Nicolás Monardes

Nicolás Monardes
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NombreNicolás Bautista Monardes Alfaro
Nacimiento1493
Sevilla, Bandera de España España
Fallecimiento10 de octubre de 1588
Sevilla, Bandera de España España
Nacionalidadespañol
Ciudadaníaespañol
OcupaciónEscritor y médico

Nicolás Monardes Alfaro. Escritor y médico español.

Síntesis biográfica

Nació en Sevilla hacia 1493. Estudió en la Universidad de Alcalá, donde obtuvo los grados de bachiller en artes y filosofía (1530) y de bachiller en medicina (1533). Allí recibió la influencia de la corriente encabezada por Elio Antonio de Nebrija, aunque el gran humanista no fue profesor suyo.

En 1547 se doctoró en la Universidad de Sevilla, ciudad en la que permaneció hasta su muerte, a muy avanzada edad. Además de ejercer la medicina con gran prestigio y notables ingresos, participó en empresas mercantiles, entre ellas el comercio de materias medicinales y el tráfico de esclavos.

Muerte

Muere en Sevilla en 1588.

Obras

Monardes publicó numerosas obras. La primera de ellas, Diálogo llamado pharmacodilosis (1536), refleja, como ha aclarado Pérez Fuenzálida, su adscripción a la corriente humanística. Atribuye a los árabes la decadencia de la botánica y de la materia médica y recomienda el estudio directo de los clásicos, especialmente de Dioscórides, en la misma línea de Nebrija. Parecida orientación tiene su segundo libro (1539), que trata de la sangría en el "mal de costado", tema entonces de una agria polémica entre los seguidores de la tendencia humanística y la arabizante.

En fechas posteriores publicó una edición de la Sevillana Medicina (1545) del judío bajomedieval Juan de Aviñón, el Libro de la nieve y del bever frio (1571) y cuatro tratados: De rosa et partibus eius. De succi rosarum temperatura, nec non de rosis Persicis (ca. 1540), De malis citriis, aurantis ac limonis (1564), el Libro [de] la piedra bezaar, y de la yerba escuerçonera (1565), y el Dialogo de las grandezas del hierro, y de sus virtudes medicinales (1574). Los tres primeros, que fueron reeditados en castellano y publicados varias veces en diversos idiomas fuera de España, fueron las primeras monografías sobre las rosas y los cítricos y el libro que difundió en materia médica europea el empleo de la Scorzonera hispanica L., introducida por el médico catalán Pedro Carnicer, y que incorporó los bezoares americanos, tras la difusión de los asiáticos, debida principalmente al portugués García da Horta. El Diálogo del hierro, asimismo reeditado y traducido, fue el primer libro dedicado a un tema que no volvería a ser tratado monográficamente hasta comienzos del siglo XVIII; en él se defiende la importancia del hierro para la vida humana, contraponiéndolo a la inmoderada ambición que despertaban los metales preciosos. La exposición se hace en forma de un diálogo entre el propio autor, el boticario Bernardino de Burgos (personaje real según Francisco Guerra) y un metalurgista vizcaíno llamado Ortuño. En boca de este último se pone la descripción de los principales yacimientos europeos y españoles, así como de las técnicas de labrado del hierro y de la fabricación del acero, entre ellas, las habituales en las famosas "ferrerías" del País Vasco. El libro también se ocupa de la génesis del hierro, de sus cualidades y de sus aplicaciones terapéuticas, con el enfoque propio de la cultura académica de la época.

Su libro más importante fue, sin embargo, el que en su primera edición completa se tituló Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (1574). Consta de tres partes, la primera de las cuales había aparecido en 1565 y la segunda en 1571. Monardes tuvo clara conciencia del servicio que prestaba al dedicar largos años a la preparación de esta obra. En el prefacio de su primera parte, tras enumerar la "riqueza increíble que viene del Nuevo Mundo en oro y plata, piedras preciosas, perlas, animales, lana, algodón, grana para teñir, cobre, brasil y ébano", afirma que todavía más valiosas son "las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en medicina". Por ello, se propuso estudiarlas, "de lo cual seré el primero, para que los demás añadan con este principio lo que más supieren y por experiencia más hallaren". Como Sevilla, prosigue, "es puerto y escala de todas las Indias Occidentales [...] púdelo hacer, juntamente con la experiencia y uso de ellas de cuarenta años que ha que curo en esta ciudad, donde me he informado de los que de aquellas partes las han traído con mucho cuidado y las he experimentado". El médico sevillano no era un observador ocasional ni un autodidacto, sino un científico sólidamente formado y con amplia experiencia en el estudio de la naturaleza. Cultivó plantas americanas en el huerto de su casa y aprovechó las colecciones y jardines que existían entonces en Sevilla, entre ellos el museo de Gonzalo Argote de Molina y quizá también el jardín botánico de Simón de Tovar. Describió por vez primera, según Francisco Guerra, varias especies vegetales, como el cardo santo (Argemone mexicana), la cebadilla (Sabadilla officinarum), la jalapa (Exogonium purga) o el sasafrás (Sassafras officinale), pero, sobre todo, ofreció las primeras descripciones detalladas y correctas de otras muchas.

Es un tópico considerar a Monardes un "clásico" de la farmacognosia, desde que W. Tschirch en su gran tratado de esta disciplina (1909-1927) afirmó que era uno de los "padres" de la disciplina, junto a Clusius y Valerius Cordus. Este título se justifica fundamentalmente por el estudio de las "nuevas medicinas" que incluyó en las tres partes de su Historia medicinal. Comenzó con resinas procedentes de especies de los géneros Hymenaea, Rhus, Elaphrium e Icica, precisó la información relativa al "aceite" de Liquidambar styraciflua L. y añadió a las "sangres de drago" del Viejo Mundo otra extraída de especies americanas de Croton. En el epígrafe de los purgantes, de gran relieve en la terapéutica de la época, se ocupó del "aceite de la higuera del infierno" (Jatropha curcas L.), de la "cañafístola" americana (Cassia grandis L.), que consideró de calidad superior a la asiática (C. fistula L.), y de otros de importancia secundaria; frente a ellos destacó la raíz del "mechocán" (Convolvulus mechoacan Vandelli) como purgante ideal, entre otras razones por sus efectos suaves que contrastaban con los de otro "mechoacán" al que llamó "furioso" (la jalapa o Exogonium purga [Wender] Benth.). También destacó, como "cosas celebradas en todo el mundo", el "guayacán" y el "palo santo" (Guaiacum officinale L. y G. sanctum L.), el sucedáneo americano (Smilax pseudo-china L.) de la raíz de china asiática (S. china L.) y las zarzaparrillas americanas. De estas últimas ofreció una exposición completa, en especial en lo relativo a su preparación y administración en forma de jarabe, polvo y "agua", así como una división que mantuvieron casi al pie de la letra los tratadistas de materia médica hasta muy avanzado el siglo XIX: la zarzaparrilla de México o de Veracruz (Smilax medica Schlecht. et Cham.), la de Quito o de Guayaquil (S. officinalis Humb. y spp. afines) y la de Honduras (principalmente S. utilis Hemsley), que consideró la preferible. "Monardes -afirma Guerra- rebasa el antiguo concepto de los herbarios tradicionales para ahondar en el origen y caracteres de identificación además de los usos de los materiales americanos, apuntando la similitud y diferencias con los productos de la farmacia clásica". A ello se debe que, desde el ya clásico Handbuch der Pharmakognosie (1933) de Alexander Tschirch, se le considere, junto a Valerius Cordus y a Charles de l'Escluse (Clusius), como uno de los "padres" de esta ciencia.

No obstante, la altura científica de Monardes se manifestó con especial claridad en los capítulos sobre los bálsamos de Perú y Tolú (Myroxylon balsamum [L.] Harms. var. pereirae y var. balsamum), el tabaco y el sasafrás (Sassafras albidum [Nutt.] Nees), que incluyen aportaciones que han permanecido estrechamente asociadas a su nombre hasta el presente siglo. Los bálsamos y el tabaco eran ya conocidos, pero Monardes les dedicó estudios farmacognósticos detallados y sistemáticos, poniendo de relieve las indicaciones de los primeros como balsámicos, antisépticos urinarios y cicatrizantes, y analizando los efectos del tabaco como narcótico conjuntamente con los del opio y la Cannabis indica. Semejante es el capítulo acerca del "palo de sasafrás", que describió por vez primera e introdujo en la terapéutica europea. También fue el primero que estudió la cebadilla (Schoenocaulon officinale [Schlecht] Gray), las canelas americanas Dicypelium caryophilatum Nees. y Canella alba Murr., así como la "pimienta luenga" (Piper angustifolium Ruiz et Pavón). Más de pasada se ocupó de plantas alimenticias como los pimientos, la piña tropical, el girasol, el maíz, el boniato, etc., deteniéndose solamente en la casava o mandioca, las granadillas y el cacahuete, al que llamó "fruto que se cría debajo de la tierra", expresión que Linneo incorporó literalmente al nombre de la especie (Arachis hypogaea L.).

La Historia Medicinal de Monardes fue una de obras científicas más reeditadas en la Europa renacentista. Sin contar las impresas en España, tuvo en vida del autor diecinueve ediciones, en latín, italiano, francés, inglés y alemán, y después de su muerte otras catorce, además de ser resumido o plagiado parcialmente en numerosas ocasiones. El más importante traductor fue el flamenco Charles de l'Escluse (Carolus Clusius), cuya versión latina de las dos primeras partes y, más tarde, de toda la obra contribuyó decisivamente a su difusión en el mundo académico europeo. No se limitó a una traducción literal, ya que reordenó el texto, resumió algunos capítulos y complementó otros con noticias, en su mayoría procedentes de los libros de Oviedo, López de Gómara y Cieza o de sus amigos y corresponsales, entre ellos, los españoles Benito Arias Montano, el citado Simón de Tovar y Juan de Castañeda.

En otro orden de cosas, fueron mucho más escasas sus referencias a especies animales, una de las cuales está dedicada al armadillo, sobre la base de un ejemplar vivo que poseía Argote de Molina. Entre las que consagra a minerales destacan las correspondientes al ámbar, al azufre procedente de Quito y Nicaragua, y al origen del bitumen y del petróleo.

Fuentes