Ataque a La Palma

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Ataque a La Palma
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Ataque a esta población por efectivos del Ejército Libertador al mando de Antonio Maceo.
Fecha:29 de marzo de 1896


Ataque a La Palma. En la noche del 29 de marzo de 1896, fuerzas del 6to Cuerpo del Ejército Libertador, bajo el mando directo del lugarteniente general Antonio Maceo, atacaron este pueblo pinareño, el cual era famoso por el integrismo de la mayoría de sus habitantes, canarios o descendientes de ellos.

Localización

La Palma es actualmente el pueblo cabecera del municipio del mismo nombre, en la provincia de Pinar del Río, 56 km al norte-nordeste de la capital provincial, en las alturas de Pizarra del Norte, cordillera de Guaniguanico, a 50 m de altitud. Población dedicada al cultivo y beneficio del tabaco, frutos menores, café y silvicultura. Era llamado entonces Consolación del Norte.

Contextos

A inicios de enero de 1896 la columna invasora de Máximo Gómez y Antonio Maceo se encontraba combatiendo en la antigua provincia de La Habana. El 7 de enero Maceo marchó hacia occidente para la culminación de la invasión en la provincia de Pinar del Río, mientras Gómez continuó combatiendo para distraer tropas y favorecer su avance. Tas culminar exitosamente la invasión, Maceo regresó a La Habana el 19 de febrero, se encontró con Gómez el 10 de marzo de 1896, e inició el regreso a occidente, cruzando la trocha de Mariel a Majana, el 15 de marzo para dar comienzo a su segunda campaña en la provincia pinareña.

Desarrollo

Ya en enero de 1896 al paso de la invasión, Maceo había decidido tomar el poblado de Consolación del Norte (La Palma) pero en aquella oportunidad la súplica de una vecina prominente del pueblo y la promesa de colaborar económicamente con la revolución, lo cual no cumplió, lo hicieron desistir.

Este lapso fue bien aprovechado por el enemigo y, cuando el caudillo invasor decidió lanzar el ataque, el pueblo, de apenas 600 habitantes, estaba defendido por una guarnición de 826 efectivos pertenecientes a una compañía del Regimiento Valencia No. 23; 400 voluntarios, unos 350 guerrilleros y la guarnición del embarcadero de Río Blanco, llegada tres días antes.

El sistema defensivo incluía cinco fortines, tres al norte, uno al oeste y uno al sur. Una alambrada de púas de nueve pelos rodeaba al pueblo, dejando solo dos accesos abiertos. Además, la iglesia, el ayuntamiento, el hospital y el cuartel fueron fortificados con trincheras, reductos, alambradas y sacos terreros.

Las fuerzas cubanas consistían en 350 hombres del coronel Vargas Sotomayor, que disponían de un pequeño cañón de madera a estrenarse en el ataque; las tropas de los tenientes coroneles Pedro Delgado y Carlos Socarrás, de unos 700-800, y las del Rubí; en total unos 1 300-1 500 hombres, por lo que la correlación era insuficiente para los insurrectos, quienes debían compensarla con la sorpresa y su tradicional bravura.

A la hora fijada para el inicio del ataque, dos columnas cubanas avanzaron hacia el pueblo: la primera, dirigida por el brigadier Quintín Bandera, entró por el sur sin que los soldados del fuerte le dieran el alto, y salió a la calle Real; la otra, bajo el mando del coronel Vidal Ducasse, se desplazó por la margen del río La Palma y salió también a la calle Real, en las inmediaciones de la Plaza de Armas.

De súbito la fusilería española abrió fuego cruzado desde todos los reductos y fortificaciones del céntrico lugar, poniéndose de manifiesto que los patriotas habían caído en una terrible emboscada, a la cual los había conducido su temeridad y la mala fe o la impericia del práctico que guiaba a las fuerzas de Ducasse. Los cubanos lograron incendiar algunas casas, pero el fuego no se propagó y las llamas los pusieron en una situación aún más difícil, pues iluminaban el campo de la acción y hacían más fácil los blancos a los tiradores españoles, que estaban bien protegidos.

El cañón de madera que poseían los cubanos disparó varias veces haciendo impacto en la iglesia, pero no causó grandes daños. Pocos momentos después la pieza reventó. Se puso en evidencia que el ataque había fracasado. No obstante, los cubanos pugnaron durante casi cuatro horas por encontrarle una salida a aquella trampa, sin lograrlo.

Alrededor de la 01:00 hora, el teniente coronel Socarrás informó a Maceo que la situación era insostenible y este ordenó la retirada por el camino de San Andrés de Caiguanabo, la cual sudeste realizó sin ser molestados por los españoles. Se hizo un breve alto en la loma La Yaya para enterrar a los muertos y organizar la ambulancia, y finalmente llegaron al campamento de El Caimito, de donde habían partido.

Las pérdidas cubanas fueron numerosas: 39 muertos y 88 heridos. Las del enemigo, nueve muertos y 16 heridos. Esta acción, funesta para las armas mambisas, demostró una vez más la importancia del factor sorpresa, sobre todo en la ocupación de ciudades y poblados, pues los defensores están en situación favorable con respecto a los atacantes cuando se han preparado y cuentan con los recursos necesarios.

Fuentes

  • Arcadio Ríos. Hechos y personajes de la Historia de Cuba. Recopilación Bibliográfica. La Habana, 2015. 320 p.
  • Diccionario enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Tomo II. Acciones combativas. Centro de Estudios Militares de las FAR, 2006.
  • Manuel Piedra Martell. Memorias de un mambí, La Habana, 1966. Págs. 97-98.
  • José Luciano Franco. Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, 3 t., La Habana, 1973. Tomo III. Págs. 123-124.
  • José Miró Argenter. Crónicas de la guerra, 2 t., La Habana, 1981. Tomo II. Págs. 203-205.
  • Manuel Piedra Martell. Campañas de Maceo en la última guerra de independencia, La Habana, 1946. Págs. 155-156.
  • Manuel Piedra Martell. Mis primeros 30 años, La Habana, 1979. Págs. 318-319.