Juan Manuel Trujillo Torres

Juan Manuel Trujillo Torres
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Escritor y ensayista de vanguardia
NombreJuan Manuel Trujillo Torres
Nacimiento1 de enero de 1907
Santa Cruz de Tenerife, Bandera de España
Fallecimiento4 de mayo de 1976
Las Palmas de Gran Canaria, Bandera de España
Ocupaciónescritor
CónyugeDolores de la Torre Champsaur
HijosJuana Sofia
Padresdon Ramón Trujillo Hidalgo y doña Evarista Torres López

Juan Manuel Trujillo Torres Un ensayista de vanguardia y escritor español, impulsor excepcional de la cultura canaria.


Síntesis biográfica

Nacimiento y Ámbito familiar

Nació enSanta Cruz de Tenerife el 1 de enero de 1907. Sus padres fueron don Ramón Trujillo Hidalgo y doña Evarista Torres López. Pertenecían a una familia de tradición comercial y marinera, como tantas otras que formaron la mediana burguesía y dieron prosperidad y fisonomía a la capital de las Islas en aquella época. Don Ramón llegó a poseer, para su comercio con el extranjero, dos barcos de cabotaje donde hacía frecuentes viajes a Europa del norte; y como recuerdo de estos viajes traía estrenadas auroras boreales. Sus hijos Ramón (1904), Juan Manuel (1907) y Edmundo (1910) siguieron carreras propias de tal clase social, abogados, profesores, pero en su primera juventud fuero nautas de balandros y veleros por el Puerto de Santa Cruz hasta que la familia tuvo quiebras y desastres marineros. Ramón, el primogénito, Edmundo, abogado, el más joven, murió prematuramente.

Estudios

Juan Manuel hizo su primera y segunda enseñanzas en el Colegio de San Juan Bautista de la Salle de su ciudad natal. Terminado el bachillerato y no pudiendo hacer en Tenerife la carrera de Filosofía y Letras como era su deseo, siguió los cursos de Derecho en la Universidad de La Laguna, única carrera de letras que podía entonces hacerse, obteniendo su licenciatura en 1928, a la edad de 21 años.

Trayectoria profesional

Desde muy joven se despertó en Juan Manuel una gran vocación las letras, publicando muy tempranamente unos poemas y luego unos artículos en la Gaceta de Tenerife (1924). Estos primeros artículos de influencia azoríniana los firmó con el seudónimo de Azagal. En su época de estudiante desplegó una gran actividad intelectual. Al reunirse, habitualmente en la casa de su familia, Ruiz de Padrón, número 9 de Santa Cruz frente a la plaza de Príncipe, con un grupo selecto de jóvenes escritores (Agustín Espinosa, Ernesto Pestaña) y de profesores de la Universidad (Valbuena Prat, Serra Ráfols), surgió la idea de crear la revista literaria La Rosa de los Vientos (1927-1928), que sería la primera revista de vanguardia de Canarias. Juan Manuel fue su primer director y colaborador. Casi simultáneamente salen a la luz las revistas tan características de la generación de 1927, como Litoral (1926-1929) en Málaga, Mediodía (1926-1929) en Sevilla, Verso y Prosa (1927-1929) en Murcia, Gaceta Literaria (1927-1932) en Madrid, etc. También en esta época desplegó una gran actividad participando en distintos actos públicos: reuniones de arte, coloquios y conferencias sobre escritores canarios, como la que dio el 10 de marzo de 1928 sobre la obra poética de Agustín Miranda Junco. A propósito de un Brindis a Agustín Espinosa, con motivo de la publicación de su libro Lancelot 28' 27', tuvo una polémica con Eduardo Westherdahl sobre el tema universalismo y cosmopolitismo.

En 1929, en colaboración con sus amigos de Tenerife y Las Palmas, funda una página literaria, Nueva Literatura que saldría semanalmente en el periódico La Tarde a lo largo de ese año. Siguen junto a él Agustín Espinosa, con sus poesías ultraístas, sus cartas a Juan Manuel y sus capítulos del Lancelot; Agustín Miranda, con un diagnóstico de la actualidad deportista y mítica desde Azorín a Giménez Caballero, en su Hércules de España; Antonio Dorta, con su Ramón, siempre el precursor que dio un cambio de perspectiva a la jerarquía de los temas literarios», y otros. Mientras tanto las tertulias continuaron en su casa, y como estuviera delicado de salud (1928-1930), se trasladó al piso alto, a su propia habitación. Allí iban a acompañarle, a hacer proyectos y hablar, sobre todo, de literatura y de arte, Luis Wildpret, Francisco Aguilar, Leopoldo de la Rosa, Antonio Dorta, José Pérez Vidal, y sus compañeros de redacción, sus habituales Espinosa y Pestaña. La enfermedad que obligó a Juan Manuel a hacer este retiro forzoso fue una descalcificación y debido a ella se le produjo un infiltrado tuberculoso que debía tener diversas consecuencias a lo largo de su vida. Repuesto, por el momento, de su enfermedad, trabajó como pasante en los despachos de los conocidos letrados Guillermo Cabrera Felipe y Cabrera Tophan entre los años 1930 y 1931, este último, en que marcha a Madrid con el propósito de preparar unas oposiciones relacionadas con su carrera. En la capital asiste a todas las exposiciones de arte, conciertos y conferencias que allí se celebran. Solía ir también a las tertulias del café Pombo a las que dedicó uno de sus más sustanciosos artículos donde conoció personalmente, aunque ya lo había tratado por correspondencia, a Ramón Gómez de la Sema, gran modelo de su juventud. Más tarde éste, de paso por Canarias, le escribe unas líneas:

Sr. Don Juan Manuel Trujillo Mi siempre dilecto amigo: ahí va una cuartilla breve pero sincera. Siempre le recuerda con afecto.

Todo se tiene que dejar para escribirlo algún día..., porque la vida apremia cada vez más. Mi visión de Canarias es la de una tierra sin orillas, porque lo que es grato no tiene orillas... No paso porque sean islas. El mar es allí paisaje.

Se puede vivir allí hasta el extremo de la felicidad, sin miedo de refriegas, de trenes excesivos, de fábricas corroídas de cadenas.

Mientras, desde Madrid, inicia su colaboración semanal en el periódico La Tarde de Santa Cruz de Tenerife, con sus secciones: Cartas, Crónicas y Correspondencias de Madrid, y La meda del tiempo. También colaboró, por encargo, con importantes trabajos sobre arte y literatura, en la primera edición de la Enciclopedia Universal (1932-1933). Juan Manuel Trujillo, desplazado a Madrid precisamente al comienzo de la segunda República española, colabora y forma parte de la élite intelectual educada en los principios de la Escuela libre de enseñanza, cuyo ideal de hombre, según Rozas, debía ser abiertamente liberal, laico más respetuoso con todas las creencias dialogante con todo sobre todo, tolerante y con firme conciencia de sus actos, armónico con la naturaleza en cuerpo y alma, un tanto deportista, y cuidadoso de que su vida fuera un conjunto de buenas maneras, un vivir con arte. Conocido Juan Manuel de su paisano don José Franchy Roca al ser nombrado éste ministro de Industria, en 1933, le elige su secretario particular. Al año siguiente, gobernando el partido radical al frente de Alejandro Lerroux, nuestro escritor, le hace una entrevista al viejo político federalista canario. Preguntado sobre ¿Cuál es su pensamiento sobre la situación política?, Franchy Roca contesta lo siguiente: La situación política del momento presente es ésta: un gobierno radical mediatizado por las derechas parlamentarías; unas cortes condenadas a irremediable esterilidad; los reaccionarios envalentados y agresivos; descontentos e irritados los socialistas; los partidos de izquierdas de la República pugnando por rehacerse del descalabro electoral. No puede ser más inquietante la situación.

El 25 de febrero de 1933 contrajo matrimonio con Dolores de la Torre Champsaur, en Madrid, que fue una excelente compañera en los buenos y los malos momentos de su vida, y con la que colaboró, a veces, en la investigación y otras tareas. A principios de 1934 fue nombrado delegado del Ministerio del Trabajo en Sevilla. Su amigo Antonio Dorta le dedicó un bello artículo de despedida, donde habla de un libro que fue un retrato de Tenerife y el mejor relativo a Canarias, libro que nunca se escribirá o terminará de escribirse, y del que pueden ser atisbos o proyectos sus nuevos artículos sobre la literatura, el arte, el urbanismo y la política de Tenerife, publicados en La Tarde o en la Gaceta de Tenerife. Pero además Dorta nos ofrece una casi semblanza surrealista de Juan Manuel en esta época:

es un gran inquisidor. Minero del arte. Berbiquí torturador y torturado (...) De todas sus aventuras regresa enriquecido y, como nadador que toma a pasearse sobre la tierra, y va dejando regueros de aguas inéditas. (...) Cuando elabora en sus horas de absoluta sinceridad trae caricias de artesano enamorado en su labor. Sus manos cuidan su tipografía como un orífice de las buenas horas italianas. Y sus frases tienen anhelo de exactitud. Sensibilidad acuchillada, yo me imagino que su alma trabaja las materías de una manera así: bosque loco de cuchillas de afeitar, en danza alucinante y el tema de cada momento, o la materia de su labor de arte, pasando atemorizada por esta galería -de cuchillas, dando alarídos, mostrándole los sentires que sólo salen a la luz en momentos de pavor, en las agonías. Sólo hay en él miradas con el nervio óptico atravesado por altas tensiones. Su cifra: Sensibilidad y Lucidez.

En el año 1935 pasó a ser funcionario del Ministerio de Industria en Madrid. Son acaso estos últimos años de la República los más intelectualmente activos de Juan Manuel Trujillo, puesto que además de seguir colaborando en La Tarde con sus secciones fijas, ya indicadas, publica algunas impresiones vanguardistas en Gaceta Literaria de Madrid, fundada por Giménez Caballero, y una serie de cortos textos selectos de los «Clásicos Canarios». La Tarde del día 13 de febrero de 1935 anuncia que comenzará a publicar unos trozos escogidos de los principales poetas y escritores de nuestro archipiélago de los pasados siglos. Y añade: La iniciativa parte de nuestro culto colaborador, cronista de este diario en Madrid, Juan Manuel Trujillo.

Durante la guerra civil española (1936-1939) fue primero funcionario del Ministerio de Industria y después del de la Guerra, trabajó, por las tardes, durante algunos meses, en la redacción del diario ABC de Madrid, donde su amigo Antonio Dorta era secretario. Nace su hija Juana Sofia, en Valencia, en enero de 1937, donde, como es sabido, se trasladó el Gobierno republicano, en el que permanecía Juan Manuel en su puesto ministerial. A fines de este mismo año pasó, con su familia, a Barcelona, donde permaneció hasta enero de 1939. En las oficinas militares de aquella capital hizo amistad con un grupo de intelectuales catalanes, entre los que estaba Pere Grasses, después exiliado a Venezuela. Terminada la guerra regresó, con su mujer y su hija, a Santa Cruz de Tenerife. Sus amigos le recibieron con gran afecto y Francisco Aguilar y Paz, hombre del régimen, le resolvió su situación, empleándole en las oficinas militares, y Juan Manuel fue, además, profesor de Literatura en un colegio privado de La Laguna. Por esa época, su salud, nunca muy buena, se resintió, como consecuencia de las privaciones y preocupaciones durante la guerra y la postguerra. A finales del año 1941, y después de recibir una pequeña herencia de sus padres, decidió fijar su residencia en Las Palmas, donde disponían de una casa, heredada por la madre de Lola de la Torre, del conocido profesor y escritor don Baltasar Champsaur Sicilia. En la casa de Salvador Cuyas, 21 junto a la playa de las Canteras, instaló su pequeña oficiana de librero, dedicada especialmente a libros antiguos y raros. Hizo nuevos amigos entre los intelectuales de Las Palmas, como Simón Benítez Padilla, Pedro Perdomo Acedo, Luis Margarit, José Naranjo Suárez etc. Allí recuperó su salud y sus ánimos y concibió nuevos proyectos, reanudando las tertulias literarias, al caer en la tarde, en su pequeño lugar de trabajo, con la playa y el mar cercano y el Teide a lo lejos. En 1944, ya en contacto con la nueva generación de la postguerra de Las Palmas, decide, en colaboración con Ventura Doreste, fundar la Colección para treinta bibliófilos, edición poética para aficionados que luego tuvo que pasar de 30 a 300 ejemplares. Más tarde, en 1945, cuando llevaba publicados unos veinte números quiso ponerle fin, disgustado por las ediciones espúreas de autores que no quería figuraran en la colección. A esta le siguió otra de géneros y de temas amplios, que llevó el título de «Cuadernos de poesía y crítica», publicada con la colaboración de Agustín Millares Salí y Ventura Doreste, entre 1946 y 1947.

Estas colecciones que dieron a conocer a toda la joven poesía social y de otras tendencias más idealistas, que organizaron luego la Antología cercada (1947), significaron una importancia aportación a la literatura canaria de aquel momento, tanto por la aparición de poetas como Agustín y José María Millares, Pedro Lezcano, Ventura Doreste, Juan Mederos, Antidio Cabal y Matías González como por la cuidadosa presentación tipográfica de dichos volúmenes. Es difícil explicar por qué el propio inspirador y animador de estas colecciones no quiso publicar nunca nada suyo en ellas.

Acaso se puede pensar en resentimientos personales o bien en una abstención, ante la falta de libertad de expresión bajo el régimen dictatorial. Cuando conocí a Juan Manuel hacia 1946, era un hombre de buena planta, de mirada ladeada tras sus gruesas gafas de miope, de hablar despacioso, pero de palabra rotunda y al propio tiempo irónica, que brotaba, a veces, a borbotones o se remansaba en pausas de silencio. Su rostro era algo rígido, impasible, que se animaba en la conversación, y se coloreaba cuando se reía o se indignaba ante la estupidez y la vulgaridad de las gentes. Todos reconocían su magisterio en cuestiones de impresión de libros, todos confiaban en su buen gusto artístico, todos apreciaban su inteligencia de crítico literario que tenía sus maestros en Montaigne y Alain. Se quejaba, con frecuencia, de su situación económica, de la falta de protección de la sociedad y las instituciones oficiales a la cultura, de la mediocridad de las publicaciones, y, en general, de la mala preparación de los escritores, pero nunca criticaba a nadie en particular. Su espíritu siempre abierto le llevaba a una constante adquisición de conocimientos, una vez tuve una curiosa camaradería con Juan Manuel cuando un día me llamó para formar parte de un grupo que iba a tomar lecciones de ruso con Madame Rescko, distinguida dama de la época del zar, que, exiliada en Canarias, ganaba su vida dando clases de francés y, esporádicamente, de su lengua materna. Pero estas clases no duraron mucho. Su delicada salud y su exilio, y mis estudios de Filosofía y Letras, nos apartaron largo tiempo. Poco después, a finales de 1947, por unas u otras causas, Juan Manuel Trujillo decide emigrar hacia América como tantos otros canarios. Pero en vez de seguir la ruta de Venezuela, como la mayoría, eligió Cuba, acaso por las referencias favorables que tenía de su propia mujer, que había vivido allí durante casi diez años. Pero la Habana no era la misma población de diez años atrás. Juan Manuel reanudó su trabajo en comercio de librería, en su especialidad de libros antiguos; y volvió a escribir, colaborando en la página dominical del diario El Nuevo Mundo y a la revista Bohemia, con artículo sobre arte y literatura. Recordemos 1.068 su excelente estudio sobre Pablo Picasso (1949). Pero el clima le sentó mal, y su precaria salud se resintió de nuevo, deteriorándose poco a poco. Tuvo que abandonar su trabajo, lo que le fue peor para su espíritu y carácter. Juan Manuel regresó a España, con su hija, en el verano de 1951. Después de pasar una corta temporada en Bilbao, se instaló de nuevo en Madrid, donde trató de reanudar sus negocios de libros con sus clientes de Canarias. A las pocas semanas de llegar a la capital se le declaró un tifus y tuvo que guardar cama cerca de dos meses. En la convalecencia de aquella enfermedad los médicos le descubrieron una grave lesión pulmonar, por lo que tuvo que ser ingresado en un sanatorio. Lola de la Torre, su mujer, seguía trabajando en La Habana para hacer frente a los apuros económicos de la familia, pero tuvo que regresar en octubre de 1982, avisada de que era necesario operar a su marido. Su estancia en la clínica duró cerca de tres meses, y la convalecencia de la operación la pasó de nuevo en el sanatorio. Su única distracción, y su gran recurso vital como, nos cuenta su mujer fueron siempre los libros. Instalado en su hogar provisional de Madrid, en el año 1953, fue recuperándose poco a poco. Allí reanuda, con sus viejos y nuevos amigos: Aguilar y Paz, Pérez Vidal, los hermanos José Ángel y Ernesto Catro Fariñas y otros, sus viejas tertulias. Por esta época se volvieron a ver en Madrid. Todavía algo delicado de salud, pero siempre con el mismo interés por las letras y la cultura, y pensando en volver a las Islas. Había conseguido un puesto en el Instituto Nacional del Libro, y allí permaneció trabajando hasta que, en 1955, decidió regresar a Canarias. Instalado, de nuevo, en Las Palmas, ingresó como funcionario en los servicios de la Mutualidad Laboral, en donde trabajó durante veinte años, hasta su jubilación por enfermedad, en 1973. Desde 1956 dedicó, las tardes libres, junto con su esposa, a un quehacer que había proyectado hacía tiempo: la investigación histórico-musical de los archivos de la catedral de Las Palmas. Su trabajo consistió en recoger y ordenar los documentos con el fín de escribir una historia social y cultural de la Capilla de Música de dicha catedral, como entidad, a lo largo de sus tres siglos de existencia. Entre 1964 y 1965 se republió, en la revista de El Museo Canario, bajo el nombre de Lola de la Torre, el catálogo musical de la Capilla catedralicia, en cuya ordenación tipográfica también él había trabajado. Los últimos años de su vida los pasó rehaciendo su biblioteca tantas veces disuelta y vuelta a reunir, en su peregrinar por Canarias, la Península y la Habana. Por su mujer y por sus conversaciones con sus amigos sabemos que se interesaba, sobre todo, por el ensayo literario, la novela, la poesía y la historia, pero también por la filosofía, la sociología, la economía, la política y los libros de viaje, a parte de su constante predilección por coleccionar obras canarias o referentes a Canarias. Según su esposa, su carácter introvertido no necesitaba de estímulos externos, ni vida social para encontrarse a gusto, pero no rehusaba una buena y larga conversación con sus amigos que elegía entre los más cultivados, aunque no desdeñaba a los espíritus sencillos, si eran sensibles y nobles, para hablar de libros y de arte, donde exponía, con inteligente criterio, sus pensamientos como glosas irónicas o críticas a lecturas, personas o hechos.

Algunos Artículos

  • Poetisas canarias. Josefina de la Torre, 1928.
  • Unidad regional, 1932.
  • Las dos Canarias, 1933.
  • Fisonomía de Canarias, 1933.
  • Siete islas en busca de autor, 1934.
  • Existe una tradición, 1934.
  • El lenguaje poético de nuestro islario, 1934.
  • Gaceta de arte, 1935.
  • Bartolomé Cairasco de Figueroa (15381610), 1935.
  • Exposición de pinturas de Juan Ismael, 1935.
  • El Viera de Agustín Espinosa, 1936.

Muerte

Muere el 4 de mayo de 1976, en su casa de la barriada de Escaleritas, en Las Palmas, había tenido nuevos padecimientos, y estaba más silencioso que nunca, el que había sido el animador de dos generaciones literarias en ambas provincias, y uno de los impulsadores del mejor conocimiento de la auténtica cultura de Canarias, quedando él siempre en la sombra.

Fuente

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