Eugenia Martínez Vallejo, vestida
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Eugenia Martínez Vallejo, vestida. Óleo sobre lienzo del pintor Juan Carreño de Miranda.
Historia
Tras la muerte de Diego Velázquez, Carreño (1614-1685) se reveló como su más legítimo continuador en la representación de los bufones y enanos que pululaban por la corte española. Los inventarios citan en el Alcázar un abundante número de retratos suyos de este tipo, entre los que se encuentran los dos de Eugenia Martínez Vallejo (éste y otro donde aparece desnuda), el de El bufón Francisco Bazán (P647) y otros, que desgraciadamente han desaparecido, de los enanos Michol, Antonio Macarelli y Nicolás Jobsum, y José Alvarado, "el loco". Los pocos que han llegado hasta el espectador muestran, de todos modos, que Carreño se acercó a estas personas a la manera de Velázquez, buscando dignificar su imagen en la medida de lo posible.
La niña representada en estos lienzos se llamaba Eugenia Martínez Vallejo y había nacido en Bárcenas. En 1680 fue traída a la corte para ser admirada como manifestación inusual de la naturaleza. Tenía entonces seis años de edad y pesaba ya cerca de setenta kilos. Probablemente sólo asistiría a algunas fiestas de palacio a fin de que fuera contemplada, pues según Moreno Villa (que no encontró cuenta alguna que se refiriera a ella), no parece haber formado parte del servicio de la corte.
En el mismo año de su llegada, Juan Cabezas publicó en Madrid una Relación verdadera en que se da noticia de los prodigios de la naturaleza que han llegado a esta Corte, en una Niña Gigante llamada Eugenia Martínez de la Villa de Barcena, del arzobispado de Burgos. Iba ilustrada con una xilografía y se reeditó en Sevilla y Valencia. A través de Cabezas sabemos que Carlos II la hizo vestir decentemente al uso de palacio, con un rico vestido de brocado encarnado y blanco con botonadura de plata, mandando al segundo Apeles de España, el insigne Juan Carreño, su pintor y ayuda de cámara, que la retrate de dos maneras: una, desnuda, y otra vestida de gala. Por lo demás, la descripción que hacía Cabezas de ella no podía ser menos caritativa, mostrando hasta qué punto debió intentar Carreño infundir algo de dignidad a su figura:
En 1945 Gregorio Marañón hizo notar que esta niña representaba el primer caso conocido de síndrome hipercortical, señalando además que, por la decisión con la que empuña la fruta en el retrato en el que aparece vestida, debió ser zurda.
Carreño la representó vestida de gran gala, con un traje rojo y blanco y lazos rojos. Empuña frutas con ambas manos, y su rostro sonrosado parece expresar enojo y desconfianza (tanto el desaforado apetito como el genio irascible han sido asociados a la enfermedad que presumiblemente padeció). Con su magnífico acorde de rojos, blancos y rosados sobre el negro del fondo, este cuadro es, en palabras de Sánchez Cantón, uno de los más decididos y francos trozos pictóricos de la escuela madrileña.
Es posible que los cuadros no estuviesen terminados a la muerte del pintor, que siguió conservándolos en su taller hasta el final de sus días en 1685. Los dos cuadros permanecieron unidos en las colecciones reales hasta 1827. Tras ser llevados al Alcázar (inventarios de 1686 y 1694), pasaron al palacio de la Zarzuela, donde aparecen registrados en el inventario de 1701. En 1827 la vestida pasó al Museo del Prado, mientras que la desnuda fue regalada por Fernando VII al pintor Juan Gálvez, según cuenta Pedro de Madrazo. Gálvez debió de venderla muy pronto al infante don Sebastián Gabriel, que la tenía ya en 1843. A la muerte del infante pasó a su primogénito, el duque de Marchena, y después fue adquirida en fecha indeterminada por José González de la Peña, barón de Forna, quien en 1939 la donó al Museo del Prado, propiciando que ambos lienzos volvieran a reunirse.