Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País

Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País
Información sobre la plantilla
Institución
Grabado y fotografía de la Real Sociedad Económica en la antigua Plaza del Reino(Zaragoza).jpg

Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País . Institución aragonesa que fue promovida por los ilustrados de Aragón como semilla y apoyo a la incipiente curiosidad científica en esta región.

Origen

El apoyo definitivo que Pedro Rodríguez de Campomanes prestó a la fundación de la Real Sociedad Matritense en 1775, a la vista de los excelentes resultados obtenidos por la Vascongada desde su aparición en 1765, fue el resorte que puso en marcha la creación en España de numerosas Sociedades Económicas, cuyos objetivos y organización fueron plasmados para ejemplo en los Estatutos de la Matritense. La incorporación de Aragón a las corrientes de renovación de las técnicas y las ciencias que se sustentaban en la Enciclopedia, iba a institucionalizarse en Zaragoza a través de una Sociedad Económica reunida con carácter preparatorio a partir del 3-III-1776, en los salones del Ayuntamiento zaragozano, en cuya secretaría se había recibido a finales de 1775 una carta del Consejo de Castilla exhortando a la creación de la misma.

Las personas encargadas de promover la fundación de la Sociedad mediante visitas a los ciudadanos prominentes fueron el corregidor Diego Navarro y Gómez, los condes de Sástago, Sobradiel, Argillo, y Torresecas, el marqués de Ayerbe, el deán de la ciudad Silvestre Lario, los canónigos Ramón de Pignatelli, Carlos González y Juan Antonio Hernández y Pérez de Larrea, y por último el regidor decano del Ayuntamiento, Miguel Franco de Villalba. En otras palabras, la corporación municipal con los principales nobles afincados en la ciudad como miembros destacados de la misma y altas personalidades del Cabildo metropolitano dieron los primeros pasos. Al constituirse la Junta preparatoria se observan ya cambios interesantes en esta composición. El conde de Sástago ocupa la plaza de director, Ramón de Pignatelli la de censor, Carlos González la de secretario, Ramón Amat la de contador, Juan Martín de Goicoechea la de tesorero, el marqués de Ayerbe la de vicedirector, Manuel Turmo la de vicecensor, Tomás Fermín de Lezaún la de vicesecretario y Antonio Florencia la de vicecontador. En primer lugar, el Ayuntamiento es orillado, tanto el corregidor como el regidor decano, desaparecen de la escena. La nobleza como grupo social dominante se reserva los cargos de dirección y la censura principal. El clero alto se queda con la secretaría, los comerciantes adinerados aparecen ocupando las contadurías y la tesorería única, en tanto que las clases medias ocupan la vicecensura, ya que M. Turmo era catedrático de la Universidad Literaria, además de sacerdote, y la vicesecretaría, pues T. F. de Lezaún era funcionario estatal.

La figura más destacada dentro de este grupo era indudablemente Ramón de Pignatelli, dada su experiencia en temas económicos, pues por entonces se ocupaba del complicado asunto del Canal Imperial. De hecho fue el autor del discurso pronunciado ante sus consocios el día 22-III-1776, que puede considerarse el programa sobre el que girarán las primeras actividades de la Sociedad.

—Evolución institucional: La Económica ha tenido tres etapas en su funcionamiento como institución que comprenden los años de 1776 a 1808, 1809 a 1850, y de 1850 a nuestros días. La primera fue de signo ascendente, la segunda de estancamiento y desaparición paulatina de sus actividades y centros creados en el período anterior, en tanto que la tercera se caracteriza por una vida de vegetación honorífica, desvinculada del progresismo que justificó y sustentó su primera etapa, y animada esporádicamente por acontecimientos aislados como el apoyo a los viticultores registrado en la década 1870-1880, o la celebración de las Conferencias Económicas Aragonesas en 1933, entre otros.

En realidad la proliferación o afianzamiento durante el siglo XIX de instituciones con objetivos muy especializados, en materias económicas, sociales y culturales, le restaron fuerza a una sociedad cuyo comportamiento inicial había abarcado un número desproporcionado de metas, al actuar como una oficina de fomento general. El papel rector de la economía aragonesa, que le pudo quedar a partir de 1850, en muchos casos no pasó de ser simbólico, si bien algunas iniciativas tomadas en su seno dieron frutos espectaculares, como es el caso de la fundación de la C.a.m.p.a.z.a.r. en 1876.

La estructura social en la primera etapa se caracterizó por la imparable ascensión de las clases medias, que a partir de 1785 tuvieron totalmente el control de la Sociedad, desbancando a la facción nobiliaria que salió elegido en 1776. Estas clases medias dieron muestras de comportamiento burgués, y como tales, dada su precocidad, condujeron a la Económica por el sendero del progreso y la renovación científica. En la segunda etapa, los supervivientes de la francesada pertenecientes a las clases medias ascendieron peldaños en el estrato social, y empezaron a dar los pasos de selección de socios, a través de las informaciones secretas, de manera que la Sociedad se fue convirtiendo en un coto cerrado para nobles, dignatarios eclesiásticos, terratenientes, grandes negociantes o industriales, y profesionales liberales muy consagrados, situación que se había consolidado ya en 1870, y que con poquísimas variaciones se ha mantenido hasta nuestros días.

En el aspecto financiero, la Sociedad se mantuvo hasta 1792 gracias a las cuotas de los socios, los donativos recibidos, y dos entregas de dinero por parte del Estado, procedentes de rentas eclesiásticas aragonesas no adjudicadas. Su fórmula hizo fortuna, y desde 1794 hasta 1808 la Económica contó con una dotación de 24.000 reales anuales para mantener sus centros de enseñanza, y pagar a los profesores, catedráticos y oficiales de la propia Sociedad, cuya dedicación había ido en aumento. Estas dotaciones estatales fueron disminuyendo en la segunda etapa, hasta reducirse a cantidades puramente simbólicas y desaparecer después. De hecho en los últimos años el sostenimiento de la entidad ha corrido en buena parte por cuenta de la C.a.m.p.a.z.a.r. (actual IberCaja).

El patrimonio acumulado durante los dos siglos de vida de la entidad estriba en los locales que ocupa, en la calle D. Jaime I, n.° 18, de Zaragoza, en su colección de objetos artísticos, en su biblioteca y en su archivo. En todos estos se han apreciado pérdidas, siendo de destacar la correspondiente al archivo, muy diezmado por la extracción de documentos, que no han vuelto al mismo. En la biblioteca, monetario, ficheros, etc., ha ocurrido otro tanto, si bien es cierto que estas pérdidas ya se iniciaron con motivo de los dos Sitios sufridos por la ciudad en 1808 y 1809.

—Agricultura y ganadería: La información detallada acerca de las producciones agrícolas del reino se acometió desde el nacimiento de la entidad, dando origen a su gabinete de Historia Natural. El objetivo perseguido era el de buscar plantas que tuvieran alguna aplicación, y darlas a conocer para su aprovechamiento. En el terreno de los ensayos los socios tocaron todas las facetas de la agricultura. Se probaron ciertas trilladoras y arados diversos, así como distintos animales de tiro, terminando por preferirse la mula sobre los bueyes, al adaptarse mejor al medio en Aragón. Se promocionaron roturaciones de tierras comunales, y se abogó por el aprovechamiento agrícola en detrimento de la tradicional dedicación de tierras al pastoreo ejercida por los mayores terratenientes, aunque no hay indicios de que se discutiera seriamente el derecho de los mismos a poseer la propiedad. La vuelta de los labradores a los campos, en los que ya se venía registrando un éxodo alarmante, atrajo sus miradas, pero sin resultados positivos, demostrando un empeño grande en conseguir un mayor aprovechamiento de los jornaleros, y del aumento de la jornada laboral, por lo menos en los términos de la propia Zaragoza.

Los ensayos para conseguir mejores cosechas o con nuevas plantas se practicaron en las tierras que a tal efecto tuvo la Sociedad en Torrero, en el Jardín Botánico de la calle de San Miguel, instalado en el antiguo huerto del convento de Santa Catalina, o en las propiedades de numerosos socios. La plantación masiva de la modalidad olivarera del empeltre en los términos de la ciudad, y la difusión del cultivo de la patata y su utilización alimenticia, fueron los empeños más logrados y trascendentes abordados entre 1776 y 1808, si bien además se estudiaron los diversos tipos de trigos conocidos de cara a su mejor aprovechamiento harinero, se seleccionó la viña y se dieron normas claras sobre su tratamiento merced a la obra de Mr. Maupin, se vieron los ciclos productivos de los frutales, se realizaron en la década de 1790 a 1800 numerosísimos estudios acerca de las posibilidades de ampliar los regadíos en todo Aragón, y se consiguió que se hicieran abundantes plantíos de árboles, para ir reponiendo los esquilmados bosques aragoneses.

Las plagas y los insectos dañinos recibieron también la atención de la Sociedad, que no de enviar información escrita de todo a los pueblos donde tenían socios correspondientes. En el campo ganadero además de ser propensos a la reducción de los terrenos dedicados a pasto, incrementando el cultivo de la alfalfa, roturando tierras en favor de la agricultura, procuraron racionalizar la albeitería y estuvieron cerca de conseguir una escuela de veterinaria para Zaragoza. Su modelo de explotación agrícola era la unifamiliar, en terrenos propios o arrendados, con ganado estabulado y alimentado con praderas artificiales de alfalfa. En este sentido se fue orientando la enseñanza de la Escuela de Agricultura que se creó en 1778, y que funcionó sin interrupción hasta 1808, para volver a abrir sus puertas a partir de 1815, registrando a partir de 1824 un decaimiento de asistencia, que acabó con su clausura definitiva en 1835. A partir de entonces, las iniciativas de carácter agrícola se vieron muy disminuidas, como el resto de las actividades de la Sociedad.

La dotación de recursos financieros para el campo, a fin de contrarrestar las extorsiones de los prestamistas usureros, estuvo siempre entre los objetivos de la Económica a partir de 1776, si bien hasta 1800 no vieron dotado económicamente el Monte Pío de Labradores que deseaban, y que fue organizado en parte según el modelo de la Unión, Tesoro y Reparo de Labradores de Cosuenda, fundada en 1647. El Monte Pío prestaba dinero para la compra de animales de labor, y para la recogida de cosechas, y sus arcas sufrieron un quebranto muy importante durante los Sitios, si bien tras la guerra de la Independencia siguió funcionando.

—Artesanado e industria: En este conjunto de actividades encaminadas a proteger y a fomentar el sector secundario de la economía es donde la Sociedad alcanzó mayor importancia, y desde luego no tanto por los resultados obtenidos a corto plazo, sino por la trascendencia educativa que lograron los centros de enseñanzas superiores que se fundaron. Como medida básica para proponer la reforma de las estructuras productivas, se redactó en 1779 un plan gremial, que liberaba a los artesanos del estrecho marco que los sujetaba, de paso que se suprimían todas las barreras expansivas y comerciales, pero fue imposible aplicarlo, y tras su suspensión por el Consejo de Castilla, la Sociedad no tuvo más alternativa que dedicar sus ayudas en dos direcciones, una de asesoramiento técnico y legal a las distintas ramas artesano-industriales, y otra de educación de técnicos y artesanos para que ejercieran sus cometidos con mejor preparación.

Durante la primera etapa, es decir entre 1776 y 1808, prácticamente la totalidad de los sectores industriales recibieron ayudas de la Económica, con las miras puestas en promocionar las producciones de las manufacturas que más endeudaban a la balanza de pagos aragonesa. En el ramo de la alimentación se encargaron cocciones de pan con diversos trigos para ver su rendimiento y se experimentó el mezclarlo con harina de patata, que lo abarataba considerablemente, procurando de paso la mayor difusión posible de este tubérculo. Los sectores del vidrio, la cerámica, la piel y la madera, recibieron instrucciones diversas para mejorar su producción, con especial atención hacia la construcción de instrumentos musicales de teclado. El sector extractivo fue asesorado, sobre todo en el intento de abaratar los combustibles, merced a la popularización del uso del carbón de Utrillas, y con las miras puestas en conseguir que fueran los aragoneses quienes se beneficiasen de unas minas tradicionalmente en manos de extranjeros. En el sector metalúrgico, dada la escasez de yacimientos propios, se buscó ante todo la depuración de técnicas de fundición, a fin de obtener mejores aceros para instrumental, de paso que se renovaban las técnicas de platería, joyería y relojería. En la construcción se procuró ante todo el aprovechamiento de las abundantes canteras de mármol, jaspes y alabastros existentes en Aragón, y la sustitución paulatina de los antiguos maestros de obras, por los nuevos arquitectos, mucho más técnicos, y educados en la corriente del buen gusto neoclásico.

El sector textil fue con diferencia el más apoyado, en sus diversas variedades. En concreto, los productores de tejidos de seda, ante la profunda crisis del ramo, recibieron una seda de mayor calidad, e hilada conforme a las técnicas más avanzadas en el hilador que a tal efecto mantuvo la Sociedad entre 1782 y 1801, a fin de que compitieran en finura con los tejidos franceses, ingleses o piamonteses. En cuanto a otras hilaturas, procuraron propagar la de la lana, el cáñamo y el lino en el ámbito familiar, enseñando estas técnicas a niñas y jóvenes en las escuelas de hilar al torno, que superaban a la rueca tradicional, y cuya apertura a partir de 1778 alcanzó a diversas localidades del reino, y cuya vida languideció de forma evidente a partir de 1820. Muy relacionada con este sector estuvo la industria química, orientada en principio a los tintes y al blanqueo de tejidos, si bien en años posteriores, se buscó la producción de vitriolo y otros compuestos requeridos por otros sectores de la producción, y que sentaron las bases de las industrias químicas aragonesas.

La educación de los artesanos se canalizó a través de las escuelas citadas de hilar al torno (1778-1820), la de Flores de Mano (1784), la de Dibujo (1784-1792) y la Academia de Bellas Artes de San Luis de Zaragoza (1792 a nuestros días), en tanto que los técnicos destinados a introducir mejoras a nivel dirigente lo hicieron en la Escuela de Matemáticas (1780-1839), y las Cátedras de Botánica y Química (1797-1846), verdaderos centros innovadores, de los cuales destacó sobremanera la Escuela de Matemáticas, organizada en ciclos de cuatro años, y de la que salieron insignes discípulos, con conocimientos de rango universitario.

—Comercio: Los problemas que tenían planteados los comerciantes aragoneses en 1776 eran muy complejos. En lo concerniente a ubicación, carecían de salidas al mar, lo que les restaba posibilidades a la hora de comerciar con América, sobre todo a raíz de la liberalización decretada en 1778. Las aduanas con Cataluña y Navarra encarecían notablemente las exportaciones de excedentes agrícolas que salían por el Ebro, y del vino y los aguardientes, destinados a los señoríos vascos, si bien por la castellana, el flujo era equilibrado en general, y respondía a las fluctuaciones agrícolas producidas por la climatología. La frontera francesa era tradicionalmente deficitaria para Aragón, que se veía siempre obligada a nivelar su balanza de pagos con los excedentes agrícolas comerciados con otros reinos españoles.

Otro grave problema del comercio aragonés lo constituía su sistema de moneda, pesos y medidas, diferentes a las de sus vecinos, lo que entorpecía las transacciones. A esta situación es preciso añadir la deficiencia de numerosas vías de comunicación, con los problemas que suscitaba su arreglo al paso por tierras de propiedad particular, lo que comportaba la utilización escasa de carros adecuados, sustituidos en abundantes tramos por recuas de mulas, cuyo alquiler incrementaba enormemente el transporte de mercancías. La insistencia por parte de los interesados en mantener este estado de cosas, fue siempre muy acusada.

Por último, las privativas contenidas en las ordenanzas de los cuerpos de comercio, y de la mayor parte de los gremios artesanales pujantes, acababan por encarecer el abastecimiento de productos necesarios, o la simple circulación por sus áreas de dominio, de las remesas de productos con destino a otros lugares. En otras palabras, puede asegurarse que la situación comercial aragonesa en el año de 1776 era altamente perjudicial para los intereses del reino, y que este fraccionamiento de competencias e incrementos desorbitado de costes, había ido mermando el comercio aragonés desde el siglo XVI hasta entonces, lo que a su vez se traducía en una falta de información evidente acerca de los mercados existentes fuera de sus fronteras, así como de las técnicas modernas de la transacción comercial.

La resolución de estos problemas constituyeron los objetivos en materia comercial de los Amigos del País en la primera etapa de su existencia, es decir entre 1776 y 1808. En primer término, Antonio Arteta de Monteseguro analizó los productos que podrían sacarse de Aragón con destino a América por el puerto de Los Alfaques (Castellón), a partir de 1778. Después se procuró suavizar la rigurosidad de las aduanas con Cataluña, Navarra y Castilla, adhiriéndose al proyecto de libre circulación de granos. De paso se estudiaba con detenimiento la balanza de pagos del reino, al objeto de irla nivelando, merced al consumo de productos aragoneses, cuya manufacturación se apoyaba, a fin de detener las importaciones francesas.

Se hicieron numerosos prontuarios de conversión de moneda, pesos y medidas, con los que agilizar los intercambios, en tanto que se buscó afanosamente una salida al mar, optándose por arreglar el camino a Tortosa y Los Alfaques, que complementaba los servicios del Canal Imperial de Aragón, ante la evidente dificultad que entrañaba la adecuación del Ebro para hacerlo rentable como vía de navegación, a lo que hay que añadir la búsqueda de mejoras en los caminos a Laredo, para salir al Cantábrico, y de Canfranc, para ir a Francia, con lo que se sentaron ya por entonces las bases del futuro ferrocarril.

Las privativas de los gremios en materia comercial se fueron debilitando más por su anacronismo, que por el intento de la Sociedad de anularlas, mientras que la falta de información sobre mercados, modus operandi de los comerciantes internacionales, etc., se palió gracias a la Cátedra de Economía Civil y Comercio (1784-1846), cuyo contenido de enseñanzas, en ciclos de cuatro años, alcanzó nivel superior. Los trabajos tanto en materia comercial como en la industrial y agrícolas posteriores a la guerra de la Independencia, no pasaron de ser simples informes al gobierno, sobre problemas concretos, tales como el anteproyecto de ferrocarriles, la introducción de cereales o la pretendida supresión de la Universidad, sin que se aventuraran a poner en práctica acciones directas, como ocurriera en la centuria anterior.

—Actividades complementarias: El hecho de que la Sociedad actuase realmente como una oficina de fomento y promoción económica, con unas miras sociales evidentes, y con el empeño de elevar el nivel cultural y científico del reino, vino a traducirse en una serie de iniciativas que rebasaban los cauces de lo estrictamente económico. En el campo de lo social pasó a ocuparse desde 1776 hasta 1780 de procurar la erradicación de la mendicidad de la ciudad, pues a juicio de su director, el conde de Sástago, debía retirarse de la calle a todos los mendigos, para recluirlos en la Real Casa de Misericordia. Este intento resultó vano, y a partir de 1780 se comenzó pensar en la creación de una Junta de Caridad, que fundará, a partir de 1782, seis escuelas primarias y talleres comunales, donde los niños aprendían a leer, escribir, y contar, y en los que después trabajaban hilados, costuras, tejidos burdos, etc., por encargo de particulares. Se pretendía educar a los niños pobres y estimular su actividad con los estipendios obtenidos por su trabajo, alejándoles así de la mendicidad.

La Sociedad en aquellos primeros años, es decir entre 1776 y 1780, a instancias de los directivos, elevó diversos escritos al Ayuntamiento de Zaragoza y Real Audiencia en solicitud de que los jornaleros del campo fueran obligados a cumplir la jornada laboral de sol a sol, cuando en realidad sí la cumplían, exigían una peonía y media de salario, es decir, valoraban en ocho horas aproximadamente su jornada, y si habían de volver por la tarde, exigían se les remunerase aparte.

Al igual que ocurriera con el caso de la mendicidad, cuando la facción nobiliaria dejó de dominar la Sociedad, no se volvieron a ocupar de este asunto, dirigiendo sus inquietudes a temas menos comprometidos como eran la mitigación de las condiciones de los presos en las cárceles de la ciudad, proponiendo que se les diera trabajo, y que se les mejorasen las condiciones sanitarias, o que se dotara a la ciudad de fuentes públicas, y canales de desagüe para las calles de artesanos, ante la insalubridad que representaban tanto los sistemas tradicionales de acarreo de agua como los obradores de buena parte de los obreros manuales.

Las constantes epidemias de fiebres que se daban en Aragón, motivaron diversas intervenciones de la Sociedad ante la Administración central, consiguiendo que se nombrase un visitador de epidemias en el seno de la misma durante la década de los ochenta, en tanto que la década de los noventa vio cómo la Económica se ocupaba de hacer las primeras inoculaciones de la vacuna de la viruela, y proponía unas medidas para curar la rabia en las personas mordidas por animales contagiados.

La Filosofía Moral y el Derecho Público, fueron objeto de la enseñanza por parte de la Sociedad a partir de 1785, en sendas cátedras, que funcionaron hasta finales de la década de los noventa, y si nos fijamos en otros temas resulta que la demografía, el urbanismo, la numismática, o la propia meteorología, fueron también objeto de las atenciones y estudios, dada la profusión de miras que se trazaban los ilustrados en sus proyectos. No obstante, y como hemos apuntado anteriormente, al iniciarse la etapa de decadencia, es decir desde 1808 hasta 1850, la mayor parte de estas iniciativas desaparecieron, al igual que la mayoría de los centros creados por la Económica, al ser sustituidos por otros de nuevo cuño, más acordes con las nuevas circunstancias sociales. El tiempo de la Ilustración había llegado a su fin. (Sociedad Económica Turolense de Amigos del País)

Bibliografía

Ximénez de Zenarbe y Biec, F.: Reseña histórica de algunos trabajos importantes llevados a cabo por la Real Sociedad Económica Aragonesa; Zaragoza, 1876. Id.: Sumario de algunos de los trabajos más notables realizados por la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País leído por su autor el Vice-Director y socio de Mérito Doctor D...; Zaragoza, 1880. Gregorio Rocasolano, A. de: Desenvolvimiento de la cultura en Zaragoza, desde el último tercio del siglo XVIII, hasta fines del siglo XIX, consecuencias que de la actuación de nuestra inmortal ciudad se deducen, en relación con el atraso de España; separata de Anales de la Universidad de Zaragoza, 1923. Ruiz Lasala, I.: Bibliografía zaragozana del siglo XIX; Zaragoza, 1977. Forniés Casals, J. F.: La Real Sociedad Económica de Amigos del País en el período de la Ilustración (1776-1808): Sus relaciones con el artesanado y la industria; Madrid, 1978. Id.: «Fuentes para el estudio de la sociedad y la economía aragonesa entre 1776 y 1808: los documentos citados en las actas de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País»; rev. Jerónimo Zurita. Cuadernos de Historia, núms. 35-36, 1980, pp. 173-319.

Fuentes