Revolución del 33 (Cuba)

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Revolución del 33
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País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba, Bandera de los Estados Unidos de América Estados Unidos

Revolución del 33. En los meses iniciales de 1933, Cuba era un país en pie de guerra, a pesar de la represión sanguinaria del Gobierno del tirano Gerardo Machado.

Se sucedían las manifestaciones, mítines callejeros —conocidos popularmente como "tánganas"—, las huelgas estudiantiles, estallaban frecuentes explosiones de petardos y otros artefactos, ocurrían atentados contra elementos del régimen, mientras que el movimiento sindical organizaba huelgas de los obreros y campesinos, en especial de los ramos azucareros, tranviarios, tabacaleros y guajiros que, unidos a la gran masa de desocupados, conmovían el país.

Céspedes Presidente. Reacción de obreros y estudiantes

Todos los esfuerzos del general Alberto Herrera, Jefe del Ejército, para adueñarse de la primera magistratura son inútiles. En la noche del 12 de agosto el Congreso acuerda investir como Presidente a un personaje anodino, Carlos Manuel de Céspedes, con la aprobación de Estados Unidos. Céspedes forma su Gabinete con elementos de la oposición mediacionista y algunos connotados servidores del gobierno estadounidense. Este equipo pretende mantener el statu quo y les brinda protección a los machadistas en su fuga.

Pero ni Céspedes, ni los partidos burgueses, ni el propio WeIles han comprendido todavía la magnitud del movimiento, que se desarrolla impetuoso bajo el impulso fundamental de obreros y estudiantes. El Partido Comunista y las organizaciones orientadas por él —en primer lugar la Confederación Nacional Obrera de Cuba— tratan de darle a la Revolución un contenido agrario y antimperialista. Más de doscientos mil obreros azucareros van a la huelga en agosto y septiembre. Los trabajadores se apoderan de muchos centrales, ocupan ferrocarriles, extienden su control sobre vastas zonas agrícolas y se arman formando grupos de autodefensa, generalmente con el apoyo de los campesinos. En varios lugares, éstos ocupan las tierras de los latifundistas. El aparato represivo, resquebrajado, es incapaz de ejercer ninguna autoridad.

Teniendo en cuenta la situación revolucionaria que se vive, el Partido Comunista llama a los obreros, campesinos y soldados a establecer «soviets» (consejos) en aquellos lugares donde el empuje popular lo haga posible, a manera de gobierno provisional elegido por las masas. Estos órganos del poder obrero-campesino debían adoptar todas las medidas necesarias para resolver los principales problemas de los trabajadores urbanos y rurales, industriales y agrícolas, así como de la población en general. A partir de agosto de 1933, este llamamiento del Partido Comunista es respondido por los trabajadores con la toma de unos 36 centrales azucareros y el establecimiento de «soviets» en muchos de ellos, como Mabay, Tacajó y Santa Lucía, en Oriente; Jaronú, Senado y Lugareño, en Camagüey; Nazábal, Hormiguero y Portugalete, en Las Villas. Algunos de estos «soviets» cesaron cuando se llegó a acuerdos satisfactorios con las empresas; otros, meses después, ya derrocado Céspedes, serían aplastados por la acción del Ejército.

Pero lo cierto es que en las semanas que siguieron al 12 de agosto el gobierno es impotente para enfrentarse al pueblo. Gracias a la acción popular, y sin que Céspedes pueda impedirlo, las cárceles se llenan de machadistas, son ajusticiados los esbirros en las calles, asaltadas las propiedades de funcionarios del machadato, destituidos los alcaldes y concejales. Una amnistía pone en libertad a los opositores presos y van regresando a Cuba exiliados de todos los partidos, grupos y tendencias, con lo que la acción popular se intensifica. Hay una honda crisis en el Ejército, lo que impide que éste se lance contra las masas desbordadas.

A solicitud de Welles, dos buques de guerra norteamericanos anclan en la bahía habanera en tono amenazador. El pueblo exige la sustitución del gobierno de Cépedes por otro que responda a las aspiraciones de la revolución popular. El Directorio Estudiantil Universitario (DEU) se radicaliza, rompe sus lazos con el ABC y proclama la insurrección popular para liquidar todos los vestigios de la tiranía e instaurar un gobierno provisional revolucionario designado por los estudiantes. Da a conocer un Programa contentivo de numerosas reformas políticas, económicas, sociales y educacionales de carácter democrático y nacional-liberador que deberá cumplir el gobierno provisional hasta tanto se realicen elecciones y el pueblo elija soberanamente a sus mandatarios. El DEU se convierte así en el núcleo aglutinador de las organizaciones más radicales de las capas medias. Se le unen también y aceptan su Programa varios miembros jóvenes de la oficialidad técnica del Ejército que han creado el llamado Grupo Renovación.

La Revolución de los Sargentos. La Pentarquía

La insubordinación de las clases populares contra el orden oligárquico tiene otra manifestación de mucha relevancia: el descontento de soldados, cabos y sargentos por los malos manejos de muchos oficiales con los fondos destinados a la comida, el vestuario y otras atenciones de la tropa; por los rumores de rebaja de sueldos y licenciamientos, y por las vejaciones que sufren.

Encarna ese descontento el sargento mayor Pablo Rodríguez, que dirige el Club de Suboficiales. Lo secundan inicialmente algunos militares, entre ellos el sargento taquígrafo Fulgencio Batista, los que crean la Unión Militar Revolucionaria, más conocida como Junta de los Ocho atendiendo al número de sus miembros originales. La conspiración militar toma cuerpo rápidamente, y en la madrugada del 4 de septiembre de 1933 estalla el movimiento: son depuestos los jefes y oficiales del Ejército y toman el mando los sargentos, en un golpe que ha sido llamado por eso «la revolución de los sargentos». Maniobrando hábilmente, Batista asume la dirección del movimiento, relegando al líder Pablo Rodríguez al puesto de Jefe del Campamento de Columbia. Poco después, Batista será ascendido a coronel y nombrado oficialmente como Jefe del Estado Mayor del Ejército.

El DEU arriba a la ciudad militar de Columbia junto a otras agrupaciones de izquierda y se hace dueño de la situación. El Partido Comunista (PC), la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), la Liga Antimperialista y el Ala Izquierda Estudiantil, que marcharon a la vanguardia en el derrocamiento de Machado, apoyan el golpe y llegan a Columbia; pero no se admite su participación. En unión de los militares rebeldes, el DEU integra la llamada Agrupación Revolucionaria de Cuba, que toma las decisiones a partir de entonces. Es depuesto el Presidente Céspedes y a propuesta del DEU, la Agrupación nombra un gobierno colegiado de cinco miembros. Ellos son: Ramón Grau San Martín y Guillermo Portela, profesores universitarios; Sergio Carbó, periodista que asume posiciones demagógicas de izquierda; José Miguel Irisarri, abogado, combatiente antimachadista y antimperialista, y Porfirio Franca, banquero y negociante inocuo.

Sumner Welles se alarma ante la revolución de los sargentos y pide a su gobierno el envío de buques de guerra. El 7 de septiembre circunvala a Cuba una escuadra compuesta por 30 buques de ese tipo, y es reforzada la base naval de Guantánamo. Ya Batista ha establecido contacto con WeIles, iniciando los pasos que lo convertirían en un servidor de los intereses de Washington. Los sectores oligárquicos piden la intervención norteamericana.

El Gobierno Provisional. La obra de Gran y Guiteras

La Pentarquía dura apenas una semana. Ante las contradicciones que ella afronta, el DEU asume la responsabilidad de disolverla y designa Presidente a Ramón Grau San Martín, el que toma posesión el 10 de septiembre. El equipo de gobierno de Grau es muy heterogéneo. En él se manifiestan, desde su integración, tres tendencias muy definidas: una de carácter nacional-reformista, mayoritaria, encabezada por el propio Grau; otra reaccionaria y proimperialista, que responde al Jefe del Ejército, coronel Batista, y una tercera de extrema izquierda, cuyo representante principal es Antonio Guiteras. A tono con esas tendencias, se manifiestan agudas contradicciones en el seno del gobierno y se producen medidas y hechos igualmente contradictorios. Todo lo cual dificulta que las principales fuerzas populares hagan, en aquellos instantes, una caracterización acertada del gobierno y adopten la actitud más consecuente.

Gracias al ala más radical, y con la anuencia del Dr. Grau, el gobierno adopta numerosas resoluciones de contenido popular, revolucionario y nacional-liberador. Para hacer frente a la crisis económica, dicta regulaciones referentes a la zafra azucarera de 1934 en beneficio de los propietarios cubanos y de los colonos (cosecheros de caña); destituye al norteamericano Thomas L. Chadbourne como Presidente de la Corporación Exportadora Nacional de Azúcar, suspende provisionalmente los pagos de la deuda contraída por Machado con el Chase National Bank of New York y toma ciertas medidas de protección a la producción agrícola.

Respondiendo a insistentes demandas de la población, el gobierno dicta una apreciable rebaja de las tarifas eléctricas y algunas medidas en favor de los trabajadores de ese sector, llegando a la intervención del monopolio norteamericano que controla los servicios de electricidad y gas. También fija límites a la usura, suspende temporalmente los desahucios de inquilinos y condona el 50% de los impuestos y contribuciones no pagados en el plazo debido. Gran repercusión tienen las medidas que se dictan en beneficio de los trabajadores, entre las que se hallan: cumplimiento de la ley que estableció la jornada máxima de ocho horas de trabajo y la que prohibía pagar los salarios en vales o fichas; fijación del jornal mínimo de un peso para los obreros industriales y de $0.80 para los agrícolas; prohibición del empleo de menores de 18 años en labores nocturnas y menores de 14 años como aprendices; creación de la Secretaría del Trabajo; establecimiento de la responsabilidad patronal ante los accidentes de trabajo. Dos de estas medidas de carácter social, que son de particular trascendencia, suscitan criterios encontrados: la sindicalización forzosa de los trabajadores —frente a la oposición de los patronos a que los obreros se organizaran—, y la llamada «ley de nacionalización del trabajo», que establece la obligatoriedad de que no menos del 50% de los obreros y empleados de cualquier centro de trabajo sean cubanos nativos.

De acuerdo con las demandas del estudiantado, se reconoce oficialmente la autonomía universitaria, se dedica el 2% del Presupuesto Nacional a este alto centro, se conceden 1 000 matrículas gratis para los estudiantes pobres y se inicia el proceso de depuración del profesorado. Radicales y valientes decisiones toma el gobierno en lo concerniente a los problemas políticos y jurídicos: expulsión de 517 oficiales del antiguo Ejército y creación de un cuerpo de Infantería de Marina integrado por revolucionarios y personas de extracción popular; supresión de la tristemente célebre Policía Secreta; anulación de la amnistía decretada por Céspedes en beneficio de los machadistas que cometieron delitos, y formación de Tribunales de Sanciones para juzgarlos. El gobierno disuelve los partidos políticos tradicionales, convoca una Asamblea Constituyente y nombra alcaldes y gobernadores de facto en el país.

El carácter antimperialista del gobierno se muestra en muchas de las medidas aprobadas, así como en la posición que adopta en el seno de la VII Conferencia Internacional Americana, celebrada en Montevideo en diciembre de 1933. La delegación cubana, presidida por el intelectual revolucionario y Ministro del Trabajo Dr. Angel Alberto Giraudy, se manifiesta allí contra la intervención de EE.UU. en los asuntos de los países latinoamericanos, afirma que «Cuba nació con un vicio congénito de intervención», y denuncia la Enmienda Platt y el Tratado Permanente como medidas contra la voluntad del pueblo cubano cuando el país «estaba intervenido por las bayonetas norteamericanas». Grau no acató la Constitución de 1901; juró su cargo ante el pueblo. Además, hizo caso omiso de la Enmienda Platt.

Subversión contrarrevolucionaria. Terror de Batista

Estas posiciones y medidas del gobierno de Grau concitan la rabia de las clases oligárquicas, de la oficialidad machadista desalojada de sus posiciones y de las organizaciones reaccionarias como el ABC, el ABC Radical, y el ala derecha del DEU, así como la animadversión del gobierno norteamericano. Siguiendo instrucciones de Welles, numerosos ex-oficiales machadistas y miembros del ABC se concentran en son de guerra en el conocido Hotel Nacional, situado junto al malecón habanero. El 2 de octubre, al persistir estos elementos en su actitud beligerante, Guiteras ordena el ataque contra ellos, el que se realiza por las tropas del Ejército y miembros de organizaciones adictas al DEU. Los militares son desalojados; pero Batista, que vaciló antes del ataque, muestra sus repulsivos sentimientos cuando, ya rendidos los contrarrevolucionarios, ordena a los soldados el asesinato de un grupo de ellos.

Al mes siguiente, el 8 de noviembre, se produce un nuevo alzamiento y son ocupados varios cuarteles y estaciones de policía. También esta vez Guiteras encabeza la defensa del poder revolucionario y derrota la sublevación en pocas horas. Sin embargo, mientras por un lado se dictan medidas radicales y se producen hechos de heroica resistencia revolucionaria, por otro se realizan actos de terror contra los obreros y las masas populares impulsados por el ala derecha del gobierno y particularmente por Batista. Grau no sostiene una actitud consecuente: respalda generalmente las posiciones radicales de Guiteras, pero otras veces acepta pasivamente las monstruosidades de Batista. En octubre y noviembre, ante el poderoso movimiento huelguístico, las fuerzas del ejército se lanzan impunemente contra los obreros en varios lugares, atropellándolos y asesinándolos como en los peores tiempos del machadato. Solamente la masacre del Central Jaronú ocasiona 10 muertos y 16 heridos.

Pero la represión no se ejerce sólo contra los obreros en huelga. Una de las más expresivas muestras del terror de la derecha es la matanza perpetrada contra la pacífica manifestación popular que se proponía dar digna sepultura a las cenizas de Julio Antonio Mella, el 29 de septiembre de 1933. Pocos días antes de los hechos, una comisión presidida por Juan Marinello había trasladado de México a La Habana los restos de Mella. En el local de la Liga Antimperialista se les rindieron guardias de honor. El día 29, cuando decenas de miles de personas se disponían a depositar las cenizas en un monumento provisional erigido en el Parque de la Fraternidad, tropas del ejército, junto con grupos anticomunistas —ABC Radical, Pro Ley y Justicia, Ejército Caribe y elementos derechistas del DEU—, disparan contra la manifestación, ocasionando la muerte a numerosos trabajadores, así como al niño Francisco González Cueto, miembro de la Liga de Pioneros de Cuba. El basamento donde iban a ser depositadas las cenizas fue destruido por los propios soldados.

Inmediatamente después, son asaltados y saqueados numerosos sindicatos obreros. Se iniciaba así una nueva fase de la ofensiva de las fuerzas reaccionarias del gobierno y de los grupos oligárquicos contra el movimiento obrero y popular. Siendo Guiteras el Secretario de Gobernación, Guerra y Marina —y por consiguiente, el superior jerárquico de Batista—, el PC y la CNOC lo consideraron también responsable de las masacres perpetradas por el Ejército, y lo acusaron duramente junto al resto del gobierno. Así, éste se vio atacado tanto por la derecha reaccionaria como por la extrema izquierda. No fue hasta principios de 1935 que el Partido Comunista empezó a comprender las posiciones de Guiteras y a darse cuenta de que no había sabido apreciar correctamente las fuerzas disímiles que integraban aquel gobierno ni el papel real que desempeñaba cada una de ellas.

La crisis del gobierno. El golpe reaccionario del 15 de enero

La crisis del gobierno se acentúa al comenzar 1934. El 6 de enero, ya autodisuelto el DEU, una asamblea general de estudiantes, a la vez que denuncia la conspiración contrarrevolucionaria financiada por los monopolios foráneos y rechaza toda intervención extranjera, repudia a Grau «por haber defraudado los ideales universitarios y por encontrarse incapacitado ( ... ) para cumplir el programa revolucionario». También en esos días —del 12 al 16 de enero de 1934—, un magno evento obrero hace duras acusaciones contra el equipo gobernante. Se trata del IV Congreso de la CNOC, celebrado legalmente en La Habana con la presencia de 2 400 delegados que representan a cerca de 400 000 trabajadores organizados de todo el país.

Su máximo organizador e inspirador es Rubén Martínez Villena, siendo ésta la última batalla librada por él, ya que muere finalizando el Congreso. Su entierro constituye un impresionante homenaje póstumo del proletariado a su entrañable líder. El Congreso hace un recuento de la actividad desplegada por la CNOC desde su fundación, examina la situación del país y traza su línea de combate. Aunque refleja el heroísmo y los progresos de los trabajadores y constituye un gran paso de avance en el camino de su organización y sus luchas, mantiene una negativa incomprensión en cuanto al gobierno de Grau. Rechaza la ley de nacionalización del trabajo, o ley del 50%, como una medida divisionista, ajena al internacionalismo proletario e incapaz de resolver —como alegaban sus defensores— el problema del desempleo. Denuncia los crímenes del Ejército, pero no los atribuye a un ala reaccionaría sino al gobierno en su conjunto, al que acusa de utilizar unas veces el terror y otras la demagogia.

De modo que en ese difícil momento político, la única central sindical cubana que ejerce su influencia sobre la gran mayoría de los trabajadores organizados, insiste en condenar a un gobierno en que predominan las fuerzas nacional-reformistas. Ya no quedaba un solo partido político, ni una sola organización social representativa, ni un solo sector con fuerza política real que sustentara aquel gobierno. Sus días estaban contados. Batista, confabulado con Estados Unidos a través del nuevo Embajador, Jefferson Caffery, que había sustituido a WeIles en diciembre de 1933, y de acuerdo con el ABC y los partidos oligárquicos, lleva a cabo el golpe militar contrarrevolucionario que derroca a Grau el 15 de enero de 1934.

La reacción en el poder

Engañosamente, los golpistas sitúan en la Presidencia de la República al ingeniero Carlos Hevia, colaborador de Grau; pero a las pocas horas lo sustituyen con el coronel Carlos Mendieta, político ultrarreaccionario y dócil instrumento de Washington. La jefatura del Ejército permanece en manos de Fulgencio Batista, artífice del golpe de Estado y hombre de confianza de la embajada norteamericana. Se instaura así el llamado Gobierno de Concentración Nacional, que el pueblo califica como Gobierno de Mendieta-Caffery-Batista, aludiendo a los tres personajes que mayor influencia ejercen en el mismo.

Sin llegar todavía a los extremos de la dictadura machadista, comienzan a anularse las conquistas logradas bajo el gobierno provisional revolucionario. Se dictan leyes y decretos en ese sentido: creación de los Tribunales de Urgencia, que limitan sobre manera las posibilidades de defensa de los acusados y cuyas sentencias son inapelables; establecimiento de la pena de muerte para los convictos de matar en atentado, sabotaje u otras formas de terrorismo; prohibición de las huelgas y manifestaciones; cese de la libre organización sindical; supresión de la autonomía universitaria.

Se organizan y pertrechan los institutos armados con la asistencia de Estados Unidos, a la vez que se mejoran las condiciones de alojamiento, vestimenta y sueldo de las tropas, con lo que Batista reafirma su liderazgo en el Ejército. Al convertirse los militares en los dueños del país, un nuevo mal se suma a los que ya corroen la República: el militarismo reaccionario. Aumentan las persecuciones contra el pueblo, con el resultado de atropellos y asesinatos, llegándose incluso a un crimen racista: el linchamiento de un barbero y periodista negro en Trinidad, Las Villas, por elementos del ABC, partido de gobierno.

El Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y la Joven Cuba

Sin embargo, las fuerzas revolucionarias que han perdido el poder no han sido aniquiladas y se organizan para la lucha. El Dr. Grau San Martín, junto con un amplio grupo de colaboradores, funda el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) —PCR (A)—, de composición heterogénea pero con preponderancia de los elementos nacionalistas. Adopta un programa nacional-reformista avanzado, con un lema de tinte radical: «Nacionalismo, socialismo y antimperialismo». El PCR (A) se convertirá rápidamente en el mayor partido de oposición.

Antonio Guiteras crea, en el mismo año de 1934, una nueva organización, Joven Cuba, que reúne a un grupo de intelectuales, estudiantes y otros representantes del sector más radical de las capas medias, y que incluye en su seno a numerosos obreros. Su programa es de carácter nacional-revolucionario avanzado. El PRC (A), y con mayor reciedumbre la Joven Cuba, manifiestan sus proyecciones antimperialistas y sus propósitos de organizar la insurrección para retomar el poder.

Acciones del Partido Comunista y la Confederación Nacional Obrera de Cuba

El Partido Comunista realiza su II Congreso nacional en abril de 1934, en el que aprueba su primer Programa y traza su táctica de lucha dirigida a la instauración de «un gobierno obrero y campesino». Blas Roca es ratificado como Secretario General de su Comité Central, cargo que ocupaba desde meses atrás. El PC y la CNOC desarrollan durante todo el año un poderoso movimiento huelguístico por demandas específicas de los obreros, pero también por la abolición de la Enmienda Platt, contra el proyecto de reforma del Tratado de Reciprocidad con Estados Unidos y otras exigencias de significación nacional.

Bajo la dirección del PC y la CNOC, se desencadena a partir del mismo mes de enero una ola de huelgas que engloba a decenas de miles de obreros azucareros en numerosos centrales, desoyendo el amenazador emplazamiento de Batista de que «habrá zafra o habrá sangre». La soldadesca batistiana se lanza contra los huelguistas, asaltando a bayoneta los barracones, desalojando familias enteras de sus viviendas, expulsándolas de los ingenios y ocasionando muertos y heridos.

Los obreros ferroviarios de Morón, Camagüey, se mantienen en huelga más de un mes; los trabajadores de la Secretaría de Comunicaciones paran sus labores durante 20 días; importantes acciones realizan también los obreros fabriles, del transporte, textileros, gráficos, petroleros, cigarreros, tabacaleros, agrícolas y forestales, tranviarios, metalúrgicos, maestros, barberos y peluqueros, así como los vegueros, los médicos y otros sectores laborales. Y en el mes de octubre tiene lugar una exitosa huelga general de 24 horas.

Las luchas campesinas. Realengo 18

Los campesinos, que habían desplegado importantes luchas bajo el machadato, las intensifican en 1934 en numerosos lugares del país, sobre todo en la provincia de Oriente. Entre los casos típicos de esas luchas se encuentra el Realengo 18, en la zona montañosa de Guantánamo.

Dictada una demanda de desalojo masivo contra unas 5 000 familias campesinas de la zona, éstas se arman con la ayuda y asesoría del PC y, alzando la consigna de «¡Tierra o sangre!», se enfrentan una y otra vez a la empresa latifundista y a las tropas batistianas, impidiendo finalmente que se les arrebataran sus tierras.

Cuarto Congreso de la Unidad Sindical

Se celebró del 14 al 17 de enero de 1934 y fue el último congreso que hizo la CNOC, lo organizó Rubén Martínez Villena y en medio de este muere. Uno de sus acuerdos fue el reconocimiento del PCC como organización orientadora de vanguardia, acordó que la CNOC quedase afiliada a la Confederación Sindical Latinoamericana y a la Internacional Roja. Tenía como objetivo rector lograr la unidad del movimiento obrero, se establece la unidad con las demás fuerzas revolucionarias sobre todo intelectuales y campesinos y condenó el dominio yanqui en Cuba, a la Enmienda Platt y a la penetración económica norteamericana.

La abolición de la Enmienda Platt. El nuevo Tratado de Reciprocidad

Tratando de mejorar su imagen ante Cuba y demás pueblos de América Latina, Estados Unidos accede a una de las demandas más insistentes de los cubanos durante toda la República: la abolición de la Enmienda Platt. En marzo de 1934, el gobierno de Roosevelt deja sin efecto la claúsula intervencionista. Es cierto que, como afirmó entonces un periodista estadounidense, mientras el capital norteamericano continuara dominando las industrias, tierras, bancos y otros recursos de la isla, y mientras ésta siguiera dependiendo del comercio con Estados Unidos, no cesaría la influencia decisiva de éste sobre la mayor de las Antillas. Pero de todas formas, resultó una victoria de las luchas del pueblo cubano que la ominosa Enmienda dejara de ser un apéndice de la Constitución cubana.

En agosto del mismo año se firma un nuevo Tratado de Reciprocidad entre Cuba y EE.UU. en sustitución del de 1903. La nación norteña sale favorecida aún más con el nuevo acuerdo, a costa de Cuba. El renglón cubano un tanto beneficiado es el azúcar; pero ese beneficio no se materializa nunca, porque EE.UU. aplica la Ley Costigan-Jones, que establece cuotas muy reducidas para la adquisición de azúcar cubano por ese país.

La huelga general de marzo de 1935. Muerte de Guiteras

Tanto el Tratado de Reciprocidad y la ley de cuotas azucareras, como las medidas antipopulares y la represión, incrementan la agitación popular en los inicios de 1935. El movimiento de protesta abarca no sólo a los obreros de casi todas las ramas de la economía nacional, sino también a los maestros, médicos, alumnos y empleados de los servicios sanitarios municipales y estudiantes de la Universidad.

A finales de febrero, el Comité de Huelga Universitario llamó a todos los sectores del pueblo a la huelga general reclamando el restablecimiento de las libertades democráticas, el cese del militarismo, la libertad de los presos políticos, la supresión de los Tribunales de Urgencia, atención urgente a las demandas de las escuelas públicas y de los centros de enseñanza secundaria, etc. Tanto Joven Cuba y Guiteras como el PC y la CNOC, entre los cuales se ha ido produciendo un acercamiento, consideran que la huelga es prematura. Teniendo en cuenta la importancia que ella tiene para el destino de la Revolución, debe estar bien organizada, con una estrecha coordinación de todos los sectores y contar con destacamentos armados capaces de enfrentar a las fuerzas represivas. Sin estos requisitos, opinan aquellas organizaciones, la huelga está condenada al fracaso.

No obstante, las masas enardecidas se lanzan al paro sin tener en cuenta esas consideraciones, y ante los hechos consumados, las organizaciones revolucionarias deciden darle todo su apoyo. Desde el 6 de marzo se van paralizando los diferentes sectores laborales; el 9 y el 10 la huelga alcanza su mayor intensidad. Mendieta y Batista declaran al país en estado de guerra, lanzan a las fuerzas armadas contra los huelguistas, derogan los estatutos constitucionales, ocupan la Universidad y autorizan a sus secuaces a disparar contra quienes promuevan la huelga. La violencia feroz sin la posibilidad de una respuesta armada, hace perder fuerza al movimiento, que en definitiva es derrotado, como habían previsto Guiteras y el PC.

Con la derrota, es liquidada prácticamente la revolución popular del 33. El último esfuerzo por salvarla culmina trágicamente. Guiteras decide ir a México a fin de conseguir armas y hombres para iniciar una nueva insurrección revolucionaria en Cuba. Pero la delación de un traidor pone en guardia a Batista, y Guiteras es sorprendido cuando se disponía a salir del país por la playita de El Morrillo, en Matanzas, cayendo en desigual combate con las tropas del Ejército el 8 de mayo de 1935. Junto a él muere también luchando el comunista venezolano Carlos Aponte, ex-coronel de la guerrilla sandinista en Nicaragua. La irreparable pérdida de Antonio Guiteras cierra una de las páginas más heroicas de la historia de Cuba.

Significado de la Revolución del 33

Pese a ser derrotada, la Revolución del 33 constituye una de las etapas más importantes y aleccionadoras en la larga lucha del pueblo cubano contra sus opresores extranjeros y nativos. En los seis años transcurridos de 1929 a 1935, el panorama político del país cambió radicalmente. La conciencia antimperialista y anticapitalista del pueblo alcanzó un alto grado de desarrollo; por primera vez después de instaurada la República, el pueblo desafiaba masivamente el poder de la oligarquía y las amenazas de intervención militar de Estados Unidos. Se rompió el dominio absoluto de los viejos partidos oligárquicos, dando paso a nuevas organizaciones y partidos de proyecciones nacionalistas, antimperialistas y revolucionarias.

El joven y pequeño partido marxista-leninista ganó extraordinaria influencia entre los trabajadores manuales e intelectuales, adquirió inapreciables experiencias y sentó las bases para convertirse más tarde en un partido de masas. La Revolución del 33 confirmó al proletariado como la clase más firme y consecuente en la lucha por profundas transformaciones económicas, políticas y sociales, y mostró la necesidad imprescindible de la alianza de la clase obrera con los campesinos trabajadores y con el ala izquierda del estudiantado, la intelectualidad y los profesionales, capas y sectores a los que correspondió un papel decisivo en el proceso revolucionario.

Al mismo tiempo, esa Revolución evidenció la debilidad y el carácter vacilante y sumiso de la burguesía doméstica, y corroboró una vez más el papel antipopular, reaccionario, pro-imperialista y de traición nacional de la oligarquía nativa, de lo fundamental de las dirigencias políticas burguesas y del ala derecha de la pequeña burguesía. Por último, entre otras valiosas enseñanzas, la Revolución del 33 probó que el triunfo de un movimiento revolucionario depende en gran medida de la capacidad que tenga para utilizar todas las formas de lucha, crear su propio aparato militar y combinar la acción armada con una amplia y potente movilización de las masas.

De modo que las experiencias de la Revolución del 33, sus éxitos y reveses, sus aciertos y errores, sus lineamientos estratégicos y tácticas de lucha, tuvieron un valor inapreciable para los grandes combates posteriores, patentizando la continuidad histórica del proceso revolucionario cubano.

Véase también

Fuente