lobos y bandidos. Hoy en día puede parecer cruel asar a una bruja en su propio horno (como ocurre en Hansel y Gretel) o meter a una doncella en un barril recubierto de clavos por dentro y arrastrarla hasta que muera (La cuidadora de gansos), pero estos son sólo reflejos de los crueles métodos que se practicaban en la época en la que surgieron estos relatos.

Sin embargo, aunque los cuentos retienen muchos de los rasgos de sus orígenes populares, los Grimm no se dedicaron únicamente a coleccionar: eran meticulosos editores y "abrillantadores", tenían una misión que cumplir. Ellos consideraban su trabajo como un Erziehungsbuch (manual didáctico), y realizaron numerosas revisiones de los originales, con el fin de asegurarse de que los cuentos eran adecuados para lectores jóvenes; incluso se puede seguir el proceso de "limpieza" desde las primeras hasta las últimas ediciones. Fue Wilhelm Grimm quien se hizo cargo de las ediciones posteriores y se dedicó a expurgar la obra gradualmente, eliminando contenidos de referencia sexual y pasajes más o menos impúdicos (su hermano Jacob, listo para un nuevo desafío, ya concentraba su atención por aquel entonces en la compilación del Diccionario Alemán). En las versiones corregidas, las madres crueles se convirtieron en madrastras desagradables, y amantes solteros en castos compañeros. Las uniones prematrimoniales de Rapunzel con su príncipe fueron eliminadas. El Rey Rana desea convertir a la princesa de la pelota de oro en su compañera de juegos en versiones posteriores de la historia, mientras que el original deja claro que desea que lo lleve a su casa para mantener relaciones sexuales.

También se les añadieron a las historias otras moralejas burguesas del siglo XIX. Se incluyeron motivos cristianos y se enfatizaron los repartos de papeles según los géneros. Mantén tus promesas, no hables con extraños, trabaja duro, mantente casto o casta, y algún día tu príncipe llegará. Esto es lo que nos comunican los cuentos.

Sin embargo, al tiempo que Wilhelm Grimm imbuía sus cuentos de hadas en la Pequeña edición de valores morales contemporáneos, también los liberó de cualquier dimensión temporal o espacial concreta ("Érase una vez..."). La estructura cristalina que resultó de sus modificaciones ha influido en la manera de escribir cuentos hasta el día de hoy, y los cuentos de los hermanos Grimm han sido absorbidos sin esfuerzo por muchas culturas diferentes. Dan la impresión de poder ser folclore de cualquier lugar.

De hecho, según la Dra. Barbara Gobrecht, presidenta de la Asociación Suiza de Cuentos, la cultura de los cuentos de hadas en la Suiza actual está basada principalmente en el "Grimmsche Märchen" (cuento según Grimm). Los cuentos son adaptados a dialectos regionales suizos. Silvia Studer-Frangi, que relata sus cuentos en "Zürich-Deutsch", y Paul Strahl, que representa el "Basel-Deutsch", son dos de los cuentacuentos más famosos en este campo.


Los cuentos también han originado numerosas ediciones críticas y reescrituras. Sus cualidades oníricas los han convertido en fértil territorio de caza para críticos literarios de tendencias freudianas, mientras que el crítico y traductor estadounidense de cuentos de hadas Jack Zipes ve el cuento como un espacio en el que podemos expresar nuestros "anhelos utópicos". Hay críticos que han encontrado un potencial feminista en los relatos, aunque muchos otros han recalcado su naturaleza patriarcal.

Desde el siglo XIX en adelante, se han producido asimismo abundantes parodias de los cuentos incluidos en la Pequeña edición. Han sido revisados desde puntos de vista feministas y socialistas, y las reescrituras han abarcado desde sátiras serias hasta alegres farsas (¿recuerdan los Cuentos en verso para niños perversos de Roald Dahl?).

Especialmente durante la República de Weimar la herencia de los Grimm fue acaparada por muchas ideologías diferentes. Escritores socialistas como Robert Grötzsch, Oskar Maria Graf y Bruno Schönlank politizaron los cuentos de hadas, aprovechando su potencial para la utopía para crear relatos de esperanza en los que el sufrimiento abría el camino a una sociedad más igualitaria. Pero, cada vez con más frecuencia, los cuentos de los Grimm (y de Hauff, Bechstein y Andersen) fueron utilizados con el fin de cimentar la ideología nacional-socialista. En el periodo nazi las versiones progresistas de los cuentos de hadas fueron prohibidas, y las tendencias utópicas de los mismos fueron puestas al servicio de la mayor gloria del Tercer Reich (Jack Zipes nos presenta un interesante retrato de esta época en Cuentos de hadas y fábulas de los días de Weimar, obra en la que se incluyen traducciones de muchos de estos relatos).

La apropiación por parte del nazismo de los cuentos de los hermanos Grimm llevó incluso a que los aliados prohibieran su publicación durante un breve periodo después de la guerra. Pero sería injusto relacionar estas pequeñas y brillantes perlas con cualquier ideología o perspectiva política. Al igual que la malvada madrastra de Blancanieves, que anhela el consuelo que le proporciona el espejo, nosotros nos acercamos a los cuentos de los hermanos Grimm para ver reflejados nuestros propios deseos. Son seductores, encantadores y ciertamente nada ingenuos.



Cuento ¨El anillito del elfo¨

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Tirado sobre la polvorienta carretera, yacía un ramo de dorados “dientes de león”. Mucha gente pasaba por su lado sin fijarse en él. Algunos hasta le daban con el pie. Pero cuando Marlenchen lo vio dejó el pesado cesto en el suelo y levantó el ramo. Se dirigió con él al arroyuelo e hizo beber a los tallos. Mientras mantenía el ramo así en el agua, y los rayos del sol jugueteaban en torno a la niña y las flores, surgió de dentro de una de las abatidas cabecitas de las flores un pequeño elfo, tan pequeño como un dedo, el cual, con una suave vocecita, dijo: - ¡Gracias, Marlenchen!

Se arregló la dorada corona sobre su cabecita, y apareció entonces a su alrededor un claro resplandor, como de una velita de Navidad. Este resplandor lo convirtió el elfo en un anillo para el dedo, fino como un cabello. - ¡Póntelo – en el dedo anular de la mano izquierda! – dijo a la niña -. Cuando tú le mires, relucirán tus ojos, y la persona a quien tú mires se sentirá alegre, y el que esté enojado recobrará su buen humor.

Cuando hubo acabado de hablar, el pequeño elfo desapareció, y Marlenchen no separó, durante el camino de regreso a su casa, sus miradas del anillo. No sentía ya el pesado cesto; ¡todo era tan ligero!… Pero, cuando llegó delante del portal de la casa, oyó reprender en su interior a la madre, y pelearse entre si a las hermanas. Eran siete y daban mucho que hacer. Entonces miró Marlenchen de nuevo su anillito y entró decidida en la habitación.

A su entrada, todos levantaron la mirada. ¡Cómo resplandecía Marlenchen! De golpe se acabaron las riñas y las discusiones. La madre se dirigió gozosa al trabajo, y todo le salía fácil de la mano, y los pequeños jugaban con Marlenchen, y todos se querían entre sí.

Cuando se hizo de noche, regresó a casa el padre, cansado y abatido del pesado trabajo y del largo camino. Marlenchen salió a su encuentro. Al ver a la niña rió el padre; él mismo no sabía por qué, pero sentía su corazón repleto de alegría hasta lo infinito.

Nadie vio el anillo en el dedo de Marlenchen. Era invisible para los demás. Pero Marlenchen sí lo veía, y lo conservó en su dedo durante toda su vida. Cuando se despertaba por la mañana, a él dirigía su primera mirada, y a su vista lucía el sol en sus ojos. Este sol calentaba todo lo que estaba cerca de la niña. Si había alguien enfermo en la casa, o triste simplemente, o enfadado, mandaban a buscar entonces a Marlenchen, y todo se ponía nuevamente bien. La gente llamaba a Marlenchen “la niña del Sol”. Ellos mismos no sabían por qué, pero no podían encontrarle otro nombre mejor.


Fuente

  • [www.cuentosinfin.com]