Corso y piratería en Cuba

Corso y piratería
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Fecha:1537-1713
Lugar:Bandera de Cuba Cuba
Consecuencias:
Estos sistemáticos ataques desarrollaron el arte y la construcción militar y naval en Cuba, fomentaron la construcción de castillos, fuertes, torreones, murallas y obstáculos, y ejercieron influencia en el surgimiento del arte militar cubano.
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba
Líderes:
Jacques de Sores; Robert Baal; Francisco Nau, el Olonés; Henry Morgan; Guy de Mermi; Hallebarde; John Hawkins; Jean Richard; Francis Drake; Pyet Hein; Francois Le Clerc, Pata de Palo; Pierre Legrand; Franquinay.
Ejecutores o responsables del hecho:
Piratas y filibusteros

Corso y piratería. Los enemigos europeos de España, carentes de marinas de guerra permanentes, entregaron patentes de corso a particulares para asaltar en el mar las naves españolas cargadas con las riquezas americanas y en tierra las poblaciones costeras de las colonias ibéricas. Esta patente le concedía al corsario —muchas veces un noble— la condición de beligerante y lo libraba de la horca, que era la pena destinada a los piratas, pero lo obligaba a compartir el valor de las presas con el monarca y con el armador, así como a respetar los buques de naciones aliadas o neutrales. De este modo, corsarios franceses, ingleses, holandeses y de otras nacionalidades azotaron los mares y villas cubanos durante casi 200 años.

Consecuencias

Cuando no había guerra que justificara el corso, aventureros independientes —piratas y filibusteros— continuaban la obra depredadora de los corsarios. Estos sistemáticos ataques desarrollaron el arte y la construcción militar y naval en Cuba, fomentaron la construcción de castillos, fuertes, torreones, murallas y obstáculos, y ejercieron influencia en el surgimiento del arte militar cubano. Las casi constantes guerras en que la Casa de Austria empeñó a España durante más de siglo y medio, repercutieron en Cuba bajo la forma de ataques e incursiones de corsarios y piratas contra la navegación comercial española y contra las ciudades, poblados y haciendas de la Isla, con un ele-vado saldo negativo en vidas humanas, así como en riquezas materiales y culturales.

Pronunciamientos y desaparición

No pocos aventureros convirtieron Isla de Pinos en base de sus operaciones sobre el estrecho de Yucatán, y otros, desdoblados en contrabandistas, comerciaron de forma clandestina con los pobladores de Cuba en medio de un mutuo recelo que, a veces, se transformaba en encuentro armado. Tampoco en los escasos periodos en que la paz reinaba en Europa, esta llegaba a América, pues en virtud de una cláusula secreta de la Paz de Vervins (1598) entre Felipe II y Enrique IV, se fijó la llamada Línea de la Amistad a la altura de las Azores, al oeste de la cual la paz no se extendía, y solo se imponía la ley del más fuerte.

Desde 1537, fecha en que un corsario francés atacó e incendió la Villa de San Cristóbal de La Habana, pasando por 1625, cuando el respaldo financiero de la burguesía holandesa le dio vuelo de gran empresa, corsarios bajo diferentes pabellones asaltaron y capturaron cientos de naves españolas e incursionaron sobre las principales ciudades y villas cubanas. No fue sino hasta la Paz de Utrecht (1713), cuando las potencias europeas se comprometieron a observar el principio de la libre navegación, que el corso tradicional languideció hasta desaparecer.

Personalidades

Durante tan dilatado periodo, personajes siniestramente célebres como Jacques de Sores; Robert Baal; Francisco Nau, el Olonés; Henry Morgan; Guy de Mermi; Hallebarde; John Hawkins; Jean Richard; Francis Drake; Pyet Hein; Francois Le Clerc, Pata de Palo; Pierre Legrand; Franquinay y muchos otros abordaron naves aisladas y flotas, penetraron en los puertos cubanos, asaltaron sus embarcaciones y ciudades, saquearon, degollaron, torturaron y exigieron rescate por sus más connotados vecinos, volaron fortificaciones e incendiaron villas, sin que la corona española pudiera o supiera darles adecuada respuesta, lo que obligó a los pobladores de la Isla a organizarse y armarse para defenderse de tan constantes agresiones.

Medidas

Las contramedidas iniciales de los monarcas ibéricos asumieron un carácter más bien pasivo; en 1526 organizaron el sistema de flotas, que convirtió La Habana en punto de concentración de numerosos buques, tripulaciones y pasajeros enriquecidos, quienes disipaban su ocio y su dinero en tierra, con crecidas ganancias para los habaneros. También desarrollaron un vasto plan de fortificaciones, que incluyó, en La Habana, la construcción de las fortalezas de la Fuerza, el Morro y la Punta, los fortines de la Chorrera y Cojímar, los torreo¬nes de San Lázaro y Bacuranao, la muralla y numerosas baterías, atalayas, reductos y otras obras ingenieras de carácter defensivo.

La fundición de artillería y la construcción naval también recibieron gran impulso, gracias a la existencia de cobre y de magníficas maderas en la Isla. Fueron establecidos astilleros en La Habana y Santiago, de los que salieron galeones, fragatas y hasta navíos reales como el Santísima Trinidad, el de mayor porte y único de cuatro puentes que surcara los mares. El elevado costo de mantenimiento de las tropas regulares hizo que los vecinos se organizaran para la lucha armada, al inicio bajo la forma de somatén catalán o apellido castellano, lo que los obligaba a armarse ellos, sus siervos y esclavos, a sus expensas y a presentarse en determinados puntos de reunión cuando eran llamados a las armas por el tañi¬do de campanas, el toque de clarines o el redoblar de tambores.

Más tarde, en 1582, Gabriel de Luján creó en Guanabacoa una compañía de 50 indios, mestizos y negros libres, y cuatro años más tarde organizó la milicia, en forma de compañías y batallones de blancos, pardos y morenos libres, cuyo vestuario costeaban los propios milicianos, quienes recibían algún adies-tramiento y eran objeto de inspecciones periódicas. En 1570, Diego de Rivera creó un sistema de puestos de observación costeros permanentes desde cabo Corrientes hasta el Pan de Matanzas y quedó organizada la rápida transmisión del aviso a la capital.

En tiempo de guerra, lo que era muy frecuente, se desplegaban patrullas de exploración a caballo a ambos flancos de la ciudad, líneas de vigilancia naval en sus accesos marítimos, guardia combativa a cargo de una galeota, piragua u otra nave de guerra en la rada habanera y se atraían milicianos de tierra adentro. Aunque en mucha menor medida, otras ciudades portuarias fueron también fortificadas; así se construyó el castillo de San Severino en Matanzas, Jagua en la bahía de Cienfuegos y San Pedro de la Roca a la entrada de Santiago de Cuba. El financiamiento de la defensa corría a cargo de fondos situados por el monarca desde México, impuestos especiales o sisas y cuestaciones populares.

Arte militar en Cuba como consecuencia principal

Fue surgiendo, asimismo, un arte militar diferenciado entre los soldados profesionales peninsulares y los criollos. El de aquellos, eminentemente defensivo, basado en el empleo de la artillería y las armas de fuego, al abrigo de fortificaciones, y el de estos, basado en incursiones súbitas y emboscadas en campaña, en las que la destreza en el manejo del machete y el caballo, el dominio del terreno, la noche y la sorpresa desempeñaron un papel principal. También hubo corsarios bajo la bandera española que, armados en La Habana, Santiago de Cuba y Trinidad, atacaron las líneas de comunicación naval de los adversarios de su rey, arrasaron las bases de operaciones de corsarios y piratas enemigos, y asaltaron sus asentamientos y puestos comerciales en Bahamas, Jamaica, Haití, la Tortuga y Norteamérica.

Entre ellos descollaron Juan Barón de Chávez, Manuel Miralla, Andrés González, Diego Vázquez Hinostrosa y Juan del Hoyo Solórzano, quienes a la par de prestar un reconocido servicio a su monarca, se enriquecían a cuenta de las presas logradas. Después que la Paz de Utrecht (1713) marcó el fin del corso tradicional, muchos de los miles de aventureros que quedaron desempleados se convirtieron en piratas, por lo que el peligro no disminuyó para los pobladores de Cuba, quienes tuvieron que vivir con el arma al hombro, “haciendo rondas y más rondas” ante oleadas de forajidos sin bandera ni ley.

A pesar de ser Inglaterra la reina de los mares, perdió más de 300 buques mercantes entre 1713 y 1725 a manos de los hermanos de la costa. Se puede afirmar que el enfrentamiento a los ataques de corsarios y piratas, y la práctica del corso por los pobladores de Cuba desarrollaron el arte militar y naval en la Isla; familiarizaron a la población con el ejercicio de las armas y la organización militar, y la habituaron a mantener una permanente disposición combativa; establecieron la tradición de la participación popular en la defensa; fomentaron la fundición de artillería, la construcción naval y el acondicionamiento del teatro de operaciones militares, y generaron en los habitantes de las villas aisladas una conciencia de la necesidad de la autosuficiencia defensiva, componente esencial del nacimiento de su identidad local y raíz del surgimiento, durante la Guerra de los Diez Años, del arte militar cubano.

Fuente