La metamorfosis de Narciso

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La metamorfosis de Narciso
Información sobre la plantilla
Metamorphosis of Narcissus.jpg
Datos Generales
Autor(es):Salvador Dalí
Año:1937
País:Bandera de España España
Estilo pictórico:Óleo sobre lienzo
Dimensiones:51,2 X 78,1 cm cm
Localización:Tate Modern, Londres


La metamorfosis de Narciso , (1937) es una pintura al óleo sobre lienzo por el español surrealista Salvador Dalí.

Historia

Dalí se apoyaba en el clásico mito de la mitología griega según el cual Narciso, un joven, rechazó el amor de la ninfa Eco, por lo que Afrodita lo castigó haciendo que se enamorara de su propia imagen, la cual se refleja en una fuente. Intentando bezar su imagen, se ahogó. No se encontró jamás el cuerpo, pero en su lugar creció una flor a la que se le dio el nombre de narciso. Dalí no sigue al pie de la letra el mito, sino que lo alterna para expresar su mundo atormentado y conflictivo.

El pintor publica un poema con el mismo título que el cuadro, en París en el año 1937, en Éditions Surréalistes, donde manifiesta que debe leerse junto con la observación del cuadro, se trata de una especie de recurso pedagógico del pintor:

Manera de observar visualmente el curso de la metamorfosis de Narciso representada en mi cuadro

Si durante algún tiempo se mira con un ligero distanciamiento y cierta “fijeza distraída” la figura hipnóticamente inmóvil de Narciso, ésta desaparece progresivamente hasta hacerse absolutamente invisible.

La metamorfosis de Narciso se produce en ese preciso momento, porque la imagen de Narciso se transforma súbitamente en la imagen de una mano que surge de su propio reflejo. Esta mano sostiene con la punta de los dedos, un huevo, una simiente, el bulbo del que nace el nuevo Narciso-la flor. A su lado puede observarse la escultura calcárea de la mano, mano fósil del agua que sostiene la flor abierta.

Poema, que acompañó a la pintura cuando se expuso inicialmente

Bajo el desgarrón de la nube negra que se aleja

la balanza invisible de la primavera

oscila en el cielo nuevo de abril.

En la montaña más alta,

el dios de la nieve,

con su cabeza deslumbrante inclinada sobre el espacio vertiginoso de los reflejos

se funde de deseo

en las cataratas verticales del deshielo

aniquilándose ruidosamente entre los gritos

excremenciales de los minerales o entre los silencios de los musgos

hacia el espejo lejano del lago

en el cual, una vez desparecidos los velos del invierno,

acaba de descubrir

el relámpago fulgurante

de su imagen exacta.

Parece que con la pérdida de su divinidad, la alta llanura entera

se vacía, desciende y se derrumba

entre la soledad y el incurable silencio de los óxidos de hierro

mientras su peso muerto

levanta entero,

hormigueante y apoteósico,

el llano de la llanura

donde brotan ya hacia el cielo

los surtidores artesianos de la hierba

y que ascienden,

erguidas, tiernas y duras,

las innumerables lanzas florales

de los ensordecedores ejércitos de la germinación de los narcisos.


El grupo heterosexual, en las famosas posturas de la expectación preliminar, pesa ya conscientemente el cataclismo libidinoso, inminente, eclosión carnívora de sus latentes atavismos morfológicos.


En el grupo heterosexual,

en esta dulce fecha 2 del año

(pero no amada ni dulce con exceso)

Está el hindú

áspero, aceitado, azucarado,

como un dátil de agosto,

el catalán de espalda seria,

y bien plantada

en una cuesta-pendiente,

una Pentecostilla* de carne en el cerebro,

el germano rubio y carnicero,

las brumas morenas

de las matemáticas

en los hoyuelos

de sus rodillas nubosas,

está la inglesa, la rusa, la sueca, la americana

y la alta andaluza tenebrosa,

de glándulas robustas y olivácea angustia.

Lejos del grupo heterosexual, las sombras de la tarde avanzada se alargan en el paisaje y el frío invade la desnudez del adolescente que se ha entretenido al borde del agua.

Cuando la anatomía clara y divina de Narciso se inclina sobre el oscuro espejo del lago,

cuando su torso blanco doblado hacia adelante

se inmoviliza, helado,

en la curva plateada e hipnótica de su deseo,

cuando pasa el tiempo

en el reloj de flores de la arena de su propia carne,

Narciso se aniquila en el vértigo cósmico

en lo más profundo del cual

canta la sirena fría y dionisíaca de su propia imágen.

El cuerpo de Narciso se vacía y se pierde

en el abismo de su reflejo,

como el reloj de arena al que no se le dará vuelta.

Narciso, pierdes tu cuerpo,

arrebatado y confundido por el reflejo milenario de tu desparición,

tu cuerpo herido de muerte

desciende hacia el precipicio de los topacios, a los restos amarillos del amor,

tu cuerpo blanco, engullido,

sigue la pendiente del torrente ferozmente mineral

de las negras pedrerías de perfumes acres,

tu cuerpo…

hasta las embocaduras mates de la noche

en cuyo borde centellea ya

toda la platería roja

de las albas de venas rotas en los “desembarcaderos de sangre”.

Narciso, ¿comprendes?

La simetría, hipnosis divina de la geometría del

espíritu, colma ya tu cabeza con ese sueño

incurable, vegetal, atávico y lento

que reseca el cerebro

en la sustancia apergaminada

del núcleo de tu cercana metamorfosis.

La simiente de tu cabeza acaba de caer al agua.

El hombre regresa al vegetal

y los dioses por el pesado sueño de la fatiga

por la hipnosis transparente de sus pasiones. Narciso, estás tan inmóvil

que parece que duermas.

Si se tratara de Hércules, rugoso y moreno,

dirían: duerme como un tronco

en la postura de un roble hercúleo.

Pero tú, Narciso,

formado por tímidas eclosiones perfumadas de adolescencia transparente,

duermes como una flor acuática.

Se acerca el gran misterio,

va a producirse la gran metamorfosis.

Narciso, en su inmovilidad, absorto en su reflejo

con la lentitud digestiva de sus plantas carnívoras,

se hace invisible.

Sólo queda de él

el óvalo alucinante de blancura de su cabeza,

su cabeza de nuevo más tierna,

su cabeza, crisálida de segundas intenciones biológicas

su cabeza sostenida en la punta de los dedos del agua,

en la punta de los dedos,

de la mano insensata,

de la mano terrible,

de la mano coprofágica,

de la mano mortal,

de su propio reflejo.

Cuando esa cabeza se raje,

cuando esa cabeza se agriete,

cuando esa cabeza estalle,

será la flor,

el nuevo Narciso,

Gala-mi Narciso.

Descripción

En La metamorfosis de Narciso hay repetición de una configuración formal que no solamente relaciona dos imágenes, sino que transforma una en la otra. La colocación de las dos figuras principales divide la pintura en dos mitades que separan horizontalmente el cuadro y a la vez encontramos dos planos diferentes, según la distancia de lo representado respecto del observador, según la profundidad.

A la izquierda del óleo aparece un Narciso cuyos contornos se reflejan en el agua, con la cabeza sobre sus rodillas doblándose. Predominan los colores cálidos (amarillo, naranja, rojo, marrón). La figura principal es amarilla, los contornos son difusos.

En la mitad derecha del cuadro, la imagen de Narciso se ha transformado en una mano petrificada, está llena de hormigas (símbolo de muerte) y sostiene el huevo fisurado, del cual crece y emerge una flor de Narciso. Predominan los colores fríos (blanco, gris, azul, verde) aunque hay una presencia significativa de rojo (que transmite las ideas de fuego, de infierno). La figura principal es blanca-gris. Los contornos están acabados. También están presentes unas personas diminutas a las que Dalí denomina en el texto los "heterosexuales" y que, según explica en el libro, son los personajes que, en el mito, corresponden a las personas enamoradas que se acercan a Narciso y son rechazadas.

Común también como simbología en toda la obra de Dalí son las hormigas y la imagen de un perro husmeando, las cuales aquí aparecen cerca de la mano, simbolizando la muerte y la decadencia omnipresentes.

Fuentes