Daniel Alcides Carrión

Daniel Alcides Carrión García
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Médico
NombreDaniel Alcides Carrión García
Nacimiento12 de mayo de 1857
Cerro de Pasco,
provincia de Tarma,
departamento de Junín,
República del Perú Bandera de Perú
Fallecimiento5 de octubre de 1885
Lima,
República del Perú Bandera de Perú
ResidenciaLima
Nacionalidadperuana
Otros nombresEl Mártir de la Medicina Peruana
Ciudadaníaperuana
Ocupaciónmédico y científico

Daniel Alcides Carrión García (Pasco, 12 de mayo de 1857 - Lima, 5 de octubre de 1885) fue un médico e investigador científico peruano. Considerado mártir de la medicina latinoamericana por su sacrificio al infectarse de la bacteria Bartonella bacilliformis y contraer la ahora conocida como enfermedad de Carrión o verruga peruana, a modo de estudiar su desarrollo y evolución en el infectado.

Síntesis biográfica

Hijo natural del médico y abogado ecuatoriano doctor Baltasar Carrión de Torres y de doña Dolores García, nació Daniel Alcides Carrión García en la ciudad de Cerro de Pasco, provincia de Tarma, departamento de Junín, Perú, el 12 de agosto de 1857.

Estudios

Comenzó sus estudios primarios en la escuela municipal de Cerro de Pasco, pero la muerte accidental y trágica de su padre, al escapársele a éste un disparo de su propio revólver al montar en brioso caballo, lo dejó huérfano a la edad de 8 años y lo hizo continuar sus estudios en la ciudad de Tarma al cuidado de un familiar de su madre.

A los 14 años de edad se trasladó a la ciudad de Lima e ingresó en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde cursó de 1873 a 1878 la enseñanza secundaria y media con excelente aprovechamiento.

Al graduarse de bachiller, matriculó en 1878, en la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos, Lima, para cursar los estudios médicos, los que realizará con notable éxito, pero no sin grandes sacrificios económicos y a los que se unirán a partir del siguiente año, las dificultades producidas por la Guerra del Pacífico, entre Chile y Perú, que durará hasta 1883.

Participación en la guerra

Actua Carrión en el ejército de su país como practicante de medicina, desempeñándose con abnegación y patriotismo, sobre todo antes y durante la invasión de los chilenos a la ciudad de Lima, donde participó en la batalla de Miraflores, caracterizada por la desesperada resistencia de los peruanos a las fuerzas chilenas y en la cual Carrión tuvo que poner a prueba su experiencia ganada en los hospitales Dos de Mayo, San Bartolomé, la Maison de Santé (Hospital Francés) y en el Lazareto, pues se vio en la necesidad de asistir a centenares de heridos.

Investigación sobre la verruga peruana

Terminada la guerra, triste y agotado, reanuda sus estudios en la Universidad de San Marcos de Lima, y sus prácticas en el Hospital Dos de Mayo, institución ésta donde va a tener la oportunidad de estudiar a numerosos enfermos, sintiendo honda inquietud por conocer dos enfermedades características de algunos valles centrales peruanos: una de ellas, conocida con el nombre de “Fiebre de la Oroya”, caracterizada por fiebre y anemia progresiva que, pese al tratamiento que se efectuaba en esa época, tenía una letalidad cercana al 100%.

El otro proceso llamado “Verruga peruana”, tenía igual distribución geográfica, pero de evolución benigna; con la súbita aparición de nódulos cutáneos y escasos síntomas generales. Hasta entonces se consideraba que ambos cuadros tenían diferente etiología.

Ya estudiaba estas enfermedades estudiaba desde casi dos años antes y decide escribir sobre dicha entidad como tema para su trabajo de tesis para optar por el grado de bachiller en medicina.

Con el título de Apuntes sobre la verruga peruana redactó Carrión una minuciosa monografía que comprende los siguientes acápites: sinonimia; definición; etiología; síntomas; primer período; segundo período; invasión; dolores; fiebre; pulso; orina; tercer período; erupción; cuarto período; diagnóstico y tratamiento. Incluye además, como casuística, nueve historias clínicas.

En este estudio Carrión demuestra que conocía en detalles la evolución de la entidad en sus cuatro períodos y establecía como unidad nosológica las dos fases de la enfermedad; la febril, con toda su sintomatología y la eruptiva o de verruga. Valoró certeramente sus complicaciones, especialmente la anemia grave, y llama la atención su opinión concerniente al pronóstico. Y puesto que admitía en la enfermedad sus dos formas clínicas, de fiebre de la Oroya y de verruga peruana, se dispuso demostrar su hipótesis, que era también la de muchos médicos peruanos, en su propia persona con la autoinoculación de la enfermedad.

En varias ocasiones Carrión trató de que le realizaran la inoculación en su servicio del Hospital "Dos de Mayo", aunque siempre habían podido hacerlo desistir de su empeño, pero, el 27 de agosto de 1885, a las 10 de la mañana, se presentó en la sala Nuestra Señora de las Mercedes, perteneciente al servicio del doctor Villar y trató de hacerse la autoinoculación alegando que "suceda lo que sucediere, no importa, quiero inocularme".

El doctor Evaristo M. Chávez para evitar que Carrión se hiciera un daño involuntario tomó de manos del estudiante la lanceta y le practicó cuatro inoculaciones, dos en cada brazo, en el sitio común de la vacunación. Dichas inoculaciones se hicieron con la sangre inmediatamente extraída por rasgadura de un tumor verrucoso de color rojo, situado en la región superciliar derecha del paciente Carmen Paredes, ingresado en la cama No.5. Según el doctor Villar este paciente. La inoculación ocure en presencia del doctor Villar y los alumnos de su servicio, interno Julián Arce y externo José Sebastián Rodríguez.

Desde aquel mismo momento Carrión fue escribiendo una minuciosa historia clínica de su enfermedad. El propio 27 de agosto, después de la inoculación, escribiría:

"A los 20 minutos comenzaron a manifestarse algunos síntomas locales, tales como una comezón bastante notable, seguida después de dolores pasajeros que desaparecieron a las 2 horas siguientes. No han habido síntomas de inflamación, todo ha desaparecido sin dejar vestigio alguno."

Carrión continuó haciendo su vida normal hasta tres semanas más tarde, en que pasado el período de incubación —con su experiencia quedaba determinado—, comenzaron a aparecer los primeros síntomas. Sobre ello anotó:

"Hasta el 17 de septiembre en la mañana, no he tenido absolutamente nada; en la tarde de ese día he tenido un ligero malestar y dolor de la articulación tibio tarsiana izquierda, que me molestaba la marcha. Durante la noche he dormido perfectamente bien".

Dos días después, el 19 de septiembre, se manifestaba el período de estado de la enfermedad con todos sus síntomas: calambres fuertes, fiebre con escalofríos, decaimiento, postración, dolores generalizados en la totalidad del cuerpo, que él va describiendo con brevedad y rigor científico, así como las características del pulso, las deposiciones y la orina.

Permanece en su domicilio, la casa de su madrina, sin permitir que nadie lo acompañe de noche.

El 22 de septiembre le aparece un tinte ictérico y petequias en la cara, poliuria, hematuria, cefalea intensa, signos y síntomas que van en aumento, con palidez considerable de la piel y la mucosa. La anemia hemolítica hacía su aparición para agravar el cuadro clínico.

El 26 de septiembre su estado de postración es tal que escribe:

"A partir de hoy me observarán mis compañeros pues por mi parte confieso me sería muy difícil hacerlo".

Desde entonces continúan la historia clínica sus fieles condiscípulos: Casimiro Medina, Enrique Mestanza, Julián Arce, Mariano Alcedan, Manuel Montero y Ricardo Miranda.

Desde la cama dicta sus síntomas y sigue el curso de la enfermedad. El 28 escriben sus compañeros:

"Admirable es en verdad la marcha tan rápida que en él ha seguido la anemia, que a partir de este día domina por completo el cuadro sintomático".

Desde la noche del 30, no obstante la protesta del enfermo, lo velan sus amigo. Cuando se siente mejor habla de su familia y comenta:

"Sí, lo que tengo es fiebre de la Oroya, aquella fiebre de que murió Orihuela, mejor es no pensar en esto, fumemos un cigarro".

El 2 de octubre dándose cuenta de su gravedad y valorando certeramente su cuadro clínico le dijo a sus compañeros:

"Hasta hoy había creído que me encontraba tan solo en la invasión de la verruga, como consecuencia de mi inoculación, es decir, en aquel período anemizante que precede a la erupción; pero ahora me encuentro firmemente persuadido de que estoy atacado de la fiebre de que murió nuestro amigo Orihuela; he aquí la prueba palpable de que la fiebre de la Oroya y la verruga, reconocen el mismo origen, como una vez le oí decir al doctor Alaco".

Y a los amigos que trataban de convencerlo de que estaba en un error les recalcó:

"Les doy a ustedes las gracias por su deseo y siento decirles no conseguirán convencerme de que la enfermedad que hoy me acosa no sea la fiebre de la Oroya".

El 4 de octubre, con su aprobación, es trasladado a la Maison de Santé (Hospital Francés) y todavía en su domicilio le dice al señor Isaguirre, alumno del primer año de medicina que está a su lado:

"Aún no he muerto, amigo mio, ahora les toca a ustedes terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado".

Unos momentos después de su ingreso una junta médica formada por los doctores Villar, Romero, Flores y Chávez discutió el estado de su enfermedad y no obstante la opinión de la mayoría en favor de la transfusión sanguínea, para lo cual todo se hallaba preparado , -un transfusor de Oré, que el doctor Villar había llevado y uno de sus compañeros decidido a donar la sangre necesaria- la indicación se pospuso para el próximo día, quedando el enfermo sometido al tratamiento siguiente: inyecciones intravenosas de ácido férrico y 20 centígrados de albuminato de hierro cada 2 horas; se continuaron las inhalaciones de oxígeno y las pulverizaciones de ácido férrico; como líquido, agua gaseosa y como alimentación caldo y polvos de carne.

Muerte

Al día siguiente de su ingreso, el 5 de octubre, entraba en coma, interrumpido en algunos momentos por quejidos entremezclados con palabras incomprensibles. Sus compañeros terminarían ese mismo día su historia clínica con estas sentidas y hermosas palabras:

"A las 11½ de la noche lanzó su último suspiro breve y profundo, que fue para los que le rodeaban la señal de que este mártir al abandonarnos iba a ocupar en lo infinito el sitio que el Todopoderoso tiene reservado para los que como él ejercen la mayor de las virtudes: la Caridad".

Su sepelio fue una sentida manifestación de dolor popular, pero sobre todo del estudiantado y de los médicos peruanos. En el cementerio levantaron sus voces conmovidas dos profesores notables de la Facultad de Medicina, los doctores Macedo y Almenara y dejó escuchar sus palabras entrecortadas por el llanto el estudiante Manuel I. Galdo.

Reconocimiento de su aporte a la medicina

Desde el momento de su muerte Daniel Alcides Carrión fue reconocido como mártir consciente de las ciencias médicas y la prensa de Lima se hizo eco de la trascendencia de su sacrificio en aras del conocimiento de una de las enfermedadees endémicas de más alta mortalidad en su país.

El nombre de Carrión ha pasado a ser no sólo un símbolo de la nación peruana, sino también de la medicina latinoamericana y de la infectología mundial, citado en todos los grandes libros de texto de microbiología, medicina tropical, medicina interna e historia de la medicina.

El 7 de octubre de 1991 el gobierno peruano promulga la Ley Nº 25342, que declara a Daniel Alcides Carrión García ”Héroe Nacional”.

Fuentes