Heráclito

Heráclito
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Heráclito, filósofo materialista y dialéctico griego
NombreHeráclito
Nacimientoap. 544-ap.
Éfeso, Asia Menor
Fallecimiento483 a.n.e
Otros nombresEl Oscuro de Éfeso
Obras destacadas"De la naturaleza"

Heráclito. Filósofo materialista y dialéctico griego.[1] Natural de Éfeso, Asia Menor, de linaje aristocrático. Su obra “De la naturaleza”, de la que se han rescatado solo fragmentos, era famosa en la Antigüedad clásica por la profundidad de su pensamiento y por lo enigmático de su exposición (de ahí que se le llamara “el Oscuro”).

Síntesis biográfica

Oriundo de Efeso, nació hacia el año 535 a. C. en el seno de una familia de linaje real, donde era hereditario el cargo de sacerdote oficiante de Démeter eleusina, y vinculado por eso mismo a esos Misterios.

Su carácter severo, independiente, mordaz y taciturno, opuesto por igual a la tiranía y a los demagogos de la recién estrenada democracia, hizo que se retirase pronto del mundo para dedicarse en soledad al cultivo del pensamiento.

Compuso un libro de aforismos, que depositó en el grandioso templo de Artemisa Efesia. El tono oracular, lacónico e inclinado a la metáfora de estas reflexiones suscitará en Sócrates un famoso comentario:

«Lo que he entendido es elevado, y elevado también parece lo que no entendí. Pero para descifrarlo todo habría que ser un buzo de Delos».

Muerte

Fallece hacia el 484 a. C.. Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor.

Principales teorías

Ruinas del Teatro de Efeso

Según Heráclito, la sustancia primera de la naturaleza es el fuego, la más susceptible de cambio y la más móvil. Del fuego proceden el mundo entero, las cosas singulares y hasta el alma. “Este mundo, que es el mismo para todos, no lo ha creado ninguno de los dioses o de los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida”. Lenin observó que este aforismo constituye “una exposición excelente de los principios del materialismo dialéctico”.

Todas las cosas surgen del fuego en virtud de una necesidad que Heráclito denomina “logos”. El proceso universal es cíclico: transcurrido el “gran año”, todas las cosas se convierten otra vez en “fuego”.

La vida de la naturaleza es un proceso incesante de movimiento. En ese proceso, toda cosa y toda propiedad se transforman en su opuesto: lo frío se vuelve caliente; lo caliente frío. Como quiera que todo, al cambiar incesantemente, se renueva, no es posible entrar dos veces en el mismo río: nuevas aguas bañan al que entra en él por segunda vez.

En la vida humana, este paso de todo a su contrario no es un simple cambio sino una lucha. Tal lucha es universal, “el padre y el rey de todas las cosas”. En la lucha de contrarios se manifiesta, sin embargo, su identidad: una misma cosa es el camino hacia arriba y el camino hacia abajo, la vida y la muerte.

La universalidad del cambio y del paso de cada propiedad a su contraria hacen que todas las cualidades sean relativas. En la base del conocimiento se encuentran las sensaciones. Si algo quedara encubierto a la luz perceptible por los sentidos, no podría escapar a la luz de la razón.

Heráclito contrapone su concepción del mundo a la concepción que del mundo tienen la mayor parte de sus contemporáneos y conciudadanos.

Las ideas aristocráticas de Heráclito acerca de la sociedad se dan en él combinadas con algunos rasgos progresivos: Heráclito se manifiesta contra el derecho consuetudinario tradicional defendido por los aristócratas, al que contrapone la ley promulgada por el Estado, ley por la cual los hombres han de luchar como por los muros de su ciudad natal.

Este notable filósofo, que floreció en Éfeso por los años 500 antes del Cristianismo, pertenece a la escuela jónica por su patria y por el fondo de su doctrina; pero sembró en ella gérmenes que desarrollaron sus sucesores, y pensamientos nuevos y superiores a los que hasta entonces habían dominado en esta escuela.

Referencias

  1. Rosental M. y P. Iudin. Diccionario Filosófico. Ediciones Universo, Argentina, 1973, p. 213.

Fuentes