Alzamiento del 8 de noviembre de 1933

Alzamiento del 8 de noviembre de 1933
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Lugar:La Habana
Descripción:
Alzamiento encabezado por el ABC con el apoyo de algunas unidades militares que tenía el objetivo de liquidar el Gobierno de los Cien Días presidido por Ramón Grau San Martín.
Resultado:
Derrota total de los alzados
País(es) involucrado(s)
Bandera de Cuba Cuba
Líderes:
Coronel Blas Hernández
Comandante Ciro Leonard
Organizaciones involucradas:
ABC

Alzamiento del 8 de noviembre de 1933. Alzamiento militar contrarrevolucionario organizado por el ABC, antiguos oficiales desplazados y otros elementos derechistas apoyados por la embajada de Estados Unidos en Cuba, contra el gobierno provisional de Ramón Grau San Martín.

Los alzados lograron en un primer momento controlar la mayor parte de La Habana, pero fueron derrotados por el firme contraataque del ejército, la Marina de Guerra y civiles armados. El alzamiento del 8 de noviembre se puede considerar el último gran intento de la oligarquía cubana por reasumir el poder independientemente sin pactar con los militares que habían tomado el control del ejército en el movimiento del 4 de septiembre de 1933.

Acciones previas

Días después del combate del Hotel Nacional, el gobierno de Grau San Martín y el ejército comenzaron a recibir noticias de actividades conspirativas por parte del ABC y algunas unidades militares. El centro de la conspiración se encontraba en el cuerpo de aviación, del cual había sido Manuel Sanguily.

El jefe del Ejército, Fulgencio Batista, conocedor de que se preparaba un alzamiento contrarrevolucionario adoptó algunas medidas con el objetivo de desestimular a los conspiradores. El ministro de Gobernación, Antonio Guiteras, que también había recibido noticias del alzamiento coordinó con las fuerzas de la policía y la Marina de Guerra para abortar el movimiento.

El alzamiento

8 de noviembre

A las 2:00 de la mañana del 8 de noviembre se sublevó el cuerpo de aviación. Cuatro aviones Corsario, piloteados por oficiales rebeldes despegaron del aeropuerto de Columbia. Bombardearon la casa del coronel Fulgencio Batista, pero este resultó ileso. Dos aviones se dirigieron al Palacio Presidencial pero los reflectores instalados en La Cabaña, y las ametralladoras antiaéreas ubicadas en la azotea del Palacio los hicieron huir.

Al amanecer del día 8 casi toda La Habana había sido tomada por los sublevados. Los edificios más altos fueron ocupados por francotiradores que disparaban indiscriminadamente contra la población sembrando el pánico entre los civiles; varias secretarías habían sido tomadas y tenían en su poder, además, el Quinto Distrito Militar, el cuartel de San Ambrosio y el castillo de Atarés; también dominaban la jefatura de la Policía Nacional, muy cerca del Palacio Presidencial.

El ministro de Gobernación, Antonio Guiteras dirigió personalmente el contraataque de las fuerzas leales al gobierno contra este último punto. Con dos camiones artillados del ejército, marinos y soldados atacó a los insurrectos que fueron derrotados y hechos prisioneros cuando intentaba huir.

Sobre las 10:00 am los sublevados, mandados por el coronel Blas Hernández, intentaron tomar el Palacio Presidencial con un camión blindado, pero fueron dispersados por el fuego de las ametralladoras calibre 50 guarnición. Blas fue hecho prisionero pero logró escapar ayudado por los abecedarios, incorporándose a otro punto de resistencia de los sublevados.

En horas del mediodía comenzó la contraofensiva de las fuerzas leales al gobierno, apoyadas por estudiantes y trabajadores armados. Poco a poco los insurrectos fueron desalojados de todas sus posiciones. El combate más importante se desarrolló en la Décima Estación de Policía, cercana al río Almendares, donde los alzados mantenían detenidos a varios simpatizantes del gobierno. Finalmente las fuerzas leales vencieron la resistencia.

A medida que se recuperaban los edificios de las secretarías y las estaciones de policía, los complotados se fueron retirando hacia los cuarteles de Dragones y San Ambrosio - que fue cañoneado por el crucero Cuba - y después de las 12:00 de la noche optaron por refugiarse en el castillo de Atarés.

9 de noviembre

Cuando los sublevados se refugiaron en el castillo de Atarés, el coronel Blas Hernández sugirió abandonar esa posición y dirigirse a las lomas de Managua, pero el jefe de los complotados, comandante Ciro Leonard, insistió en permanecer en el lugar y esperar refuerzos. Contaban con fusiles, ametralladoras antiaéreas ametralladoras calibre 30 y cuatro antiaéreas.

Al amanecer del día 9 las fuerzas leales al gobierno se desplegaron en los alrededores del castillo.Los cruceros Cuba y Patria se aproximaron hasta situarse en posición de bombardear la fortaleza; cuatro cañones de 75 mm fueron instalados por el ejército en la Loma del Burro, un mortero en la intersección de Concha y Cristina y un cañón de 37 mm en la azotea del Mercado Único de Cuatro Caminos.

El mortero fue el arma que más estragos hizo entre los sitiados. Los proyectiles que cayeron desde todas direcciones sobre la fortaleza causaron gran mortandad en sus filas debido a la alta densidad de combatientes que se había refugiado en Atarés.

Al mediodía los defensores de la fortaleza se consideraron derrotados. No recibían refuerzos y las municiones se agotaban. Blas Hernández había sido herido y el comandante Ciro Leonard se había suicidado. A las tres de la tarde decidieron rendirse y a una hora después entraron los atacantes a la fortaleza.

Un grupo de prisioneros ya rendidos fue ultimado por los atacantes, entre ellos el coronel Blas Hernández, a quien el capitán Mario Alfonso Hernández le hizo un disparo de pistola en la cabeza.

Balance

El secretario de Gobernación Antonio Guiteras declaró a la prensa el mismo día del combate que en Atarés hubo 150 muertos y 200 heridos. La cifra exacta nunca se dio a conocer de manera oficial, pero algunos investigadores han estimado que los muertos ascendieron a 500 y los heridos rebasaron varias veces el dato inicial. También el gobierno tomó unos 800 prisioneros.

Fuentes

  • Briones Montoto, Newton. Aquella decisión callada. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. 2005. ISBN 959-06-0796-