San Luis Beltrán

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San Luis Beltrán
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Santo
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Religión o MitologíaCatólica
Día celebración9 de octubre
Fecha de canonización12 de abril de 1691 por Clemente X
País o región de origenValencia, Reino de Valencia

San Luis Beltrán Nació en Valencia, España, el primero de Enero de 1526; murió el 9 de octubre de 1581. Sus padres fueron Juan Beltrán y Juana Ángela Exarch. A través de su padre se relacionó con el ilustre San Vicente Ferrer, el gran taumaturgo de la Orden Dominica. Fue un Santidad, santo español del orden de los dominicos, canonizado por el papa Clemente X en 1691.

Biografía

Luis Beltrán Nació en Valencia, España, el primero de Enero de 1526; la adolescencia del santo no estuvo acompañada por ninguno de los prodigios que pronostican con frecuencia la santidad heroica. A temprana edad, concibió la idea de hacerse fraile predicador, y a pesar de los esfuerzos de su padre de disuadirlo, vistió el hábito dominico en el convento de Santo Domingo, en Valencia, el 26 de agosto de 1544. Después del usual período de prueba, en el cual se distinguió sobre sus compañeros en las cualidades de un religioso ideal, pronunció los votos que irrevocablemente lo ligaban a la vida de la perfección. El profundo significado de su profesión religiosa sirvió como estímulo al aumento de las virtudes que ya daban evidencia de ser forjado en molde heroico. En trato, era grave y al parecer sin ningún sentido del humor, con todo, poseído de una disposición apacible y dulce con la cual se hizo estimar grandemente por aquellos con quienes llegó a estar en contacto. Mientras que él no podría reclamar los grandes regalos intelectuales y la madura erudición que han distinguido a tantos santos de la orden dominica, él se aplicó persistentemente al estudio, y proveyó su mente con las sagradas verdades expuestas en las páginas de la "Summa". En 1547 fue elevado al sacerdocio por el Arzobispo de Valencia, santo Tomás de Villanueva.

La extraordinaria santidad de vida del joven Dominico, y la influencia notable que ejerció sobre aquellos cercanos a él, lo distinguieron como alguien particularmente apropiado para conducir a otros a lo largo del camino de perfección. Por lo tanto, fue asignada al oficio de más responsabilidad de maestro de novicios, en el convento en Valencia, deberes de oficio que él cumplió en diversos intervalos para un total de treinta años.

La plaga que diezmó los habitantes de Valencia y la vecindad en 1557, proporcionó al santo una excelente oportunidad para el ejercicio de su caridad y celo. Incansablemente ayudó a las necesidades espirituales y físicas de los afligidos. Con la dulzura y la dedicación de una madre él cuidó al enfermo. Al muerto él preparó para el entierro y enterró con sus propias manos. Cuando la plaga retrocedió, el fervor del santo maestro de novicios buscó extender el alcance de su ya grande ministerio hacia el apostolado de la predicación.

Aunque no poseía ninguna de las cualidades naturales que se juzgan esenciales para un desempeño exitoso en el púlpito, él atrajo inmediatamente la atención como un predicador de gran fuerza y enorme influencia. La catedral y la mayoría de las grandes iglesias fueron puestas a su disposición, pero fueron completamente insuficientes para acomodar la multitud que deseaba escucharlo.

Llegó a serle eventualmente necesario, recurrir a las plazas públicas de la ciudad. Fue probablemente la fama de su predicación lo que atrajo la atención de Santa Teresa, que en este tiempo buscó sus consejos en el asunto de reforma de su orden. Sin saberlo sus hermanos, San Luis había acariciado largamente el deseo de incorporarse a los campos de misión del Nuevo Mundo. La esperanza de que allí, él pudiera encontrar la codiciada corona del martirio, contribuyó un no poco a intensificar su deseo. Teniendo el permiso necesario, navegó hacia América en 1562, y tocó tierra en Cartagena, donde comenzó inmediatamente la vida de misionero. El trabajo comenzado así, fue ciertamente fructífero en grado extraordinario, y mostraba claramente el sello de la aprobación Divina. El proceso de su canonización posee testimonio convincente de la conquista maravillosa que el santo logró en este nuevo campo de trabajo. La Bula de canonización afirma que, para facilitar el trabajo de convertir a los nativos a Dios, el apóstol fue milagrosamente dotado con el don de lenguas.

De Cartagena, la escena de sus primeros trabajos, San Luis fue enviado a Panamá, en donde en un tiempo comparativamente corto convirtió a unos 6,000 indios. Su siguiente misión fue en Tubera, situada cerca de la costa y a mitad de la distancia entre la ciudad de Cartagena y el río Magdalena. El éxito de sus esfuerzos en este lugar es atestiguado por las entradas de los registros bautismales, de puño y letra del santo. Estas entradas demuestran que todos los habitantes del lugar fueron recibidos por San Luis en la Iglesia. Turon fija el número de conversos en Tubera, en 10,000. Lo qué realza grandemente el mérito de este logro maravilloso es que todos habían sido adecuadamente instruidos en las enseñanzas de la Iglesia antes de recibir el bautismo, y continuados con firmeza en su fe.

De Tubera, el apóstol, dirigió sus pasos en dirección de Cipacoa y Paluato. Su éxito en el último lugar, cuya localización exacta es imposible determinar, fue un poco menos que en Tubera. En Paluato los resultados de sus celosos esfuerzos fueron algo descorazonadores. De este suelo estéril el santo se retiró a la provincia de Santa Marta, donde sus éxitos anteriores fueron repetidos. Esta cosecha dio 15,000 almas.

Después de que un apostolado de frutos maravillosos y perdurables, le hacían profundamente merecedor del título de apóstol de Sudamérica, él volvió por obediencia a su España natal, de la que había salido apenas siete años antes. Durante los restantes once años de su vida, muchos oficios de honor y responsabilidad le fueron encargados. No permitió que las numerosas tareas encomendadas, interfirieran con el régimen riguroso de su vida de santidad. La fama, siempre en aumento, de su santidad y sabiduría ganó la admiración y la confianza de aun los funcionarios del gobierno, que más de una vez lo consultaron en asuntos del Estado. Con la paciencia heroica que caracterizó su vida entera, él soportó la dolorosa experiencia de su última enfermedad. Fue canonizado por Clemente X en 1671 y su fiesta se sigue celebrando cada 10 de octubre.

Valencia cristiana

En el antiguo reino de Valencia, durante el siglo XVI, no escaseaban los vicios y corrupciones, y se daban también las simulaciones lamentables de los moriscos, pero había, a pesar de todo, vida cristiana floreciente, y no faltaban esas grandes luces de santidad, por las que Cristo ilumina a su pueblo.

Concretamente, por esos años nacieron o vivieron en el reino valenciano grandes santos, como el general de los jesuitas, nacido en Gandia, San Francisco de Borja (1510-1572), el beato franciscano Nicolás Factor (1520-1583), el franciscano de la eucaristía, San Pascual Bailón (1540-1592), y el beato Gaspar Bono, de la orden de los mínimos (1530-1604). Y en ese mismo tiempo tuvo Valencia como arzobispos al agustino Santo Tomás de Villanueva (1488-1555) y a San Juan de Ribera (1540-1592). En aquella Iglesia local había, pues, luces suficientes como para conocer el camino verdadero del Evangelio.

La familia Bertrán

En ese marco cristiano nació y creció San Luis Bertrán (1526-1581), cuya vida seguiremos con la ayuda del dominico Vicente Galduf Blasco. Pero comencemos por el padre del santo, Juan Luis Bertrán, que también fue un gran cristiano. Siendo niño, sufrió en un accidente graves quemaduras, y su abuela, doña Ursula Ferrer, sobrina de San Vicente Ferrer (1350-1419), pidió la intercesión de su tío celestial en favor del nietecillo, que milagrosamente quedó sano. Andando el tiempo, Juan Luis fue en Valencia notario de gran prestigio, elegido por la nobleza del reino como procurador perpetuo; pero cuando todavía joven quedó viudo, determinó retirarse a la Cartuja de Porta-Coeli. Ya de camino hacia el monasterio, San Bruno y San Vicente le salieron al paso, diciéndole que abandonara su idea y se casara de nuevo. Casó, pues, con una santa mujer, Juana Angela Eixarch, y tuvo nueve hijos, el primogénito de los cuales, Luis, nacido en 1526, había de llegar a ser santo.

La precocidad de Luis en la santidad hubiera sido muy rara en un hogar cristiano mundanizado -que han sido y son los más frecuentes-, pero no tuvo nada de extraño en un hogar tan cristiano como el de sus padres. En efecto, sabemos que siendo todavía niño comenzó a imitar a los santos de Cristo. Se entregaba, especialmente por las noches, a la oración y a la penitencia, disciplinándose y durmiendo en el suelo. Al llegar a la adolescencia se inició en dos devociones que continuó siempre: el Oficio parvo de la Virgen y la comunión diaria.

Con todo, la vida de San Luis no estuvo exenta de vacilaciones, y en no pocos casos, como iremos viendo, estuvo a punto de dar pasos en falso en asuntos bastante graves. Así por ejemplo, siendo un muchacho, decidió dejar su casa y vivir en forma mendicante, como había leído que hicieron San Alejo y San Roque. Y con la excusa de una peregrinación a Santiago, puso en práctica su plan, no sin escribir seriamente a sus padres una carta, en la que, alegando numerosas citas de la sagrada Escritura, trataba de justificar su resolución.

Pero su fuga no fue más allá de Buñol, donde fue alcanzado por un criado de su padre. Este fue un movimiento en falso, pronto corregido por el Señor. Y también estuvo a punto de equivocarse cuando, entusiasmado más tarde por la figura de San Francisco de Paula, decidió ingresar en la orden de los mínimos. Nuestro Señor Jesucristo, que no le perdía de vista, le hizo entender por uno de los religiosos mínimos, el venerable padre Ambrosio de Jesús, que no era ése su camino.

Entre los dominicos

En el siglo XV, en los duros tiempos del cisma de Aviñón, cuando los dominicos vivían el régimen mitigado de la Claustra, el beato Alvaro de Córdoba (+1430) había iniciado la congregación de la Observancia, que se había ido extendiendo por los conventos de España.

En aquellos difíciles años hubo muchos santos en la familia dominicana (Santa Catalina de Siena +1380, beato Raimundo de Capua +1399, San Vicente Ferrer +1419, beato Juan Dominici +1419, beato Andrés Abelloni +1450, San Antonino de Florencia +1459), todos ellos celosos de la observancia religiosa y apasionados por la unidad de la Iglesia.

Pues bien, la reforma de la Observancia se fue extendiendo por todos los conventos españoles, de manera que en 1502, dando fin al régimen mitigado, toda la provincia dominicana de España adoptó la estricta observancia. La reforma en España de los franciscanos que vinieron a ser llamados descalzos (1494), y ésta de los dominicos observantes (1502), tuvo un influjo decisivo en la asombrosa potencia que estas dos órdenes hermanas mendicantes mostraron en la primera evangelización de América.

Pues bien, cuando el Señor quiso llamar a Luis Beltrán con los dominicos, su gracia había hecho florecer en Valencia por aquellos años un gran convento de la Orden de Predicadores, con un centenar de frailes. Es cierto que aquel monasterio había conocido antes tiempos de relajación, pero fray Domingo de Córdoba, siendo provincial en 1531, realizó con fuerte mano una profunda reforma. Algunos frailes entonces, antes de reducirse a la observancia, prefirieron exclaustrarse. Y dos de estos religiosos apóstatas, en 1534, sorprendieron en una calle de Valencia a fray Domingo de Córdoba, que iba acompañado del prior Amador Espí, y los mataron a cuchilladas. Lo que muestra, una vez más, que la reforma de las comunidades religiosas relajadas no puede ser intentada sin vocación de mártir.

Diez años más tarde, en 1544, estando ya aquel convento dominico en la paz verdadera de un orden justo, Luis Bertrán, a pesar de que su salud era bastante precaria, tomó el hábito blanco y negro de la Orden de Predicadores. Aquella santa Orden religiosa, fundada por Santo Domingo de Guzmán en 1216, que permitía ser a un tiempo monje y apóstol -contemplata aliis tradere: transmitir a otros lo contemplado-, había de ser para siempre el muy amado camino de San Luis Bertrán. Recibió su profesión el prior fray Juan Micó (1492-1555), ilustre religioso, escritor y maestro espiritual. Este dominico fue tan santo que, en 1583, al ser trasladados sus restos junto a la tumba de San Luis Bertrán, el arzobispo San Juan de Ribera mandó abrir proceso en vistas a su posible beatificación.

Estudio y santidad

En sus primeros tiempos de religioso, no acertó fray Luis a dar a su vida una forma plenamente dominicana. Tan centrado andaba en la oración y la penitencia, que no atendía suficientemente a los libros, «porque le parecía que los estudios escolásticos eran muy distractivos». Muy pronto el Señor le sacó de esta equivocación, haciéndole advertir el engaño, y fray Luis tomó para siempre el estudioso camino sapiencial de Santo Tomás, convencido ya de que el demonio «suele despeñar en grandes errores a los que quieren volar sin alas, quiere decir, contemplar sin saber». En adelante, San Luis Bertrán, como buen dominico, unirá armoniosamente en su vida oración y penitencia, estudio y predicación.

Devoción popular

Provocó gran impacto y suceso, al punto que hoy día su memoria todavía permanece en la tradición popular de la región. Se afirma de él que era un santo taumaturgo y realizaba muchos prodigios. Se menciona, por ejemplo, que puso fin a sequías con una simple oración, que con una bendición hizo que un árbol diera frutos de manera instantánea, que caminó sobre las aguas de la Ciénaga de Manzanillo, que una vez, para demostrar a un encomendero en Usía curí que se estaba alimentando de la sangre indígena, al explotarlos, exprimió las arepas preparadas para la comida, produciendo un chorro de sangre sobre la mesa; que los encomenderos lo intentaron envenenar con un potentísima poción, pero que luego de vomitar una serpiente, recobró la salud; que un encomendero quiso matarle, pero al dispararle, su arcabuz se convirtió en un crucifijo. Este es el milagro que más puede observarse en las pinturas que se han hecho sobre el santo. Se dice además que neutralizó ataques de fieras, que apagó incendios y curó enfermos con su rosario, que tenía el don de lenguas, es decir, predicaba en español, pero los indios le entendían en su propio idioma, y muchos otros prodigios.

Oración a San Luis Beltrán

Oración a San Luis Beltrán para conjurar los tres gajos de albahaca (mechusu) para santiguar a la persona que sea enferma o embrujada, llevando también en la mano una copa de agua y una vela encendida y se debe utilizar un crucifijo bendito que se introduce en la copa o un escapulario que se amarra al pie de la copa que así queda sagrada:

En el nombre del Gran Poder de Dios, Omnipotente y Eterno, pido permiso para invocar el Santo nombre de San Luis Beltrán que cura toda clase de males, para conjurar estas ramas (3 diferentes ) de albahaca, en aire, fuego, agua y tierra, elementos de la naturaleza que deben penetrar en la salud, fuerza y vigor y que esta bendición permanezca con la voluntad Divina aquí, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén ».

Rezar entonces un Credo, un Padre y una Ave María. Luego se dice la siguiente Oración Sagrada:

Criatura de Dios, yo te curo, ensalmo y bendigo en nombre de la Santísima. Trinidad, Padre+ Hijo y Espíritu Santo + tres personas distintas y una esencia verdadera ; y de la Virgen Maria, Nuestra Senora Concebida sin mancha de pecado original, Virgen ante del parto + en el parto + y después del parto + y por la Gloriosa Santa Gertrudis, tu querida y regalada esposa, once mil Vírgenes, Señor San José, San Roque y San Sebastian y por todos los Santos y Santas de la Corte Celestial, por la Gloriosisima Encarnación + Gloriosísimo Nacimiento + Santísima Pasión + Gloriosísima Resurrección + Ascensión, por tan Altos y Santísimos Misterios que creo y con verdad, suplico a tu Divina Majestad, poniendo por intercesora a la Santísima Madre, Abogada Nuestra, libres y sanes a esta afligida criatura de esta enfermedad, mal de ojos, hechicería, dolor, accidente, calentura y otro cualquier daño, herida o enfermedad, Amen, Jesús. + No mirando a la indigna persona que profiere tan Sacrosantos Misterios, con tan buena fe te suplico, Señor, para mas honra tuya y bendición de los presentes, te sirva por tu piedad y misericordia de sanar y librar de esta herida, llaga, dolor, humor, hechicería, enfermedad, quitándola de esta parte o lugar; Y no permita tu Divina Majestad, le sobrevenga accidente, corrupción, ni daño, dándole salud para que con este siervo/a mas se cumpla Tu Santísima Voluntad. Amen, Jesús

Yo te curo+ ensalmo+ y bendigo, Jesucristo Nuestro Señor Redentor te sane, bendiga y haga en todo Su Divina Voluntad. Amen, Jesús.

Fuente