Manuel Martínez de las Casas

Manuel Martínez de la Casas
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Nacimiento1878.
Las Palmas de Gran Canaria.
Fallecimiento1930.
Antillas, Cuba.
OcupaciónPoeta español.

Manuel Martínez de las Casas . Poeta español. Voz notoria en el contexto local fue este autor de origen canario, Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1878 y murió en Antillas, Cuba en 1930.


Vida

Muy joven aún, Martínez vino a Cuba, donde esperaba poder desarrollar sus aficiones poéticas. Quería vivir acorde con sus sueños. Se le vio en Gibara y en Holguín, donde se casó. Más tarde, « circunstancias penosas a las que no quiero referirme – apunta Jaime Suárez Silva – le obligaron a deshacer su hogar, y desde entonces recorrió la (antigua) provincia de Oriente en un peregrinaje ardiente de emoción y dolor. Nunca pude oír de sus labios la confesión de la pena íntima que le atormentaba ».

Al establecerse en Puerto Padre, Martínez colabora con publicaciones literarias, periódicas, en esta ciudad, Gibara, Banes y Holguín. Trabajó en el periódico portopadrense «El Noticiero» y publicó abundante poesía, dispersa en periódicos y revistas. «Su producción última se ve afectada por la bohemia y la vida desordenada. Martínez, ya muy enfermo, fue llevado para Antilla y allí murió».

En el folleto «Oriente contemporáneo» encontramos la siguiente información: «Puerto Padre es uno de los pueblos del interior, de acuerdo con su importancia, donde más se ha cultivado el periodismo. La prueba de esto existe en la actualidad, cuando se están editando nada menos que cinco periódicos. En primer lugar, como decano, está «El Localista», que fue fundado en el año 1929 por el ya fenecido poeta Manuel Martínez de las Casas y por José Medina, siendo su director propietario el señor Manuel Anguera Ballester».

Otras noticias sobre Martínez las encontramos en un álbum familiar de la familia Ferrer, de Puerto Padre, en el que dejó poemas dedicados con esa letra «enmarañada y vertical» que señalaba J. Suárez Silva, compilador de su obra, así como por el testimonio del desaparecido poeta y periodista tunero Gilberto E. Rodríguez. Sus libros «Preludio» y «Polen» fueron publicados en los talleres de «El Heraldo», de Holguín, en 1918.

En 1931, la Editorial «El Arte», de Manzanillo, publica una selección de poesías de Martínez de las Casas, recopiladas por Jaime Suárez Silva bajo el título: «Sus mejores poemas».

En carta abierta fechada el 12 de noviembre de 1930, firmada por Eduardo Cuesta Mora y dirigida a Jaime Suárez Silva, jefe de redacción del periódico «La Región», se expresa el deseo de colaborar en una empresa que llevan a cabo amigos y conocidos del poeta, para editar sus poesías en forma de libro, y con el dinero de la venta del mismo erigirle una tumba decente. La muerte del poeta se produjo en 1930.


Obra

Su obra, descuidada e intrascendente, contiene numerosos sonetos, estrofa en la que al parecer se sintió mejor. Hizo varios recitales en ciudades orientales, así como en teatros, cafés, y distintas sociedades de la región. Su afición desmedida por el alcohol devoró su vida y condenó su obra al olvido más ingrato que pudo merecer un poeta, a pesar de que la calle San Telmo, en Canarias, donde vivió lleva el nombre de un significativo poema suyo.

En las décadas iniciales de la propia centuria, este canario; periodista y poeta se encargó de añadirle lirismo y sugerencia: director del semanario El localista, quien en versos de su autoría se refirió a la localidad como a la Villa Azul de los Molinos, en virtud del gran número de esos aparatos de viento que funcionaban en la comarca.

Pasando al contenido de «Sus mejores poemas», entramos también al mundo íntimo del poeta. El primer texto, con el título «Villa Azul», está dedicada a Puerto Padre.
Describe
«su cielo siempre esplendoroso
con un mar que te arrulla murmurante
en donde brilla el sol como un diamante (…)»;


le siguen uno a Banes y luego el titulado «La calle de San Telmo», poema lleno de nostalgia por la niñez perdida en el lejano pueblo de Canarias donde nació y vivió su infancia, y, sobre todo, la dolorosa certidumbre de que la pérdida no es sólo la de la infancia irreversible.

Es el dolor del emigrante sin fortuna que pierde su última moneda: la esperanza.
Otro de sus poemas más hondamente sentidos, intensamente doloroso, es el titulado «Como yo la quería», dedicado a su pequeña hija, fallecida, según se asegura, víctima de graves quemaduras. Pero la desgracia, personificada en la muerte de familiares cercanos no ha sido sólo ésa. También el padre fue víctima de un asesino que lo acuchilló.

Si unimos todos esos hechos lamentables, incluido el de la destrucción de su matrimonio por causas no aclaradas, pero imaginables en la vida de un hombre de profunda sensibilidad, justificamos en parte que haya buscado falso alivio en la alucinación del alcohol. Extranjero, pobre, incomprendido, deshecho su hogar, muertos sus familiares queridos, no puede escapar de la cárcel de la bebida y maldice, impotente, a su carcelera en versos.
En «Maldito seas» la llama «monstruo infernal que en los hogares / dejas pesares / y tristeza dolorosa, eterna».

El tema del licor aparece repetidamente en sus textos, donde lo condena y asume una actitud de derrota inevitable ante la vida.

Martínez de las Casas vio desvanecerse sus sueños de poeta y su sed de belleza. El ministerio de la poesía tuvo que buscarlo en las fuentes fatuas de la autodestrucción, a falta de otras alternativas. Sin trabajo adecuado a sus intereses y aspiraciones, se dedicó, en medio de una imaginable decepción vital, a elogiar casas comerciales, establecimientos y personas, que de una forma u otra le ayudaban a subsistir, mediante la estrofa pagada, lo cual contribuyó enormemente a la merma de sus ideales literarios, su inteligencia y sus posibilidades como escritor.

Dice Jaime Suárez Silva:
«Martínez de las Casas pudo haber sido un gran poeta, pero el ambiente maléfico de que se rodeó, ese ambiente aldeano de groseras politiquerías estrechas y viles, lo asesinó; la frivolidad dañina y abyecta, la ignorancia y la carencia de sentido artístico de los ambientes en que vivió, lo estrangularon a la sombra del desprecio y la miseria… la frivolidad de algunos comprovincianos con los que trató y que estaban ocupados en ser serviles y pendencieros, acabó con su don de poeta.»

La sensación de desamparo, falsedad e hipocresía la encontramos en numerosos textos.

El poeta ve el futuro con pesimismo. En «Lo que vendrá algún día» alguien toca a su puerta y, en contraste con lo que esperaba, una voz le dice:

«Yo soy el hombre hastío
que vengo a acompañarte en tu desolación;
yo soy el desengaño
y tus sueños no esperes, porque jamás vendrán.»

La poesía lírica es la más numerosa en su obra, casi siempre matizada por sentimientos de nostalgia hacia los seres queridos definitivamente ausentes o por efímeros momentos de alegría y optimismo. Sin embargo, la misma falta de apoyo, comprensión y amparo que encuentra en la mayoría de sus contemporáneos, está presente en su fe cristiana. Téngase en cuenta que él pertenece de alguna manera al grupo de poetas que Salvador Bueno llama «de entreguerras», «ya que su obra está enmarcada entre las dos guerras mundiales de 1914 y 1939.» Época de profunda crisis espiritual, en la cual las esencias éticas del hombre, la moral y hasta la fe cristiana se bambolean y se enjuician. Y, recurriendo de nuevo al autor citado:

«… otros, los más, enfrentan a través de sus versos, de modo amargo e irónico, pero con mayor sencillez de medios expresivos la chatura de un vivir mercantilizado, lo rastrero de una existencia despejada de toda ambición noble, de todo ideal superador.» Así, en algunas composiciones de tema religioso podemos verlo igualmente solitario, desesperanzado.
En otro corto poema, «Sin ton ni son», retoma la misma actitud, haciéndose escuchar, mediante un juego de palabras onomatopéyicas, el doblar de la campana de la iglesia.
Varios poemas nos hablan del hombre compasivo, de nobles sentimientos, sufriendo por el dolor ajeno. Padece por los niños huérfanos que no tienen quien les dé un beso al acostarse.
Las diferencias sociales no escapan a su mirada. En poemas como el titulado «Novia pobre», aconseja al enamorado de pocos recursos que busque novia de igual condición, casta, amante, hacendosa, de igual patrimonio y rango, para evitar pesares si se enamora de muchacha rica y es despreciado.

Independientemente de sus problemas económicos y su afición a la bebida, Martínez de las Casas dirigió varios periódicos y organizó y ofreció recitales en teatros y sociedades de la provincia. A pesar de ser su poesía mayormente lírica, no faltaron patrióticos para ensalzar a esta Isla, su segunda patria, con versos civiles donde exhorta a los niños a amarla, por ser herencia ganada con la sangre de «una gran generación». A Martí se refirió llamándolo «Maestro querido»

Manuel Martínez de las Casas no sólo fue víctima de sus desgracias personales que lo llevaron al alcoholismo, fue también víctima de la época en que le tocó vivir. Este humilde poeta canario no le dará a sus natales Islas Afortunadas el renombre dado por Benito Pérez Galdós, el narrador, ni se le erigirá un monumento como al poeta Tomás Morales en el cementerio antiguo de Las Palmas, ni se editarán sus poemas porque nos ofrezcan la visión de los hermosos paisajes de las siete hermanas oceánicas, cuya primavera perenne cubre de pintura verde los pinares altivos; y en las laderas de las montañas, los abismos insondables miran con rencor y envidia las altísimas cumbres, que guardan en sus vientres semillas de volcanes; ni nos hablará de los suelos rojos, como los mira el admirable lírico Tomás de Quesada en sus poemas famosos y áridos. Pero Manuel Martínez de las Casas, aun con las limitaciones de su formación cultural y de haber sido quizás el poeta más desafortunado de las Islas Afortunadas, soñó y creó, y las huellas pequeñas de sus pasos no deben quedar abandonadas en la oscura noche de los años.

De modo que este sencillo esbozo de su vida y su obra es un mínimo homenaje «a aquel pobre hermano en el dolor y la emoción, que quería, según J. S. Silva, publicar el libro con que soñó en sus últimos días, dedicado a la Villa Azul de Puerto Padre».

Poema

PARA CUANDO YO MUERA


No me abandones cuando yo me muera,
cuida tú mi cadáver entre tanto
lo lleven al silente camposanto,
donde la paz eterna nos espera.

Pálido ya mi rostro cual la cera,
mi pobre rostro que has amado tanto
dale todo el calor que hay en tu llanto
en medio de tu pena más sincera.

Cierra mis ojos con piedad cristiana,
con la piedad inmensa de una hermana,
y con mis manos haz la cruz sagrada.

Y por lo mucho que sufrí en la vida
di en voz baja una oración sentida

en mi lecho mortuorio arrodillada.


Publicaciones

Poemarios:

  • Preludio (1917);
  • Polen (1918);
  • Manuel Martínez de las Casas. Sus mejores poesías (1931), publicado póstumamente en Manzanillo en la Imprenta "El Arte".


Fuentes

  • Sitio web Selva Interior [1]