Gerardo Antonio Álvarez Álvarez

Gerardo Antonio Álvarez
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Combatiente revolucionario cubano
NombreGerardo Antonio Álvarez Álvarez
Nacimiento12 de agosto de 1925
San José de los Ramos, Matanzas, Bandera de Cuba Cuba
Fallecimiento26 de julio de 1953
Santiago de Cuba, Bandera de Cuba Cuba
Causa de la muerteAsesinato
NacionalidadCubana
Otros nombresEl Chino
PadresFelipe Álvarez y Antonia María Álvarez

Gerardo Antonio Álvarez Álvarez. Combatiente revolucionario es asesinado durante el Asalto al Cuartel Moncada en el sector del Hospital Saturnino Lora.

Personalidad

La Heroína de la República de Cuba Melba Hernández Rodríguez del Rey guarda en su memoria gratos recuerdos de Gerardo Antonio Álvarez. En aquella gloriosa mañana del 26 de julio de 1953, el joven matancero le confesó que su mayor preocupación era haber dejado a su niña de siete años con fiebre. Ante la posibilidad real de morir combatiendo en la defensa del Hospital Civil Saturnino Lora, o ser asesinado por los esbirros batistianos, le explicó en pocas palabras el porqué de su presencia en Santiago de Cuba:

”Dile a mi hijita que esto que hoy hemos hecho, ha sido por ella y por toda la juventud.”[1]

Gerardo Antonio fue uno de los miembros de la Generación del Centenario que en Santiago de Cuba reivindicó la memoria del Apóstol. Su inclusión en la vanguardia revolucionaria que dio inicio a la última etapa de luchas por la independencia nacional no fue un hecho casuístico, ni obedeció a la actitud negligente de hombres sedientos de venganza, como los calificara erróneamente la dictadura para desinformar al pueblo. Él asistió a la acción consciente de su importancia, guiado por sólidas ideas patrióticas y de justicia social. Vivió en la República Neocolonial instaurada por los Estados Unidos, con sus períodos de democracia representativa y de dictaduras militares, con sus frustraciones políticas y manifestaciones de rebeldía ante los males que aquejaban a la Patria.

En la formación de su personalidad se combinaron acontecimientos familiares, hechos históricos e influencias educativas de individuos que calaron muy hondo en su comportamiento moral e ideales revolucionarios.

Biografía

Infancia y juventud

Sus orígenes se remontan al antiguo término municipal de San José de los Ramos, perteneciente a Colón desde el año 1976. Allí nació el 12 de agosto de 1925 en la pequeña finca Santa Leonila –de unos 30 cordeles de extensión dedicados al cultivo del tabaco, viandas y frutos menores–, propiedad de su padre Felipe Álvarez Ramos[2]. Hijo único del matrimonio de Felipe con su prima Antonia María Álvarez Ramos (Antoñica), pasó su infancia en la finca. Todos en la familia le tributaron gran cariño, en especial su hermana paterna Celia María (Cuca), quien recién parida, llegó a amamantarlo cuando Antoñica, mujer enfermiza y de débil constitución física, sufría fuertes ataques de asma.

El Chino, como también le llamaban cariñosamente en el seno familiar por sus ojos oblicuos, aprendió del padre a cultivar la tierra para ganarse el pan con honradez, la férrea disciplina hogareña, el sentido de la responsabilidad y del respeto a sus semejantes, patrones de conducta característicos del campesinado cubano. En su bohío aprendió a respirar cubanía, patriotismo y respeto hacia los mambises, cuando de labios de Felipe y de la tía Josefina, escuchó anécdotas de cómo ellos suministraron alimentos a las tropas insurrectas de Clotilde García y Felino Álvarez durante la Guerra del 95.

El acontecimiento más doloroso de su infancia fue la muerte del padre, ocurrida en 1938. Esta catástrofe familiar lo obligó a abandonar la escuela cuando había vencido el sexto grado de la enseñanza primaria. Con 13 años de edad asumió las labores de la finca para el sostenimiento económico de la madre.

En Santa Leonila laboró prácticamente solo hasta alcanzar la juventud. Sus hermanos paternos José Ramón, Luis Felipe, Armando y Antolín poco pudieron hacer por él. Ellos habían forjado sus propias familias y tenían oficios diversos. Antolín, por ejemplo, era tabaquero y militante comunista. En la segunda mitad de la década de 1940 los problemas económicos de la finca se agravaron por dificultades en el pago de los impuestos y pocas ganancias en la venta de productos agrícolas. Como muchos cubanos de la época, Gerardo Antonio decidió darle un giro radical a su vida, emigrando a La Habana en busca de nuevos horizontes.

Emigración a La Habana

Marchó solo a la capital y confió la finca y el cuidado de la madre a un primo suyo. Su esposa Rosa María Álvarez Álvarez y su hija Herminia de la Caridad lo hicieron a la Atenas de Cuba[3]. Lleno de fe y optimismo dijo adiós a la vida de pequeño agricultor, y decidió probar suerte como empleado de servicios en la mayor urbe de la nación.

Al llegar a la capital residió en la casa de su tío Carlos Manuel Álvarez Ramos, ex-oficial del Ejército Nacional, abogado y escritor. En conversaciones con él, hombre de buena posición económica y vasta cultura, adquirió valiosos conocimientos históricos, literarios e incluso militares. Luego establecería residencia en pequeños cuartos de la Habana Vieja y Centro Habana, pagando siempre bajos alquileres. Incluso, en una ocasión se vio tan necesitado, que llegó a dormir varias semanas en el edificio de Prado 109, sede principal del Partido Ortodoxo.

Pocos días bastaron al joven para conocer el verdadero modo de vida de los sectores populares en la ciudad de La Habana, muy distinto a como lo presentaba la prensa sensacionalista y las propagandas comerciales de la radio. Cuba era gobernada entonces por los auténticos, quienes hicieron de la corrupción política-administrativa y la demagogia, sellos distintivos de su etapa presidencial, a la vez que estimularon el pandillismo sindical y el anticomunismo. En ese convulso clima de violencia y escándalos, laboró en cuanto oficio pudo encontrar: vendedor ambulante de baratijas, limpiador de escaleras de edificios, hasta que después de muchos tropiezos obtuvo una plaza de dependiente en una joyería de la Manzana de Gómez.

Formación autodidacta

Si bien alcanzó tan sólo un sexto grado de escolaridad, nunca perdió las ansias de superación. Como autodidacta halló en la lectura una vía para elevar sus conocimientos históricos, políticos y culturales. Leyó con pasión libros de poesías, cuentos, novelas y periódicos. En sus ratos libres escribía poemas románticos y de contenido social. En la única obra de su autoría que ha podido rescatarse, escrita en La Habana a raíz del golpe militar de Batista en 1952, denuncia en sus versos los males que padecía la Patria –falta de libertad, opresión de las masas y dictadura sangrienta–, resalta su posición antimperialista al definir el sistema político norteamericano como una democracia impía, y denuncia la dependencia del país hacia los Estados Unidos, preguntándole irónicamente a quienes gobernaban la poderosa nación del Norte: ¿Yo soy libre, majestad?[4].

Encauce hacia la Ortodoxia

Su estancia en La Habana le permitió encauzarse políticamente hacia la Ortodoxia, al sentir plena identificación con la personalidad de Eduardo R. Chibás y sus prédicas honestas contra el robo y la corrupción imperantes durante el autenticismo. Además, el programa del Partido del Pueblo Cubano aspiraba a transformar la estructura económica de la nación mediante la vía constitucional, poniendo en práctica la devolución de las tierras y las riquezas a los cubanos, diversificando la agricultura, ampliando el comercio exterior, estatalizando los servicios básicos, colocando funcionarios incorruptibles para el correcto manejo de los fondos públicos, entre otras medidas.

Prado 109 fue para él una escuela de orientación revolucionaria, de debate político, donde conoció a muchos jóvenes de ideas radicales y de proyección de futuro. Allí ingresó en las filas de la Juventud Ortodoxa, conoció personalmente a Chibás, escuchó las arengas del joven abogado Fidel Castro Ruz, e hizo amistad con Ñico López, Gerardo Abreu Fontán y Roberto Mederos –todos mártires de la lucha insurreccional. Por ser un joven sociable y comunicativo, en los momentos más difíciles contó siempre con el apoyo de sus compañeros. Chibás, por ejemplo, le regaló prendas de vestir, al perder Gerardo todas sus pertenencias por un incendio en el cuarto en que vivía, Fontán lo auxilió regalándole un pantalón.

Radicalización de su pensamiento revolucionario

La trágica muerte de Chibás en 1951, a cuyos funerales asistió, y el artero golpe de estado de Fulgencio Batista con el apoyo de los cuerpos armados y el reconocimiento inmediato de la embajada estadounidense, radicalizaron su pensamiento revolucionario. Vio con disgusto la actitud quietista de la dirección del Partido Ortodoxo y de otras fuerzas políticas tradicionales, por lo que se unió a los jóvenes más radicales de la Ortodoxia, partidarios de derrocar al tirano mediante la lucha armada. Estuvo presente en las primeras acciones contra la dictadura batistiana: Jura de la Constitución (1952), Marcha de las Antorchas y el Acto político en el Parque Central (1953).

Movimiento Generación del Centenario

De los jóvenes que protagonizaron con disciplina y patriotismo esas actividades revolucionarias, Fidel seleccionó a la vanguardia que meses más tarde asaltaría los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Este movimiento se denominó Generación del Centenario, y en él ingresó Gerardo a través de Ñico López.

Perteneció a la célula o grupo del Parque de los Leones, cuya dirección recayó en el joven taxista de 20 años Juan Manuel Ameijeiras Delgado (Mel)[5]. En ese céntrico parque capitalino –calle Amistad entre Reina y Dragones–, solía asistir a reuniones conspirativas. En ellas se coordinaban prácticas de tiro en la Universidad de La Habana, en el Club de Cazadores del Cerro y en fincas habaneras, así como la recaudación de dinero para la compra de armas, municiones y uniformes del ejército. Por orden de Mel fue guardada propaganda contra la dictadura en el fondo de la casa No. 19 de la Calle Industria, último hogar de Gerardo en la capital.

Pudo vencer con éxito el rigor de la fase de entrenamiento a base de disciplina y abnegación. Pese a su baja estatura y nula corpulencia física –razones por los cuales sus compañeros de célula lo apodaban Patato– demostró rapidez en los ejercicios y buena puntería en los disparos. Estas habilidades, al parecer, fueron del conocimiento de Abel Santamaría, quien al tomar el Hospital Civil Saturnino Lora no dudó en colocarlo en la defensa del vestíbulo.

Aunque él solía manifestarse en contra de la tiranía batistiana, mantuvo siempre en secreto los planes y objetivos del movimiento. Su discreción se hizo mayor cuando trasladó a Antoñica a la capital –poco antes de partir al Moncada–, para que recibiera tratamiento médico en el hospital Calixto García por los continuos ataques de asma. Desde ese momento intentó persuadirla de que dejara de fumar, y evitó hablar de temas políticos en su presencia para no ocasionarle preocupaciones.

Su sobrina Leonila García Álvarez, entonces empleada de la tienda El Encanto, cuidó en ocasiones de Antoñica. Recuerda que durante el primer semestre del año 1953 su tío paraba poco en casa, al viajar frecuentemente en autos de militantes ortodoxos.

En San José de los Ramos, Eneida García Álvarez, otra de sus sobrinas, cumpliendo órdenes del tío, vendió algunas joyas en las calles del poblado, desconociendo que las ganancias adquiridas eran para engrosar los fondos del movimiento. Juan de Dios Comas, amigo de Gerardo desde la infancia, rememoró que en 1953, el joven revolucionario expresó su descontento por la situación del país, le habló de amistades en la capital que compartían sus mismos ideales y de la necesidad de un estallido revolucionario. Sin embargo, jamás reveló que se preparaba para una acción militar de tanta envergadura como lo fue el Moncada.

El viernes 24 de julio de 1953 recibió la citación por teléfono. Las orientaciones fueron escuetas y precisas: llevar ropa de paseo para una ausencia de la capital de más de un día, y ofrecer la menor información posible del viaje a sus familiares. Días antes había visitado a su hija que presentaba un cuadro de fiebre. En ese último encuentro volvió a repetirle a Rosa

una frase cuyo significado ella comprendería años después:

“Lo único que yo deseo es no haber nacido ahora sino 20 años después, ya que en Cuba va a ocurrir un cambio”[6].

A la madre le pidió que no se pusiera nerviosa, pues debía ausentarse dos o tres días de casa. Sus últimas palabras estuvieron dirigidas a Leonila:

“No me dejes sola a la vieja que yo regreso pronto”[7].

Ante la disyuntiva de esperar el restablecimiento de sus seres más queridos o cumplir con la cita del movimiento, escogió el camino más difícil; pero glorioso. En horas de la noche del día 24 de julio arribó al Parque de los Leones, de donde partió rumbo a Santiago de Cuba en compañía de Juan Manuel Ameijeiras, Osvaldo Socarrás Martínez, Pablo Cartas Rodríguez, Roberto Mederos Rodríguez y Félix Rivero Vasallo. La travesía la hizo en el auto Chevrolet chapa 250 – 053, el mismo que conducía Ameijeiras como chofer de alquiler, y por el que le pagaba una renta diaria a su dueño.

El sábado 25 el auto arribó a la Granjita Siboney. Le fueron entregados su uniforme militar y un fusil semiautomático calibre 22 y allí se le comunicó su inclusión en el grupo de Abel Santamaría Cuadrado, encargado de tomar el Hospital Civil Saturnino Lora, edificación situada al fondo del Cuartel Moncada.

Comienzo de la acción

Durante la acción, Gerardo combatió en el vestíbulo del hospital junto a otros dos asaltantes, protegiendo la entrada del edificio. Lo acompañaron también, por momentos, el Dr. Mario Muñoz Monroy, Melba y Haydeé, quienes tomaban en el Cuerpo de Guardia instrumentos y materiales para atender a los heridos. Melba lo ayudó a cargar el fusil, y junto a Yeyé “lo alentó a continuar disparando pero sin malgastar las municiones”[8].

Mientras tanto, la situación del grupo de combatientes que atacaba el Moncada se hizo insostenible. La pérdida del factor sorpresa y el agotamiento de las municiones imposibilitaron la toma de la fortaleza. Fidel ordenó la retirada hacia la Granjita Siboney para después continuar la lucha en la Sierra Maestra.

Antes de partir encomendó a Fernando Chenard llevar la orden de retirada a los jóvenes del Hospital y del Palacio de Justicia; mas este fue asesinado y no pudo cumplir la misión, lo que provocó que la guarnición del Moncada concentrara su fuego hacia el fondo del hospital –donde estaba Abel con el grueso de sus hombres–, a la vez que intentó debilitar la resistencia de los defensores del vestíbulo. Allí Gerardo y sus compañeros, además de combatir, permanecieron atentos para que ningún médico, enfermera o empleado, entrara en esa área de peligro.

Fase final del combate

En la fase final del combate resultó herido en el epigastrio. La alumna–enfermera Maruja Palma arriesgó su vida para auxiliarlo. Años después, al ser entrevistada por la periodista Marta Rojas, identificó al mártir mediante fotos y narró lo sucedido: “[...] en el vestíbulo no había quien estuviera, si frente por frente estaban las ametralladoras emplazadas, creo que calibre 50. Yo las vi porque cuando hirieron al muchachoese por el vientre, que yo vi que él se dobló, dije a ese le han dado tremenda herida, entonces fui por el pasillo agachada, y lo traté de halar y él me puso la mano en el hombro, entonces lo trajimos para el Cuerpo de Guardia que era donde se podía estar malamente [...][9]

Del Cuerpo de Guardia fue trasladado a la habitación No 8, único lugar seguro en la parte delantera del hospital. Acostado en otras camas estaban el matancero Horacio Matheu Orihuela, herido a sedal en la cabeza, y el artemiseño Tomás Álvarez Breto, herido levemente en una pierna. Quienes atendieron a los tres jóvenes coincidieron en afirmar que ninguno tenía heridas mortales, aunque la de Gerardo sí requería de cuidados médicos.

Fracaso de las acción

Fracasada la acción en el Moncada, agotadas las municiones y sitiado el hospital por las fuerzas represivas de la tiranía, el joven combatiente se preparó psicológicamente para lo peor. Entregó a Maruja Palma su sortija y le pidió que la guardara de recuerdo, pues a lo mejor serviría para identificarlo en caso de ser asesinado. Tomó tres hojas de recetario médico en cuyo membrete se leía Hospital Saturnino Lora 26 /07/53, y en ellas escribió:

"Querida madre:

Te hago estas líneas para que sepas dónde estoy. Ya suenan los tiros a mis oídos, si no te vuelvo haber [sic.] perdóname, vieja. Lo que hoy estamos haciendo, otros lo hicieron antes por nosotros. No podemos soportar seguir siendo gobernados por un tirano. No puedo más; dale un beso a mi hija."

Te quiere, tu hijo Gerardo"[10]

Entregó la nota a Bienvenido Sánchez, auxiliar de limpieza del centro hospitalario. Le habló de su hija de siete años y le pidió que enviara por correo las hojas escritas a la dirección siguiente: Antonia Álvarez, Industria No 19, La Habana.

Asesinato

Tras la delación de Ángel Esteban Garay, agente del SIM que permaneció todo el tiempo dentro del hospital, Gerardo y los demás combatientes fueron hechos prisioneros y concentrados en el patio central, no sin antes recibir ofensas y culatazos por parte de los esbirros. Luego, el traslado a pie hacia el interior del Moncada, convertido ese día en centro de tortura y muerte para bochorno de los cuerpos armados de la nación, donde fue torturado nuevamente y ultimado a balazos en el campo de tiro.

Disminación de los cadáveres

Una vez concluida la matanza y antes de permitir la visita de la prensa, los soldados diseminaron los cadáveres de sus víctimas en las áreas interiores y exteriores del campamento para ocultar lo sucedido, presentándolos como caídos en la acción. El de Gerardo fue colocado en el exterior de la primera barraca, frente a la puerta de la oficina del Servicio de Inteligencia Regimental (SIR), área donde no hubo combate[11].

Acontecimientos posteriores

Gerardo Antonio Álvarez Álvarez.

Días después y gracias a la actuación de Bienvenido Sánchez, la nota escrita pudo llegar a su destino. Fue Leonila quien recibió el mensaje y, al comprender lo comprometedor de su texto, optó por no entregárselo a Antoñica. La habitación quedó deshabitada ante el peligro de un registro policial, y la madre del mártir fue trasladada a San José de los Ramos. Alejada de

la radio y la prensa por la familia, Antoñica estuvo ajena a lo sucedido al hijo, hasta su muerte en 1955.

La censura impuesta por la tiranía tras los acontecimientos del 26 de julio, en un principio impidió a la familia de Gerardo conocer qué le había sucedido a él en Santiago de Cuba. Gracias a la osadía del fotorreportero Panchito Cano, apareció publicado en Bohemia un reportaje gráfico, con fecha 2 de agosto de 1953, en el que aparece el cadáver del joven. Aunque en la página se omite su nombre, todos lo identificaron por sus rasgos físicos. La magnífica instantánea es otra prueba irrefutable del crimen cometido: aparece descalzo, con el rostro ensangrentado y con un uniforme del ejército donde no se perciben huellas de balas.

Sus restos mortales, rescatados por René Guitart, padre del también mártir moncadista Renato Guitart Rosell, reposan en el Retablo de los Mártires del Cementerio de Santa Ifigenia, a un costado del Mausoleo de José Martí.

En el municipio de Colón dos obras de la Revolución llevan y honran su nombre: el policlínico de San José de los Ramos y una CPA cañera.

Referencias

Fuentes

  • Archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.
  • Comisión de historia, PCC Regional; Síntesis Biográficas Mártires de la Región Colón.
  • Lic. González Quintana, Carlos Manuel. Gerardo Antonio Álvarez y los sucesos del Moncada. ANUARIO DE INVESTIGACIONES CULTURALES, No. 4, 2003.