Población africana en Mantua

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Población africana en Mantua
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Población Africana en Mantua. Hasta ahora, el documento más antiguo en que se hace alusión a la entrada de esclavos en Cuba es la Carta de Relación dirigida a su Alteza Real por el gobernador de la isla con fecha del 1 de agosto de 1515. Hacia 1518, el primer estimado de la población esclava negra hecho en Cuba, arrojaba la cifra de 700.

La introducción de esclavos negros en la comarca mantuana debió ocurrir a la llegada de los primeros colonos que se instalaron en las grandes demarcaciones circulares de tierra concedidas por el cabildo de la Habana a sus propietarios: Navarro o Ceja, Nombre de Dios, Cayo Largo, Macurijes y Baja, a finales del siglo XVI; unos pocos cuyos nombres queden, tal vez, para siempre en el anonimato..

Salvo ciertos pasajes de la mano de Santovenia, nadie hasta ahora se había adentrado a estudiar la vida, costumbres, ocupación, creencia y ritos religiosos de la población negra en la comarca mantuana y hasta nuestros días no han trascendido noticias sobre cómo vivían, comían y trabajaban los negros fueran esclavos o no, ni sobre las luchas sublevaciones, existencia de palenques y cimarrones, rancheadotes, etc.

Muerte de los esclavos

Los informes más antiguos acerca de los esclavos negros en Mantua provienen del archivo de la Parroquia.

En el libro primero de defunciones de hombres de color (al 5 vuelto. No. 17), se hace constar que el sábado 1ro de enero de 1780 se enterró en esa parroquia el cuerpo de Juan Yesca, esclavo de Doña María Uxisa - nación inglesa -, soltero y de ochenta años de edad. El 3 de abril de 1781 falleció repentinamente el moreno Lázaro, de más de cincuenta años, congo, casado con María del Rosario, ambos eran esclavos de la Condesa Cas-Ballona.

El 20 de marzo de 1784 recibió sepultura en la parroquia Guillermo Pozo, carabalí, esclavo de Don Felipe Ozeguera y el 13 de agosto de ese mismo año la niña Clara, hija legítima de Joaquín Bosque y María Mercedes, esclavos de Rafael Ozeguera. El miércoles 20 de septiembre de 1786, el párroco Carlos Francisco Carmenate registró el fallecimiento de la niña Nicolasa de las Nieves, hija de Eusebio y Dolores, ambos congos, esclavos de Don Miguel Izquierdo.

Bentura Aróstegui, carabalí, fue enterrado en la iglesia parroquial el lunes 19 de mayo de 1780, era esclavo del brigadier Máximo Aróstegui y el niño Tiburcio Santoyo, esclavo de Don Manuel Santoyo, Carabalí, fue sepultado en la parroquia el 27 de abril de 1789. El 10 de julio de 1806, se registró el fallecimiento de Marina de la Luz Hernández, de nacionalidad mina, esclava de Jesús Romero.

Precios de los esclavos

Teniendo en cuenta además que entonces el valor promedio de un esclavo era de 47 pesos, o sea, que con un capital de 141 pesos podía comprarse tres esclavos, suficientes para atender un feudo circular de 1 400 caballerías, puede comprenderse por qué Cuba dependió del ganado exclusivamente hasta el siglo XVII. Por otra parte, el escaso valor de una res, oscilante entre tres y cinco pesos y el hecho de que para la alimentación del ganado no se requería ninguna inversión, pues los animales pastaban libremente en las extensas sabanas, aparejado a la rapidez con que se reproducían - de una cantidad inicial de 30-40 cabezas podía obtenerse en solo tres o cuatro años unas 300-400 nuevas reses- coadyuvó a que la ganadería se mantuviera en las Tierras de Sotavento como actividad económica exclusiva durante más de un siglo.

Comercio en Mantua

En cambio, la proliferación y dispersión de las vegas de tabaco en el Siglo XVIII provocó un aumento significativo de la población, sobre todo en el extremo occidental de la colonia insular caribeña. La Vuelta-Abajo, con sus tierras vírgenes, su lejanía de la villa capital acentuada por la ausencia de vías de comunicación y su aislamiento casi total del resto de la colonia, se convirtió en atractivo para muchos vegueros, quienes veían en el comercio de contrabando y la posibilidad de evadir la presión del fisco, la manera más acertada para obtener mayores ganancias.

En 1716, Mantua alcanzó la categoría de pueblo. Unas cuantas chozas y alrededor de 50 personas componían entonces el villorrio.

El advenimiento del nuevo siglo XIX, no trajo a Mantua cambios sustanciales. Pero la libertad de comercio decretada el 10 de febrero de 1818 arruinó la primera industria mantuana, al ser preferido en La Habana el alquitrán extranjero, de mucha mejor calidad.

A la quiebra de la industria de brea y alquitrán sobrevino el auge de la producción tabacalera hacia la primera mitad del siglo XIX. Especuladores procedentes de La Habana, con el fin de estimular la producción de la codiciada hoja dictaminaron que en las tierras de Bayajá y Cabeza de Horacio se producía una hoja de calidad igual a la más rica y aromática de toda la jurisdicción de Nueva Filipina.

Así comenzó la expansión de las vegas de tabaco en Mantua hacia otros lugares que no eran precisamente las márgenes de los ríos; en tierras bajas, llanas y fértiles como Bayajá, Cabeza de Horacio y el valle de Montezuelo. Estas vegas eran atendidas principalmente por negros; 220 esclavos y “libres de color”, como se le llamaba entonces a los esclavos africanos que habían obtenido su manumisión. Unos 227 blancos, españoles y descendientes de italianos, también trabajaban como braceros en las labores relacionadas con la hoja nicociana.

En 1819, el teniente gobernador José de Aguilar ordenó la ejecución de un censo en la jurisdicción de Nueva Filipinas. En el partido de Mantua el censo arrojó un total de 806 moradores; de ellos, 390 eran blancos, 249 libres de color y 167 esclavos, o sea que la población negra era ligeramente superior (416) a la blanca El número de viviendas en el pueblo era de 25 y en toda la comarca no sobrepasaban las 69.

Un nuevo censo concluido el 1ro de mayo de 1838 por el propio capitán pedáneo Bartolomé Blanco, arrojó para el partido la cifra de 2 034 habitantes, de ellos 1 411 blancos, 202 libres de color y 421 esclavos negros. El pueblo que, después del incendio que lo destruyó, había sido reconstruido poco a poco durante los últimos 17 años estaba compuesto ahora por 23 casas y 31 bohíos.

126 blancos, 19 pardos libres, 25 morenos libres, 25 pardos esclavos y 23 morenos esclavos. En total 113 hombres y 115 mujeres. Para 1857, Mantua era un caserío conformado por 43 viviendas, con una población compuesta por 116 blancos, 26 pardos libres y 18 esclavos.

A partir de 1860, comenzó a experimentarse en toda Vueltabajo cierto progreso económico y social vinculado a la alta cotización alcanzada en los mercados cubanos por las producciones de tabaco, azúcar, café, cera y miel de abeja procedentes de la apartada y extensa región del poniente. Mantua sólo aportaba tabaco, miel y cera, pero al ser tan bien cotizados, dejaban una elevada renta anual a los productores del partido.

Como en el resto de la jurisdicción vueltabajera, la producción de tabaco en Mantua era muy superior a otros renglones económicos, lo cual provocaba una desproporción considerable entre las rentas aportadas por cada uno de ellos. La situación social generada en este contexto, al no estar incentivada por el vigoroso desarrollo capitalista, adquirió características y rasgos distintivos propios, conduciendo a la formación de clases sociales ligadas estrechamente a una rígida estructura estamental conformada por elementos heterogéneos e imprecisos.

Europeos, principalmente españoles y canarios, junto a criollos blancos y negros africanos; constituían los componentes fundamentales de la amalgama étnica, divididos a su vez en blancos, libres de color y esclavos que no confluían en un mismo estrato social.

El estadio superior lo conformaban los europeos y sus hijos nacidos en la isla, descendientes en muchos de los casos de aborígenes, mulatos o negros y mestizos con una línea paterna blanca que pasaba de la cuarta generación materna.

Los libres de color - pardos y morenos llamados mulatos y morenos después de 1827- constituían un estrato importante en la sociedad vueltabajera, sin embargo, en Mantua su número era doblemente superado en 1862 por los esclavos.

Designación del primer alcalde en Mantua

El 23 de julio de 1866, el gobernador superior civil, a propuesta del teniente gobernador de Nueva Filipina designó como primer alcalde de Mantua a Antonio Rodríguez Parra y Santalla, natural de Bainoa provincia de Oriente, hijo de Antonio Rodríguez Parra, hacendado establecido en Montezuelo durante la primera mitad del siglo XIX donde trató sin éxito de fomentar en gran escala el cultivo de la caña de azúcar y el café. el 21 de Noviembre de 1859 y al constituirse en 1861 la alcaldía mayor, fue nombrado regidor. Vivía junto a su esposa y su larga familia en el pueblo de Mantua.

Antonio Rodríguez Parra había decidido marcharse de Mantua en a mediados de 1868 y el 12 de junio su cargo lo ocupó provisionalmente Francisco A. Peláez, hasta las elecciones que tendrían lugar el siguiente año. Rodríguez Parra, según Emeterio Santovenia “... se marchó de Mantua cuando gozaba de estima y cariño generales, ganados en franca y buena labor cívica. ”. ¿Qué influyó para que el primer alcalde de Mantua tomara tan drástica decisión cuando, a juzgar por Santovenia, se encontraba en el pináculo de su carrera?

Antonio Rodríguez Parra, padre, era un hombre arriesgado y entusiasta, dueño de las haciendas de Santa Lucía y San Antonio de Padua o Montezuelo, donde fomentó un cafetal, con todos los adelantos de su tiempo en las fértiles tierras de Santa Lucía y Antúnez. Construyó un secadero y almacenes aledaños, pero no tuvo éxito; entonces decidió dedicar sus esfuerzos a la producción de azúcar.

Estimulado por la gran dotación de esclavos de que disponía; dispersó las plantaciones de caña en sus fincas Santa Lucía y el Guayabo y comenzó la construcción de un ingenio y su batey. Sus numerosos esclavos permitían que se dedicara también a la tala en gran escala de bosques de maderas preciosas, abundantes en la comarca, lo que le aportaba grandes dividendos.

Pero un buen día, -cuentan los más viejos en Mantua, porque a su vez lo oyeron de sus tatarabuelos-, la dotación completa de esclavos de Antonio Rodríguez Parra amaneció sin vida en sus barracones. Un esclavo, según la misma fuente, había vertido veneno en el agua que bebían sus compañeros; después, se suicidó bebiendo el agua que él mismo había envenenado.

Aquella acción desesperada, significó la ruina de Rodríguez Parra, quien decidió enterrar a sus esclavos en una fosa común practicada en uno de sus antiguos cafetales y marcharse para siempre de la comarca que le había dado fortuna. Aparentemente, su hijo alcalde decidió acompañarlo hacia su tierra de origen.

Escuelas Mantuanas

El 1 de marzo de 1879, se leyó ante el consistorio una circular del gobernador civil sobre la necesidad de edificar nuevas escuelas para ambos sexos y dominicales para adultos; el alto funcionario pedía a los gobiernos municipales que se establecieran escuelas para niños negros de los dos sexos o, en todo caso se admitieran alumnos negros en las escuelas de blancos; por entonces en el municipio Mantua, existía un plantel privado en Montezuelo y se promovía la creación de otro en el barrio La Ceja. Sin embargo no fue hasta el 8 de enero de 1894 que se aprobó la decisión del gobierno colonial de permitir que los niños negros pudieran asistir a las escuelas públicas. Al ser abolida la esclavitud, la mayoría de los esclavos domésticos en Mantua continuaron sirviendo a sus antiguos amos y aquellos que laboraban en las vegas de tabaco continuaron como braceros por un bajísimo jornal.

Fuentes

  • Entrevista a los trabajadores del Museo Municipal de Mantua
  • Periódico Ecos de Mantua