Los Saltimbanquis

Los Saltimbanquis
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Los Saltimbanquis (Ignacio Cervantes.) Ópera. Libreto: Carlos Ciaño. Estrenada el 25 de enero de 1901 en el Teatro Albisu.

Personajes

  • Esperanza, (hija de don Senén, soprano)
  • Doña Lucía, (señora de compañía, contralto)
  • Teodora, (dama de circo, mezzo-soprano)
  • Carlos Pérez, (pintor, después gran
  • Duque, (tenor)
  • Pedro, (operario, tenor)
  • Jaumet, (volatinero, tenor)
  • Pampín, (clown y director de un circo, barítono)
  • Leonardo Esparza, (amigo de Carlos, bajo)
  • Don Senén Juncadella de Vista Hermosa, (rico industrial de perfumes, bajo)
  • Operarios, (de ambos sexos de una fábrica)
  • Volatineros
  • Caballeros
  • Damas
  • Pajes
  • Bandidos
  • Guardias...

ACTO I

Cuadro I

Escena:

La escena representa una calle con árboles. A la derecha del espectador, la fachada de una casa de lujosa apariencia; a la izquierda, la estación de un ferrocarril. Hacia el centro de la calle y entre dos árboles, un banco de hierro. Al iniciarse la acción, varios mozos de cordel atraviesan la escena con baúles y maletas y entran por la puerta de la estación. Aparecen don Senén Juncadella de Vista Hermosa, rico industrial, dueño de una perfumería, con ropa de viaje, afectando una gran distinción:

Doña Lucía, vieja dama con pretensiones de joven, y Esperanza, la hija de don Senén, muy elegante. Don Senén, el clásico burgués comercial, adinerado y con ansias de llegar a la “aristocracia”, quiere casar a su hija con un miembro de ésta. Enterado de que Esperanza sostiene relaciones amorosas con Carlos Pérez, joven pintor, fecundo en ilusiones, mas necesitado de medios económicos, no encuentra otra forma de romper esas relaciones que la de alejarse del lugar donde moran.

Los operarios de la fábrica, al frente de los cuales está Pedro, hombre de confianza de su patrón, vienen a la estación a despedir a don Senén. En un momento oportuno, Esperanza dice a doña Lucía, su amiga leal, que diga a Carlos la causa de su ausencia y ésta le promete ayudarla.

Poco después parten los viajeros. Luego se presenta Carlos, y por Pedro se entera de que don Senén se ha llevado a su hija a las posesiones de Vista Hermosa, para impedir sus amores con él. Pedro, haciendo un juego de palabras con el nombre de la muchacha, añade que aún le queda la esperanza de vencer la oposición paterna y lograr su objetivo. Carlos, al quedar solo, se lamenta de los obstáculos que el ridículo vejete crea para quitarle a la mujer de sus sueños. De pronto le asalta la duda de que tal vez Esperanza esté de acuerdo en apartarse de su lado.

De esta situación pesimista lo sacan doña Lucía y su amigo fraternal, el rico Leonardo Esparza. La vieja dama le confirma la fidelidad de Esperanza, y Leonardo, por su parte, le ofrece todo su apoyo. Da la casualidad de que el amigo de Carlos posee un bellísimo castillo, muy cerca del que tiene don Senén en Vista Hermosa. Leonardo brinda a Carlos ese castillo y su bolsa; al pintor solamente le resta usar de su imaginación para encontrar un sendero hasta la casa del viejo industrial.

Carlos, lleno de optimismo y nuevos bríos, se dispone a la lucha.

Cuadro II

Escena:

Bosque. Entre los árboles y delante de un carricoche pintado de verde, un anuncio grande que describe todo el espectáculo que ofrece el Circo del Coronel

Pampín.Se trata de la compañía de saltimbanquis, la cual está pasando por una aguda crisis. Todos están meditabundos.

Teodora, una de las figuras atractivas de la trouppe peina sus rubios cabellos. Pampín, Jaumet, un volatinero, y los otros miembros del circo, visten trajes extraños y caprichosos, como si por necesidad hubieran tenido que usar prendas propias de la escena circense. A un lado, amarrada a un árbol, está otra de las integrantes de la compañía: la cabra Virginia.

Jaumet comenta que “el hambre no tiene patria ni hogar, está en todas partes”. Pampín narra una peyorativa experiencia de la temporada que realizó en Cuba, en la cual satiriza a nuestra patria. Los miembros del circo manifiestan que tienen necesidad de comer, y

Pampín, como último recurso, propone matar a la cabra y saciar el hambre colectiva. Se entabla una discusión al respecto y, cuando ya el sacrificio del animal está resuelto, llega oportunamente Carlos que, al enterarse de la situación en que se encuentran los integrantes del circo, se presenta como un duque y les propone contratarlos por varios días, hospedándolos en su castillo que está próximo al bosque. Todos dan vivas al protector y se marchan con él.

ACTO II

Cuadro III

Escena:

Bosque espeso. Telón corto de selva. Entran don Senén, doña Lucía y Esperanza, que ostentan valiosas joyas. Pampín —ya al servicio de Carlos, vestido con elegancia—, los acompaña, fingiendo ser un conde italiano, llamado Pampini, y al hablar lo hace con el acento de esta lengua.

Ya don Senén está en sus posesiones de Vista Hermosa, cercanas al castillo que Leonardo cedió a su amigo el pintor. Pampín lo ha visitado en varias ocasiones y el viejo perfumista lo invitó a pasear por sus dominios para que admirara las bellezas naturales de estos. Por una frase de Pampín nos enteramos de que están en España y, aunque el libreto no lo indica, el primer cuadro transcurrió en Cuba.

Pampín, aparentando temor, cuenta a don Senén que por esos contornos pululan bandidos que atacan a los viajeros y los despojan de cuanto llevan. El ambicioso viejo se llena de temor, al pensar que pueden asaltarlo. No tardan en presentarse los volatineros que contrató Carlos, disfrazados con trajes de bandidos; rodean a don Senén, Esperanza y doña Lucía, porque Pampín se ha unido a los supuestos bandoleros.

Carlos se aparece vestido de terciopelo negro, lleva un gran sombrero con plumas rojas y un antifaz. Teodora le acompaña, vestida de paje.

Los «bandidos» despojan a los capturados de sus prendas, mientras Carlos ordena que les venden los ojos y los amarren para conducirlos al castillo del “duque”.

Cuadro IV

Escena:

Parque del castillo, con árboles, estatuas, jarrones, etcétera. A la derecha se destaca la fachada del castillo, a la izquierda, una gruta fantástica con una mesa en el centro y enseres de escribir.

Aparecen todos los personajes de la escena anterior. Los prisioneros son conducidos a la cueva, vienen en el centro. Los hombres de la cuadrilla cortan las ligaduras de los secuestrados y, a una señal imperiosa de Pampín, se retiran; luego Teodora, con gran ceremonia, les quita las vendas de los ojos.

Pampín informa a los “secuestrados” que recobrarán la libertad en cuanto paguen el rescate exigido. Al escuchar la cantidad: ochenta mil duros, don Senén, colérico, declara que prefiere que lo desuellen vivo, antes que consentir tal escándalo.

Teodora, con gran calma, enumera la serie de “torturas” que sufrirán los secuestrados si don Senén no accede a pagar el rescate. El viejo perfumista, aterrorizado, se deja caer en un sillón, y admite que está dispuesto a pagar esa suma, mas no lleva la cantidad solicitada.

Pampín le explica que ello es muy fácil: todo consiste en enviar una carta a su administrador y pedirle ochenta mil duros. Don Senén se dispone a escribir y queda un poco pensativo; de pronto se anima, gozoso, como si tuviera una idea luminosa. Pregunta si puede lacrar la carta y Pampín le replica que tiene fe en su lealtad.

Don Senén —en esos apartes absurdos, inadmisibles en el teatro moderno— dice en voz alta el contenido de la misiva, que se supone que no es escuchado por los presentes; en la carta pide socorro a su administrador, indicándole el sitio donde se encuentra. Luego entrega la carta a Pampín; éste silba y aparece un hombre al que le confía el sobre y lo despide. Después dice a las supuestas víctimas que las conducirá ante el duque.

Al salir de la gruta, don Senén y sus acompañantes quedan maravillados con la hermosura del parque. La mente codiciosa del viejo industrial comienza a funcionar; pregunta a Pampín si el duque es rico y éste le responde con desdén que posee unos cien millones. Con una serie de mentiras lo describe como “un señor poderoso, heredero de un trono, y dueño de aquella comarca”, y añade que no se trata de un robo, sino de un justo derecho de conquista y de tributo. De inmediato dispone conducirlos a la presencia del duque.

Cuadro V

Escena:

Gabinete del castillo. Telón corto. Este cuadro, que más bien es un intermedio, con empleo de un comodín que permite el cambio del decorado, sirve para que Pampín declare un extenso monólogo que termina con unos cuplés. En él narra su vida, diversos episodios, y se entrega a una serie de comentarios políticos [...].

Cuadro VI

Escena:

Gran salón de recepciones del castillo. Don Senén, doña Lucía, y Esperanza están custodiados por un coro de señoras. En la puerta de entrada, dos alabarderos. Las señoras entonan un canto en honor de Esperanza y don Senén. Pampín aparece en la puerta y anuncia al duque.

Cuando el falso duque se presenta, don Senén y su hija reconocen a Carlos Pérez. Este se dirige con cariño hacia su novia, pero la joven le dice que el amor que le profesaba yace mustio al darse cuenta de que amaba a un bandido.

Se inicia un diálogo entre Carlos y don Senén. El perfumista pregunta al pintor que, si era un duque, por qué pretendió pasar por un pobre artista. El joven le señala dos razones la primera, para despistar a sus enemigos, y la segunda, porque ama a su hija y ese era el modo de llegar a ella. Después ordena a todos que lo dejen solo con Esperanza. Don Senén replica que, aunque cree en su honor de caballero, no debe exponer a su hija a las murmuraciones. Esperanza, con ironía, dicea su padre que son prisioneros de guerra y que a los prisioneros se les respeta, además, en caso contrario, ella se haría respetar.

Doña Lucía, fijándose en Pampín, hace el comentario de que debe ser un prelado italiano. Al quedar solos, Carlos le aclara a Esperanza que todo aquello ha sido una farsa, que no es duque, ni bandido, ni nada; que aquellos hombres son saltimbanquis de un circo, contratados por él, y que el castillo se lo prestó su amigo Leonardo Esparza, para ayudarlo a conquistar su mano; en cuanto a su padre, nada le pasará hasta que salga de su obstinación y consienta en la boda.

Esperanza se siente tranquila y ambos entonan un cántico de amor. Por otra parte, don Senén se siente atraído por Teodora, y doña Lucía por Pampín. Se escucha un tiroteo supuesto, en el exterior, Pampín anuncia que la carta de don Senén hizo acudir un grupo de hombres para liberarlo, pero que fueron derrotados. Carlos amenaza al viejo perfumista con la muerte si no le concede la mano de su hija. Don Senén accede gustoso. Teodora presenta a la cabra Virginia y el viejo decide quedarse con ella para cuidarla y evitar que esté otra vez en peligro de muerte. Todo es alegría y felicidad y la obra termina con un coro en honor de Carlos, entonado por los saltimbanquis.»

Bibliografía

  • Jorge Antonio González. La composición operística en Cuba. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1986.

Fuente