Literatura gótica

Literatura Gótica
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Concepto:Género literario relacionado estrechamente con el de terror y subsumido en éste, al punto de que es difícil diferenciar uno del otro.

Literatura Gótica. El término gótico comenzó a utilizarse en el siglo XVI, aunque en sus orígenes se trataba de una calificación peyorativa, que vinculaba a este estilo con los godos (los bárbaros). En las últimas décadas, a partir de mediados de 1970, el movimiento gótico mutó en una subcultura también conocida como dark, que adoptó la estética de la literatura de terror, las películas de dicho género y el post-punk. Las historias narradas por la literatura gótica tradicional solían transcurrir en castillos y monasterios medievales. Aunque su espectro se amplió con el correr de los años, los viejos arquetipos nunca desaparecieron. Los cementerios, las criptas y los páramos desolados son otros de los escenarios donde transcurren muchos relatos góticos. En cuanto a los personajes, aparecen todo tipo de villanos y seres malignos, como hombres lobo, vampiros, fantasmas, demonios y distintas clases de monstruos.

Historia

El término gótico enmarca un estilo de literatura popular surgido en la Inglaterra de finales del siglo XVIII. El renacimiento del gótico fue la expresión emocional, estética y filosófica de la reacción contra el pensamiento dominante de la Ilustración, según el cual la humanidad podía alcanzar, mediante el razonamiento adecuado, el conocimiento verdadero y la síntesis armoniosa, obteniendo así felicidad y virtud perfectas. Los filósofos de la Ilustración trataron de eliminar los prejuicios, errores, supersticiones y miedos que, según ellos, habían sido fomentados por un clero egoísta en apoyo a los tiranos. Sin embargo, sus teorías sobre el conocimiento, la naturaleza humana y la sociedad eran terribles para aquellos que creían que el miedo podía ser sublime. El énfasis de la Ilustración en la necesidad de racionalidad, orden y cordura no podía menos que reconocer la rareza de estos fenómenos en la civilización. No todos los pensadores defendían el racionalismo tan vehementemente. La generalización de que el siglo XVIII fue la Edad de la Razón en la cual la felicidad humana dependía del dominio de la pasión y de las normas seguras descansa en la otra “media verdad”, según la cual la humanidad necesita pasión y temor.

A pesar de las ideas dominantes de orden y sobriedad, la afición por el exceso gótico pronto captaría el interés de los intelectuales británicos. Desde esta afición creció una escuela de literatura gótica, frecuentemente derivada de modelos alemanes. La sucesión de narrativas góticas que proliferaron entre 1765 y 1820, con un nuevo brote a través de la era victoriana (especialmente en la década de 1890) estableció una iconografía que todavía nos es familiar a través del cine: húmedas criptas, paisajes escarpados y castillos prohibidos habitados por heroínas perseguidas, villanos satánicos, hombres locos, mujeres fatales, vampiros, doppelgängers y hombres lobo. El terror gótico tal y como lo conocemos hoy en día es en gran medida una invención de este periodo. Los quisquillosos árbitros de la Era de la Razón no encontraron ninguna utilidad a los fantasmas y a las atrocidades sádicas que Shakespeare y sus contemporáneos habían explotado, pero para finales de 1700, estos fantasmas, reprimidos pero no “muertos”, retornaron con fuerza en forma de novelas y poesía gótica. Dos siglos más tarde, los films de horror se mantendrían fieles a esta tradición, reinventando antiguas imágenes de locura, muerte y decadencia.

El período literario gótico temprano dio comienzo con la publicación en 1764 de El Castillo de Otranto. Una historia gótica, de Horace Walpole. Denunciada por los críticos y devorada por los lectores, la narrativa gótica emergió como una fuerza dominante desde su inicio con Walpole hasta su cenit en 1820 con Melmoth, el errabundo de Charles Robert Maturin. Estas seis décadas son consideradas por los historiadores literarios como los años góticos en los que una multitud de autores satisfizo los insaciables ansias de terror del público. La novela gótica (también denominada negra) es sensacionalista, melodramática, exagera los personajes y las situaciones, se mueve en un marco sobrenatural que facilita el terror, el misterio y el horror. Abundan los vastos bosques oscuros de vegetación excesiva, las ruinas, los ambientes considerados exóticos para el inglés como España o Italia, los monasterios, los personajes y paisajes melancólicos, los lugares solitarios y espantosos que subrayan así los aspectos más grotescos y macabros, reflejo de un subconsciente convulso y desasosegado. Los precursores del espíritu gótico los encontramos en los poetas de la “escuela del cementerio” (Graveyard School), quienes expresaron su desagrado hacia la razón, el orden y el sentido común en una mórbida efusión de oscuros versos.

Las obras de Thomas Parnell, Edward Young, Robert Blair y Thomas Gray no sólo anticiparon los estados de ánimo y pasiones góticos, sino que reflexionando grandilocuentemente sobre la muerte en medio de las más lóbregas de las localizaciones, redescubrieron la relación escatológica entre terror y éxtasis. Esta fascinación se extendería al embellecimiento de la muerte propio de la época victoriana, además de a una atracción hacia la muerte como recargada complacencia en el dolor.

Desde sus comienzos, el gótico se impuso como una literatura de estructuras que se derrumban, de recintos horribles, de sentimientos prohibidos y caos sobrenatural. Deleitándose en lo maligno sobrenatural, el gótico trataba de subvertir las normas del racionalismo y del autocontrol apelando a la eterna necesidad humana de elementos inhumanos, una necesidad no satisfecha por el sensato y decoroso arte de la Edad de la Razón. Walpole abrió la puerta a un universo alternativo de terror, de confusión psíquica y social cuya mera existencia había sido negada por el sistema de valores neoclásico. Esplendor en ruinas, hermoso caos, atractiva decadencia, espectáculo espantoso y extravagancia sobrenatural se convirtieron en los rasgos definitorios de una nueva estética gótica que tenía en el alivio de la inanición emocional su meta artística. El recinto fatal, metáfora central de toda la ficción gótica, sirvió al objetivo implícito del gótico como una respuesta a la inseguridad política y religiosa de una época agitada.

El empleo de Walpole de la palabra “gótico” en el subtítulo de su novela fue una descripción que pretendía impresionar y excitar a su audiencia. En 1764, las connotaciones del término eran todas negativas, dado que “gótico” había sido utilizado para denigrar objetos, personas y actitudes consideradas bárbaras, grotescas, ordinarias, primitivas, sin forma, de mal gusto, salvajes e ignorantes. En un contexto artístico, “gótico” significaba todo lo que era ofensivo a la belleza clásica, algo feo por su desproporción y grotesco por su carencia de gracia unitaria. Describiendo su obra como “una historia gótica”, Walpole no sólo elevó el estatus del adjetivo, sino que proporcionó una etiqueta para el torrente de narrativa de terror que le seguiría. De ahí en adelante, las obras góticas confiarían normalmente en decorados situados en un espacio y tiempo remotos para inducir una atmósfera de delicioso terror. La acción gótica solía producirse en localizaciones cerradas donde los lectores se podían sentir tan perdidos y desorientados como los propios personajes. El principal mecanismo de la trama gótica era un decorado sistema de artefactos arquitectónicos, efectos acústicos y accesorios sobrenaturales instalados por todo el castillo gótico, donde retratos itinerantes, armaduras peregrinas y otros objetos inorgánicos o inanimados se comportaban de modo humano. Cada recurso estaba estratégicamente situado para intensificar la atmósfera de miedo, extrañeza, impotencia y peligro sobrenatural. Fue vital para el éxito del gótico alguna forma de entrampamiento por una arquitectura orgánica o animada, cámaras que se contraían, paredes tumefactas o amenazas por parte de otros objetos.

El espacio gótico fue modificado más tarde para adaptarse a las especiales preocupaciones de los lectores victorianos, convirtiendo el secuestro en mental y social, además de la detención física, con personajes atrapados por mentes, ciudades, familias y estructuras sociales obsesionadas. Desde Walpole hasta el gótico moderno, el espacio expone una inteligencia y movilidad malignas y es mentalmente más poderoso que sus ocupantes humanos. En la novela gótica el escenario arquitectónico era esencial en el desarrollo de la trama. La importancia fundamental de la atmósfera es un elemento que se trasladará al cine de tendencia gótica y expresionista, donde los decorados construyen sombras para sugerir espacios y estados de ánimo.

Los empresarios teatrales se apropiaron rápidamente de la moda del gótico literario. Matthew Lewis, autor de El monje, horripilante novela sobre hipocresía religiosa, también fue el creador de melodramas teatrales como el éxito de 1797 The Castle Spectre. Sin embargo, la principal inspiración teatral vendría de la mano del Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro de John Polidori. El vampiro de James Robinson Planche se estrenó en 1820 y Presumption or The Fate of Frankenstein de Richard Brinsley Peake en 1823. T.P. Cooke alcanzó la fama por interpretar al vampiro y al monstruo en la misma noche, presagiando el vínculo entre Frankenstein y Drácula durante el siglo xx.

La popularidad del terror escénico británico culminó en 1888 con la llegada a Londres de una adaptación americana de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R.L. Stevenson. A pesar de esta rica herencia de literatura y melodrama teatral góticos, los cineastas británicos fueron notablemente lentos a la hora de perfeccionar un cine gótico equivalente hasta la emergencia de la Hammer a mediados de 1950.

La caracterización gótica, especialmente la polarización del bien y el mal en una doncella y un villano, tiene su origen en la novela de Samuel Richardson Clarissa; The History of a Young Lady (1748-49). Los personajes góticos heredaron su naturaleza emocional de Clarissa Harlowe, la virgen atormentada, y de Robert Lovelace, el malvado violador. Lovelace se convirtió en el prototipo del satánico superhombre de la novela gótica, una criatura misteriosa que persigue sin piedad a la doncella mientras huye de sus propios impulsos oscuros. Esta figura nunca es completamente malvada, sino que es un “atormentado atormentador” hacia el cual la heroína se siente misteriosamente atraída.

El gótico fue madurando y en las décadas de 1778 y 1780 siguió dos líneas de desarrollo, una que continuaba el espíritu subversivo de Walpole y otra línea más conservadora, doméstica y didáctica. Estas tendencias se pueden apreciar en las novelas de dos de las figuras más importantes de la escuela gótica: el audaz Matthew Lewis y la más conservadora Ann Radcliffe. Las imitaciones de estos dos autores abarrotaron pronto las librerías. En contraste con la escasa validez de las populares novelas por entregas, la narrativa gótica psicológica de calidad intelectual seria mantuvo la buena salud del gótico durante la década de 1820. Frankenstein de Mary Shelley, Melmoth el errabundo de Maturin y Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado de James Hogg demostraron el trágico potencial del gótico y dieron una pista sobre la clase de sofisticación psicológica y metafísica que marcaría las obras de Hawthorne y Le Fanu. La riqueza simbólica y filosófica de estas novelas góticas indica el papel principal que desempeñaría el goticismo durante el siglo XIX, activando los oscuros sueños de muchos grandes escritores que se volvieron hacia el gótico para realzar el carácter trágico de su arte.

Primer período: El nacimiento de un nuevo género

En su primer período, la literatura gótica surge para saciar las inquietudes de las almas más disconformes con el orden regente, buscan poder experimentar sensaciones prohibidas y escapar de la rutina diaria. Pronto una parte significativa de la sociedad asimila este nuevo género y lo utiliza como válvula de escape.

La palabra gótico en sus orígenes se utilizaba para designar la barbarie germánica (godos), lo medieval, el desorden y el caos, generalmente con connotaciones negativas. Sin embargo conforme avanza la segunda mitad del siglo XVIII algo empieza a cambiar en la sociedad, surge el gusto por la arquitectura medieval, por lo numinoso, por las sombras. En la literatura se atisba una senda oculta entre la maleza, una senda alternativa, que se aparta del camino de la luz. La primera alma en recorrer dicha senda fue la de un inglés avispado que tuvo el honor de ser el fundador del género. En pleno siglo de las luces surge en Inglaterra la figura de Horace Walpole (1717-1797) y su Castillo de Otranto (1764), considerada por muchos como la primera novela gótica. Publicada inicialmente como una traducción de un tal William Marshall a partir de un manuscrito italiano, supuestamente escrito por Onuphrio Muralto, tuvo una buena acogida entre los lectores de la época, lo cual ayudó a Walpole a reconocer su autoría. La novela nos cuenta la historia de un principado y su usurpador, Manfredo, el cual intentará que no se cumpla una terrible profecía que vaticina el fin de su descendencia y la pérdida de su castillo. Toda la trama se desarrolla con el castillo y un monasterio próximo como telón de fondo.

Pese a ser inocente, ingenua y carecer de fuerza alguna, no cabe duda de que nos encontramos ante la primera obra con elementos claramente góticos: el castillo, la inocente princesa, monjes, sucesos sobrenaturales. Walpole dio un nuevo rumbo al movimiento literario de la época, y su novela fue un auténtico punto de ruptura, ya que a partir de su publicación fueron muchos los que decidieron indagar en éste nuevo genero. Empezaron a aparecer diversas obras de carácter gótico; novelas, relatos publicados en revistas de la época como The Lady’s Magazine. Conforme avanzaba el siglo XVIII el número de obras aumentaba: Sir Bertram (1773) de Mrs. Aikin, The Old English Baron (1777) de Clara Revee, The Recess (1785) de Sophia Lee...

Pese a la gran cantidad de autores que intentaban imitar el estilo de Walpole, la siguiente gran creación del género se caracteriza por estar desmarcada de los clásicos escenarios góticos. En 1786 se publica una obra que mostraba devoción por lo oriental, La historia del califa Vathek de William Beckford (1760-1844). En 1909 Lewis Melville descubrió la segunda parte, Los episodios de vathek, mientras recogía material para su Life and letters of William Beckford. Se publicó en 1912. Y En 1937 Clark Ashton Smith (uno de los más brillantes escritores del círculo de Lovecraft) finalizó la Historia de la princesa Zulkaïs y el príncipe Kalilah, que su autor había dejado inacabada. Beckford escribió otro episodio, que debía ser el cuarto, Historia de Matassem que destruyó por considerarlo demasiado pornográfico. La creación de Beckford, escrita en forma de breves relatos narrados por sus personajes, nos cuenta las diferentes desdichas de sus protagonistas. Pese a ser independientes, todas las historias aparecidas en esta obra tienen algo en común, algo estremecedor que nos acecha sin descanso durante toda la lectura, algo que acompaña siempre a sus protagonistas, el abismo. Si analizamos toda la obra en su cómputo global, veremos que la influencia de Las Mil y una noches se hace patente durante todo su desarrollo, así como la existencia de sucesos sobrenaturales y personajes típicamente góticos, atormentados e inducidos por el mal hasta su perdición eterna.

Segundo período: Madurez del género

El período gótico alcanza su plena madurez en la década de los noventa en forma de grandes novelas. Estas obras colosales sirven para retratar perfectamente el género. A su vez la influencia de las novelas góticas se hace notar en muchas partes del continente. Con la aparición de novelas como Los castillos de Athlyn, Dunbayne (1789), Un romance siciliano (1790), Romance de la selva (1791), todas ellas escritas por la misma autora, entramos en la década de los 90, período dorado para la literatura gótica y en el que se da a conocer la reina del género, Ann Radcliffe (1764-1823), artífice de una de las cumbres, Los misterios de Udolfo (1794).

Situada entre Francia e Italia, la novela de Radcliffe nos narra la historia de Emily, que tras perder a sus padres por una repentina enfermedad se ve obligada a irse a vivir con su tía, madame Cheron y el malvado signor Montoni. Esto implicará la separación de Emily de su amado Valancourt, ya que tendrá que dejar su Francia natal e ir a vivir al siniestro castillo de Udolfo, situado en los Apeninos italianos, donde nuestra protagonista vivirá diversos sucesos escabrosos. Con la llegada de Radcliffe la novela gótica gana en calidad, pues su autora sabe recoger todo lo cultivado hasta el momento y volverlo a crear con mano mucho más diestra que las de sus predecesores. El don narrativo de Radcliffe es innegable. Sin embargo el Terror de Radcliffe es siempre delicado y estético. Los sucesos sobrenaturales siempre tienen una explicación racional.

La aparición de Radcliffe es clave para la novela gótica, pues no sólo aportó su grandes obras, sino que influyó de manera decisiva en la aparición de la siguiente cumbre gótica. En mayo de 1794 un joven de tan sólo 19 años, que se acababa de graduar brillantemente en Oxford, leyó con entusiasmo Los Misterios de Udolfo (según sus propias palabras, le pareció uno de los libros mas interesantes jamás publicados) mientras realizaba un viaje, este joven se llamaba Matthew Gregory Lewis (1773-1818). El 23 de septiembre escribía a su madre: “¿Qué te parece que haya escrito en sólo diez semanas una novela de entre 300 y 400 páginas en octavo? Nunca he escrito nada la mitad de bueno. Se llamará El Monje, y me gusta tanto que si los editores no la compran, yo mismo la publicaré.” Sin duda El Monje, publicada finalmente en marzo de 1796, daría un nuevo impulso a la novela gótica.

Formada por varias historias que van cruzándose entre si, la obra de Lewis tiene como eje central las desdichas del monje Ambrosio, cuya debilidad por lo pecaminoso le hará caer en las redes del mismísimo diablo. La obra que se sitúa en Madrid, no tiene sólo historias ficticias creadas por su autor, sino que también cuenta con aportaciones del folklore, como el inolvidable capítulo de la Monja ensangrentada. Con raíces mucho más negras que las de su colega Radcliffe, Lewis hace uso de lo macabro y lo sobrenatural sin explicaciones racionales, recurre a ello de manera descarada y con suma naturalidad. La facilidad del autor para invocar escenas grotescas y escabrosas es algo inaudito en toda la literatura hasta el momento. Con Lewis nace el verdadero Horror.

La aparición de Radcliffe y Lewis provoca dos maneras de entender la literatura gótica. Radcliffe apuesta por un terror contenido, insinuado, sublime y siempre valorando por encima de todo la plasticidad de sus visiones. Lewis en cambio busca la esencia del horror, su objetivo es provocar pavor al lector y no escatima en medios para lograrlo. Es importante remarcar que se haya utilizado la palabra “terror” para hablar de Radcliffe y “horror” para mencionar a Lewis. En 1826 se publica un ensayo escrito por Radcliffe en el que trataba las diferencias entre Terror y Horror:

El terror y el horror son tan opuestos entre sí que el primero expande el alma y despierta las facultades dormidas hacia las esferas más altas de la existencia; el otro, la contrae, la congela y la aniquila por completo. Ni Shakespeare ni Milton en sus ficciones ni el señor Edmind Burke en sus ensayos han considerado el horror como origen de lo sublime, mientras que todos coinciden en señalar al terror como su verdadera fuente. El terror de Radcliffe es observado, contemplado e incluso admirado, mientras que el horror de Lewis es vivido, sufrido.

En 1797 Radcliffe publica El Italiano o el confesionario de los penitentes negros, una obra que sigue la línea de Los Misterios de Udolfo en la manera de tratar el terror. De nuevo la autora sitúa la obra en Italia. Sus protagonistas, en este caso Ellena y Vivaldi, sufrirán los infortunios provocados por la marquesa Di Vivaldi, madre de Vivaldi, y su malvado consejero el monje Schedoni. Nuestros protagonistas tendrán que sufrir el acoso de la mismísima Santa Inquisición y sortear muchos otros infortunios para conseguir su ansiado objetivo.

En este caso Radcliffe, siguiendo el ejemplo de su colega Lewis, decide dar un siniestro protagonismo a la iglesia en la trama de su obra. Prueba de ello es la creación del monje Schedoni como fuente de toda maldad y personaje de oscuro corazón. Cabe destacar la aportación de Lewis a la literatura gótica perfilando a la iglesia como fuente de maldad y a un monje como su brazo ejecutor.

Tercer período: Evolución del género

Las clásicas novelas góticas dejan paso a un gótico influenciado por distintas corrientes emergentes. Sin duda, una de las más influyentes será el romanticismo. Las últimas cumbres del periodo gótico se hicieron esperar, después del gran éxito que tuvo en la década de los noventa el género decae y nos tendremos que esperar a los tres últimos años del periodo para que hagan su aparición.

La primera de las obras aparecidas en este último periodo surgió una noche tormentosa de 1816 en que Mary WollstoneCraft Shelley (1797-1851) asistió con el que poco después sería su marido, Percy Bysshe Shelley, a un reunión en la que se encontraba Lord Byron y John William Polidori (El médico de Byron). En dicha reunión leyeron historias de fantasmas, discutieron sobre el galvanismo, los experimentos del doctor Erasmus Darwin y la posibilidad de descubrir el principio vital y conferirlo a la materia interte. Finalmente Lord Byron propuso que cada uno de lo presentes escribiera una historia de terror, la apuesta fue aceptada.

Esa reunión a orillas del lago Leman sería la responsable de la creación de Frankenstein o el moderno prometeo de Mary W. Shelley. Publicada en 1818 por su marido Percy B. Shelley y con el anonimato de su autora, fue acogida con aprecio por la masa popular y con cierto recelo por el sector culto. Recelo que fue en aumento al descubrir que el autor era una mujer y que además tan sólo contaba con 18 años cuando concibió su obra.

Frankenstein trata sobre cómo un joven estudiante de medicina, Victor Frankenstein, descubre el secreto de la vida. A partir de restos de cadáveres consigue dar forma a una criatura con apariencia humana, una criatura de proporciones monstruosas y de horrible expresión, pero que posee su propia alma. Victor horrorizado por el ser que acaba de crear decide rechazarlo, la criatura viéndose abandonado por su creador y maltratado por el resto de la sociedad, debido a su tosco aspecto, intentará obtener respuestas del porqué de su existencia.

Sin duda una obra que contiene imágenes sobrecogedoras y angustiantes, en sus páginas encontraremos la desesperación, la venganza y la perdición del alma humana. La obra de Shelley además de ser una magnífica creación de las sombras posee una madurez intelectual más que notable. En sus páginas se cuestiona al hombre como creador, se intentan atisbar los límites morales de la ciencia (plantea cuestiones que más tarde el género de la ciencia ficción rescatará), se pone en tela de juicio la conducta humana...

Intentar diseccionar Frankestein sería demasiado tedioso para un ensayo tan modesto como este, pero importante es remarcar que Shelley no sólo escribió una de las cimas de la literatura gótica, sino que creó una cumbre de la literatura universal. Pero Frankenstein no fue la única creación que se gestó a orillas del lago Leman, Jhon William Polidori(1795-1821), médico y secretario personal de Byron, creó un relato llamado El Vampiro publicado en 1819.

Su protagonista, un joven caballero de apellido Aubrey, encuentra en lord Ruthven una extraña figura que aparece en todas las fiestas pero al que nadie parece conocer realmente. El destino decide que ambos sean compañeros de viaje por diversas regiones del continente. Sin duda alguna Aubrey tendrá la oportunidad de conocer mucho mejor a su compañero Lord Ruthven y así saber apreciar su particular dieta a base de glóbulos rojos.

Pese a ser algo ingenuo en sus formas, el relato de Polidori está bien desarrollado, acompaña al lector por pasajes escalofriantes y sus argumentos no decaen en ningún momento. Sin duda El Vampiro de Polidori influirá de manera decisiva en Drácula de Stoker y dejará establecidas las bases del vampiro moderno. Y llegamos al año 1920, año en que aparece una obra monumental como cierre del período gótico, año en el que se publica Melmoth el Errabundo del clérigo Irlandés Charles Robert Maturin.

La novela de Maturin trata sobre como su personaje, Melmoth, tras sellar un pacto con el diablo recibirá una vida inmortal, una vida en la desgracia y la desdicha, una vida de tormentos, una vida en la que su cuerpo vagará sin alma, sin rumbo. Su condición no cambiará hasta que encuentre a alguien que quiera aceptar dicho trato y así poder cederle su maldición. Melmoth en su agonía visitará lugares tan lúgubres como cárceles, manicomios, los tribunales de la inquisición...

La novela de Maturin cuenta con una estructura a base de historias dentro de otras historias, lo cual le hace adquirir un aura onírica en ciertos momentos y a su vez hace que resulte algo difícil de seguir el argumento de algunos de sus episodios. Pese a ello la obra de Maturin nos suministra grandes dosis de sucesos escabrosos y sobrenaturales, nos conduce a las regiones más recónditas del alma humana, donde el bien y el mal se funden, y nos otorgará el gran honor de ser testigos sensoriales de una desdicha sin igual, de un viaje sin retorno hasta las mismas puertas del infierno.

Características

En el siglo XVIII, conocido como el de la Ilustración, el hombre creía que era capaz de explicarlo todo mediante la razón. La literatura de estos años está plagada de ensayos filosóficos y de novelas de costumbres que reflejaban la realidad. Sin embargo, en el último tercio de siglo surge en Inglaterra una nueva corriente que pondrá los cimientos del próximo Romanticismo: esto es el Gótico, historias que incluyen elementos mágicos, fantasmales y de terror, poniendo en tela de juicio lo que es real y lo que no.

En términos estrictos, el Gótico se extendió desde 1765 hasta 1820 aproximadamente, aunque casi todos los autores del Romanticismo del XIX volvieron su mirada hacia él, inspirando algunas de sus obras más famosas (Drácula de Stoker’, El fantasma de Canterville de Oscar Wilde, Frankenstein de Mary Shelley, Jane Eyre de Charlotte Brontë, etc.). El goticismo decayó a finales del siglo XIX con la irrupción del positivismo, que promulgaba una explicación científica para todo. Las obras de terror gótico también son llamadas historias de fantasmas. El adjetivo gótico se usa porque muchas de las historias se enmarcaban en la época medieval, o bien la acción tenía lugar en un castillo, mansión o abadía de este estilo arquitectónico. Lo intrincado de estos, llenos de pasadizos, huecos oscuros y habitaciones deshabitadas se prestaba a crear ambientes inquietantes.

  • Las localizaciones góticas son fundamentales: bosques sombríos, mazmorras, granjas abandonadas, calles oscuras, casonas vacías, criptas… Las descripciones son abudantes para crear una atmósfera que acongoje al lector. De hecho, la localización en estas narraciones es protagonista del suspense.
  • Aparición de cadáveres, espectros, muertos vivientes y otros elementos sobrenaturales.
  • Viajes en el tiempo o en el espacio. Algunos autores eligieron la Europa del Este como marco de sus obras.
  • El mundo de los sueños y las pesadillas también tiene un lugar relevante por la alternancia entre realidad e irrealidad.
  • El marco suelen ser épocas pasadas o inexistentes que alejan al lector del presente.
  • Personajes dominados por sus pasiones, inteligentes y enigmáticos, siempre atractivos. A veces, castigados por la culpa.
  • Habitualmente aparece un noble malvado que simboliza el peligro y una doncella inocente perseguida por él. En contrapunto, el héroe valeroso, también de alto linaje, que intentará salvarla del terror. El amor también es un rasgo imprescindible.
  • Los protagonistas suelen tener nombres extranjeros muy rimbombantes.
  • Elementos escenográficos llamativos: luces y sombras, goznes chirriantes, manuscritos ocultos, ruidos extraños, animales exóticos, etc.

Durante el periodo comprendido entre 1820 y 1896 encontramos distintos tipos de gótico

  • La alta (o pura) novela gótica, como El monje de Lewis, trataba de aterrorizar, horrorizar, impresionar, asustar y emocionar al lector más allá de su memoria racional. Lo sobrenatural es siempre maligno e incontrolable. Los exteriores estaban caracterizados por sublimes pero terribles paisajes, frecuentemente nocturnos o subterráneos. Sus interiores se distinguían por un tono de alta agitación, ansiedades no resueltas, miedos, euforia poco natural y desesperación.
  • Las novelas por entregas: numerosísimos fascículos de horror, muy baratos, con una extensión de entre 36 y 72 páginas y que variaban enormemente en calidad artística.
  • El gótico polémico: varios escritores con conciencia social transformaron la novela gótica popular en un instrumento de protesta social, empleando los decorados y situaciones góticas para llamar la atención sobre horrores sociales o políticos tales como las leyes injustas o la lamentable situación de la mujer. El gótico polémico intentaba edificar además de horrorizar a los lectores combinando el terror gótico con una ideología radical para despertar la conciencia social y cambiar las opiniones de los lectores sobre ciertos asuntos. La confinación en de un castillo encantado se convierte en detención dentro de una sociedad que niega la libertad y la identidad individuales. Este es el caso de la novelas de Dickens y de las hermanas Brontë.
  • El drama gótico: muchas obras de teatro eran adaptaciones condensadas de novelas, especialmente de los trabajos de A. Radcliffe. Un decorado sensacionalista, tormentas falsificadas, dramaturgia espectacular, efectos melodramáticos reproducidos mecánicamente y diálogos operísticos concedieron a las piezas teatrales góticas un periodo de popularidad y de atractivo audiovisual al mismo nivel que las novelas góticas. Un ejemplo lo encontramos en la mencionada Presumption or The Fate of Frankenstein (Richard Brinsley Peake, 1823).
  • La parodia o sátira gótica: el absurdo exceso del gótico estimuló dos clases de parodia o sátira. La parodia crítica o correctiva aceptaba el gótico, pero deseaba elevar su nivel artístico. La sátira destructiva, por el contrario, intentaba erradicar el gótico y reemplazarlo con una narrativa realista y plausible. La abadía de Northanger (1818), de Jane Austen, es un buen ejemplo de parodia correctiva.
  • La novela gótica francesa (roman noir) reflejó los horrores políticos y religiosos precipitados por la Revolución francesa, como es el caso de la novela del marqués de Sade Justine (1791).
  • La novela gótica alemana (Schauerroman) o “novela de escalofrío” influenció la narrativa de terror inglesa con lo inmoderado de sus elementos sobrenaturales y sus descarados horrores. Fantasmas sangrientos, cuerpos ambulatorios y relaciones sexuales con demonios eran sucesos frecuentes en la Schauerroman. Dentro de esta línea encontramos Los elixires del Diablo de E.T.A. Hoffmann (1815).

Segunda mitad del siglo XIX

Cada uno de estos tipos de gótico temprano florecería de nuevo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el goticismo fue subsumido por la historia de fantasmas, la novela histórica, la novela de detectives y las novelas por entregas. En lugar de escapar del gótico temprano, los cuentos de terror de la época victoriana demostrarían la elasticidad del gótico adaptando muchos de sus temas y rasgos formales. En los relatos de terror de 1825 a 1896 los espectros y monstruos se fueron trasladando gradualmente a la psique. El gótico posterior a 1820 retuvo los recursos, los lugares y los miedos a lo desconocido y a lo no conocible, adaptándose a las preocupaciones de su época liberando, más que los demonios exteriores, los demonios interiores. Aunque la narración gótica se continuaría escribiendo y leyendo en forma de largas novelas en varios volúmenes, la mayoría de los escritores de la época descubrirían el valor de la brevedad inherente al cuento de terror.

Novelistas como Dickens en Inglaterra y Hawthorne en Estados Unidos escogieron a menudo la narración breve como vehículo para sus cuentos de terror. Edgar Allan Poe, que añadió al lenguaje e imaginería gótica sus propias obsesiones, limitó casi toda su producción gótica a la narrativa breve al tiempo que insistía en la necesidad artística de la brevedad en sus escritos críticos. Como señala Julia Briggs, “un terror que es efectivo durante treinta páginas rara vez puede ser sostenido en trescientas.”[1] La disponibilidad de publicaciones periódicas especializadas en el cuento de terror y las editoriales de literatura pulp saciaron la demanda de una audiencia en expansión. El gótico en forma serializada se ajustaba a los gustos de varias clases sociales, incluyendo un proletariado cada vez más numeroso. Las localizaciones góticas tradicionales (la Europa del Este durante una imaginaria Edad Media) dejaron paso a los ambientes más familiares de las granjas, las casas de campo, oscuras calles urbanas, salones, sótanos y áticos. Dado que la audiencia era predominantemente de clase media, los fantasmas operaban frecuentemente en hogares de clase media.

El gótico de este periodo tomó una dirección introspectiva en cuentos de enterramientos prematuros o del miedo a ellos, historias relacionadas con el temor a la locura, obras obsesionadas con transformaciones bestiales o la pérdida de la racionalidad y narraciones fantasmales que introducían temas sobre dudas teológicas y confusión erótica. Con la subjetivización del terror gótico se hizo más difícil identificar y afrontar la maldad, dado que ésta reside profundamente en nuestro propio interior. El tema del doble o doppelgänger se convirtió en la fórmula más popular del periodo y el encuentro con la bestia interior se puede apreciar brillantemente en relatos como Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado de James Hogg, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. La confluencia de la bondad y la maldad en el mismo personaje sugiere un cambio en la naturaleza del villano gótico. A excepción del vampiro, el malvado del relato gótico de la época victoriana conserva la naturaleza de ángel caído heredada de la figura del atormentador atormentado de la novela gótica del siglo XVIII. Esta humanización convierte el malvado gótico en un personaje más vulnerable, “más como nosotros”, como el Roger Chillingworth de La letra escarlata de Hawthorne o el Heathcliff de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë.

Las tensiones en las novelas góticas son claras reacciones a un orden conocido, expresan sentimientos constreñidos y oprimidos por las leyes y prácticas sociales y abordan imperativos psicológicos, emocionales y físicos. La liberación de estos miedos dio lugar a una rica tradición de escritoras dentro del género gótico. Mark Jankovich[2], citando a Ann Radcliffe, Mary Shelley, las hermanas Brontë, Charlote Perkins Gilman, Joyce Carol Oates, Angela Carter y Lisa Tuttle, afirma que más que alentar la pasividad, la obediencia y la ignorancia femenina, muchas novelas góticas justificaban la actividad, la desobediencia y la persecución del conocimiento en sus personajes femeninos. Las escritoras góticas se centraron en la figura de la doncella perseguida y confinada, especialmente en el encarcelamiento marital y en la persecución por un autoritario familiar masculino. Las escritoras se sintieron atraídas por el gótico no sólo porque deseaban satisfacer una fascinación sentimental hacia la muerte y la decadencia, sino también porque el gótico ofrecía una vía de dramatización de los peligros de la condición de la mujer en un mundo de hombres. Un miedo fundamental que asedió a las mujeres, el miedo a la incompetencia social y sexual, se muestra interiorizado en el gótico en general. Esta ambivalencia interiorizada hacia la mujer llevó a sentimientos de autorepugnancia y miedo hacia una misma más que a miedos hacia algo exterior. Para escritoras como Margaret Oliphant, Amelia B. Edwards, Vernon Lee, Charlotte Perkins Gilman y Luisa May Alcott, el gótico se convirtió en un texto político autorizado.

Las obras góticas americanas erigirían sus propias versiones del castillo encantado en sus imágenes de una civilización insegura. Los principales temas serían el terror a uno mismo, al desorden psíquico y social, a la desintegración de las familias, a las contradicciones y conflictos ontológicos y un vivo sentimiento de soledad y carencia de hogar. Todas la variedades de gótico americano, tanto masculinas como femeninas, comparten un rasgo en común: la inclinación a explorar y exponer el lado oscuro de la experiencia americana y sus terribles ironías morales, especialmente la desolación acarreada por el progreso, la división racial y el temor a fracasar en una cultura que tanto enfatiza el éxito. Uno de los maestros del género, H.P. Lovecraft introdujo el mito gótico en el siglo veinte, aunque la vitalidad del horror gótico en este siglo se debe en gran medida a su popularidad cinematográfica. La reacción contra los valores victorianos expresados por Lytton Strachey en Victorianos eminentes (1918) desprestigió un nuevo renacimiento de la arquitectura gótica y su equivalente literario, antes incluso del impacto a finales de los años veinte del texto denigratorio de Kenneth Clark The Gothic Revival. Sin embargo, el gótico continuó ensombreciendo el progreso de la modernidad y fue admirado por autores tan distintos como D.H. Lawrence, John Buchan y Evelyn Waugh, al tiempo que encontraba en el cine un nuevo y poderoso medio de expresión.

Referencias

  1. BRIGGS, Julia: Night Visitors: The Rise and Fall of the English Ghost Story. Faber. Londres, 1977, p. 10.
  2. JANKOVICH, Mark: Horror. Batsford. Londres, 1992, p. 20.

Fuentes