Episodio del Ballestero

Revisión del 17:05 29 sep 2010 de Melenasur1 jc (discusión | contribuciones) (Página creada con ''''Episodio del Ballestero'''. El Suceso del ballestero ocurre en el segundo viaje al nuevo mundo hecho por Cristóbal Colón, quien realiza un bojeo por la Costa Sur d…')
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)

Episodio del Ballestero. El Suceso del ballestero ocurre en el segundo viaje al nuevo mundo hecho por Cristóbal Colón, quien realiza un bojeo por la Costa Sur de Cuba con la esperanza de hallar la avanzada civilización de las Indias.

Introducción

En el año 1494, un ballestero de la tripulación de Cristóbal Colón, internado en la selva que cubría a la desembocadura del Río Antiguo Mayabeque, dice ver indios con trajes talares. Este suceso registrado en la historia como un hecho sombrío, pues no se ha comprado en Cuba la existencia de aborigenes vestidos, ni de Cuba, ni venidos de otra civilización, es acompañado de evidencias pictóricas en el oriente del país de hombres vestidos. Varias tésis se ha esgrimido desde entonces por los historiadores trantando de hallar respuesta a la incognita. Por lo que esta incognita, sino la más antigua, es una de las más legendarias de nuestro continente y de los viajes del descubrimiento.

Distintas tesis sobre el hecho

El ballestero de la tripulación de Colón, que dijo haber visto a los indios con raras vestiduras blancas, brinda uno de los datos más interesantes del derrotero del gran descubridor. Fray Bartolomé de las Casas, en su historia de Las Indias, sitúa el suceso, como ya hemos dicho, en la fecha del 3 de junio de 1494. El lugar donde ocurrió la aparición de los aborígenes en trajes telares no lo da a conocer ninguno de lo testigos o de los cronistas de la época. Creemos que ese punto sea la zona bañada por el río Antiguo Mayabeque, a la que Colón, según se deduce el mapa de Juan de la Cosa, dio el nombre de Mangui, por confundirla con la provincia continua de Catay, que aparece en el mapa de Tocanelli, conocido por Colón. Por su parte, Pedro Mártir de Anglería describe la escena no de tres indios vestidos, como dice Fernando Colón, o de uno, como afirma Las Casas, sino de unos 33 aborígenes cubiertos con vestidos y al describir el paisaje introduce elementos botánicos importantísimos: un palmar y un pinar. Narra así la presencia en tierra cubana de los indocubanos supuestamente vestidos: Cuando por fin salieron a mar ancho a las 80 millas, ancho de ver otro monte altísimo, y se fue allá para hacer aguada y a recoger madera. Entre palmerales y pinares altísimos hallo dos fuentes nativas de agua dulce. Mientras cortaban los maderos y llenaban los barriles, uno de los ballesteros se entro en la selva a cazar; allí un hombre, vestido con una túnica blanca, se le presento de improviso, que a primera vista creyó que era un Fraile del Orden de Santa Maria de la Merced, que el Almirante llevaba consigo sacerdote, pero, al punto, le salieron dos salidos del bosque; después a lo lejos vio un pelotón que venia a lo lejos como de treinta hombres, cubiertos con vestidos, mas entonces, volviendo la espalda y dando voces, huyo corriendo a las naves cuanto podía. Aquellos de la túnicas se le esforzaban de todos modos de mostrárseles agradables y persuadirle que no recelara, pero sin embargo el arquero huía. Contando esto el Almirante, alegrándose de haber encontrado gente culta, al punto envió a tierra hombres armados con orden de que, si era menester, se internara cuarenta millas en la isla que encontraran aquellos de la túnica u otros indígenas, buscándolos con toda diligencia.

Única noche que Colón durmió en tierra en su segundo viaje a Cuba

Habiendo cruzado el bosque, encontraron una basta planicie cubierta de hierba, en la cual ni vestigio de senda hubo jamás. Esforzándose en andar por la hierba, se vieron tan embarazados que no pudieron avanzar una milla, pues, la hierba no era menor que nuestras mieses espigadas; cansados, pues, se volvieron sin encontrar senda. Durmió el Almirante esa noche en la desembocadura del río y al día siguiente envió 25 hombres armados, a los cuales mandó que explorasen diligentemente que gente habitaba aquellas tierras. Estos, habiendo observado no lejos de la costa ciertos vestigios recientes de animales grandes, entre los cuales le pareció que había leones, llenos de miedo se volvieron. Al regresar se encontraron una selva llena de vides, criadas naturalmente y entrelazadas a cada paso con altos árboles, y de otros árboles que dan frutos aromáticos. Trajeron a España racimos de mucho peso y muy jugosos. Más de otras frutas que echaron, como no podían cómodamente hacerse pasas en la nave, no trajeron ninguna, pues se pudrieron todas, y corrompidas las tiraron al mar. En los prados de aquellos bosques cuentan que vieron bandadas de grullas dobles mayores que las nuestras. Las costas se inclinaban, tan pronto al sur, tan pronto al sudoeste, y el mar por todas partes estaba cuajado de islas. Aquí, pues las quillas, muchas veces habían barrido la tierra, por los mares vadosos quebrantadas; las cuerdas, velas y demás jarcias ya podridas; los alimentos, que humedecidos, por las grietas de las mal serenadas naves, se habían enmohecido, y principalmente la galleta, que se había corrompido, obligaron al almirante a volver proas atrás. A esta última costa, a que llego el existimado continente, la llamo Evangelista. Tendría algo de raro en ese ambiente que el ballestero confundiese, en la lejanía entre la vegetación lujuriante del lugar, una alba grulla con un hombre de blanco vestido. Esta opinión no es nueva.

Tesis de Washington Irving

Uno de los primeros historiadores que señalo la posible equivocación del ballestero, que en ves de hombres vestidos había visto cigüeñas, fue Washington Irving en su libro Vida y Viajes de Cristóbal Colón escrito en 1827 y publicado en Madrid en 1854, donde dice: “Como jamás se llegaron a descubrir en Cuba tribus ningunas que llevasen vestidos, es probable que el cuento de los hombres blancos tuvo origen en algún error del ballestero, que penetrado de las ideas de los misteriosos habitantes de Mangui podrían haberse sobresaltado en su paseo por la floresta, a vista de una de las manadas de cigüeñas que abundaban en ellas. Estas aves, como los flamencos, comen juntas, colocándose una de ellas de centinela a cierta distancia. Cuando se ven por las aberturas de los bosques, formadas en líneas en un prado, parecen a primera vista figuras humanas.”

Tercera versión de Pedro Márquez de Anglería

Sobre el enigmático cacique vestido, Pedro Mártir de Angleria da una tercera versión, bien distinta de las de Don Fernando y Las Casas. Después de narrar la historia del ballestero y del aborigen vestido, cuenta el Almirante: “En el curso de la navegación, dirigiendo las velas a otros ciertos montes, no encontró más que un solo hombre que vivió en dos chozas allá en la playa, el cual, llevado a las naves, con la cabeza, con los dedos, y de todo modo que podía, daba a entender que la tierra que caía al otro lado de aquellos montes estaba muy poblada” “Al arribar el Almirante a aquellas playas, le salieron al encuentro muchas canoas, y se trataron mutuamente por señas con mucha afabilidad. Ni el Diego aquel que a la entrada de Cuba había aprendido la lengua de los Indígenas lo entendía a estos, pues averiguaron que son varios los idiomas en las varia Provincias de Cuba, y decían que en lo interior de la Provincia había un rey potentísimo, que iba vestido. Dice que esta región esta toda sumergida y cubierta de agua, y sus costas cenagosas, llenas de arboles, como nuestras lagunas.”

Conclusiones

La escena de aquellos indios y reyes o caciques de gran poder, el episodio de los aborígenes vestidos como frailes de la orden de Santa Maria de la Merced, o de guerreros cubiertos de túnicas, quedara, tal vez para siempre, envuelto en el mismo misterio que rodea tantas historias o más bien leyendas de los tiempos en que los Europeos se adentraron en el otro mundo que descubriera Cristóbal Colón.

Fuente

Ballesteros Beretta, Antonio. Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Barcelona, Salvat, 1945.

Nuñez Jimenez Antonio, Isla de Pinos; Piratas, colonizadores, Rebeldes, Editorial Arte y Literatura, 1975.