La Primavera

La Primavera
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Botticelli-primavera.jpg
Datos Generales
Autor(es):Sandro Botticelli
Año:1477 - 1482.
País:Bandera de Italia Italia
Datos de la Pintura o dibujo
Estilo pictórico:Renacentismo Italiano
Dimensiones:203 X 314 cm
Localización:Museo de los Uffizi de Florencia

La primavera, también llamada La alegoría de la primavera, es una obra realizada por el pintor florentino Sandro Botticelli. Es considerada una de las obras maestras del Renacimiento italiano. La Primavera es una obra altamente ilustrativa de la iconografía y forma clasicista de esa época.

Análisis de la obra

La primavera, es una pintura de temple de huevo sobre tabla, realizada por Sandro Botticelli. Perteneció a la colección de la familia Médicis y se muestra en el Museo de los Uffizi de Florencia desde 1815. La escena en un bosque formado por árboles de naranja y frutos; con un cielo azul de fondo, se disponen nueve personajes, en una composición que gira en torno al personaje central, una mujer con sábana roja. El suelo se compone por un prado formado por una gran variedad de vegetales y flores. En esta obra se encuentran representados la diosa Venus en el centro. Sobre ella Cupido, el dios del amor. Del lado izquierdo de Venus, Flora y junto a ella Céfiro, el Dios del viento, y la Ninfa Cloris. Del lado derecho de Venus se encuentran juntas las tres Gracias y Mercurio.

Venus la diosa del amor.

El centro está presidido por Venus-Madre, la Diosa del Amor, que domina el pasado, el presente y el futuro; es el eje de todo, reina sobre el bosquecillo jardín, símbolo del mundo manifestado. En este “paraíso” (no olvidemos que esta palabra significa precisamente, “jardín”), Venus ocupa el lugar donde en la Biblia figura el árbol del bien y del mal.

Céfiro, el viento.

El viento Céfiro, azulado y con alas, impetuoso, persigue a la ninfa Cloris, quien desde su cándida y pura naturaleza al penetrar en el mundo-bosque, comienza a florecer. Céfiro simboliza el destino, la fatalidad, el Karma que empuja al alma inexorablemente, la obliga a experimentar y también a dar frutos. Cloris es el nombre del color blanco, es símbolo del alma pura… pero también del frío del invierno. La semilla estaría presa en la tierra invernal como el alma en el cuerpo material, desangelado.

Flora, la primavera.

Flora, a continuación es ya la Primavera misma. Es el alma misma (antes Cloris), pero florecida y derramando sus bendiciones al mundo. Botticelli se inspiró en una estatua romana antigua de la Diosa Flora que se conserva en los Ufficci. Simboliza al alma humana que despierta al mundo espiritual. No olvidemos que, según los alquimistas, la primavera es la época del año más propicia para empezar la Gran Obra: la transmutación del plomo en oro espiritual.

La Belleza, la Castidad y el Placer (Las Tres Gracias).

Las tres jóvenes que danzan con los dedos entrelazados y envueltas en velos semitransparentes son las Tres Gracias: La Belleza (Pulchritudo), a la derecha, la Castitad (Castitas) en el centro y el Placer o Voluptuosidad (Voluptas) a la izquierda. Voluptuosidad y Castidad están unidas a Belleza, pues cada una de ellas contiene belleza en su plano de acción, en el sentido platónico de la estética como una forma de felicidad, de la cual la otra forma es la ética. En la pintura, Voluptas mira solamente a Pulchritudo, pues en todo lo que es bello hay una forma de placer y es una de las posibilidades que Venus da al Alma-primavera. Y si Venus, diosa del Amor, reina en el universo, como en este bosquecillo figurado que representa al mundo, la posición aún más preferente y elevada es asumida por EROS, el impulso primordial, la Voluntad pura, a quien el poeta Hesíodo considera el más antiguo de los Dioses en su Teogonía: Es la Gran Fuerza que hizo que todo empezase a moverse, (no olvidemos que en los misterios, lo que sucedía en el universo o macrocosmos, también ocurría en el hombre o microcosmos). Este Eros ciego apunta con una flecha incendiaria a Castitas, quien inflamada por esta fuerza de amor, dará la espalda al mundo (o sea, al observador) y dirigirá su mirada hacia el dios Hermes-Mercurio, maestro de sabiduría, conocedor de las cosas misteriosas, el cual, con su caduceo mágico compuesto por la barra central del poder de los magos y las dos serpientes (en este caso con rostros de dragones alquímicos) de las fuerzas complementarias que mueven el mundo y representan lo blanco y lo negro, lo femenino y lo masculino, etc., disipa las nubes neblinosas de la ignorancia.

Eros.

En la interpretación tradicional de este cuadro, Hermes, con túnica corta roja, capacete y espada (otro de los símbolos del Dios al ser de “doble filo”) es el guardián del bosque. Y en cierto modo es así, pues este bosque también representa la gruta mágica del amor, el lugar del misterio donde todo se gesta, la cámara oculta del corazón donde viven los Dioses y en la que el alma se reencuentra a sí misma y florece, lo sagrado. Venus-Eros representaría esa Fuerza Primordial, Kundalini, que es llamada en el Tibet Gran Madre y que es el Eje del Universo entero, el Yo verdadero o Fuego de todo cuanto existe. Hermes aquí se convierte en “guardián de los recintos sagrados”, protegiendo el umbral protege el recinto entero; una forma griega del Dios egipcio Anubis, siervo de la misma llama que arde en la túnica de Venus o en la flecha de Eros.

Los árboles y flores que se hallan presentes en esta escena son también alusiones simbólicas: las rosas son las flores de la Diosa del Amor, y por tanto las lleva Flora en su manto, flores que va esparciendo junto con jacintos, iris, nomeolvides, siemprevivas, clavelinas y anémonas. En su cabeza lleva violetas y flores de aciano y una ramita de fresas silvestres. El árbol que está detrás y que parece que forma el aura de Venus, es el mirto, uno de los árboles que le estaban consagrados. Y también lo estaba a Hades, el Dios de la Muerte y de las profundidades, de lo invisible. El mirto es el árbol que representa al Mundo en que el alma pierde su inocencia pero donde también aprende a amar y florece, muere a su casi infinita libertad pero abre los caminos de una libertad futura aún mayor, nacida de la sabiduría y del conocimiento. Flora lleva en torno a su cuello también una ramita de mirto, como símbolo de que está prisionera del mundo.

El viento Céfiro al entrar hace curvarse y agita ramas de laurel, árbol consagrado al Dios Apolo. Apolo representa la perfección, la armonía, la suma quietud que reina en la unidad (A-Polos, sin Polos), que debe ser quebrada para que el alma entre en la existencia y el destino se ejecute. La unidad de la semilla debe ser quebrada para dar lugar a una unidad mayor, la del árbol. También el Laurel es una alusión al nombre de Lorenzo, en latín Laurentius, quien encargó el cuadro, quizás como símbolo de su matrimonio con Semiramide Appiani. Hay también en este jardín algunos pinos, consagrados en la antigüedad a Cibeles, diosa protectora de las cavernas, con lo que se enfatiza el significado de este bosque como la gruta mágica del Amor. Aunque lo que más abunda son los naranjos florecidos, derramando el azahar su perfume embriagador. Quien haya visitado en Mayo la ciudad de Córdoba sabrá a qué me refiero. Estos naranjos con su fruto simbólicamente solar hacen referencia a los frutos aúreos del amor, la juventud eterna de quien ama. También es una alusión a la familia Médici, a quien se atribuye tradicionalmente este árbol. Es curioso observar también el movimiento de las túnicas: La de Cloris (el alma inocente) es arrastrada impetuosamente por el viento (destino); la de Flora, por el hecho de avanzar; la de Venus no se mueve, pues Ella, el Amor es el eje inmóvil del mundo; la de las Tres Gracias se mueven al danzar, en su giro alegre y espiralado.

Interpretación de los personajes

Mercurio: El Dios queda identificado por los calzados con alas y por el caduceo usado para separar serpientes y hacer la paz (Botticelli ha representado las serpientes como dragones alados); con su yelmo y su espada, parece claramente el guardián del jardín de Venus. Estira la mano para tocar las nubes con su caduceo para dispersar la niebla. Mira hacia el cielo, lo cual se interpreta como unión con el más allá. Mercurio sería intermediario entre los hombres y los dioses, pero también el dios de los comerciantes. Viste ligeramente con un manto rojo cubierto de llamas, que cae de forma muy asimétrica, lo cual se consideraba un rasgo típico de la Antigüedad y ya era una indicación de que se estaba representando una escena mítica. Las tres Gracias: Servidoras de Venus, dedicadas a una graciosa danza, están representadas como tres jóvenes casi desnudas y luciendo peinados elaborados y diversos. El cabello suelto sólo podían llevarlo las jóvenes solteras. Se las ha llamado Gracias porque de esa forma, danzando en corro, se las representó en el arte grecorromano.

Como otros de los personajes del cuadro, las Gracias parecen ser retratos de personas existentes en la época y conocidas del pintor: por ejemplo, la Gracia de la derecha es Caterina Sforza, que Botticelli retrató como Santa Catalina de Alejandría (siempre de perfil), en el cuadro conservado en el Museo Lindenau de Altenburg (Alemania). La del medio debe ser Semiramide Appiani, mujer de Lorenzo il Popolano, el cual a su vez estaría representado como Mercurio, hacia el que mira Semiramide. La de la izquierda sería Simonetta Vespucci, prototipo de belleza botticelliana. La hipótesis más acreditada referente a estas tres jóvenes es que la de la izquierda, de cabellos rebeldes, representa la Voluptuosidad (Voluptas), la central, de mirada melancólica y de actitud introvertida, la Castidad (Castitas), y la de la derecha, con un collar que sostiene un elegante y precioso colgante y un velo sutil que le cubre los cabellos, la Belleza (Pulchritudo).

Venus: Se encuentra en el centro del cuadro y sirve de eje a la composición, volviendo ligeramente la espalda al resto de figuras. En torno a su cabeza se aclara la arboleda, formando una especie de aureola. Está representada como una Madona, con el cabello cubierto por cofia y velo, como una mujer casada. Viste una camisa larga y, por encima, vestido y manto, que cae de forma asimétrica, como el de Mercurio. El vientre prominente era considerado gracioso, y un signo de elegancia era colocar la mano sobre una tela, para evidenciar su belleza. Es el centro no sólo físico sino también moral de la obra, en sus dos aspectos de Venus Urania y Venus Genitrix, fuerza creadora y ordenadora de la Naturaleza, que hace nacer y crecer a todos los seres vivos;Cupido: Vuela sobre la cabeza de la figura central se dedica a lanzar dardos hacia una de las Gracias;Flora: Es la única del grupo que mira directamente al observador y parece que intenta esparcir sus flores por el exterior de la escena. Destaca también por su sonrisa, pues es infrecuente en la pintura renacentista, en particular en Botticelli, cuyas mujeres (y así se ve en sus numerosas Vírgenes con Niño) están siempre serias, abstraídas.

La ninfa Cloris: De su boca salen las flores primaverales que Flora recoge en su vestido transparente; Céfiro: Dios del viento benigno representado con colores fríos mientras busca el amor de la ninfa. Sopla la dulce brisa que hace posible la primavera.

Iconografía

Es una obra impregnada de cultura humanística y neoplatónica de la corte de Lorenzo el Magnifico. Tiene un tono de narración situada fuera del tiempo real. Se presenta una atmósfera de fábula mitológica en la que se celebra una especie de rito pagano. Rompe con la pintura religiosa cristiana al ilustrar un rito pagano de primavera.

Significado

La pintura fue encargada, probablemente en ocasión de su boda, por Lorenzo de Pierfrancesco de Medici, un personaje importante de una rama secundaria de la familia Médicis, hegemónica en la ciudad de Florencia desde la época de su abuelo Piero. Lorenzo de Pierfrancesco, tenido por un político populista (‘popolano’), tuvo en los años 1490 una destacada participación en la vida política de Florencia, enfrentado a la rama principal dirigida por su tío Lorenzo el Magnífico y, a la muerte de éste en 1492, por su primo Piero. Probablemente estuvo colgada en su dormitorio de la villa campestre de Castello, en las cercanías de Florencia, y todavía poseía la obra en 1499, según un inventario, y años más tarde, a su muerte en 1503, pasó a Giovanni delle Bande Nere (1498-1526) y luego a la rama principal de la familia, como consta en una nota de Vasari de 1551. Esto enmarca La primavera en el contexto del refinado gusto artístico de una familia burguesa devenida aristocrática gracias a su enriquecimiento en el siglo XV con el comercio, la banca y el poder político, y famosa por su activo mecenazgo de los artistas e intelectuales del Renacimiento.

La obra es de tema mitológico, un género que apareció en la pintura clásica en Grecia y Roma, se recupera en el Quattrocento y perdura hasta el siglo XVIII como uno de los más importantes, al permitir alegorías que se inspiran en grandes temas del mundo clásico y darles una interpretación moralizante que encaje en la filosofía neoplatónica y en la religión cristiana. De acuerdo a los textos coetáneos del neoplatónico Poliziano y del poeta humanista Bartolomeo Scala (De los árboles), el cuadro es una alegoría del amor divino y de la misma ciudad de Florencia, representada por este jardín florido. El neoplatonismo entiende el Arte como un medio de conocimiento de la Virtud y la Naturaleza, y por ello de elevación amorosa hacia Dios. Ya Dante había entendido la Naturaleza como una vía de acceso al Amor entendido como energía mental y mística, una vía de sublimación que no necesita de objetos físicos para su perfección. El cuadro está inspirado en distintas versiones de una famosa historia de la mitología antigua, que aparece en latín en De Rerum Natura del poeta y filósofo Lucrecio, y más tarde en las Odas de Horacio y, sobre todo, en el calendario festivo de los Fastos del poeta clásico Ovidio, mil quinientos años anterior, que narra que en la fiesta romana de Floralia, dedicada a la ninfa Flora en mayo, se celebran los amores del dios alado del viento Céfiro por la ninfa Cloris, a la que toma como esposa por la fuerza, pero luego, arrepentido de su violencia, él mismo la transforma en Flora, la diosa que exhala flores, y como regalo le da un hermoso jardín en el cual reinaría eternamente la primavera. El tema reaparece, con cambios, en las Metamorfosis del mismo Ovidio.

Este tema repetido de la poesía latina es transformado en la pintura en un diálogo entre la belleza trascendente y el alma convertida en amor, en tres fases dialécticas: la ‘progresión’ representada por la persecución inicial de Cloris por Céfiro (estimulado tal vez por las flechas del ciego Cupido) y la transformación final de ella en Flora; la ‘restitución’ marcada por la intervención de los otros dos dioses, Venus con su gesto de mostrar el juicio divino, y Mercurio, que ilumina la escena; y la ‘conversión’ representada por la danza de las Tres Gracias que bailan en un círculo que simboliza la iluminación divina, facilitada por Venus y Mercurio. De este modo, con la ayuda de los otros dioses, Céfiro asume el error de que su deseo inicial era solo terrenal y que debe transformar su atracción en amor espiritual.

En este proceso, los dioses Céfiro y Mercurio están contrapuestos no solo espacialmente sino también en su color (más tenebroso, más ‘animal’ el primero), mientras que Venus, como gran divinidad tutelar de la educación humanista, actúa como punto de síntesis, por un lado (Céfiro) del amor sensual y la búsqueda de la belleza mate¬rial, y por otro lado (Mercurio) del amor casto y el ansia de la belleza espiritual. Marsilio Ficino (1433-1499), el principal filósofo neoplatónico, contemporáneo de Botticelli y de otros humanistas del círculo como Cristoforo Landino (1494-1498) y Pico della Mirandola (1463-1494), considera que Venus representa el Amor universal, el Amor platónico, que es motor físico o terrenal de la vida pero que también puede sublimarse en formas puramente intelectuales: el Amor divino es un punto álgido de perfección humana, de una pureza más allá de los sentimientos o los deseos, un fruto ético del esfuerzo intelectual y la autodisciplina. Venus dirige a sus servidoras, las Tres Gracias (Castitas, Voluptas y Pulcritudo simbolizan tres virtudes diferentes de la diosa), pues ella es la encarnación de la Virtud, el símbolo de la Humanitas, esto es la síntesis de las virtudes humanas que aspiran a lo divino.

La teoría neoplatónica busca la conciliación entre el mundo pagano racionalista y el mundo cristiano místico, y en esta pintura Venus-Humanitas (su mano insinúa el gesto de enseñar cómo puede convertirse el amor pasional, físico e irracional, de Céfiro en la Tierra, en un amor contemplativo en el Cielo) y el Amor (el arco de Cupido que lanza sus flechas al azar pero que a la postre ha de seguir los dictados de la diosa y envía su último dardo a Castitas, que entonces mira a Mercurio que a su vez mira al Cielo, cerrando el ciclo de perfeccionamiento), situados en el centro como punto ideal de equilibrio, simbolizan la armonía entre la naturaleza (la aportación del paganismo) y el espíritu (el aporte del cristianismo). La diosa pagana cristianizada y su gran don, el Amor divino, trascienden así los conceptos de amor sentimental y placer físico o sensual: el amor auténtico ha de superar su nivel físico y llegar a lo espiritual.

Fuentes.







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