Sistema de fortificaciones (Cuba 1538-1898)

Revisión del 19:17 19 may 2020 de Wendy idict (discusión | contribuciones) (Página creada con «{{Desarrollo}} {{Ficha_Hecho_Histórico |hecho=Sistem a de fortificaciones (Cuba 1538-1898) |imagen = |pie = |fecha=1604 |resumen= |resultado= |consecuencias= |países = {…»)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Sistem a de fortificaciones (Cuba 1538-1898)
Información sobre la plantilla
Fecha:1604
Lugar:Bandera de Cuba Cuba
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba

Sistem a de fortificaciones (1538-1898). Conjunto de obras ingenieras permanentes, de carácter defensivo, erigido por el poder colonial para preservar sus posesiones americanas, especialmente La Habana, de los ataques de sus enemigos; incluía castillos, fuertes, fortines, reductos, murallas, torreones, cuarteles, baterías y otros. Estas obras fueron financiadas, en lo fundamental, con los fondos situados por el monarca español a cuenta de las cajas del virreinato de Nueva España (México); pero también, mediante el establecimiento de impuestos adicionales o sisas y por la contribución popular en efectivo, terrenos, esclavos, herramientas y materiales de construcción. Su existencia disuadió a muchos potenciales agresores externos y más tarde fue un serioobstáculo para los mambises durante las guerras por la independencia.

Objetivos

Las fortalezas desempeñaron un papel preponderante en el arte militar, especialmente durante el medioevo, cuando el castillo del señor feudal era la piedra angular de la defensa, y también durante los siglos xvi al xix, hasta que el desarrollo del poder de fuego de la artillería, que a partir del Renacimiento había venido obligando a modificar su perfil, hizo que estas obras resultaran poco eficaces en comparación con su costo.

Historia

Tan pronto como Diego Velázquez llegó a Baracoa, a finales de 1510 o principios de 1511, construyó allí un fortín de piedra caliza, denominado San Fernando, con garitas y aspilleras capaces de asentar seis cañones pedreros, para rechazar posibles asaltos indígenas y defender la primera villa fundada en Cuba de eventuales ataques por tierra y mar. En 1538, después del asalto e incendio de San Cristóbal de La Habana por un anónimo corsario francés, el monarca español dictó la real cédula del 21 de marzo de 1538, en la que ordenó al Adelantado Hernando de Soto construir una fortaleza capaz de defender el puerto de Carenas y la villa de San Cristóbal, para lo cual autorizó el gasto de 4 500 pesos.

Castillo de la Fuerza

El Castillo de la Fuerza, construido en solo dos años (1538-1540) por unos 100 hombres bajo la dirección del capitán ingeniero Mateo Aceituno —posteriormente su primer alcaide—, era una casa-fuerte de mampuesto y sillería, con gruesas tapias dobles de madera dura, cuatro baluartes, uno en cada ángulo, una torre del homenaje —dentro del patio de armas, que se convertía el reducto central del castillo— de 10 m de altura, terraplenes, bóvedas, fosos y almenas para cuatro falconetes y un cañón de 47, denominado El Salvaje. Fue levantado junto a la orilla sur del canal, al fondo de la entrada al puerto.

Aunque presentaba serias limitaciones, sirvió para que los habaneros rechazaran la acometida del corsario francés Robert Baal en 1543.

Real Fuerza

En 1555, a pesar de la heroica resistencia de su castellano, Juan de Lobera, el también corsario francés Jacques de Sores lo expugnó e incendió, después de lo cual la Corona decidió erigir una nueva fortaleza: la Real Fuerza, unos 200 metros al sureste de la destruida Fuerza vieja.

Diseño

La nueva obra fue levantada según planos atribuidos a Jerónimo Bustamante de Herrera, entre noviembre de 1558 y marzo de 1577, al costo de 56 000 ducados; de inicio, bajo la dirección del ingeniero Bartolomé Sánchez y posteriormente, del maestro Francisco Colona.

Era un modelo de fortificación con muros de sillería de seis m de espesor, abaluartada, ya renacentista, con fosos y rastrillo —verja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas—. Se la dotó con una guarnición de 50 hombres bajo el mando del Cp. Baltasar de Barrera y fue artillada con una veintena de piezas.

En 1632, el gobernador Bitrián de Viamonte ordenó colocar sobre el garitón de su baluarte sur o torre del apellido, una veleta en forma de estatuilla de bronce, que representaba a una mujer que empuñaba una cruz de Calatrava, obra fundida en La Habana por Jerónimo Martín Pinzón y conocida como la Giraldilla o Bella Habana que, con el decursar del tiempo, se convirtió en símbolo de la ciudad.

Historia

La Real Fuerza fue residencia de capitanes generales, depósito de riquezas en tránsito por La Habana y puesto de mando principal de la junta militar durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762. Es el más antiguo de los edificios levantados en Cuba que aún existe. En 1583, como consecuencia de los preparativos de una de las expediciones de Francis Drake contra las colonias españolas de América, Felipe II envió al Nuevo Mundo al maestre de campo Juan de Texeda y al sabio ingeniero militar italiano Bautista Antonelli, con la misión de dirigir la construcción de un vasto sistema de fortificaciones que, formando parte del Plan de defensa de los dominios de ultramar, incluía la erección de fortalezas en La Habana, San Juan de Ulúa, Cartagena de Indias, Portobelo y San Juan de Puerto Rico.

La Cabaña

En 1586, los comisionados coincidieron en la importancia del peñón que se levanta a barlovento de la boca del canal de entrada a la bahía habanera, donde, desde 1551, se había establecido un puesto de observación y, en 1563, Mazariegos había levantado una torre de cal y canto de 11 m de altura. Fue durante ese reconocimiento del terreno cuando Antonelli profetizó que quien dominara el cerro de la Cabaña, dominaría la ciudad.

Castillo de los Tres Reyes del Morro

Diseño

Tres años después, en 1589 comenzaron los trabajos y en 1592 ya se pudo artillar la fortaleza; pero no fue sino hasta 1630 cuando se dio por terminada. El Castillo de los Tres Reyes del Morro tenía un perímetro de 580 m, ajustado al perfil del terreno donde fue levantado; contaba con una torre, atalaya o morrillo de 10 m de altura, cuatro pedazos de cortina y dos baluartes triangulares o caballeros: el de Austria y el de Texeda.

Fue armado con 64 piezas de artillería de bronce y hierro, y guarnecido por 300 infantes, 40 marinos, 50 artilleros y 200 pardos o mulatos civiles. Por la parte de tierra lo defendía un foso de 25 a 30 m de profundidad por 13 a 15 m de ancho.

Historia

En 1595, un ciclón destruyó la batería de la Estrella, asentada en la base de la fortaleza a ras del mar, la que fue sustituida por la batería de los Doce Apóstoles —12 cañones de a 36— durante el gobierno de Güemes Horcasitas.

En 1747, Cagigal de la Vega emplazó otra batería, la de la Divina Pastora, a unos 500 m al este de la de los Doce Apóstoles. El asedio, intenso bombardeo y voladura de que fue objeto el Morro durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762, le ocasionó serios daños; pero durante el gobierno del conde de Ricla, en 1763, fue reconstruido y perfeccionado por Antonio Trebejo bajo la dirección del ingeniero militar Silvestre Abarca.

San Salvador de la Punta

Como parte de la idea de cerrar con el fuego cruzado de la artillería el acceso al puerto, casi simultáneamente a la construcción del Morro, se inició la de la Fortaleza de la Mesa de María o San Salvador de la Punta, a sotavento de la boca del canal, bajo la dirección de Gaspar Ruiz de Pereda y Cristóbal Roda. En 1593 la obra estaba casi terminada; pero el ciclón de 1595 derribó cañones, muros y terraplenes, lo que hizo que los trabajos se prolongaran algo más. La Punta consistió en un castillete trapezoidal con cuatro baluartes y garitones, dotado de 27 cañones de bronce, aptos para cruzar fuegos con el Morro y para batir las naves enemigas en la caleta de Juan Guillén o San Lázaro. También fue seriamente dañada por los ingleses en 1762 y reconstruida en 1763.

Fortines de Santa Dorotea de la Luna de la Chorrera

En 1633, una comisión encabezada por el capitán general marqués de Cadeyreta y el almirante Carlos de Ibarra recomendó al rey fortificar los flancos de la ciudad, por lo que durante el gobierno de Álvaro de Luna Sarmiento (1639—1647), fueron construidos los fortines o reductos de Santa Dorotea de la Luna de la Chorrera, a barlovento de la boca del río Almendares, y el de Cojímar, a sotavento de la desembocadura del río del mismo nombre, ambos financiados por cuestación popular. Son fortificaciones casi gemelas, de 13 m de altura, acasamatadas, con dos niveles de piso.

En el nivel inferior, había alojamiento para 50 hombres y depósitos de reservas; en el segundo, se asentaron cinco piezas de artillería de grueso calibre y en el tope, otras dos. Ambas construcciones disponían de túneles para acceder a ellas y evacuarlas ocultamente y fueron terminadas entre 1643 y 1646. Las dos fueron destruidas en 1762 por los ingleses y vueltas a levantar al año siguiente.

Cuarteles y Torreones de Bacuranao

También durante el gobierno de Luna y Sarmiento, bajo la dirección del ingeniero Juan Herrera Sotomayor —constructor además del Castillo de San Severino en Matanzas— se levantó, en la margen occidental de la desembocadura del río Bacuranao un cuartel y torreón con parapetos para seis piezas de artillería, que prestó eficientes servicios frente a los ataques del almirante Hossier (1727), el comodoro Brown (1738) y el almirante Vernon (1739); pero fue destruido por el fuego de las fragatas inglesas Mercury y Bonetta en 1762 y reconstruido un año después.

Torreón de San Lázaro

El torreón de San Lázaro tuvo sus antecedentes en un pequeño bastión levantado en la caleta homónima en 1553; más tarde, en 1566, se erigió una atalaya de madera a sotavento de la caleta. Su construcción de piedra, con el mismo destino, se atribuye al ingeniero mexicano Marcos Lucio, alrededor de 1663. La idea de proteger la capital cubana mediante una muralla perimetral se planteó por vez primera en 1556, cuando fue aprobada una sisa para su financiamiento; pero casi 30 años después, en 1587, solo se habían colocado barreras en las calles que salían al campo.

¨La cerca¨ vieja

En 1603 fue elaborado un proyecto, en el que trabajó el ingeniero cubano Juan de Ciscara, para perfeccionar “la cerca” vieja. En 1650, el capitán general Francisco Gelder propuso excavar un foso desde el oeste de la Punta hasta el ancón del puerto; pero por fortuna el proyecto no fue aprobado. En 1663, el monarca emitió una real cédula que insistía en el proyecto de construcción de la muralla a semejanza de las que ya existían en Cartagena, Portobelo y Santo Domingo; pero no fue sino hasta 1674, en que comenzaron a llegar los situados desde México, a razón de 20 000 pesos anuales durante los cuatro primeros años, cuando se iniciaron los trabajos que se extendieron, por la parte de tierra, hasta 1680; por la de mar, hasta 1740 y con las obras accesorias, hasta 1797, a pesar de que hubo épocas en que casi 7 000 hombres trabajaron en ella simultáneamente.

La obra consistió en un muro de piedra labrada que ceñía la ciudad de forma total por tierra y casi por completo por el mar, de 6 a 8 m de altura por 2 a 3 m de espesor. Hacia tierra contaba con un semibaluarte y nueve baluartes: la Punta, el Ángel, San Juan de Dios, la Pólvora, Monserrate, San Pedro, Belén y San Isidro, cada uno de ellos artillado con de dos a seis cañones. Hacia la bahía existían también tres baluartes artillados. Para el acceso a la ciudad contaba con una puerta doble: la de Tierra, que se abría al camino del Monte, protegida por un revellín, y otra, con rastrillo, en la Punta, hacia el camino de San Lázaro.

Ambas puertas se abrían a las 04:30 h. y se cerraban a las 20:00 h., lo que era anunciado mediante un cañonazo. Cuando en 1745, el astillero fue trasladado a extramuros junto al muelle de Tallapiedra, se abrió en la muralla una pequeña puerta, conocida como la de la Tenaza, que fue clausurada en 1761.

Más adelante se abrieron hasta un total de seis puertas más. Frente a la muralla, por la parte de tierra, se excavó un foso, escarpa, contraescarpa y camino cubierto, delante del cual se despejó el terreno hasta una distancia de 800 m. Cuando el conde de Santa Clara dio por concluida la obra, ya era obsoleta y, en 1811, se pidió su demolición; pero entonces se alegaron razones de seguridad interna que prolongaron su existencia hasta 1863, cuando comenzó su derribo.

Nuevos planes de construcción y reconstrucción

En 1763, La Habana fue restituida al dominio español y Carlos III designó al conde de Ricla, acompañado por el mariscal de campo Alejandro O’Reilly y los ingenieros Silvestre Abarca y Agustín Crame para reforzar las defensas de la capital cubana. Abarca hizo un notable estudio del teatro en los alrededores de La Habana y presentó un plan para su defensa, que incluía la reconstrucción de los Castillos del Morro y la Punta, los fuertes de Cojímar y la Chorrera, y los torreones de San Lázaro y Bacuranao, así como la construcción de nuevas fortalezas, baterías y cuarteles que conformarían el perímetro exterior de la defensa.

El plan comprendió la edificación de la Fortaleza de la Cabaña, y los Castillos del Príncipe y Atarés; el hornabeque —fortificación exterior que se compone de dos medios baluartes enlazados por una cortina— de San Diego; las baterías de Santa Clara, San Lázaro, la Reina y San Nazario, y el cuartel y batería de Las Ánimas.

La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, así nombrado en honor a Carlos III, se construyó sobre el cerro del mismo nombre, que Antonelli había señalado como clave para la defensa de la ciudad, a partir de los planos elaborados por La Valliere y modificados por Abarca-Crame, entre noviembre de 1763 y 1774 a un costo de 14 000 000 de pesos.

La Cabaña, con más de 700 m de largo, con los baluartes de San Lorenzo y San Ambrosio, el medio baluarte de San Francisco, las lunetas de San Julián y San Leopoldo, disponía además, de almacenes de pólvora, dos aljibes, galerías de municiones, más de 100 bóvedas para cuarteles, depósitos y almacenes, todos ellos “a prueba de bomba”, era capaz de albergar 1 300 hombres y 120 cañones, lo que la convirtió en la primera fortaleza de América.

El Castillo del Príncipe, en honor al príncipe de Asturias, posteriormente Carlos IV, fue levantado por el ingeniero Brgd.

Luis Huet, entre 1767 y 1779, sobre la loma de Aróstegui, según el diseño de Abarca. Debía cerrar el acceso a la capital desde el oeste y cruzar sus fuegos con la batería de las Ánimas por el sureste y con la de San Nazario por el noreste. Es una construcción de planta pentagonal, con dos baluartes y dos semibaluartes, un rediente, puertas con revellín —obra exterior que cubre la cortina de un frente y la defiende— al norte y al oeste, fosos, contraminas y túneles secretos que la enlazaban con el campamento del mismo nombre, situado a unos 300 m al noreste de la fortaleza. Disponía de 27 cuarteles capaces de alojar entre 1 500 y 2 000 hombres, aunque su guarnición era de 900; 26 almacenes, 2 aljibes, dos plazas de armas y almacenes de pólvora para 4 000 quintales.

Castillo de Santo Domingo de Atarés

El Castillo de Santo Domingo de Atarés fue levantado sobre la loma de Soto, bajo la dirección de Agustín Crame, entre 1763 y 1767. Por su ubicación debía cerrar el acceso a la capital desde el sur, batir el ancón de la bahía y cruzar sus fuegos con la batería de las Ánimas. Su planta en forma de hexágono irregular, poseía dos baluartes en su cara meridional; además, fosos, camino cubierto, cuarteles, aljibes y almacenes. Su dotación ascendió a 96 hombres y 26 cañones. El hornabeque de San Diego o fuerte no. 4, consistía en dos semibaluartes unidos por una cortina, con foso, revellín, camino cubierto y cuatro cuarteles; fue terminado en 1765 sobre la altura de Triscornia y debía defender los accesos occidentales a la Cabaña.

Batería de Santa Clara

La batería de Santa Clara —11 piezas de 305 mm— fue construida donde hoy se levanta el hotel Nacional, por Juan Bassecourt, conde de Santa Clara, entre 1797 y 1799.

En ese periodo se construyeron también la batería de la Reina y su reducto, donde está el parque Maceo; la de San Nazario, donde está enclavada la Universidad de La Habana, y el cuartel y batería de las Ánimas, donde se encuentra el hospital pediátrico de Centro Habana.

Torreones

Para proteger el litoral noroccidental contra incursiones enemigas, en 1798 se decidió construir torreones de piedra de 7,5 m de diámetro, 6,5 de alto y 1,5 de espesor, en Mariel, Banes, Baracoa, Guajaibón, Jaimanitas, Cabañas y Bahía Honda, semejantes al que ya existía en Jaruco, a cuenta de contribuciones particulares que debían recoger y manejar connotados terratenientes locales; también por ese procedimiento se debía pagar a sus guarniciones. En junio de 1798 estaban terminados los de Mariel y Guajaibón; en marzo de 1799 el de Banes y en 1801 el de Cabañas.

En otras provincias

Pero no solo La Habana fue fortificada; aunque en menor medida, todos los puertos importantes se vieron defendidos por sólidas obras como los castillos de San Pedro de la Roca y San Francisco y las baterías de la Punta, la Socapa, Santa Catalina, Aguadores y la Estrella, en Santiago de Cuba; el Castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, en Cienfuegos; el de San Severino y las baterías de San Juan, San José, Peñas Altas y el Morrillo, en Matanzas; el Fuerte La Angostura, en Guantánamo, y las baterías de Fernando VII, en Gibara; las baterías de San Pedro y Guaurabo, en Trinidad y otras.

Durante el siglo xix, el temor a que los esclavos repitieran en Cuba el fenómeno haitiano, los ataques de corsarios independentistas, las invasiones y las guerras por la independencia, multiplicaron el número de fortines, torreones, tambores, casas-fuertes, cuarteles e iglesias fortificadas, que protegían ciudades, villas, aldeas, ingenios, embarcaderos y vías férreas, de tal manera que los mambises, carentes de artillería, encontraron en ellos un formidable obstáculo. Aparecieron también las trochas y líneas militares. Aunque las de Júcaro a Morón, Mariel a Majana y Bagá son las más conocidas de este tipo de obras, los españoles construyeron casi un centenar de ellas en toda la Isla.

Fuente