Lydia de Rivera Lugo

Lydia de Rivera Lugo
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Fotografía de Lydia de Rivera Lugo
NombreLydia de Rivera Lugo
NacimientoCienfuegos Bandera de Cuba Cuba
1906
Fallecimiento1990
Nueva York, Estados Unidos
NacionalidadCubana
OcupaciónSoprano

Lydia de Rivera Lugo. Soprano de origen cubano, se presentó con importantes orquestas en Paris con una extraordinaria acogida tanto del público como de la prensa,después se dedicó a la docencia, organizó coros a los cuales les enseñaba técnica vocal e interpretación del Folklore. En 1960 se radicó en Estados Unidos donde fallece.

Síntesis biográfica

Nace en Cienfuegos en 1906. Realizó sus estudios en el Conservatorio Vázquez de su ciudad natal; posteriormente se trasladó para La Habana, y de aquí a París, donde en su Conservatorio fue discípula de Madame Notté, con la que estudió armonía y piano.

Fue alumna de canto de Blanche Marchessi y Ángel de Trabadelo; se perfeccionó en la interpretación del lied con Durand- Fouquier, en Nueva York, en 1934, perfeccionó sus estudios de canto y estudió repertorio operístico con Madame Pegée.

Consideraciones de Alejo Carpentier sobre La Rivera

El 19 de noviembre de 1929 se presentó acompañada por la Orquesta Lamoureux de París, suceso del cual dio cuenta Alejo Carpentier:

"Entre los artistas cubanos que han escapado a la ley de inercia que tanto daño hace a algunas de nuestra celebridades nacionales _ impidiéndole situarse en la categoría de valores universales_ se destaca, con acusado relieve, el nombre de Lydia de Rivera...No trazo estas líneas para movilizar la percusión de “bombos” que suele ponerse en juego entre nosotros, cuando llega el instante de elogiar a un artista de algún talento. La personalidad de Lydia de Rivera puede discutirse con más o menos simpatía o si se quiere, sin la menor simpatía, pero no puede negarse que ciertos éxitos recientes de su carrera de cantante merecen suscitar nuestros comentarios.

Lydia trasciende barreras

Tuvo una extraordinaria acogida en el público y la crítica de París, cuando ofreció, en primera audición, la Danza Negra de Amadeo Roldán y dos melodías inéditas de Reisserova, en los Conciertos Gaillard. La crítica que entonces obtuvo supera, por lo favorable, todos los juicios que podrían emitir un compatriota, necesariamente influido por lo que constituía un triunfo de dos cubanos en una agrupación sinfónica europea.

Este éxito, serio y positivo, indujo a Arnold Meckel, empresario de la de Argentina, a organizar un gran Concierto Lydia de Rivera con programa integrado solamente por canciones españolas e hispanoamericanas, que tuvo lugar en la Salle Gaveau, con el concurso de los compositores Joaquín Nin, Gustavo Durán y Alejandro García Caturla. Crítica inmejorable; público numeroso y entusiasta; tal fue el envidiable balance de esa audición, en que se escucharon por vez primera las lindas Canciones de Ledino de Durán, un Soneto de Turina, una obra de Nin, y los trepidantes y sabrosos poemas afro-cubanos (Marisabel y Juego Santo) de la cultura.

A pesar de su brillantez, este concierto sólo fue un puente que condujo a Lydia de Rivera hacia un éxito aún más concreto y decisivo: su aparición con la Orquesta Lamoureux, bajo la dirección ilustre de Albert Wolff. Esto resultaba una verdadera prueba. El público que concurre a una velada musical, atraído por la personalidad de un solista o la seriedad de un programa, suele mostrarse indulgente. Pero el público de las tres orquestas sinfónicas tradicionales de París - Lamoureux, Colonne y Pasdeloup - , que paga sus entradas para escuchar interpretaciones netas, y confía en que los directores elegirán solistas interesantes, adopta aptitudes implacables cuando se quiere hacerle aceptar manjares mediocres.

Al cantar para ese público, Lydia de Rivera, artista joven, de nombre exótico, se imponía una tarea peligrosa, cuyos resultados todos serían definitivos para su carrera. Después de un Concierto de Haendel y del Antar de Rimsky [-Kórsakov],antes de que vibraran los claros metales de una Sinfonía muy francesa de Paul de Flem, Lydia de Rivera interpretó cuatro canciones de Joaquín Turina, que se escuchaban por primera vez en Lutecia con acompañamiento de orquesta. Erguida ante la imponente falange de instrumentistas, teniendo por fondo las verticales augustas de un gran órgano, la cantante produjo las melodías españolas con garbo, plenitud y aplomo. Siete llamadas a escenas fueron el resultado de su labor. De espaldas al público Albert Wolff unía sus aplausos al de los oyentes.

La perseverancia en La Rivera

Su precocidad le había permitido arrancar aplausos, con música ligera, antes de llegar a la adolescencia – esa misma precocidad estuvo a punto de arruinar sus facultades, pero la joven artista tuvo un día el valor de retroceder en el camino demasiado rápidamente emprendido, renunciando a halagos inmediatos,para disciplinarse.

La amateur talentosa comprendió que sólo el espíritu de profesionalismo serio puede llevarnos, en arte, a vencer en bregas arduas. En vez de encerrarse en el círculo aniquilador de los conciertos típicos, donde se obtiene el título de genio a costa de muy pocos esfuerzos, se puso en manos de magísteres severos.

Durante varios años sólo se decidió a aparecer, de tarde en tarde, ante públicos europeos, sin la pretensión de “ganar batallas en una noche”. Mientras tanto los compositores colaboraban con sus maestros en desarrollar sus facultades interpretativas: Nin, Turina, Falla y, más recientemente Villa-Lobos, Marius Francois Gaillard, Davico y otros, la instruyeron de sus voluntades creadoras. El Concierto Gaillard y el Festival español e hispanoamericano, sólo fueron éxitos que prolongaron el gran éxito del concierto Lamoureux. Ahora, después de su última audición, Lydia de Rivera puede jactarse de tener un público y una crítica en París.

La Rivera en concierto

La Sociedad de Música Contemporánea, presentó a Lydia de Rivera, en dos conciertos, 1930, ambos, acompañada por el pianista y compositor Ernesto Lecuona. En el primero interpretó obras de Maurice Ravel, Pierre Vellones, Vincenzo Davico, Darius Milhaud, Prokofiev, Igor Stravinsky, Arthur Lourie y Manuel de Falla. De Ravel interpretó “La flute enchantée” (con obligado de flauta, ejecutada por Roberto Ondina), el poema para orquesta de Shéhérezade, y “Tout gai!”, que pertenece a las Cinco melodías populares griegas; de Vellones,Chanson d´Amour de la vieilli Chine; de Davico, Cinque canti popolari Toscani; de Milhaud, Chnat Hassidique y Berceuse; de Prokofiev, La sincére tendresse; de Stravinsky, “Tilimbon”, de Tres historias para niños; de Lourie, Complainte; de Falla, Siete canciones populares españolas.

El segundo concierto comprendió obras de Ildebrando Pizzetti, Francis Poulenc, Marius Francois Gaillard, Joaquín Nin Castellanos, Ernesto Halffter, Joaquín Turina, Heitor Villa-Lobos y Alejandro García Caturla. De Pizzetti, cantó La pesca dell´'anello; de Poulenc, Airs Chantés (poema de Jean Moreás); de Gaillard, Poémes de Antilles (poemas de Alejo Carpentier); de Nin Catellanos, “El amos es como un niño”, del cuaderno Canciones picarescas; de Halffter, La corza blanca; de Turina, Tres sonetos; de Villa-Lobos, dos serestas: Realejo y Redondilha y tres canciones típicas brasileñas; Estrella é lua nova, Xangó y Nozani-ná; de García Caturla,Dos poemas afrocubanos, “Marisabel” y “Juego Santo”.

Cualidades vocales de Lydia

Sobre las cualidades vocales de Lydia de Rivera en estos dos conciertos, expresó María Muñoz de Quevedo:

“Se oyen con frecuencia sobre el arte de Lydia de Rivera opiniones que se contradicen a sí mismas: unas dicen que no tiene voz (que canta muy bien pero que no tiene voz); otros dicen que no tiene timbre/ que canta admirablemente pero que no tiene timbre); las más opinan que tiene “algo”; y todas, sin excepción, convienen en que con estos “peros” Lydia de Rivera es una gran artista.

Con la compañía de Ernesto Lecuona actuó en el teatro Auditorium, interpretó Lola Cruz y María la O de Lecuona. En el teatro Martí, con la misma Compañía, cantó La duquesa del Bal Tabarín, de Leo Fall.

En 1940 fundó su propia compañía, que contó con el director de orquesta Manuel Peiro, con la que debutó en el teatro Principal de la Comedia el 5 de enero de 1940, en el que se escucharon El conde de Luxemburgo y La viuda alegre (con el cantante mexicano Jorge Negrete), de Franz Lehar, y El crimen del set, de Rafael Barros.

La Rivera en la enseñanza

Lydia de Rivera, entre 1945 y 1956, de dedicó a la docencia, organizó coros a los cuales les enseñaba técnica vocal e interpretación del Folklore. En 1960 se radicó en Estados Unidos.

Obras

  • Con tu silencio, danza.

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