Novena Bienal de La Habana

Novena Bienal de La Habana
Información sobre la plantilla
9na Bienal de La Habana.png
Es un espacio de confrontación y reflexión de singular importancia en el escenario artístico internacional, cuyo propósito esencial es contribuir a la investigación, difusión y reconocimiento de las artes plásticas de América Latina y el Caribe, Asia, África y Medio Oriente.
FechaDel 27 de marzo al 27 de abril del 2006
PaísBandera de Cuba Cuba

Novena Bienal de La Habana. Dinámicas de la Cultura Urbana. Del 27 de marzo al 27 de abril del 2006. Desde que asistimos al incontenible proceso de industrialización, las ciudades se han convertido en lugares superpoblados y han devenido plataforma o territorio de fenómenos sociales realmente complejos que trascienden su crecimiento incontrolado. La ciudad es el lugar en el cual se entrecruzan las historias, las vidas y las culturas de muchos seres y grupos sociales. De ahí que a través del tiempo se haya construido sobre todo a partir de la legítima hibridación de lo heterogéneo y la concentración. En ella conviven las más disímiles expresiones de vida y cultura, desde el glamour de lo llamado culto hasta lo vernáculo.

Ya poco importa la diferencia entre una ciudad de un país desarrollado y uno no desarrollado para encontrar en ellas conflictos similares, imágenes análogas y formas de vida en las que lamentablemente imperan la violencia, la falta de comunicación afectiva, la polución, la contaminación y el caos. Las ciudades son portadoras de los mensajes hegemónicos, del exceso de propaganda, de imágenes banales y del espectáculo. Grandes comerciales, pantallas y lumínicos saturan las calles y avenidas con el único objetivo de vender bajo una severa y seductora compulsión todo lo que produce un sistema que se sostiene del consumo indiscriminado, mientras se homogeneiza la semblanza de los contextos, cuya distinción se pone en peligro por la pérdida de sus peculiaridades identitarias.

Cierto es que en los últimos tiempos se viene produciendo una desintegración de los conceptos sobre la ciudad moderna, en la cual predomina la desestructuración de los espacios, la atomización y fragmentación de la trama y sus funciones, la polarización extrema de una cartografía dual, en la que se entrecruzan nuevas tipologías que suplantan las funciones antes subordinadas a los espacios tradicionales de la vida pública y doméstica. Un nuevo orden de indicaciones simbólicas, poderes y mutaciones territoriales transforma las nociones tradicionales del centro, de parques y de plazas. Se fortalecen los nuevos signos, los nuevos íconos que soportan la autosuficiencia corporativa y legitiman la representatividad visual y funcional de los mega-mall o shoping-center, una estrategia que encuentra un precario correlato en el mercado informal y el ambulantaje característicos en nuestros países.

Asimismo, a la ciudad tradicional o moderna le sustituyen las alternativas posmodernas de la miniciudad autónoma y aislada, de la megaciudad, o la versión más compleja de la actual urbe, la megalópolis, que define la operación inédita de "conurbanización", es decir, la fusión de grandes núcleos habitacionales colindantes entre si que disuelven indefinidamente los bordes de la ciudad, sobre todo en los países desarrollados. Al sur del Ecuador, los países han experimentado, en su mayoría, procesos de desarrollo truncos y por ello quizá no sobresalga la opulencia, sino más bien la tugurización del hábitat, la contaminación de los antiguos centros de la ciudad colonial hasta los cinturones de pobreza que rodean a las urbes, llámense favelas en Brasil, cerros en Caracas, pueblos nuevos en Lima o comunidad en Filipinas. Pero unos y otros no hacen más que compartir infraestructuras insuficientes, propensas a la intensificación de los conflictos sociales, la segregación y la inseguridad.

Claro que el fenómeno es lo suficientemente complejo como para acuñar un modelo, o un canon específico y depende de las características y condiciones de cada contexto y experiencia particulares; pero el nomadismo contemporáneo ha cambiado la cartografía de la escena urbana, al introducir nuevos individuos y grupos sociales dentro de la megalópolis y con ellos, una nueva forma de movilidad e interrelación de los mismos. Habría que mencionar la inestabilidad de un sujeto que pierde su noción de ubicación estable en tiempo y espacio y debe rehacer sus coordenadas de orientación según nuevas prácticas de inserción en el corpus colectivo y en la trama citadina.

Obviamente la ciudad posee una naturaleza conflictual, con bondades y contradicciones irresueltas, que explican su protagonismo en las reflexiones de hoy. Como territorio de desplazamiento y fusión da cabida también a múltiples expresiones culturales, al surgimiento de fenómenos típicos de una convivencia otra, una suerte de multiculturalidad, lo cual se manifiesta por ejemplo en el lenguaje, clave urbana que trasciende cualquier sustrato cultural e incluso idiomas. Estímense manifestaciones como el Rap, la gráfica e imagen de los subways de las zonas periféricas o de barrio.

La ciudad también exhibe un rostro menos dramático, en tanto espacio por excelencia para el desarrollo de múltiples y disímiles funciones sociales, para la resignificación de lo existente o el replanteamiento - en términos menos convencionales- de experiencias interactivas, en las cuales se dimensionan los rasgos distintivos de expresiones culturales que enuncian un nuevo tipo de relación entre diferentes grupos sociales y entre éstos y el espacio público.

En este complejo universo de códigos y conductas heterodoxas se pueden distinguir aquellos que provienen de una cultura popular, identificada muchas veces como elemento de identidad, pese a su controversial devenir. La cultura popular, antes restringida a ciertos sectores poblacionales, adquiere en estos tiempos una notable significación, por su protagonismo y nadie escapa a sus efectos a nivel simbólico, ni aún en el comportamiento, en especial en los núcleos urbanos, por muy pequeños que estos sean. De hecho, muchas expresiones de lo popular se han convertido en elementos constitutivos de un discurso estético que se torna visible en todos los medios concebidos para la comunicación y para el entretenimiento. Resulta difícil soslayarlas, aun cuando reconozcamos que los desdibujados bordes en esa relación deja resquicios a las dudas sobre la autenticidad de muchos de sus expedientes constitutivos.

La 9na Bienal de la Habana pretendía llamar la atención sobre la cultura visual contemporánea, la cual le debe mucho a la preeminencia de los componentes populares en el escenario urbano, la arquitectura si se quiere con sus valores y reapropiaciones y el prontuario de elementos gráficos que hacen de esta relación una urdimbre compleja, coherente en ciertos casos, efectivamente caótica en otros, pero sin dudas imprescindible en el paisaje de la vida cotidiana.

Por otro lado, desea privilegiar una vez más las prácticas artísticas que toman en cuenta la participación de diversos sectores sociales en la conformación de sus imaginarios y junto a ello la pertinaz pero necesaria aspiración, de tender puentes de conciliación entre el arte, el artista y el público.

La mezcla y la superposición son condiciones de la cultura urbana y ello propicia la disolución de límites en la aceptación de expresiones y conductas. La hibridez, la transdisciplinariedad y la pluralidad se expanden propiciando asi una nueva mirada ante los fenómenos culturales, que reformulan los conceptos de autenticidad, gusto, representatividad. Códigos y campo simbólico son reordenados o deconstruídos en virtud de una relectura más flexible, sincrética, descentralizada, transgresora, que potencia lo antes marginado. Como capital simbólica, la ciudad es el territorio en el que podemos explorar nuevas potencialidades visuales, para encontrar otros universos posibles y expandir el alcance restringido de las producciones de la visualidad, más allá del recinto amurallado de la galería, del museo o del espacio perverso del mercado.

La Novena Bienal de la Habana aspiró a involucrar a instituciones culturales, docentes, científicas y sociales, con el propósito de adecuar su estructura a las exigencias que la vida contemporánea y las modificaciones en el pensamiento y en la propia naturaleza del arte demandan de este tipo de evento, de modo tal que redunde en beneficio real para el acontecer social y cultural de la ciudad que le sirve de escenario.

Junto a las exposiciones y proyectos especiales, el diseño del evento contempla en esta ocasión otros núcleos igualmente significativos, como la realización de talleres a materializar en escenarios urbanos, o la intervención en espacios privados del hábitat, como continuidad de experiencias análogas precedentes.

Fuentes

[1]