Diferencia entre revisiones de «El agua, origen de la vida»

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Revisión del 10:17 2 dic 2022

El agua, origen de la vida (Pintura)
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Mural El agua, origen de la vida.jpg
La pintura de Diego Rivera, es un mural subacuático que es único en el mundo.
Datos Generales
Autor(es):Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez
Año:1951
País:México
Estilo pictórico:Pintura de Historia
Técnica:Mural subacuático
Dimensiones:198.92 m2 X localización_pintura= Palacio Nacional. Ciudad de México cm

El agua, origen de la vida, tiene la peculiaridad de ser único en el mundo, en su condición subacuática, por haber mantenido una intensa convivencia con el agua que corrió por poco más de cuarenta años junto a los trazos que Diego pintó en el túnel, el piso y los cuatro muros del tanque, relación que resulto ser destructiva para la obra del gran muralista, por lo que desde 1992 las aguas del Lerma dejaron de circular por el Cárcamo de Dolores.

Descripción del cuadro

El hombre es de raza negra y la mujer tiene rasgos asiáticos, plasmando Rivera así las tesis del origen del hombre planteados por la ciencia soviética en los años cincuenta. La mujer se encuentra embarazada, y a ella arriba un batracio de rasgos semejantes a los del pintor.

En la parte superior del túnel inicia la narrativa social del mural. Dos grandes manos obreras dan el agua a la ciudad, simbolizando el esfuerzo obrero para llevarla a los habitantes de la capital de México. Al lado izquierdo, se observa al ingeniero Daniel Hernández, quien da de beber a una anciana beata que representa a la aristocracia. Junto a ella un niño con traje de arlequín y un mono como mascota esperan su turno, lo que representa la imitación de estereotipos. Al fondo se observan edificios de la corriente Internacional, siendo reconocible el Hotel Reforma de Mario Pani.

A la derecha del ingeniero un obrero perfora roca con maquinaria para extraer el agua, en tanto del lado derecho de las manos, dos obreros que perforan la roca con picos ofrecen agua a una familia obrera. Una niña sacia su sed y dos personas más esperan. Detrás de ellos, en contraposición a los edificios modernos del muro de enfrente, está representado un templo (teocalli). Los obreros dan de beber a ambos lados de las manos con sus propios cascos, simbolizando el trabajo obrero por el bien común.

A la derecha de la mujer, en el extremo nororiente del mural, una familia obrera usa el agua para cultivar una parcela. En el extremo opuesto, se representa el uso recreativo del agua con dos personas nadando. Una tiene el rostro de la hija del pintor, Ruth Rivera.

En el muro poniente, y debajo de las compuertas que regulaban el paso del agua al cárcamo, se observa a los ingenieros que participaron en la construcción del Sistema Lerma, con el arquitecto Rivas y el ingeniero Eduardo Molina al centro, quien extiende unos planos de color azul explicando el funcionamiento del sistema. Debajo de ellos se representó las moléculas del cloro y del amoniaco, así como su combinación para producir el desinfectante que hace posible la potabilización del agua. Las compuertas, actualmente pintadas de rojo, están unidas a unas llaves que aún permanecen en la parte superior del tanque.

Historia del cuadro

Así se llama y se llamó siempre, incluso durante las décadas en las que se la dio por perdida, la monumental obra subacuática del muralista mexicano Diego Rivera que ahora emergió de las profundidades ya intacta, después de años de trabajo de restauración a cargo de expertos del Museo de Bellas Artes. Hay azares que nos fuerzan a creer en algo más sincronizado que el azar, que transforman al tiempo pasado no en algo ido sino el algo que está y que permanece. Hay azares que parecen señales.

La belleza de la obra, que fue encontrada hace tiempo y desde los 90 estaba siendo restaurada, aunque tomó impulso reciente, ya vuelve a lucir su fuerza indescriptible, sus colores fuertes, sus imágenes simbólicas, que es increíble tanto como su dimensión: hay más de 270 metros cuadrados pintados.

Rivera la terminó en 1951, en un sector del bosque de Chapultepec. Fue para celebrar la llegada a término de un gigantesco acueducto que llevaría el agua potable hasta la ciudad de México. Está ubicada en el Cárcamo de Dolores, el depósito donde finaliza el acueducto de 62 kilómetros de largo que transporta el agua por el río Lerma hasta la mega urbe. Cuando la hizo, dijo que era “el más fascinante encargo de toda su carrera”. Porque sería una obra ubicada no a la vista, sino en las profundidades, en los secretos de los caminos del agua hacia la población. Una obra destinada no a ser vista, sino a latir.

Ahora, que ya se sabía de su existencia, el Centro Nacional de Obras Artísticas logró desviar el curso del agua para verla. La encontraron intacta, pero más allá de la pericia técnica y la pizca de delirio de Rivera para la pintura subacuática, el texto que trae el enorme mural le habla al mundo de hoy tanto o más que al de hace cuarenta años.

El pintor trabajó con Ricardo Rivas y Ariel Guzik, diseñadores del edificio y compañeros del muralista. El mural se extiende a los túneles y a los espacios internos del túnel. «El agua, el origen de la vida», incluye las cuatro caras del tanque interior. Fue pintada de forma tal que desde donde se la mire, se pueda distinguir el sentido. Es un conjunto, sin principio ni final. En la parte inferior y en el suelo, Rivera ubicó microorganismos, mientras a medida que la mirada asciende las formas se van haciendo más estilizadas. Las manos se presume que son las del dios Tlaloc, señor de la lluvia. Hay una idea evolutiva en la pintura. Y hay una pareja solamente: él tiene rasgos africanos y ella, orientales.

En la salida del túnel, Rivera pintó dos enormes manos dando el agua. Dos manos morenas, mexicanas, pintadas en posición de dar todo lo que fluye, todo lo que viene, todo lo necesario. Es estremecedor pensar en estas sincronías del arte, de la percepción y del azar, porque esas manos hoy no dicen que México ya tiene agua potable, como cuando fue encargada, sino que es en nombre de ese elemento puro, claro, filtrado, inocente, que en los últimos años se han desatado guerras, que mueren acribillados líderes ambientales, que son apedreados y secuestrados los guardianes del agua y de los bosques, como Berta Cáceres en Honduras, o como los peregrinos hacia el Lago Escondido en la Patagonia Argentina. Problemáticas totalmente diferentes, pero unidas por el reclamo del agua.

En el nombre del agua que se reclama que el fracking se detenga, que la palabra “sustentable” no sea decorativa, que no se fumigue más sobre poblados, y tampoco sobre campos hartos de ser transmutados en algo que no es fruta ni verdura, sino commodities y veneno. En algunos lugares, hasta el agua de lluvia tiene glifosato. Esta semana en la Antártida, una de las reservas globales de agua, la temperatura trepó a 20 grados. Esta semana circuló la foto de osos polares comiendo plástico. Esta semana en Colombia fueron asesinados tres activistas más que intentan frenar las represas, la producción a gran escala, la fumigación sobre los bosques que luego va a parar a los ríos.

Cuando Rivera pintó su fabuloso mural, a Nestlé todavía no se le había ocurrido que el agua no es un derecho, y que el mundo debe avanzar hacia el agua embotellada y con precio. Ya están remarcando nuestra sed. En decenas de países y de diversas maneras están haciendo negocios con el agua, olvidándose que es el origen de la vida.

Y en la Argentina, nos estamos preparando para la reacción que generarán las leyes de municipales, provinciales y nacionales para ponerle un límite no sólo al ataque a la naturaleza, sino también a los vecinos de pueblos fumigados, a los vecinos de pequeñas ciudades, a las comunidades a las que un puñado de ricos impide el acceso al río como si las propiedades se compraran sin servidumbre de paso, como si en este país las tierras se vendieran como feudos.

En ese contexto es que resurgen del pasado, de otras luchas, otras conquistas, del mismo idioma, esas manos benditas que en posición de dar, son un continente para el agua limpia que llegará a las bocas del pueblo.

Datos del autor

Nació el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato. Al año y medio de haber nacido murió su hermano gemelo Carlos María, mientras Diego, que padecía raquitismo y tenía una constitución muy débil, se mantuvo con vida. Diego fue registrado bajo el nombre de Diego María Rivera, y fue bautizado como Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez.

En 1909, se trasladó a París, donde conoció a Angelina Petrovna Belova, más conocida como Angelina Beloff, pintora rusa con quien inició una relación amorosa que duró diez años.

A partir de entonces y hasta mediados de 1916, alternó su residencia entre México, Ecuador, Bolivia, Argentina, España y Francia, país este último en el cual tuvo los primeros contactos con los artistas de Montparnasse. Tuvo acercamientos con Alfonso Reyes Ochoa, Pablo Picasso y Ramón María del Valle-Inclán y, en general, con aquellos que participaron en las nuevas corrientes de Europa, como el cubismo, en el que también Diego se vio envuelto.

Ese mismo año, en París, nació su primer hijo, llamado Diego, fruto de su unión con Angelina Beloff que, sin embargo, murió al año siguiente. En 1917, influido por las pinturas de Paul Cézanne, se introdujo en el postimpresionismo, y logró captar la atención con sus acabados y vivos colores, a diferencia de otros muralistas mexicanos que aún no cobraban popularidad.

En enero de 1922, comenzó a pintar su primer mural, intitulado La creación, en el interior del Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria de la entonces llamada Universidad Nacional de México. Lo asistieron Carlos Mérida, Jean Charlot, Amado de la Cueva y Xavier Guerrero. El tema central es la formación de la raza mexicana. La figura central es un hombre que nace del árbol de la vida. Su obra pictórica comenzaría a convertirse en un factor considerable y de influencia para el movimiento muralista mexicano y latinoamericano.

En diciembre de ese mismo año, se casó con Guadalupe Marín, también conocida como "La Gata Marín", a quien conoció a través de Julio Torri mientras elaboraba el mural.

Entre agosto de 1929 y mayo de 1930, fue director de la Escuela Central de Artes Plásticas. Salió de ahí debido a un movimiento estudiantil organizado en su contra.

Rivera, poco después de ese incidente, regresó en 1934 a México, donde pintó el mismo mural, El hombre en el cruce de caminos, en el tercer piso del Palacio de Bellas Artes.

Falleció el 24 de noviembre de 1957, en San Ángel, al sur de la Ciudad de México, en su casa estudio, actualmente conocida como Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, y sus restos se colocaron en la Rotonda de las Personas Ilustres.

Fuentes