Toma de La Habana por los ingleses

Toma de La Habana por los ingleses
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Fecha:1762
Lugar:La Habana, Bandera de Cuba Cuba
Líderes:
Pepe Antonio, Luis Jose de Aguiar

Toma de La Habana por los ingleses. La presencia de la escuadra inglesa frente a La Habana el 6 de junio de 1762 sorprendió a las autoridades españolas, a pesar de que en el puerto había anclados catorce buques de guerra que representaban la quinta parte de las fuerzas navales de España. Al acercarse la poderosa escuadra inglesa, el gobernador de la Isla, Prado Portocarrero, adoptó con celeridad las medidas de ocupar La Cabaña, enviar tropas a Cojímar y poner en pie de guerra a todos los pobladores. Para impedir que penetraran buques enemigos fue cerrada la entrada del puerto con cadenas y hundidas tres embarcaciones.

Ocupación

Cuando los ingleses ocuparon la Habana en 1762 bien conocían, los puntos fallos de su defensa y planearon el ataque que se inició el 6 de junio, según un minucioso informe de su topografía y fuertes, rendido por el almirante Charles Knowles, gobernador de Jamaica, quien la visitó en 1756 en viaje a Inglaterra, en tiempos de paz luego que Londres asediara la Isla durante la Guerra de la oreja de Jenkins.

Siguiendo las recomendaciones de Knowles que había señalado la imposibilidad de forzar directamente la entrada del puerto y las ventajas de dominar la loma de la Cabaña, las tropas invasoras desembarcaron por la zona de Cojímar —una parte marchó a Guanabacoa- y la otra hacia las alturas señaladas -aún sin fortificar— con el objetivo de hostigar la ciudad y atacar al colindante Castillo de los Tres Reyes del Morro.

Resistencia de los habaneros

A pesar de los desaciertos del plan de defensa español hubo una resistencia desesperada de los habaneros; la historia recoge los nombres del valiente defensor del Morro el capitán de Navío Luis de Velasco y de Pepe Antonio (José Antonio Gómez), héroe legendario de los milicianos que enfrentaron a los invasores; de los regidores criollos Luis José de Aguiar, Tomás Aguirre y Laureano Chacón, nombrados coroneles de milicias, y a los batallones de pardos y morenos.

El gobernador y capitán general Juan de Prado Portocarrero , por su parte, y la Junta de la alta oficialidad que dispuso la defensa, encargaron al coronel Carlos Caro la resistencia del desembarco inglés por las playas de Cojímar y Bacuranao, en el este de La Habana; dejaron la flota española mandada por el marqués del Real Transporte encerrada en el puerto y hundieron a la entrada de la bahía a los navíos Neptuno, Europa y Asia.

Al frente de las fortalezas militares situaron a jefes de la marina: capitán de navío Juan Ignacio de Madariaga, comandancia general de la Isla; Luis Vicente de Velasco (Morro);Manuel Briceño —relevado por Fernando de Lorita–(La Punta), y otros jefes en distintos lugares menos protegidos.

Los ingleses lograron atenazar la ciudad también por el oeste, pero sobre el terreno la toma del Morro no resultó fácil.Finalmente recibieron refuerzos de sus colonias de América del Norte y se lanzaron al asalto de la fortaleza —luego de abrir con una mina un boquete en sus gruesos muros—, la cual ocuparon el 30 de julio de 1762.

Después de un fuego copioso y continuado de artillería, el sargento mayor de la plaza Antonio Ramírez de Estenoz fue autorizado, el 11 de agosto, para acordar los pasos de la Capitulación de La Habana, que ocurrió al día siguiente. Numerosas víctimas ocasionó la toma de La Habana, a lo cual se unieron las enormes pérdidas materiales y monetarias, una parte de cuyo botín pasó a manos inglesas.

Sistemas de defensa

La capital de la Perla de las Antillas fue muy valorada por los españoles desde antaño y no en vano, algo antes del ataque inglés, el primer historiador cubano, José Martín Félix de Arrate1701-1765, la consideró la Llave del Nuevo Mundo, Antemural de las Indias Occidentales.

Pero a pesar de ser conscientes de su importancia, su defensa no fue cuidada lo suficiente. Para protegerla las autoridades españolas construyeron las fortalezas delCastillo de la Real Fuerza, el Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro y el fuerte de San Salvador de La Punta.

En los casos de ataque sus baterías cruzaban fuego impidiendo la entrada a la boca del puerto, al que se evitaba el acceso colocando una gruesa cadena con eslabones flotantes de madera. Aunque como decimos, con esto se trataba de garantizar la defensa de la ciudad, el ataque inglés de 1762 demostró lo contrario.

Antonio Bachiller y Morales expresaba en su obra de 1883 Cuba: Monografía histórica que comprende desde la pérdida de La Habana hasta la restauración española, cómo sorprendentemente la toma de La Habana fue un éxito.

Charles Knowles

Gracias a las notas del almirante británico Charles Knowles, quien en un viaje en 1756, en momentos en los que no había mucha hostilidad entre su país y España, hizo una escala en la capital cubana.

El almirante fue recibido por el gobierno local, que además le permitió pasearse por la ciudad, sus alrededores y fortificaciones. Cuando Knowles llegó a Londres en 1761, hizo planos y documentos muy detallados con todos los datos de su visita y aconsejó que se atacara la plaza en caso de guerra, cosa que aprobaron y más tarde ejecutaron.

Tras la toma de la ciudad, la valoración de La Habana por la Corte española se acrecentó por completo. Por lo que, si ya antes de los hechos La Habana era admirada en Europa, lo fue mucho más después de la ocupación británica, cuando lo acontecido fue descrito en las principales publicaciones de la época.

Cuando España canjeó La Habana a la Corte británica por La Florida, se replantearon por completo los sistemas de defensa de sus colonias.

En marzo de 1763 se creó una Junta de Generales para establecer las medidas a implementar y en septiembre de 1765 se decidió por Real Decreto deCarlos III el plan del conjunto defensivo del Caribe, que fue dirigido por Ambrosio Funes de Villalpando, conde de Ricla, el nuevo capitán general y gobernador de la isla y el mariscal de campo de origen irlandés Alejandro O´Reilly, quien fue nombrado inspector general de milicias y brigadier de ingenieros.

El nuevo equipo de ingenieros renovó las construcciones militares de La Habana y realizó otras nuevas (La Cabaña, El Principe y Atarés), con lo cual la urbe se fortaleció como cualquier otra ciudad europea, incluyendo a la población en un recinto amurallado y un conjunto de fuertes a su alrededor que fue imitado por las otras plazas españolas en América.

Pero si destacamos las construcciones militares tampoco podemos olvidar los nuevos proyectos civiles, que dotaron a la ciudad de un aire nuevo, con destacados edificios públicos, la remodelación de la plaza de Armas, se diseñaron nuevos paseos, se restauró el arsenal destruido por los ingleses a su partida, la factoría de tabacos y otros.

Los sentimientos de la población

Cuando se produjo la toma de la ciudad la oligarquía criolla estaba muy insatisfecha con las decisiones del capitán general Juan del Prado Portocarrero y Luna, que tenía órdenes de limitar el poder de los comerciantes criollos más adinerados, por lo que cerró la Compañía de Comercio y restableció prácticas económicas que los perjudicaban.

De todas formas, a pesar del descontento, esto no suponía aún ningún peligro para la metrópoli, pues todavía faltaba mucho camino por recorrer hasta que los sentimientos independentistas estuvieran maduros.

Está claro que la toma de la ciudad por los adversarios no fue de ningún agrado para la población, y así lo demuestra la valiente defensa que de ella hicieron. Se calcula que sobre la urbe y sus defensas cayeron hasta 3.070 bombas y granadas.

En los enfrentamientos murieron unos 3.700 hombres de todas las fuerzas. Con la presencia inglesa la vida del habanero de a pie no mejoró. Los testimonios documentados demuestran todo lo contrario, pues hasta les obligaron a pagar impuestos, o “donativos” como los llamó el conde Albemarle, de 500 mil pesos.

Con el estado de sitio numerosas familias criollas abandonaron sus casas en las que se instalaron los militares ingleses o, cuando no huyeron, se vieron forzados a desalojarlas o a compartirlas con las tropas, lo que provocó las quejas del cabildo a Albemarle, pues su comportamiento molestaba a las damas habaneras.

También tomaron los hospitales e iglesias y según los cronistas, los religiosos temían más a los ingleses no por su nacionalidad sino por su condición de herejes, como se les llamaba, antes que enemigos de España.

En este sentido sobre las acciones de los ingleses los historiadores dicen: “Hubo vandalismo y profanación de templos”, pero añaden que luego “hubo hasta cortesía entre los soldados y la población, llenos de un sentimiento patriótico se apreciaba un desconcertado abuso de los licores vendiéndoselos a las tropas y dándoles plátanos y piñón de botija en el licor para causarles enfermedades y aún la muerte”.

Si bien las familias más católicas mantuvieron su celo hacia los invasores, lo cierto es que las cosas luego se relajaron y hasta hubo mujeres jóvenes que, para escándalo de los más fieles, contrajeron matrimonio con los ingleses por el rito protestante.

Sobre las reacciones de burla hacia el invasor y el humor cubano, el ilustre Jorge Mañach tendría mucho que decir sobre el choteo criollo de entonces. A los militares o “casacas rojas” se les decía los mameyes, por el color rojizo de su uniforme parecido al popular fruto.

Así, cuando se daba el toque de queda al caer la tarde, o cuando los ingleses irrumpían en cualquier lugar, se decía que “llegó la hora de los mameyes”, una expresión que ha perdurado hasta nuestros días sin que muchos cubanos conozcan su procedencia.

También por la heroica defensa que hizo el regidor de la villa de Guanabacoa, José Antonio Gómez Bujones, más conocido como Pepe Antonio, desde tan remota fecha quedó en el habla popular esa frase de “hacer las cosas de a Pepe”, o lo que es lo mismo, por la fuerza.

De igual modo, desde esa época cuando se le cuestionaba a alguien su fidelidad, bien hacia España o bien hacia los ingleses, y había alguna duda, se decía: “¿Tú no estarás trabajando para el inglés?”.

Conociendo el humor cubano, no es extraño que también surgieran otras frases sobre los británicos, pero de mucho menor decoro.

Por ejemplo, cuando al encontrarse excrementos en la vía pública decían que había que andar con cuidado, porque en el pavimento había “vidrio inglés”.

Como vemos, si en algo cambió el sentimiento hacia los invasores fue especialmente en los comerciantes, cuando se iniciaron las transacciones con otros puertos de las colonias británicas.

Algunos años más tarde, los cubanos se referían de forma hostil a Inglaterra llamándola la “Pérfida Albión”, siguiendo la expresión usada por el escritor y diplomático francés de origen hispano Agustin Louis Marie de Ximénèz (1726- 1817). Éste, en su poema L´ere des Français (publicado en 1793), animaba a atacar al Reino Unido en sus propias aguas, al que tituló la “Pérfida Albión”.

La esclavitud

Con motivo de la toma de La Habana la situación de los esclavos empeoró, pues los ingleses exigieron en la capitulación que les fueran entregados todos los esclavos del rey. Por otra, algunos habaneros hicieron negocio apresando negros libres y vendiéndolos después a particulares.

Moreno Fraginals recuerda cómo durante el dominio británico “se recrudece la barbarie esclavista en una colonia donde, al decir de los propios ingleses, los amos de esclavos eran los más humanos de todas las colonias europeas.

Los documentos de la época revelan cómo decenas de negros y mulatos huyeron aterrorizados de la ciudad conquistada, a donde el invasor traía un régimen de trabajo perfeccionado para extraer al esclavo hasta la última gota de productividad”.

Durante el corto gobierno inglés, la trata de esclavos aumentó y 10.700 esclavos africanos fueron importados por John Kennion, un mercader de origen irlandés a quien Albemarle autorizó en exclusividad la trata de esclavos, que eran vendidos a precios inferiores a los habidos con anterioridad.

Cuando se marcharon los ingleses, Carlos III ordenó al conde de Ricla que se concediese la libertad a los esclavos que se hubiesen destacado por su valor. Se dice que pagaron a los habaneros ricos 14.600 pesos por 156 esclavos que serían liberados por órdenes reales.

Algunos años más tarde, en 1774, se realizó el primer censo en la Isla, reflejando que contaba con una población total de 171.620 habitantes, de los cuales 44.333 eran esclavos de origen africano.

El Astillero Real

La Habana contó con un importante astillero a partir del año 1724, en el que desde esa fecha se construyeron numerosos barcos de la flota española. El antiguo Arsenal, que se llamaba Real Astillero de Nuestra Señora de Bethelen, fue ampliado cuando se trasladó el apostadero desde Veracruz a La Habana.

Allí se construían navíos con maderas de cedro y caoba, que eran de muy buena consistencia y muy duraderos.

Las crónicas de la época nos hablan de que en aquel lugar se “ocupaba a mucha gente y repartía mucho dinero”.

Una muestra de su productividad y tecnología, lo confirma el hecho de que entre 1749 y 1761 allí se construyeron ocho navíos de 60 a 80 cañones, tres bergantines, dos fragatas, un paquebote y una goleta.

Aquel majestuoso arsenal contaba con diques secos en los que se reparaban las naves. Los navíos de mayor calado eran alimentados por un brazo de la Zanja Real que, antes de llegaran, movía una gran sierra hidráulica, algo que impresionó a los marinos británicos cuando tomaron La Habana. Su saqueo del astillero fue en ese momento muy perjudicial.

Al producirse el ataque británico, una de las medidas defensivas empleadas fue el hundimiento de tres buques españoles en la entrada de la bahía de La Habana para impedir la entrada de la escuadra inglesa, lo que fue un error, pues no sólo produjo eso momentáneamente, sino que además impidió la salida de los otros buques hispanos de la bahía que en ese momento eran unos 25 navíos mercantes llenos de mercancías y unos 14 de guerra.

Cuando el gobierno español recuperó la ciudad, después de mejorar sus defensas reparó y aumentó el astillero, convirtiéndolo en el mayor de su flota. En este sentido, la ocupación británica de La Habana y su revaloración supuso un resurgir y enorme desarrollo de la industria naval en la capital cubana.

Inicios de la masonería en Cuba Otra novedad llevada por los ingleses a Cuba fue el inicio de la masonería, fraternidad que fueron introduciendo los soldados británicos en el ejército desde 1730. El primer documento oficial que así lo acredita es el certificado del grado de Maestro extendido a nombre de Alexander Cockburn, el día 3 de mayo de 1763.

En el mismo se reconoce que el primer organismo masónico con funciones en Cuba fue la Logia Militar Inglesa Nº 218 del Registro de Irlanda, adscrita al Regimiento 48 del ejército inglés de ocupación.

A pesar de los firmes intentos de la metrópoli hispana por erradicarla, ya sabemos cómo posteriormente la masonería llegó a difundirse en Cuba.

Cuando los ingleses se marcharon en 1763 de la capital cubana lo hicieron también los masones, pero después de la revolución de Haití de 1791 muchos colonos franceses se mudaron a La Habana, donde el 17 de diciembre de 1804 se fundó la primera logia cubana, que fue el Templo de las Virtudes Teologales Nº 103, que en dicho año recibió la patente de reconocimiento de la Gran Logia de Pensilvania.

En la zona oriental de Cuba el francés Joseph Cerneau fundó las logias Perseverance, Concorde, L’Amitié y Benefique. Las logias santiagueras se trasladaron a la Lousiana y en La Habana algunas de sus calles más famosas tomaron el nombre de las logias en español: Amistad, Concordia, Virtudes, Perseverancia...

El comercio

Este es el aspecto más destacado por los defensores de la ocupación británica, alegando que ésta fue positiva. No debemos caer en extremismos y, si bien tuvo aspectos positivos, no todo fue tan benigno y armonioso como muchos piensan.

Durante el dominio británico de La Habana, el resto de la isla quedó bajo el mando del gobernador de Santiago, D. Lorenzo de Madariaga. Las autoridades españolas se vieron en una grave disyuntiva, que se repetirá en la historia de Cuba: ¿Qué se debía hacer contra la capital cautiva? ¿Era mejor permitir el abastecimiento de víveres para ayudar a la población o bloquearla y así no dar facilidades a los invasores? Aunque esta segunda opción perjudicaría a sus propios compatriotas, fue la que se decidió.

Al principio los habaneros pasaron un hambre horrible, tanto es así que los ingleses tuvieron que permitirles salir de la ciudad y abastecerse de animales en el campo. Las autoridades españolas sabían que sus compatriotas podían salir de la capital para buscar alimentos fuera de la villa, algo que fue aprovechado, como siempre, por los oportunistas menos escrupulosos, formándose bandas de asaltantes y saqueadores en los alrededores de La Habana y Matanzas.

Según las actas capitulares de ese año, el problema de abastecimiento era enorme y también se expresan las citadas medidas empleadas para evitar la escasez de carnes, autorizándose a los ciudadanos a salir al campo y buscar fuera de la plaza víveres, pudiendo matar reses dentro y fuera de la plaza para estar mejor abastecidos, carnes que se guardaban en sal para cuando no las hubiera frescas.

Inicialmente los ingleses interrumpieron las tareas del negocio del transporte de mercancías que por entonces existía en la bahía habanera con pequeñas embarcaciones desde la villa hasta Regla y Guanabacoa. Otras actividades artesanales desparecieron, por lo que se disparó la reventa, la especulación de los productos y quebraron muchos negocios.

La lonja apenas ejercía sus funciones y los ingleses controlaron el comercio del puerto. Se produjo un enorme caos en los abastecimientos por lo que durante varios meses fue preciso transportar a La Habana una gran cantidad de manufacturas que eran almacenadas en la ciudad, pero que no eran absorbidas por la demanda local, sino que se acumulaban buscando mercados más amplios. El mercado estaba controlado por los ingleses y jamaicanos y en bastante menor medida por los cubanos.

Sello británico de un real de 1762 y 1763 exactamente igual a los españoles que circularon anteriormente, salvo con la inclusión del escudo real inglés.

De las colonias británicas se llevaron harinas, pues en Cubano se producía trigo sino que se traía de la península ibérica y de Veracruz. Aún así no fue suficiente, pues las tropas británicas tomaban la mayor parte de los abastecimientos y el Cabildo se quejó, dado que la población pasaba hambre.

Pasadas las primeras dificultades, los ingleses establecieron amplias relaciones comerciales con Jamaica y el resto de las colonias británicas en Norteamérica.

En La Habana se abarataron las mercancías extranjeras y los productos autóctonos se vendían a mejores precios.

En esos once meses que duró la ocupación, en el puerto habanero llegaron a entrar cerca de 900 barcos, por lo que no es de extrañar que los vegueros, azucareros y ganaderos cubanos vieran los cielos abiertos: pudieron exportar sus productos, mejorar los precios e importar otras materias a precios muy favorables en condiciones comerciales más libres.

Al volver el dominio español, Carlos III permitió continuar con ese sistema comercial sin retornar al monopolio anterior.

Posiblemente si no lo hizo no fue porque no pudo, pues podría haber ordenado que así fuera, sino porque no quiso, porque al facilitar los intercambios comerciales con las Trece Colonias de Norteamérica se fortalecía a aquellos independentistas.

Las cosas cambiaron en Cuba, pero igual sucedió en las colonias británicas. A pesar de que los ingleses vencieron en la Guerra de los Siete Años, ya no podían mantener los acuartelamientos con las arcas de la Corte de Londres, por lo que en 1763 establecieron varios impuestos que produjeron una fuerte reacción en las Trece Colonias.

Éstas se alzaron a los pocos años, el 4 de julio de 1776, y promulgaron en el Congreso Continental su Declaración de Independencia. Para apoyarlos aún más y ayudar a financiar sus tropas contra Inglaterra, se realizaron varios envíos de tropas y de bienes, entre los cuales destaca uno de las damas habaneras que entregaron sus joyas y otros bienes por una suma de $240.000 en oro.

Después del armisticio de 1763, en mayo de 1779 España declara oficialmente la guerra a Inglaterra y Bernardo de Gálvez vence en 1781 a los ingleses en Mobile y Pensacola, con la ayuda de los refuerzos de La Habana. La Florida vuelve a ser española y se trasladan más de 2.000 prisioneros británicos a Cuba. Era una forma de revancha por lo sucedido en el reciente pasado.

Lo que nunca pensaron en la Corte española es el ejemplo que la independencia de las colonias en Norteamérica supondría para los cubanos…

La mentalidad y los sentimientos de identidad nacional Al marcharse los ingleses, Carlos III quiso mejorar las condiciones de vida de los habaneros y estableció un cuantioso número de reformas basadas en el “despotismo ilustrado” europeo.

En La Habana se fundó la Real Sociedad Patriótica de los Amigos del País, donde se formarían muchos de los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, como Agramonte, Sanguily o Montoro.

Comenzaron las publicaciones periódicas, se realizaron abundantes mejoras públicas y de las vías de comunicación.

El sentimiento criollo se agudiza y Alexander Von Humboldt al llegar a Cuba observa cómo “los criollos prefieren que se les llame americanos; y desde la Paz de Versalles, y especialmente desde 1789, se les oye decir con orgullo: Yo no soy español, soy americano”.

Desde 1763 Moreno Fraginals nos relata cómo llegaron a la isla una cantidad de soldados peninsulares como nunca antes se vio en la Colonia, además de una importante emigración de familias de las Islas Canarias y, aunque durante la invasión francesa de la península Cuba defendió al rey Fernando VII (la siempre fiel), en la isla ya se produjeron los primeros brotes de rebeldía...

La ocupación inglesa duró once meses y aunque la villa volvió a ser española, las cosas nunca serían iguales. Aquel 6 de julio de 1763 amanecía una nueva Habana, una nueva Cuba, con un futuro muy diferente por delante.

Véase también

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