La gracia nocturna de los cuerpos (Libro)

La gracia nocturna de los cuerpos
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Título originalLa gracia nocturna de los cuerpos
Autor(a)(es)(as)Ian Rodríguez Pérez
Editorial:Casa Editorial Abril
Primera edición2007
PaísCuba

La gracia nocturna de los cuerpos. Título original de libro reseñado "Nocturnidades"; del escritor cienfueguero Ian Rodríguez Pérez. Poemario lleno de luminarias, escrito por un rapsoda en el más pleno estado de gracia, donde el autor compone textos utilizando procedimientos líricos y narrativos y establece una marcada confabulación con el lector, empleando un discurso hilvanado por un estructura y dramaturgia sinpar, y al mismo tiempo insertándose en la vertiente experimental de la poesía que actualmente se escribe en la Isla.

Sinopsis

Poemario lleno de luminarias, escrito por un rapsoda en el más pleno estado de gracia, donde el autor compone textos utilizando procedimientos líricos y narrativos y establece una marcada confabulación con el lector, empleando un discurso hilvanado por un estructura y dramaturgia sinpar, y al mismo tiempo insertándose en la vertiente experimental de la poesía que actualmente se escribe en la Isla.

Argumento

El autor muestra una obra llena de sugerencias, inquietudes, introspecciones que se solazan con las angustias existenciales que la aquejan. Cuaderno donde la noche se nos devela en un aterrador itinerario, en sutil espiral, circular, y nos cubre con su manto, develando tras mamparas aquellos entuertos enrevesados que lastran los noctámbulos.

El poeta nos retrata, casi con estilo burlesco, la vida bohemia de su microcosmos, citadino por antonomasia, que se torna en ecuménico, cosmopolita. La geografía que él dibuja: las arterias, bulevares, cantinas, pudieran ser madrileñas o parisinas, pero el autor se confabula con sutil desapego ante cualquier corriente localista que lo convoque; descubre las lunas impolutas que marcan su ciudad en contraposición de cualquier precepto ético-estético que la distingue.

Por sus páginas transitan una riada de seres abrazados por la desidia, entes imantados por la vigencia de los días, cuerpos quebrados por la incertidumbre, almas tatuadas por las carencias, una caravana de fantasmas apremiados por la brevedad, por la fugacidad del tiempo; una cofradía de borrachos, prostitutas, drogadictos, barrenderos que exorcizan su pasado y porvenir, vacíos como los parques, sin que la lluvia sirva de pretexto para prorrogar los (des)encuentros, y que habitan en una ciudad entumecida, provinciana, trasnochada, donde está esquiva, tal vez, la suerte de encontrar imágenes apacibles que solo deparan mares inaplazables; ciudad vista desde una taza de café o licor, o de bares tan deplorables como los cantantes de turno; ciudad donde asedian sombras furtivas y hurañas, que convidan a deslindar la coexistencia de infiernos y cielos, una especie de espejismo que aceptamos con docilidad y sin titubeos, mantos que prostituyen y acarrean malos augurios, y que finalmente conducen a la resignación y la desesperanza:


Nada que perder, y muy pocas ganancias,
divagar, divagar, como condenados,
contrayendo deudas y más deudas de dramática complicidad;
deudas que nos unen, y deudas que nos separan,
deudas de nombres ilusorios y posesos,
sueños intemporales que nos denuncian…

Se atreve a filosofar con el lector y lo persuade de que uno está en el mundo solo con sus sombras, aunque la soledad nos asfixie, y uno llegue a convertirse en un desafuero repetido, un hábito que no se desprende y que se compromete con la supervivencia:


Soy uno más que viene y va,
ahoga penas en los bares, tolera la música vacía,
tropieza con desechos del alma,
reencuentra su humildad en la prostituta,
en el viejo que blasfema.
Todos somos criaturas de la Vida:
el pensamiento más puro
se hace donde ella es menos casta.

El poeta

Se adjudica la cédula de El Tatuador y deja huellas en el alma y la psiquis de los paseantes, no tan cándidos, e intenta soliviantar las grietas, los signos de la nueva época cubana, o las sajaduras importadas por los “restauradores”.

Él nos hace sentir víctimas de un círculo social donde no quedarán ni siquiera indicios de una sobrevida más próspera, donde la dicha resultará preterida y anclada en el otoño, y donde la noche no servirá de asidero ante tanta indolencia y monotonía; y donde la muerte, indeseada por demás, pudiera estar en cualquier mohín exótico, sin sustento ni patrón, o peor aún, sin patente o salvoconducto.

El autor no se anima ante tanta podredumbre, por muy insulsa que parezca, aunque el desafuero no le resulte ajeno, tentador, y su piélago esté al borde de las tinieblas y esta no pretenda exorcizarse de su cuerpo:


No puedo ocupar un espacio tan cerca
de las miserias humanas.
Mi sombra no sabe
cuánto podemos perder en el simulacro,
no quiere abandonarse a la meditación,
sopesar la presencia de otros.

Al poeta lo lacera que en su ínsula pululen las estatuas que simbolizan el estancamiento del espíritu, la caducidad del enmascaramiento; efigies que incitan y proponen el humano juego de la metamorfosis ante tanta petrificación.

Hay estatuas por doquier, inertes, pero que no se resignan al silencio, al desosiego, a la indiferencia de los mortales que juegan a lapidarse con las primeras voces de la noche; hay otras que dignifican, configuran y equilibran la infraestructura de la ciudad; y otras con la mirada fija hacia el mar, casi todas en busca de un restaurador que tenga alma de nación sin fronteras, con una impronta más efímera que la que el autor quisiera dejar con su tinta fresca, y a la vez ensangrentada:
Las estatuas presienten las manos del restaurador.
Observan su entorno y enmudecen
ante la sorpresa de una entrega.
Intentan escapar del acoso
y terminan pronunciando sus lágrimas

Las estatuas sospechan al vuelo
la presencia de un restaurador y se desalman
mientras la gente simula comprometerse
con sus petrificaciones.

El jurado

Cuando el jurado, compuesto por los reconocidos escritores Roberto Méndez Alfonso, Ramiro Fuentes Álamo y Cruz Gustavo Pérez Hernández, decidió otorgar el codiciado premio Calendario, en el 2005, que felizmente coaspicia la Asociación Hermanos Saíz, al poeta, narrador y crítico literario Ian Rodríguez Pérez, el mismo no resultó errático.

Según nos cuenta el propio autor, este es probablemente el primer volumen “cienfueguero” que él haya podido escribir, porque nació en Las Tunas, vivió un tiempo en la Isla de la Juventud, y finalmente radica, desde 1997, en la bella ciudad de Cienfuegos.

Libro Nocturnidades

Nocturnidades es un libro encendido, humano e irreverente, plagado de naufragios y de utopías, quizás incómodo para algunos. No fue escrito para ilusos ni libérrimos. No es un destello, por muy fugaz que parezca, porque siempre guarda una dulce complicidad con la luz.

Sin loas al conformismo, nos enseña, como dice el propio Ian, que la ciudad, al igual que la casa, es lo mejor que se aviene a la sangre. De ahí que uno debe tener las cuentas claras con uno mismo. De lo contrario, es mejor sentarse en un malecón cualquiera a ver el alba y descubrir que al lado también está Dios contemplándola.

Datos del autor

Ian Rodríguez Pérez, dirige el Centro de Promoción Literaria Florentino Morales en la Perla del Sur y que ha conformado su palmarés con títulos consagratorios como "Velas en torno al corazón demente", (1997), "Agudos de silencio" (2000) y "Cambiar las formas del sueño" (2003), entre otros.

Fuentes

  • Centro de Promoción Literaria "Juan Clemente Zenea y Fornaris".
  • Prado Rosales, Joel. Editor y poeta.