José Nicéforo Niepce

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José Nicéforo Niepce
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Nacimiento7 de marzo de 1765
OcupaciónInventores.

José Nicéforo Niepce. El constructor de la máquinas de vapor

Síntesis Biográfica

Nació el 7 de marzo de 1765 el célebre químico. Su padre fue un distinguido abogado que desempeñó cargos importantes, como el de consejero del rey y recaudador de impuestos del distrito, y tuvo a su cargo la administración de los bienes del poderoso duque de Rohan. La madre, Ana Barrault, pertenecía a una familia de la antigua burguesía borgoñesa. Su hermano mayor, Claudio, ejerció una acentuada influencia sobre él. También tuvo otros dos hermanos menores.


Niñez y Juventud

Nicéforo era un niño bondadoso, algo tímido, afable con cuantos lo trataban, y por su aplicación mereció la preferencia del preceptor de los cuatro hermanos, un virtuoso sacerdote que mantenía las más cordiales relaciones con la familia. Nicéforo estudiaba con afán y con tan notable aprovechamiento, que desde muy joven sobresalió por su erudición. Seguía atentamente las conversaciones de las personas mayores y era tal su curiosidad, que su padre, un caballero de vasta cultura, se veía a veces en dificultades para responder acertadamente a las cuestiones que le planteaba.

Una de las principales características de Nicéforo era su religiosidad. No faltaba ningún día de precepto a la santa misa oficiada en la iglesia de San Vicente, y comulgaba con fervor. El ejemplo le venía de sus padres, amantes de las viejas tradiciones seculares. Nicéforo, como no asistía al colegio, casi no tenía amigos. Algunas veces, abrumado por la larga jornada de estudios, decía a su preceptor: —Padre, ¿quiere que vayamos al puente de los cinco arcos?

Pero este ruego no era más que un eufemismo, porque lo que le interesaba verdaderamente era pasear a lo largo del río hasta el lugar donde estaban los pequeños astilleros, para ver a los carpinteros de ribera construyendo embarcaciones destinadas a surcar la corriente fluvial. En estos paseos se les unja invariablemente el hermano mayor, quien participaba de las aficiones mecánicas de Nicéforo, se sentía muy atraído por la labor que realizaban los obreros y, sobre todo, disfrutaba el momento del lanzamiento de las nuevas embarcaciones destinadas a surcar corriente fluvial.

Cuando fue mayor, suplicó un día a su padre: 

—Papá, me gustaría tener herramientas para construir algunos mecanismos. ¿Por qué no me las compras? —Yo te daré el dinero que tengo ahorrado le dijo su hermano—. Dispongo de diez libras que me regaló por mi cumpleaños el señor duque, y como a mf también me gustaría construir máquinas, iremos los dos a comprar las herramientas y los útiles precisos.

Desde ese instante los dos hermanos ya no dispusieron de un minuto de ocio. Los dos demostraron raras aptitudes para el trabajo que practicaban infatigablemente. Sus habilidades para construir los mecanismos que creaban en su imaginación era extraordinaria. Llamaban de tal modo la atención de su preceptor, que este aconsejó al padre que los matriculase en el Colegio Real para emprender estudios de física y química. Pero se sobrepuso a todo la natural inclinación de Nicéforo hacia el ministerio evangélico, y la familia fomentó la vocación del hijo: lo recomendaron a los padres del oratorio, que recibieron a Nicéforo con especial placer, pues conocían su profunda religiosidad: Los estudios le valieron al joven los plácemes de sus profesores. Llegó a dominar pronto el latín, y avanzó tan rápido en teología, que a los dieciocho años y, por lo tanto, antes de tener edad para ser ordenado sacerdote, el chico había acabado la carrera brillantemente. Pero como aún no podía decir misa, sus maestros lo enviaron de profesor a la institución de los padres del oratorio en Angers.


Trayectoria de inventor

En 1801 regresaron los dos hermanos a Chalán, donde recuperaron parte de los bienes que les habían confiscado por la revolución, pero tampoco se limitaron a una existencia tranquila de propietarios rústicos. Sus aficiones de la juventud reverdecieron con tal fuerza que se entregaron obcecadamente a construir una máquina de vapor ideada por Claudio, que moviera los barcos sin vela ni remos. Así consiguieron dar realidad al pireolóforo, que patentaron en 1801.Consistía en un motor que funcionaba a partir de la fuerza del aire resultante de la violenta inflamación de la pólvora de licopodio. El invento les valió los plácemes de Berthelot y de Carnot quienes informaron a las instancias correspondientes a favor del invento. Pero la construcción del pireolóforo exigía un capital, que no apareció. Mientras tanto, construyeron una bomba hidrostática y se consagraron al cultivo del glasto, planta de la que extrajeron una materia colorante de singular belleza En 1816 marchó Claudio a Londres, para gestionar la ayuda financiera que precisan para hacer realidad el pireolóforo. Ya solo, Nicéforo dedico su creatividad, su energía y su dinero a experimentaciones científicas que desembocaron en la invención de la fotografía. La litografía acababa de nacer con tal impulso que era numerosísima la cantidad de personas que deseaban practicarla. Nicéforo se contagió de esta corriente general. La dificultad mayor que encontró fue la falta de piedra litográfica, que no hallaba en Chalán y que solo podía obtener a precioso elevadísimo. Paseaba un día por las afueras de la ciudad, cuando halló un montón de piedras que iban a ser machacadas. Escogió las más grandes y finas y las sometió a la acción de diversos barnices, que fabricaba él mismo con sus conocimientos químicos, pero la acción de los ácidos no resultaba uniforme porque las piedras carecían de homogeneidad. Entonces recurrió a las láminas de estaño, que le hicieron avizorar mejores frutos, y luego, en 1813, proyectó remplazar el lápiz litográfico 1 mismo que había hecho con la piedra, y durante los ensayos imaginó de golpe que la acción de la luz realizase el dibujo. Esta feliz idea lo obsesionó hasta el punto de no comer ni dormir. Desde 1814 entrevió resultados alentadores. Por fin, en 1882, obtuvo copias fidelísimas de grabados, empleando estaño pulimentado sobre cristal, mediante un barniz bituminoso de su invención: El empleo de la cámara oscura le facilitó la obtención de imágenes perfectamente fijadas. Febrilmente ilusionado, en 1824 fue a Londres para exponer a Claudio lo conseguido. En Kew mostró al sabio Francis Bouer pruebas en un papel donde había transportado imágenes bastante limpias con ayuda de hojas de estaño pulimentadas. A ruego de Bouer, el 8 de diciembre de 1827 presentó a la Sociedad Real de Londres una Memoria sobre su invención, acompañada de pruebas, pero al negarse a revelar el secreto de su descubrimiento, la entidad se desentendió del asunto. Volvió a Francia y, por intermedio de un grabador de París, se comunicó con Daguerre, artista celebrado, escenógrafo notable y dueño de negocios que le habían reportado una fortuna regular. Por fin llegaron a un acuerdo, y el 14 de diciembre de 1829 firmaron un contrato donde Daguerre reconocía que Niepce era el inventor de la fotografía, «por haber descubierto el modo de reproducir espontáneamente las imágenes recibidas en la cámara oscura». Por el contrato, Niepce exigía el secreto más absoluto y se comprometía a darle a Daguerre cuantas explicaciones le pidiese para dominar el procedimiento, una vez que conociese las circunstancias de su aplicación. Niepee valoraba su aportación en la mitad del producto que rindiera el negocio. Daguerre aportaba una nueva utilización de la cámara oscura, sus dotes artísticas y su preparación técnica. El Estado francés, orgulloso de poder ofrecer al mundo un invento tan excepcional como el de la fotografía, se apresuró a remediar la miseria en que había quedado Isidoro Niepce, hijo del inventor, asignándole una pensión vitalicia de cuatro mil francos, y a Daguerre, también reducido a la pobreza extrema, le atribuyó otra de seis mil francos, como testimonio patente del agradecimiento de la nación y en reconocimiento oficial a sus positivos merecimientos.

Muerte

Cuatro años más tarde, en 1833, falleció Niepce de una apoplejía y Daguerre se quedó con toda la herencia del negocio. Comunicó a la Academia de Ciencias de Paris lo que tantos sacrificios había costado a Niepce, y que él había perfeccionado tras repetidos ensayos. Y para él fueron los honores y las recompensas, las satisfacciones y la fortuna. Pero, metido en peligrosas especulaciones a que lo incitaban el anhelo y la ambición, se hundió en la ruina en breve plazo.


Fuente

Cuando los grandes inventores eran niños. Editorial Gente Nueva XL Aniversario 1967-2007