Vascones

Vascones
Información sobre la plantilla
Vascones.jpg

Vascones fue el nombre dado por los romanos en la Edad Antigua al pueblo de la península ibérica cuyo territorio se extendía hacia el siglo I entre el curso alto del río Ebro y la vertiente peninsular de los Pirineos occidentales, una región que se corresponde en la época contemporánea con toda Navarra, parte de Guipúzcoa, áreas del oeste de la provincia de Zaragoza, y noreste y centro de La Rioja.

Enciclopédico

En lo que se refiere al actual territorio aragonés puede decirse que, a tenor de lo que informan las fuentes antiguas, el territorio de las Cinco Villas estuvo, en un determinado momento, bajo hegemonía política de los vascones, cuyo territorio entendían los antiguos estaba dividido en dos zonas principales: el «saltus» o tierras de montaña (principalmente, al norte de Pamplona) y el «ager» o tierra llana, en el cual se incluirían las zonas noroccidentales de las actuales provincias de Huesca (con la Jacetania) y Zaragoza, hasta la ribera derecha del Ebro, incluyendo poblaciones como las antecesoras de Alagón o la riojana Calahorra y, por el este todas las tierras hasta el río Gállego.

Debe, no obstante, repararse en que las fuentes antiguas conservadas, que relatan, básicamente, acontecimientos ocurridos durante la conquista romana de Hispania (entre el 218 a.C. y el cambio de Era, aproximadamente) fueron redactadas en muy distintas fechas y se refieren también a sucesos de datación muy disímil.

El gran geógrafo alejandrino Ptolomeo incluyó, en efecto, como ciudades pertenecientes a los vascones, entre otras, las de Alagón, Jaca y Ejea (es decir, Alauona, Iacca y Setia o Segia). Pero las famosas Tablas del sabio griego fueron redactadas en una época muy alejada de la conquista (en el siglo II d.C.) y son simples enumeraciones de localidades con expresión de su latitud y longitud. Cabe de ellas deducir que, en el momento en que Ptolomeo redactó su estudio y según las fuentes que consultara, esas localidades dependían políticamente de los vascones. Pero no otra cosa.

En cambio, escritos etnográficos y descriptivos de fecha anterior, en los que se incluyen extensas descripciones de Iberia (como los de Estrabón o los de Plinio) obtenidas de documentos más cercanos a la época que nos interesa, no ofrecen duda sobre varios particulares. Tras una revisión científica parece haber quedado claro, por ejemplo, que buena parte de los territorios del Pirineo central y occidental (en los que, entre otros pueblos, habitaban también los vascones) estuvieron ocupados por un pueblo del que nuestra escasez de datos nos permite hablar muy poco y que, por esta causa, suele ser omitido en las descripciones científicas: el cerretano.

El tópico científico al uso acepta la coincidencia básica entre el territorio cerretano y la Cerdaña histórica. Pero tanto Estrabón (en el cambio de Era) cuanto Plinio el Viejo informan con claridad de que los cerretanos se extendían por la mayor parte del Pirineo, antes de que comenzase la zona ocupada por los vascones. Del estudio de los textos de estos dos autores clásicos y del de las fuentes altomedievales (musulmanas y francas, que mencionan una Sirtaniya y una «terre Certaine», reductibles ambas a Cerretania, vecinas de los «baskunis» o vascones), estudiosos como Lévi-Provençal, Ubieto o Martín Duque dedujeron que, en los siglos oscuros de nuestro medievo, los valles navarro-orientales y aragoneso-occidentales del Pirineo podían estar ocupados por esta rama occidental de los cerretanos (a quienes, acaso, corresponderían territorios de Ansó y de Echo).

Aparte los problemas que una tesis tal viene a resolver desde el punto de vista de la fijación del poblamiento, aceptarla, como parece discreto, conlleva implicaciones importantes. Los cerretanos orientales eran un pueblo de lengua ibérica y no vascónica. En localidades cerretano-francesas como La Tour de Carol, Oceja y Err, han sido halladas inscripciones rupestres llevadas a cabo en escritura y lengua ibéricas, de acuerdo con el estudio que lleva actualmente a cabo J. Untermann. Como quiera que apenas nada sabemos del estado de la lengua antecesora de la vasca en ese tiempo y que existen rasgos fonéticos comunes al vasco y al ibérico (lengua ésta que puede leerse, pero no traducirse), tales como la ausencia del sonido efe, la falta de los grupos consonánticos compuestos de muda más líquida, etc., resulta particularmente difícil determinar cuándo un nombre de lugar que hoy se explica por el vascuence procede, en esos territorios pirenaicos, del antecesor o antecesores de éste o del ibérico o de hablas compuestas, ni cuál es exactamente el contenido del léxico eúscaro en iberismos (pues es claro que, del mismo modo que el vasco actual contiene celtismos, latinismos, hispanismos o galicismos abundantes, ha de contener iberismos, si bien éstos, por el momento, son prácticamente imposibles de detectar. Pero tratándose de dos lenguas que fueron vecinas durante siglos y correspondiendo la ibérica a un área cultural más potente y expansiva, sería anómalo del todo que tales préstamos no se hubieran verificado ni, además, que la dirección dominante de los influjos fuera del íbero al vasco antiguo y no al revés).

Según parece, pues, deben ser tenidas en cuenta, frente a las hipótesis más panvasquistas para el Pirineo, pueblos como el cerretano y el iacetano. Acerca de este último, en los tiempos iniciales de la conquista, no puede caber duda alguna, toda vez que Estrabón, muy bien informado sobre Iberia (y cuya parte redactó, revisándola, una segunda vez), certifica no sólo la existencia como entidad política individualizada de los iacetanos, sino que precisa incluso sus confines meridionales.

En las tierras subpirenaicas zaragozanas hasta el Ebro y en territorio sobre el que tardíamente ejercieron su dominio político, de acuerdo con Roma, los vascones, habitaron asimismo pueblos de otra estirpe cultural (con notable cantidad de elementos indoeuropeos), tales como los suessetanos y los celtíberos, los cuales resultaron dominados a causa de su resistencia comprobada a la ocupación romana y sujetos por los gobernadores de la República en Hispania a los vascones. Serán, pues, los suyos territorios en donde es lo más probable que se dé un gran hibridismo cultural, con mezcla de aportes ibéricos, vascónicos y célticos o celtibéricos, y así parecen ir probándolo las pocas excavaciones sistemáticas que se desarrollan en la zona ribereña del Ebro y, desde luego, los testimonios epigráficos, en los que hay abundancia de nombres ibéricos y célticos y escasa presencia de antropónimos que podamos clasificar como netamente «vascos».

Es, a este respecto, bastante claro el caso de Calagurris (la actual Calahorra), cuyo nombre presenta un radical cala- nada vasco y sí muy abundante en la toponimia alpina. Las fuentes grecorromanas que se ocupan de las luchas en estas áreas (y en Calagurris, en concreto) no mencionan para nada la presencia de vascones (a los cuales se alude por primera vez tan sólo en tiempos de Sertorio, en el año 77-76 a.C.), mientras que en sucesos poco posteriores al año 200 sí citan a otros pueblos (entre ellos, a los celtíberos) que ocupaban estos territorios por entonces. Las monedas acuñadas por Calahorra en torno al año 100 a.C. muestran, además, un rótulo en el que el nombre de la ciudad aparece mencionado en lengua celtibérica, según acuerdo general de los lingüistas. Un argumento que añadir es el de que, mientras los vascones aparecen como positivamente aliados del senado romano en los tiempos de la guerra entre Sertorio y Pompeyo (años 70 a.C.), los calagurritanos ofrecieron tal resistencia que su hambruna y su canibalismo durante el asedio (la «fames Calagurritana») dieron lugar a un tópico de la literatura romana universalmente conocido.

Sin tantos datos, algo parecido hubo de suceder, culturalmente, en la antigua Ejea de los Caballeros, Segia, cuyo nombre (que equivale a Victoria) es puramente céltico y entre cuyos habitantes de nombre conocido (dieciocho) en el año 90 a.C. (Bronce de Áscoli) no hay uno solo que lo tenga vascónico. Esto es: las ciudades que, como Calagurris o Segia, estuvieron, a partir de determinada fecha, bajo la autoridad de los vascones, no por ello parece que mudaran radicalmente su tradición indoeuropea, a lo que se sumaría la influencia de la vecina y dinámica cultura ibérica, limitánea con el río Gállego, y cuya influencia lingüística se detecta bien en el Alto Aragón y en la misma Ejea. La antroponimia lleva a una conclusión parecida: la zona que, en el siglo I a.C., era fronteriza entre el dominio político vascón y el territorio ibérico (de sedetanos e ilergetes, sobre todo) y celtibérico, fue escenario de una notable mezcla de culturas entre las cuales es la menos perceptible, tanto en lo material cuanto en lo lingüístico, la que considerarse como de tipo vascoide: así, aun comprobándose la existencia de un antropónimo de carácter vasco en Salduie (Zaragoza), dos pobladores de la antigua Alagón (bajo dominio vascón en el 87 a.C.) presentan en esa fecha nombres típicos de la onomástica ibérica. Es cierto que los sistemas onomásticos no permiten fácilmente hablar del sistema lingüístico de sus portadores, pues no son lo mismo los nombres propios que el léxico de una lengua. Pero hasta donde sabemos en la Antigüedad eran muy abundantes los nombres significativos y el testimonio, a falta de otros que algún día puedan dar más luz sobre el particular, ha de ser convenientemente valorado.

Bibliografía

VV. AA.: IV Simposio de Prehistoria Penínsular, Pamplona, 1966. Tovar, A.: Mitología e ideología sobre la lengua vasca, Madrid, 1980. De Hoz, J.: «El euskera y las lenguas vecinas antes de la romanización», Euskal Linguistika eta Literatura: Bide Berriak, Bilbao, 1981, pp. 27-56.

Fuentes

publicado en la Gran Enciclopedia Aragonesa. Consultado el 11 de Abril de 2019. (Licencia Creative Commons)