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Mucho antes de haber logrado la reanudación de la lucha por la [[Guerra del 98|independencia de Cuba]], José Martí había logrado un intenso combate con la fuerza de las palabras en aras de lograr la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.<br> Desde [[1879]] había puesto de manifiesto, incluso en [[Cuba]], de cómo era capaz de utilizar la palabra oral en función de ese objetivo al pronunciar significativos discursos.<br> Pero es en los años finales de la década del ochenta y principios del siguiente lustro en los [[Estados Unidos]] que sobresale como un notable orador en función de la causa independentista.<br> Y dos de sus más relevantes discursos en tal sentido fueron los pronunciados en la ciudad norteamericana de [[Tampa]] los días [[26 de noviembre|26]] y [[27 de noviembre]] de [[1891]] y que en la historia de Cuba suelen ser identificados como [[Con todos y para el bien de todos]] y los Pinos Nuevos, frases con las que concluyó, respectivamente, estas dos intervenciones.<br> José Martí había llegado a Tampa como parte del recorrido que realizaba por distintas zonas de los Estados Unidos con el propósito de reunirse con emigrados cubanos a los que exhortaba a dar su contribución a los empeños que estaba realizando para reanudar la lucha por la independencia de Cuba.<br>  
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Mucho antes de haber logrado la reanudación de la lucha por la [[Guerra del 95|independencia]] de Cuba,&nbsp; José Martí había logrado un intenso combate con la fuerza de las palabras en aras de lograr la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.<br> Desde [[1879]] había puesto de manifiesto, incluso en [[Cuba]], de cómo era capaz de utilizar la palabra oral en función de ese objetivo al pronunciar significativos discursos.<br> Pero es en los años finales de la década del ochenta y principios del siguiente lustro en los [[Estados Unidos]] que sobresale como un notable orador en función de la causa independentista.<br> Y dos de sus más relevantes discursos en tal sentido fueron los pronunciados en la ciudad norteamericana de [[Tampa]] los días [[26 de noviembre|26]] y [[27 de noviembre]] de [[1891]] y que en la historia de Cuba suelen ser identificados como [[Con todos y para el bien de todos]] y los Pinos Nuevos, frases con las que concluyó, respectivamente, estas dos intervenciones.<br> José Martí había llegado a Tampa como parte del recorrido que realizaba por distintas zonas de los Estados Unidos con el propósito de reunirse con emigrados cubanos a los que exhortaba a dar su contribución a los empeños que estaba realizando para reanudar la lucha por la independencia de Cuba.<br>  
  
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El 27 de noviembre en un acto conmemorativo por el aniversario 20 del injusto fusilamiento por las autoridades españolas en Cuba de [[Fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina|ocho estudiantes de medicina]], Martí pronuncia un discurso en Tampa, en cuya parte inicial expresó: Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.<br>  
 
El 27 de noviembre en un acto conmemorativo por el aniversario 20 del injusto fusilamiento por las autoridades españolas en Cuba de [[Fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina|ocho estudiantes de medicina]], Martí pronuncia un discurso en Tampa, en cuya parte inicial expresó: Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.<br>  
  
En su discurso Martí ratificó el compromiso de las jóvenes generaciones de cubanos de luchar por la liberación de su patria oprimida, y honrar así dignamente a los caídos, al detallar: No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan, -¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!<br> Martí también destacó que los pueblos viven de la levadura heroica e igualmente expuso consideraciones sobre la muerte y al respecto significó: Otros lamenten la muerte necesaria, yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.<br> Aseguró igualmente que el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto y planteó que del semillero de las tumbas se levanta impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos.<br> Y precisó seguidamente al detallar su concepción en torno a la muerte...<br> ...la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!<br> Y tras recordar como murieron los inocentes estudiantes de medicina, llamó a sus compatriotas a homenajearlos con particular decisión y dijo: Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.<br>  
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En su discurso Martí ratificó el compromiso de las jóvenes generaciones de cubanos de luchar por la liberación de su patria oprimida, y honrar así dignamente a los caídos, al detallar: No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan, -¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!<br> Martí también destacó que los pueblos viven de la levadura heroica e igualmente expuso consideraciones sobre la muerte y al respecto significó: Otros lamenten la muerte necesaria, yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.<br>  
  
<br> En la parte final de su intervención Martí estableció una comparación metafórica entre el futuro desarrollo de un árbol que había visto cuando se dirigía hacia Tampa y los jóvenes cubanos que se hallaban anhelantes de participar en la lucha por la independencia de Cuba. Y expresó al respecto: Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!  
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Aseguró igualmente que el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto y planteó que del semillero de las tumbas se levanta impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos.<br>
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Y precisó seguidamente al detallar su concepción en torno a la muerte...<br>
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...la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!<br>  
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Y tras recordar como murieron los inocentes estudiantes de medicina, llamó a sus compatriotas a homenajearlos con particular decisión y dijo: Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.<br>
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En la parte final de su intervención Martí estableció una comparación metafórica entre el futuro desarrollo de un árbol que había visto cuando se dirigía hacia Tampa y los jóvenes cubanos que se hallaban anhelantes de participar en la lucha por la independencia de Cuba. Y expresó al respecto: Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!  
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Cuando Martí pronunció Los pinos nuevos ante compatriotas de diversas edades, él, con sus treinta y ocho años y una madurez, de siempre, no era un jovencito: en la época, a su edad se era un adulto respetable. Al decir "¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!", hablaba en nombre de todos los que abrazarían o habían abrazado ya un proyecto renovador, que se erguía por entre las cenizas de las derrotas, las traiciones, la desunión y otras calamidades sufridas por la Patria. En ese proyecto se igualaban como pinos nuevos, como defensores de un nuevo pensamiento, adolescentes y jóvenes empinados para iniciarse en el servicio a la revolución junto a guerreros fogueados en la lucha desde [[1868]]. Para decirlo con ejemplos de una misma estirpe carnal y heroica: desde [[Panchito Gómez Toro]], nacido en [[1876]], hasta [[Máximo Gómez]], quien nació en [[1836]] y no sería el combatiente de mayor edad.
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Al llegar a [[Cayo Hueso]] en enero de [[1892]], Martí intercambió con el venerable patriota [[José Francisco Lamadriz]] saludos que se han difundido respectivamente como "Abrazo a la revolución pasada" y "Abrazo a la nueva revolución". Pero lo probado es que en el [[Manifiesto de Montecristi]], con fecha [[25 de marzo]] de [[1895]], Martí escribió que el anterior [[24 de febrero]] no había empezado una nueva revolución, sino que aquel día la iniciada el [[10 de octubre]] de 1868 había "entrado en un nuevo período de guerra". En un período de pinos nuevos, si de concepciones rectoras se trataba.<br>
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*[http://www.bohemia.cu/josemarti/marti_cintio.htm www.bohemia.cu]<br>  
 
*[http://www.bohemia.cu/josemarti/marti_cintio.htm www.bohemia.cu]<br>  
*[http://www.habanaradio.cu/singlefile/?secc=61&subsecc=62&id_art=20071122222144 www.habanaradio.cu]<br>
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*[www.granma.cubaweb.cu[http://www.granma.cubaweb.cu/marti-moncada/leg-07.html ]] <br>
  
 
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Revisión del 16:58 7 mar 2011

Los Pinos Nuevos
Información sobre la plantilla
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Martí en Tampa, lugar donde pronuncia el discurso Los Pinos Nuevos
Título originalDiscurso Los Pinos Nuevos
Autor(a)(es)(as)José Martí
GéneroOratoria
PaísTampa, Estados Unidos

Los Pinos Nuevos. Discurso pronunciado por José Martí en conmemoración del 27 de noviembre de 1871 en el Liceo Cubano de Tampa, en EEUU, en la velada-homenaje de la Convención Cubana a los estudiantes fusilados en 1871, ante un auditorio de compatriotas (gran parte de ellos, obreros emigrados a esa localidad), adonde viajó desde Nueva York para dar entre ellos, pasos decisivos en la creación del Partido Revolucionario Cubano.

Circunstancias

Mucho antes de haber logrado la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba,  José Martí había logrado un intenso combate con la fuerza de las palabras en aras de lograr la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.
Desde 1879 había puesto de manifiesto, incluso en Cuba, de cómo era capaz de utilizar la palabra oral en función de ese objetivo al pronunciar significativos discursos.
Pero es en los años finales de la década del ochenta y principios del siguiente lustro en los Estados Unidos que sobresale como un notable orador en función de la causa independentista.
Y dos de sus más relevantes discursos en tal sentido fueron los pronunciados en la ciudad norteamericana de Tampa los días 26 y 27 de noviembre de 1891 y que en la historia de Cuba suelen ser identificados como Con todos y para el bien de todos y los Pinos Nuevos, frases con las que concluyó, respectivamente, estas dos intervenciones.
José Martí había llegado a Tampa como parte del recorrido que realizaba por distintas zonas de los Estados Unidos con el propósito de reunirse con emigrados cubanos a los que exhortaba a dar su contribución a los empeños que estaba realizando para reanudar la lucha por la independencia de Cuba.

Alocución

El 27 de noviembre en un acto conmemorativo por el aniversario 20 del injusto fusilamiento por las autoridades españolas en Cuba de ocho estudiantes de medicina, Martí pronuncia un discurso en Tampa, en cuya parte inicial expresó: Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.

En su discurso Martí ratificó el compromiso de las jóvenes generaciones de cubanos de luchar por la liberación de su patria oprimida, y honrar así dignamente a los caídos, al detallar: No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan, -¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!
Martí también destacó que los pueblos viven de la levadura heroica e igualmente expuso consideraciones sobre la muerte y al respecto significó: Otros lamenten la muerte necesaria, yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.

Aseguró igualmente que el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto y planteó que del semillero de las tumbas se levanta impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos.

Y precisó seguidamente al detallar su concepción en torno a la muerte...

...la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!

Y tras recordar como murieron los inocentes estudiantes de medicina, llamó a sus compatriotas a homenajearlos con particular decisión y dijo: Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.

En la parte final de su intervención Martí estableció una comparación metafórica entre el futuro desarrollo de un árbol que había visto cuando se dirigía hacia Tampa y los jóvenes cubanos que se hallaban anhelantes de participar en la lucha por la independencia de Cuba. Y expresó al respecto: Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!

Resultados

Cuando Martí pronunció Los pinos nuevos ante compatriotas de diversas edades, él, con sus treinta y ocho años y una madurez, de siempre, no era un jovencito: en la época, a su edad se era un adulto respetable. Al decir "¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!", hablaba en nombre de todos los que abrazarían o habían abrazado ya un proyecto renovador, que se erguía por entre las cenizas de las derrotas, las traiciones, la desunión y otras calamidades sufridas por la Patria. En ese proyecto se igualaban como pinos nuevos, como defensores de un nuevo pensamiento, adolescentes y jóvenes empinados para iniciarse en el servicio a la revolución junto a guerreros fogueados en la lucha desde 1868. Para decirlo con ejemplos de una misma estirpe carnal y heroica: desde Panchito Gómez Toro, nacido en 1876, hasta Máximo Gómez, quien nació en 1836 y no sería el combatiente de mayor edad.

Al llegar a Cayo Hueso en enero de 1892, Martí intercambió con el venerable patriota José Francisco Lamadriz saludos que se han difundido respectivamente como "Abrazo a la revolución pasada" y "Abrazo a la nueva revolución". Pero lo probado es que en el Manifiesto de Montecristi, con fecha 25 de marzo de 1895, Martí escribió que el anterior 24 de febrero no había empezado una nueva revolución, sino que aquel día la iniciada el 10 de octubre de 1868 había "entrado en un nuevo período de guerra". En un período de pinos nuevos, si de concepciones rectoras se trataba.


Discurso

Cubanos: Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas: ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia. Esas orlas son de respeto, no de muerte; esas banderas están a media asta, no los corazones. Pido luto a mi pensamiento para las frases breves que se esperan esta noche del viajero que viene a estas palabras de improviso, después de un día atareado de creación: y el pensamiento se me niega al luto. No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan,-¡sino cabezas altas! y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!

Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida. La mañana después de la tormenta, por la cuenca del árbol desraigado echa la tierra fuente de frescura, y es más alegre el verde de los árboles, y el aire está como lleno de banderas, y el cielo es un dosel de gloria azul, y se inundan los pechos de los hombres de una titánica alegría. Allá, por sobre los depósitos de la muerte, aletea, como redimiéndose, y se pierde por lo alto de los aires, la luz que surge invicta de la podredumbre. La amapola más roja y más leve crece sobre las tumbas desatendidas. El árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto.

Otros lamenten la muerte hermosa y útil, por donde la patria saneada rescató su complicidad involuntaria con el crimen, por donde se cría aquel fuego purísimo e invisible en que se acendran para la virtud y se templan para el porvenir las almas fieles. Del semillero de las tumbas levántase impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!

La palabra viril no se complace en descripciones espantosas; ni se ha de abrumar al arrepentido por fustigar al malvado; ni ha de convertirse la tumba del mártir en parche de pelea; ni se ha de decir, aun en la ciega hermosura de las batallas, lo que mueve las almas de los hombres a la fiereza y al rencor. ¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio! Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente aún a nuestro clamor, la justicia absoluta con que se irguió la tierra contra sus dueños: lo que queremos es saludar con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar.

¿Quién, quién era el primero en la procesión del sacrificio, cuando el tambor de muerte redoblaba, y se oía el olear de los sollozos, y bajaban la cabeza los asesinos; quién era el primero, con una sonrisa de paz en los labios, y el paso firme, y casi alegre, y todo él como ceñido ya de luz? Chispeaba por los corredores de las aulas un criollo dadivoso y fino, el bozo en flor y el pájaro en el alma, ensortijada la mano, como una joya en pie, gusto todo y regalo y carruaje, sin una arruga en el ligero pensamiento: ¡y el que marchaba a paso firme a la cabeza de la procesión, era el niño travieso y casquivano de las aulas felices, el de la mano de sortijas y el pie como una joya! ¿Y el otro, el taciturno, el que tenían sus compañeros por mozo de poco empuje y de avisos escasos? ¡Con superior beldad se le animó el rostro caído, con soberbio poder se le levantó el ánimo patrio, con abrazos firmes apretó, al salir a la muerte, a sus amigos, y con la mano serena les enjugó las lágrimas! ¡Así, en los alzamientos por venir, del pecho más oscuro saldrá, a triunfar, la gloria! ¡Así, del valor oculto, crecerán los ejércitos de mañana! ¡Así, con la ocasión sublime, los indiferentes y culpables de hoy, los vanos y descuidados de hoy, competirán en fuego con los más valerosos! El niño de dieciseis años iba delante, sonriendo, ceñido como de luz, volviendo atrás la cabeza, por si alguien se le acobardaba...

Y ¿recordaré el presidio inicuo, con la galera espantable de vicios contribuyentes, tanto por cada villanía, a los pargos y valdepeñas de la mesa venenosa del general: con los viejos acuchillados por pura diversión,-los viejos que dieron al país trece hombres fuertes,-para que no fuese en balde el paseo de las cintas de hule y de sus fáciles amigas; con los presidiarios moribundos, volteados sobre la tierra, a ver si revivían, a punta de sable; con el castigo de la yaya feroz, al compás de la banda de bronce, para que no se oyesen por sobre los muros de piedra los alaridos del preso despedazado? ¡Pues éstos son de otros horrores más crueles, y más tristes y más inútiles, y más de temer que los de andar descalzo! ¿O recordaré la madrugada fría, cuando de pie, como fantasmas justiciadores, en el silencio de Madrid dormido, a la puerta de los palacios y bajo la cruz de las iglesias, clavaron los estudiantes sobrevivientes el padrón de vergüenza nacional, el recuerdo del crimen que la ciudad leyó espantada? ¿O un día recordaré, un día de verano madrileño, cuando al calce de un hombre seco y lívido, de barba y alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy pomposo, iba un niño febril, sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible codicioso: “¡Infame, infame!” ¡Recordaré al magnánimo español, huésped querido de todos nuestros hogares, laureado aquí en efigie junto con el heroico vindicador, que en los dientes de la misma muerte, prefiriendo al premio del cómplice la pobreza del justo, negó su espada al asesinato! Dicen que sufre, comido de pesar en el rincón donde apenas puede consolarlo de la cólera del vencedor pudiente, el cariño de los vencidos miserables. ¡Sean para el buen español, cubanas agradecidas, nuestras flores piadosas!

Y después ¡ya no hay más, en cuanto a tierra, que aquellas cuatro osamentas que dormían, de Sur a Norte, sobre las otras cuatro que dormían de Norte a Sur: no hay más que un gemelo de camisa, junto a una mano seca: no hay más que un montón de huesos abrazados en el fondo de un cajón de plomo! ¡Nunca olvidará Cuba, ni los que sepan de heroicidad olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos, el sarcófago intacto, que fue para la patria manantial de sangre; al que bajó a la tierra con sus manos de amor, y en acerba hora, de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros! El sol lucía en el cielo cuando sacó sus brazos, de la fosa, los huesos venerados: ¡jamás cesará de caer el sol sobre el sublime vengador sin ira!

¡Cesen ya, puesto que por ellos es la patria más pura y hermosa, las lamentaciones que sólo han de acompañar a los muertos inútiles! Los pueblos viven de la levadura heroica. El mucho heroísmo ha de sanear el mucho crimen. Donde se fue muy vil, se ha de ser muy grande. Por lo invisible de la vida corren magníficas leyes. Para sacudir al mundo, con el horror extremo de la inhumanidad y la codicia que agobian a su patria, murieron, con la poesía de la niñez y el candor de la inocencia, a manos de la inhumanidad y la codicia. Para levantar con la razón de su prueba irrecusable el ánima medrosa de los que dudan del arranque y virtud de un pueblo en apariencia indiferente y frívolo, salieron riendo del aula descuidada, o pensando en la novia y el pie breve, y entraron a paso firme, sin quebrantos de rodilla ni temblores de brazos, en la muerte bárbara. Para unir en concordia, por el respeto que impone en unos el remordimiento y la piedad que moverán en otros los arrepentidos, las dos poblaciones que han de llegar por fatalidad inevitable a un acuerdo en la justicia o a un exterminio violento, se alzó el vengador con alma de perdón, y aseguró, por la moderación de su triunfo, su obra de justicia. ¡Mañana, como hoy en el destierro, irán a poner flores en la tierra libre, ante el monumento del perdón, los hermanos de los asesinados, y loa que, poniendo el honor sobre el accidente del país, no quieren llamarse hermanos de los asesinos!

Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida. Ayer lo oí a la misma tierra, cuando venía, por la tarde hosca, a este pueblo fiel. Era el paisaje húmedo y negruzco; corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa. Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!

Fuentes