Falta de apetito en los niños

Falta de apetito
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Concepto:Pérdida de la apetencia por la comida así como las ganas de comer.


Falta de apetito en los niños . Uno de los aspectos que más preocupa a los adultos es la alimentación del niño, pero no siempre se trata como debe ser, lamentablemente, en muchas ocasiones se rodea de otras situaciones que la convierten en una actitud central y no en una actividad como cualquier otra de las que aparecen en el horario de vida del pequeño, en las cuales se promueve, además, que el niño, paulatinamente, vaya valiéndose por sí solo.

Causas

Existen motivos diversos para cada pequeño en particular. Junto con los condicionantes psicológicos y las enfermedades orgánicas (erupción dental...), se pueden identificar otros factores que influyen sobremanera en la conducta alimentaria de muchos inapetentes, como por ejemplo la personalidad. Así se puede observar cómo los niños más inteligentes o aquellos movidos a los que los médicos llama hiperkinéticos tienden a comer poco. En unos y en otros porque el hecho mismo de la comida representa una pérdida de tiempo, un período durante el cual no pueden disfrutar de su insaciable actividad exploradora del medio; bien por su afán de aprendizaje en el primero de los casos; bien por su incapacidad manifiesta para concentrarse en una tarea, siquiera unos minutos, en el segundo supuesto.

En ocasiones no hay ningún problema, simplemente su incapacidad para comer todo lo que se les ofrece tiene que ver con el ritmo de su desarrollo psicomotor, porque del mismo modo que no todos los niños comienzan a caminar o a controlar la orina al mismo tiempo, ciertos muchachos tardan en apreciar la riqueza de matices de una alimentación variada. Algunos niños incluso experimentan, a lo largo de su maduración, un período regresivo en el que disfrutan volviendo a un momento más antiguo de su niñez. De repente hablan como bebés o utilizan nuevamente el chupete y, por supuesto, desean volver al biberón aún después de haber superado la cuchara. Es como si quisieran quedarse enquistados en una fase anterior y profundamente infantil para disfrutar de todos sus privilegios. A esta situación, los psicólogos la llaman síndrome de Peter Pan en clara alusión a ese personaje de los cuentos que vivió permanentemente como un niño, sin madurar, sin crecer.

También puede ocurrir que un niño rechace algunos alimentos concretos o el mismo hecho de comer por situaciones desagradables vividas con anterioridad. Tal ocurre cuando se les hace comer bajo presiones o amenazas, convirtiendo un hecho fisiológico (comer) en una lamentable obligación. Desde luego, si se castigan sistemáticamente a un niño para conseguir que se termine un vaso de leche, es harto probable que la acabe aborreciendo para el resto de sus días.

En cambio los padres se maravillan viendo cómo los niños disfrutan con algunas comidas (casi siempre las mismas), que ya de por sí tienen sabores agradables, y que además se ofrecen en atmósferas gratificantes como bodas, cumpleaños, pizzerías, hamburgueserías o en relación con distintas celebraciones o salidas del ámbito doméstico.

Por cierto, se debe aclarar que el gusto por los sabores dulces y las sustancias grasas es innato en la especie humana. Si se coloca una sonda y se hace llegar hasta el líquido amniótico una sustancia dulce, se puede comprobar por medio de ecografías cómo el feto comenzará a chupar vigorosamente. Justo ocurrirá lo contrario si se instala una solución salina. Y algo parecido ocurrirá si se moja el dedo alternativamente con azúcar o sal y se le da a chupar a un recién nacido. Es decir, se viene programado para apreciar las golosinas, probablemente porque el primer alimento que se toma, la leche materna, es ligeramente dulzón.

Omnívoros

La introducción del problema de los sabores permite hablar ahora del dilema de los omnívoros: la neofobia. Los humanos, como seres omnívoros, deben hacer una dieta basada en todos los componentes del entorno: frutas, verduras, tubérculos, carne, pescado, vísceras, leche, huevos, legumbres, etc. Sin embargo, el ser humano se ha tenido que enfrentar en sucesivas ocasiones a un mismo dilema: por una parte se está llamado por la naturaleza a probar todos los elementos potencialmente nutritivos que se ofrecen, pero por otra parte se sabe que algunos de esos productos pueden ser tóxicos o letales. Ese es el gran dilema. ¿Cómo lo han resuelto los hombres de las cavernas? Tomando pequeñas cantidades de esos alimentos nuevos, porque a veces ocurre que una pequeña cantidad de un tóxico puede ser bien aceptada o, al menos, no resultar mortal.

Si la experiencia no resultaba contraproducente iban ingiriendo en mayor cantidad y con mayor confianza. Esa pauta que los ha protegido como especie, ha quedado sellada en los genes, por eso los bebés de estos días recelan de todos los alimentos que se les presentan tras el destete y se aproximan a ellos con gran precaución o con un rechazo franco (neofobia).

Entendiendo ese principio se descifra el porqué la primera vez que se les da un puré lo tocan, juegan con él y finalmente prueban una mínima cantidad (probablemente con el dedo), nunca un plato repleto. Con el tiempo, tras 8-10 contactos, dejará de mostrarse suspicaz y determinará que ese plato pase al cajón subconsciente de las preferencias o de las aversiones.

Como se decía antes, se viene de fábrica con una apetencia innata para los sabores dulces. Generalmente los platos que más se aprecian en las personas son los alimentos grasos, y eso viene motivado porque las sustancias que dan sabor y olor a las comidas son solubles en grasas. Al nacer sólo se reconoce los sabores dulces y salados, con el paso del tiempo se acostumbran a los ácidos mientras que se detetectan, y en general, se evita por siempre los gustos amargos, quizá también porque los venenos de la naturaleza vienen marcados con esa cualidad.

Por último puntualizar un aspecto muy relevante para el apetito que muchos pasan por alto y es el hecho mismo del crecimiento. No se tiene más que observar una gráfica o curva de peso y talla infantil para comprobar la alta velocidad de desarrollo de los niños en los primeros meses de vida.

Cualquiera de los niños duplica el peso del nacimiento a los 5 meses, lo triplica al año, pero ya no lo cuadriplica hasta los 2 años. Eso significa que los padres van a ser testigos de una llamativa conducta por la que el niño deja de comer aquellos platos rebosantes a los que les tenía acostumbrados a partir de los 12-18 meses, y la explicación resulta simple y evidente: su ritmo de crecimiento se ha ralentizado y no precisa las mismas calorías de antes. Así se mantendrá, más inapetente, hasta que llegue el tirón de crecimiento propio de la pubertad.

Y entre tanto ¿qué ocurre con estos padres? Los padres, especialmente las madres, se manifiestan fracasados y frustrados. Sienten que los niños representan un gran enigma sin soluciones y echan de menos ese manual de instrucciones que acompaña hasta al electrodoméstico más pequeño. Temen que sus hijos vayan a morir de inanición y, sobre todo, se sienten culpables. Sí, los padres se sienten responsables incluso de tener un hijo con Síndrome de Down cuando ciertamente no se juega ningún papel. Sin embargo, el mayor capital es el deseo de alcanzar el éxito aunque ello comporte algunos sonoros fracasos. La solución está en cada padre y en cada madre, y la orienta cada hijo.

Primero se tiene que trazar objetivos. El principal de todos ellos, en materia de alimentación, es que los hijos crezcan adecuadamente. La meta secundaria es hacerlo evitando enfermedades carenciales con una sabia distribución de las comidas por grupos de alimentos, y sólo en tercer lugar se perseigue que los hijos alcancen una dieta variada, casi sin limitaciones, incluso dentro de cada grupo. Este último punto puede demorarse más años de los que se está dispuestos a esperar, pero depende del ritmo de cada niño y se debe ser respetuosos con él. Ser condescendientes con determinadas situaciones no implica mantener una relación tiránica dominada por los niños.

Debe lucharse en dos frentes: fomentando el apetito (platos vistosos, vajillas atractivas, comidas encubiertas...) pero sobre todo recuperando el circuito normal de hambre-saciedad en el niño estimulando el ejercicio, imponiendo tiempos cortos a las comidas y dejando parte del control de la alimentación al niño, esto es, permitiéndole que regule la cantidad de comida ya que se gobierna los otros dos: el intervalo entre las tomas y el tipo de alimento.

Como se ha visto hay una viva diferencia entre hambre y apetito. El hambre es un impulso mientras que el apetito es un hábito que se va modificando. Hambre es lo que se siente cuando se lleva muchas horas sin alimentarnos, apetito es esa fuerza que convida a pedir un suculento postre después de una opulenta comida en un restaurante favorito pese a estar llenos. Muchos de los hijos tienen mal apetito porque no se leha dejado que sientan nunca hambre. Además el apetito tiene mucho que ver con algunos elementos externos que se han ido repitiendo durante el aprendizaje normal de las costumbres: el babero, la mesa, la servilleta, el rincón de la cocina donde siempre se desayuna.

Es necesario ser muy cuidadoso en la atención diaria del niño, para que no parezca la hora de la comida como el único instante en que se le toma en cuenta, en que se le atiende, dándole mayor importancia a este momento a los ojos del pequeño, que rápidamente aprenderá la forma de aprovecharse de esto, para reclamar atención.

El hecho de que la comida se convierta en una alteración de la vida del niño depende, en la mayoría de los casos, de procedimientos erróneos utilizados en la casa, ya que la excesiva preocupación por esta situación trae como resultado que el niño, en vez de comprender que debe comer, haga todo lo contrario, a veces sólo con el objetivo de molestar. Es importante también tener presente que los niños pasan períodos de desgano y que esto es totalmente normal; los adultos no siempre desean comer y a nadie se le ocurre obligarlos. Entonces ¿por qué tratar de hacerlo con el niño, que se verá presionado e incomprendido, sin poderse defender?

Acciones paliativas

El aspecto más importante a la hora de comer es asegurar una actitud positiva y de aceptación por parte del niño, lo que lleva a la necesidad de pensar como proporcionarle una situación agradable.

Es fundamental para esto:

  • Preparar las condiciones adecuadas para los horarios de alimentación; para esto es recomendable que el niño haya participado en actividades en las cuales sea necesario consumir energía, tales como juegos de movimiento, si bien durante los momentos que preceden a la comida deben propiciarse actividades pasivas. Además, la preparación psicológica para este momento, que implica hacer referencia a lo agradables que son los alimentos y, de acuerdo con la edad, explicarles que hacen falta para crecer y desarrollarse bien.
  • Que los alimentos estén bien presentados.
  • Que no haya ruidos innecesarios ni personas caminando en torno al niño.
  • Que no se ofrezcan recompensas ni reprimendas en relación con esta actividad, para que el niño no la perciba como algo que es en extremo preocupante para los adultos.
  • Que no se obligue al pequeño a comer si no lo desea.
  • Que se respeten y se tengan en cuenta los períodos de desgano por los que pasa el pequeño, considerando que ya se ha hecho todo lo posible por estimularlo a que ingiera los alimentos si, y a pesar de esto, continúa rechazándolos. Esta situación se le debe comunicar al pediatra.
  • Que no se le apure, aunque demore.
  • Que se le permita comer solo si lo desea. Al niño le gusta demostrar que es capaz de hacerlo.
  • Sentarlos a la mesa para las comidas, con los adultos, tratando de evitar modelos negativos que el pequeño pueda imitar.
  • Que se forme el gusto poco a poco, embullándolo para que coma, aunque sean pocas cucharadas.
  • No haber comparaciones entre dos niños sobre si comen o no, y no hablar nada sobre un niño que no come. Estimularlos con exclamaciones agradables por el buen desarrollo del proceso, tal como esta: "¡Qué bien has comido, vas a ser fuerte y aprenderás muchas cosas buenas!".
  • Si el niño no sabe comer solo o está muy bajo de peso, se debe darle la comida sentados a su lado para que nos vea, y no situados detrás de él, ya que de esta manera sólo alcanzará a ver una cuchara que se mueve del plato a su boca, y no al adulto que lo ayuda.

Cuando los niños no comen: guía para padres

La anorexia infantil es un motivo muy frecuente de consulta al pediatra, fuente de graves conflictos familiares y causa de hondas preocupaciones. Para muchos padres, el término anorexia les parecerá de extrema gravedad, probablemente por asociación con la anorexia nerviosa del adolescente, un cuadro clínico radicalmente distinto que aparece en otro momento de la vida (cercano a la pubertad) y con importantes implicaciones psiquiátricas y somáticas. En realidad anorexia, es la palabra con la se designa técnicamente la falta de apetito. Simple y llanamente.

En la infancia la inapetencia puede responder a enfermedades orgánicas, ya sean agudas (como el caso de un catarro o unas anginas), o crónicas (como la que acompaña a las enfermedades digestivas); pero también puede haber anorexias de causa psicógena, con formas simples y transitorias como las que aparecen tras el destete, el nacimiento de un nuevo hermanito, la entrada al circulo infantil o la interrupción del contacto con la madre, y formas más complejas como la denominada anorexia esencial de la infancia que puede llegar a afectar a uno de cada 3 niños menores de 8 años.

De hecho, una circunstancia puntual como la interrupción de la lactancia materna puede ser el percutor o precipitante que desencadene una anorexia infantil crónica.

Se puede decir que un niño sufre este tipo de anorexia esencial cuando existe dificultad persistente para comer adecuadamente (esto es, con incapacidad significativa para aumentar de peso). Se considera que el trastorno es persistente cuando se encuentran sistemáticamente todos los días durante al menos un mes y siempre que no exista una enfermedad orgánica, un trastorno mental importante o una falta de disponibilidad de alimento que lo justifiquen. El problema suele aparecer antes de los 6 años, aunque puede prolongarse durante más tiempo.

Cuando se analiza las causas del estancamiento de peso vinculadas a falta de apetito, se encuentra que sólo el 20 al 35 % de los niños que no consiguen ganar peso tienen un problema orgánico tangible y más del 50 % tienen dificultades en el entorno familiar, social o psicológico. El resto, son casos en los que no se llega a averiguar la causa nunca, aunque habitualmente mejoran de una forma espontánea e impredecible tras un período más o menos prolongado de tiempo.

Fórmulas

No existe una manera universal, todas son igual de válidas siempre que estén aceptadas por el resto de nuestro entorno. La forma en la que se alimenta a los hijos , aunque sea persiguiéndole por toda la casa, puede ser buena, pero se debe preguntar si será bien asumida por la sociedad en la que se vive y, lo que es más importante, si en algún momento se cansará de mantener esos malos hábitos adquiridos.

Fuentes

  • AKSARINA, N. "Peculiaridades del desarrollo del niño en su infancia",revista Simientes, no. 2, Ciudad de La Habana, 1978.
  • BERNAL DEL RIESGO, ALFONSO: Errores de la crianza de los niños. Cuadernos populares. Instituto del Libro, La Habana, 1970.