El pescador y su esposa (cuento)

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«El pescador y su esposa»
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Autor(a)(es)(as)Hermanos Grimm
GéneroCuento
PaísAlemania

«El pescador y su esposa» es un clásico cuento de hadas recopilado por los Hermanos Grimm como «cuento n.º 19».

Trata sobre un esposo que al cumplir fielmente los deseos de su esposa, termina viviendo en la pobreza, como siempre lo hizo. Muestra que la ambición sin medida ni respeto, solo conduce a la desgracia.

Los hermanos Grimm tomaron este cuento del folclore de la región de Pomerania (en Alemania).

Hacia el final de los cuentos de los Hermanos Grimm, la anciana se convierte en papisa (un indicio de la mítica «papisa Juana», del siglo IX) y busca convertirse en una diosa.

Una versión más antigua de la trama es el cuento de hadas indio «el pez dorado», en que el pez dorado es el poderoso espíritu submarino de Jala Karman (literalmente ‘actividad en el agua’ o ‘pesca’). Ese cuento no aparece en los dos libros de fábulas indios Pañcha-tantra y Jitopadesha.

Este mismo tema fue utilizado por el escritor ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) en su poema «La leyenda del pescador y el pez» (escrito el 2 de octubre [14 de octubre según el calendario gregoriano] de 1833, y publicado en la revista literaria Biblioteka dlya Chteniya [‘biblioteca de lectura’] en mayo de 1835). En la primera versión manuscrita del relato de Pushkin, la anciana estaba sentada sobre la Torre de Babel, y tenía una tiara papal. Esa fábula folclórica se hace eco del cuento popular ruso «La vieja ambiciosa» (donde un árbol mágico actúa en lugar de un pez).

Este cuento aparece adaptado por José Martí en La Edad de Oro con el título «El camarón encantado».

La escritora británica Virginia Woolf (1882-1941) en su quinta novela, To the Lighthouse (Al faro, 1929), hace que el personaje de la Sra. Ramsey le lea una versión de este cuento a su hijo James.

La novelista estadounidense Úrsula LeGuin (1929-2018) menciona esta leyenda en su novela The Lathe of Heaven (La rueda celeste, 1971).

El novelista alemán Günter Grass (1927-2015) basa vagamente en esta fábula su novela The Flounder (El lenguado, 1977).

Polichinela y el pez mágico es la versión del pintor, dibujante, animador y escenógrafo italiano Emanuele Luzzati (1921-2007).

Texto del cuento

Tomado de la traducción Cuentos escogidos de los Hermanos Grimm, de José Sánchez Biedma (1879).

Una vez había un pobre pescador, pescando con su caña a la orilla del mar. Sintió de pronto que la cuerda se hundía con mucha fuerza, tiró de la caña y sacó prendido del anzuelo un precioso pez dorado.
En el momento en que el pescador cogía el pez en sus manos, oyó con asombro el buen hombre que el pez le decía:
―Escucha pescador, no me mates. Yo no soy un pez de verdad; soy un príncipe encantado. Déjame volver al agua y algún día yo podré hacerte grandes favores.
―No digas más ―dijo el pescador―, te dejaré ahora mismo. No quiero tratos con peces que hablan.
Y el pez dorado volvió al agua y desapareció.
Volvió el pescador a su cabaña y le contó a su mujer todo lo que le había pasado y las palabras que el pez había dicho.
La mujer, que era bastante avariciosa, le preguntó con mal genio:
―Y tú, tonto, ¿no le pediste nada?
―¿Qué querías que le pidiera?
―¡Es que no te has dado cuenta de esta cabaña miserable en que vivimos? Anda, vuelve y dile al pez que deseamos una buena casa.
Volvió el pescador de mala gana a la orilla del mar solo por complacer a su mujer, y dirigiéndose al agua dijo:
―Pececito dorado, mi buen amigo, ¿quisieras concederme lo que te pido?
Asomó el pez la cabeza al momento y preguntó:
―¿Ya estás de vuelta? ¿Qué es lo que deseas?
―Mira, mi mujer me ha dicho que te pida algo. Ella no quiere vivir en nuestra choza y desea una casita de campo.
―Está bien. Vuelve a tu casa ―dijo el pez.
Cuando el pescador llegó a su casa la encontró convertida en una preciosa finca con jardines y árboles frutales y toda clase de comodidades.
El buen hombre abrazó a su mujer contentísimo, pero al cabo de unas semanas la mujer dijo:
―Mira, tenemos tantos animales, que ya esta casa y esos patios y jardines resultan pequeños. Sería mejor para nosotros un gran castillo. Anda y pídeselo al pez.
El pescador se fue al mar de mal humor, solo por complacer a su mujer, y cuando llegó a la orilla dijo:
―Pececito dorado, mi buen amigo, ¿quisieras concederme lo que te pido?
Apareció el pez como la vez anterior.
―Ya estoy aquí, ¿qué es lo que quieres? ―preguntó.
―Mira, querido príncipe, yo lo siento mucho, pero mi mujer quiere vivir en un gran castillo.
―Vuelve a tu casa ―dijo el pez― y tu mujer estará contenta.
Cuando llegó el pescador a su casa, entró en un soberbio castillo de piedra con grandes campos y grandes salones y muchos criados. La mujer estaba vestida como una gran dama.
Aquella noche se durmió tranquilo, con la seguridad de que su mujer se sentiría completamente feliz. Pero por la mañana muy temprano lo despertó su mujer y le dijo:
―Anda, levántate pronto. He pensado que tenemos que llegar a ser los reyes de este país. Anda y díselo a tu amigo.
―Pero, mujer ―contestó el pescador―, ¿no tienes bastante? A mí no me gustaría ser rey.
―Yo sí que quiero ―dijo la mujer―. Haz lo que te digo y no seas perezoso.
El pobre hombre se puso en camino, muy triste porque su mujer no estaba nunca satisfecha. Cuando llegó a la orilla del mar, llamó como siempre:
―Pececito dorado, mi buen amigo, ¿quisieras concederme lo que te pido?
―¿Qué es lo que quieres ahora? ―dijo el pez.
―Mira, perdóname, pero mi mujer quiere ser reina.
―Vuelve a tu casa ―dijo el pez.
Al llegar a su casa vio a su mujer en un palacio, sentada en un trono de oro y rodeada de servidores y de nobles de!a corte.
―Mujer, ya eres reina ―dijo el buen hombre―. Supongo que ya estarás contenta.
―Pues mira, mientras tú regresabas, me he cansado de ser reina y he pensado que me gustaría más ser emperatriz. Anda y pídeselo a tu príncipe encantado.
―Pero eso es imposible. ¿Qué va a pensar de nosotros?
―No hables más. Tienes que ir, porque yo soy la reina y te lo mando.
El pobre pescador volvió a la orilla del mar y llamó otra vez, con voz apagada por el miedo:
―Pececito dorado, mi buen amigo, ¿quisieras concederme lo que te pido?
―¿Qué es lo que quiere ahora tu mujer? ―preguntó el pez.
―Ahora se le ha metido en la cabeza ser emperatriz.
―Vuelve, que ya es emperatriz.
Al llegar a su casa, el buen hombre vio a su mujer con una corona de cerca de dos metros de alto en la cabeza.
―¿Ya estarás contenta? ―le preguntó.
―Sí, creo que sí. Ya soy emperatriz.
Pero a la mañana siguiente, en cuanto se levantó la mujer, miró por la ventana llena de sol, llamó a su esposo y le dijo:
―Soy emperatriz, pero no puedo disponer que salga o no salga el sol. El sol sale sin mi permiso, y eso no me gusta. Ve a decirle a tu amigo que quiero mandar en el sol y en la luna.
―Pero ¿estás loca? Eso es imposible, ¿qué dirá de nosotros?
―No hables más y haz lo que te ordeno.
El pobre pescador se sintió tan desgraciado, que echó a andar casi sin darse cuenta de lo que hacía. Llegó a la orilla del mar y llamó con voz llorosa:
―Pececito dorado, mi buen amigo, ¿quisieras concederme lo que te pido?
―¿Qué es lo que quiere ahora tu mujer? ―preguntó el pez.
―¡Ay!, amigo mío, ahora quiere ser señora del sol y de la luna.
―Vuelve a tu casa, pobre amigo. Ya verás lo que merece la soberbia de tu mujer.
A su regreso, el buen pescador encontró a su mujer a la puerta de la cabaña donde habían vivido siempre. Y allí continuaron viviendo.

Enseñanza

La ambición sin medida ni respeto solo conduce a la desgracia.

Fuentes