Dictadura de Primo de Rivera

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Dictadura de Primo de Rivera
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Dictadura de Primo de Rivera fue el régimen político que hubo en España desde el golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, hasta la dimisión de este el 28 de enero de 1930 y su sustitución por la «dictablanda» del general Berenguer. Ha sido considerada como «el primer ensayo de institucionalización consciente del nacionalismo español» autoritario cuyo instrumento fue el Ejército, fuertemente corporativo y militarista.

Enciclopédico

Este período, en la práctica, viene a dar fin a la Restauración, y, tras su final, desemboca en una crisis del régimen monárquico y conduce, como salida sociopolítica lógica, a la II República. En Aragón, a pesar de su brevedad (no llega a seis años y medio) supone aspectos de especial relieve, tanto desde el punto de vista económico, como del de la formación y consolidación de una serie de élites y grupos de poder muy conservadores y vinculados a la oligarquía madrileña.

Tras el golpe militar del capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera (13-IX-1923), se produce una reacción en buena parte de expectativa y aun esperanza, tanto por parte de las clases que esperan ser más favorecidas como por la opinión pública general y las clases medias: la larga guerra de Marruecos, agravada en 1921 con el desastre de Annual, el malestar en el Ejército, la ola de conflictos sociales prácticamente ininterrumpidos desde 1917 (huelgas abundantísimas, alcanzando Zaragoza en 1919 la máxima cota española de jornadas perdidas por este motivo; enfrentamientos entre sindicalistas de diverso signo y sobre todo de aquéllos -particularmente la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)- con una fuerte e intransigente patronal y con las fuerzas de orden público) y muy especialmente el desencanto y frustración por un sistema trucado de gobierno, en el que la corrupción electoral, el «turno» de los viejos partidos restauracionistas, la marginación de amplios sectores republicanos y obreros de la participación en la vida política, eran motivos suficientes para que, si no se veía con tranquilidad un golpe militar un año después del de Mussolini en Italia, se viera con satisfacción -incluso en el P.S.O.E. y la Unión General de Trabajadores (UGT)- la caída del caduco régimen. Así lo podemos apreciar en Heraldo de Aragón cuando, al día siguiente, en una edición ya censurada, da cuenta de la ocupación por fuerzas militares de algunos centros oficiales en Zaragoza esa madrugada, así como de la declaración del estado de guerra (antes incluso que en Madrid, donde se espera para mediodía la llegada del rey desde San Sebastián). Se describe la emoción de la ciudad, su profunda sorpresa, y al editorializar sobre «El final de un Gobierno» se afirma: «No hay que echarle a nadie la culpa de lo sucedido. Fatalmente tenía que ocurrir... Lo que reclama la sana opinión no es un cambio de Gobierno sino un cambio total de sistema. Sólo con esa renovación absoluta de personas y de procederes desechará el país el escepticismo y la desilusión en que ahora vive tan tristemente». Habría que recordar también la enorme impresión producida en Zaragoza ese verano por el asesinato del Cardenal Juan Soldevila y Romero.

A las dos y cuarto de la madrugada del 15 llega por ferrocarril el nuevo dictador a la capital de Aragón y se declara «sumamente satisfecho de la actitud de la guarnición de Zaragoza. Su adhesión me sirvió de aliento para dar cima a la obra que a todos debe inspirarnos idéntico entusiasmo. Me consta que hemos quebrantado la disciplina. Pero tened la seguridad de que lavaremos nuestra falta, acabando con la política que llevaba el país a la ruina y realizando una política digna». Se suceden las adhesiones, desde el Ayuntamiento a la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza, el gobernador militar, general Sanjurjo, hombre clave del golpe, asume las funciones también de gobernador civil. Tras la asunción por el monarca, de mejor o peor grado (quizá nunca se sepa bien) del cambio de régimen, se suprimen las Cortes y poco después se creará el Somatén, fuerza armada de civiles al servicio del orden público ahora establecido.

Es importante reseñar cómo un grupo de notables que forman la Unión Regionalista Aragonesa de Zaragoza, dirige al dictador un manifiesto de adhesión condicionada al establecimiento de una amplia autonomía. El documento, firmado en Zaragoza el 30 de octubre, aparece en la revista El Ebro de noviembre siguiente y lo suscriben figuras tan diversas como Antonio de Gregorio Rocasolano, Gil Gil y Gil, Juan Salvador Minguijón y Adrián, Inocencio Jiménez Vicente, Emilio Gastón Ugarte, José-María Sánchez-Ventura y Pascual, Mariano Baselga Ramírez, Manuel Marraco Ramón, Domingo Simón Miral y López, Andrés Giménez Soler, Miguel Sancho Izquierdo, Miguel Labordeta Subías, Víctor Fairén, etc., todos los cuales presentan en El Noticiero del 9 de diciembre de ese mismo año un «Proyecto de Bases para un Estatuto de la Región Aragonesa dentro del Estado español», que no obtendrá la menor atención del general, enemigo declarado de todo lo que le sugiere «separatismo». Sin embargo de esta falta de acogida, las clases dirigentes aragonesas van a realizar un pacto muy amplio con el nuevo régimen, en el que, además de figurar el aragonés general Antonio Mayandia Gómez en el primer Directorio y más tarde Galo Ponte y Escartín como ministro de Gracia y Justicia, se incorporan a la designada Asamblea Nacional varios de los citados (Rocasolano, I. Jiménez, M. Baselga, etc.) así como el arzobispo Rigoberto Doménech y Valls, Basilio Paraíso Lasús, Manuel Lorenzo Pardo, Luis Jordana de Pozas, Odón de Buen y del Cos y los presidentes de las Diputaciones: Antonio Lasierra Purroy (Zaragoza), V. Coarasa (Huesca) y F. Arizón (Teruel). También, por diversas razones, se vinculan a la Dictadura aragoneses como el Cardenal Vicente Casanova y Marzol, arzobispo de Granada, el jurista Pío Ballesteros, el rector de la Universidad Central Luis Bermejo, el general de la Guardia Civil, Ricardo Burguete, el entonces presidente de la Diputación de Murcia, José Ibáñez Martín, o el llamado «secretario general de la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España», Maríano Puyuelo (nacido en Laluenga, H., 1885). Cuando se cree como una especie de «partido único» el movimiento Unión Patriótica, sus líderes aragoneses serán Miguel Allué Salvador en Zaragoza, M. Banzo Echenique en Huesca y Manuel Hernández Marín en Teruel, alcanzándose, si bien de modo bastante forzado, unos diez mil afiliados a la U.P.

El general Primo de Rivera, cuyo talante humano era campechano y jovial, establece un tipo de gobierno personalista y paternalista y aunque la censura actúa (más abundante que inteligentemente), los partidos son suprimidos así como la C.N.T., duramente perseguida (la U.G.T. mantiene un cierto «pacto» que beneficia a ambos y es tolerada y aun participan ciertos sectores en el Consejo de Estado, etc.), y la vida cultural padece situaciones esperpénticas como el destierro de Unamuno, no puede decirse del régimen que fuera altamente represor o que se instalase y mantuviese con grandes derramamientos de sangre. Primo de Rivera, que recoge el mensaje de Joaquín Costa y Martínez se propone llevar a cabo una política de «cirujano de la mano de hierro» y de «Escuela y Despensa».

Suprimidas en la práctica las crisis sociales, los aspectos de mayor desarrollo van a ser el de la economía (aprovechando una ola de prosperidad en todo el mundo occidental: los «felices años veinte») y el de la cultura, aunque en este caso con suficientes cortapisas En cuanto a la economía, en Aragón va a tener especial repercusión la política hidráulica con la creación de la Confederación Hidrográfica del Ebro, que dirigirá el propio inspirador de estas instituciones, Manuel Lorenzo Pardo y que lleva a cabo de 1926 a 1931 regadíos en 72.163 Ha. en el valle del Ebro con un presupuesto de 160 millones de pesetas (la misma inversión que en los veinte años anteriores y con una eficacia cinco veces superior).

También las comunicaciones reciben un importante impulso: de una parte, muy especialmente, con la finalización e inauguración del Ferrocarril de Canfranc a Pau en 1928 y los tramos Zuera-Turuñana, Caminreal-Zaragoza, Calatayud-Soria y la planificación del Teruel-Alcañiz-Caspe-Lérida, que no llegará a inaugurarse. También las carreteras, con los «firmes especiales» y un importante impulso a las provinciales y vecinales, experimentan un desarrollo notable. Se realizan, además de las obras públicas aludidas (pantanos y canales, túneles, puentes, etc.) otras muchas mejoras en los pueblos de las tres provincias (traída de aguas, pavimentación de algunas calles y plazas, caminos, cementerios, lavaderos y mataderos, alumbrado público, etc.) con lo que, unido a la incipiente implantación del teléfono en el medio rural, puede hablarse del auténtico comienzo de la modernización en muchos aspectos de la vida cotidiana. Igualmente la repoblación forestal, la creación de numerosas líneas de transporte público por carretera, la promoción de la higiene y sanidad y un cierto auge de la beneficencia (creación también en 1927 de los Tribunales Tutelares de Menores, etc.), permiten hablar de una indudable expansión de la actuación del sector publico que, de paso, mitiga destacadamente el paro. Los salarios, sin embargo, se estancan y aun bajan en algunos casos -sin opción a luchar por mejoras de este u otro tipo-. La construcción de numerosos edificios públicos (de entidades y organismos provinciales como casas de Correos en las tres provincias, delegaciones de ministerios, escuelas normales y muy destacadamente la creación y construcción de sólidos edificios escolares en numerosas poblaciones, evocan esa política costista antes aludida.

La creación de la primera emisora de radio, Radio Aragón (1927) y el impulso y desarrollo de las tradicionales industrias zaragozanas (metalúrgicas y alimenticias especialmente), se ven incrementados con nuevas realidades sociales y económicas como Energía e Industrias Aragonesas, S.A. (EIASA) en Sabiñánigo, la azucarera de Monzón (la campaña 1925-26 supone el récord en la producción aragonesa de azúcar), la harinera de Tardienta, etc. También el incremento del turismo (favorecido por la revista Aragón del Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA)), la inauguración del Gran Hotel zaragozano (1929) y la expansión del excursionismo y los deportes, dan a esta época un tinte de dinamismo especial, mientras el aragonesismo se mantiene también en El Ebro o en la creación de las Casas de Aragón de Nueva York (1929) y, por esas fechas, también las nuevas catalanas en Sabadell y Tarrasa.

En cuanto a la cultura, hay que aludir al buen momento de la vida universitaria (creación de la revista Universidad en 1923; Academia de Ciencias; creación de la Universidad de Verano en Jaca; docencia de figuras como Giménez Soler, Carlos Riba, Moneva, Gil y Gil, G. de Galdeano, etc.; estudios sobre la autonomía universitaria por C. Sánchez Peguero; creación en 1925 de la Residencia de Estudiantes -luego Colegio Mayor P. Cerbuna-, que inaugura el rey, etc.), el esplendor de los trabajos de Santiago Ramón y Cajal (a quien se rinde homenaje en esa visita real, inaugurando la estatua de la Facultad de Medicina), Fernando García Mercadal y su grupo de arquitectos, Julio Palacios Martínez, etc. La inauguración del Grupo escolar dedicado en Zaragoza a Costa, o del monumento al mismo en Graus (ambos actos en 1929, al segundo acude el dictador y pronuncia un destacado discurso), la celebración del centenario de la muerte de Goya (1928) con diversas publicaciones y actos, el impulso dado a San Juan de la Peña, abriendo la carretera desde Bernués en 1925, los estudios y publicaciones de Ricardo del Arco y Garay, el auge de la prensa regional (junto a los veteranos Heraldo de Aragón, El Noticiero y Diario de Huesca surgen La Voz de Teruel en 1923 y La Voz de Aragón en 1925) y de la muy abundante comarcal, todo ello contribuye a ofrecer un aspecto de vitalidad regional, a pesar del ya citado freno a toda aspiración autonomista, por moderada y colaboracionista que fuera. Si a todo ello añadimos la destacada presencia de Aragón en la Exposición Internacional de Barcelona (1929), que en estos años tienen lugar en Zaragoza los renombrados homenajes a Benavente y a Casañal (ambos en el otoño de 1923) o a los hermanos Quintero (1928), que tanto el teatro como el cine y la zarzuela toman numerosos temas aragoneses -tópicos, con frecuencia- destacando el director de cine Florián Rey, los libretos del maestro Luna, la dorada ascensión de Miguel Fleta y Raquel Meller o los primeros grandes éxitos de Nicanor Villalta y Serres en los toros y de José Oto Royo en la Jota, habremos cerrado casi el capítulo de lo popular.

Aunque queda ampliamente estudiado en otro lugar, es muy de destacar la creación e inauguración en 1928 de la Academia General Militar en Zaragoza, cuyo primer director va a ser el general Francisco Franco Bahamonde y, desde el punto de vista religioso, el comienzo de la actividad de monseñor José María Escrivá de Balaguer y Albás que funda el Opus Dei en 1928 o la beatificación de la madre María Rafols Bruna en 1927.

En cuanto a la tolerancia ya citada de la Dictadura con el socialismo y particularmente con la U.G.T., hay que destacar cómo ya en el año 1929 comienzan a celebrarse importantes ciclos de conferencias organizados por esta central obrera, con participación de destacadísimos profesionales y universitarios, o que uno de sus principales líderes, Isidoro Achón escribe en la revista Aragón e igualmente lo hacen radicales de izquierda como Ángel Samblancat y Salanova.

Sin embargo, la exacerbación a que en el campo y en la ciudad lleva la persecución implacable de la C.N.T., el malestar económico que se avecina tras el crack de 1929 y una política discutible del ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, el cansancio entre los militares de protagonizar una situación cada vez más inestable y que no a todos satisface, y el imparable esfuerzo cultural, publicístico, político de numerosas fuerzas intelectuales y de las clases medias, fuerzan la caída del dictador, enfermo y fatigado él mismo, y la transición hacia un ya imposible restablecimiento del anterior esquema constitucional restauracionista. Escándalos de enorme repercusión, como la fallida Sublevación de Jaca o los intentos gubernamentales de frenar por la fuerza pactos, conspiraciones, manifestaciones estudiantiles, escritos, etc., suponen una insoluble contradicción que sólo puede terminar como lo hace: con la marcha del monarca -ahora muy impopular por la larga etapa anticonstitucional- y el establecimiento de la II República.

Fuentes