Leyendas de Santiago de Cuba

Leyendas de Santiago de Cuba
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Leyenda
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Es originaria de:Santiago de Cuba, Bandera de Cuba Cuba

Leyendas de Santiago de Cuba. Santiago de Cuba, fundada en 1515, es una de las primeras siete villas de Cuba, resulta una de las más pintorescas ciudades, que ha creado fábulas, mitos y leyendas que enriquece su historia.

Leyenda del Loco Perdomo

Juan Perdomo como se llamaba realmente, era de origen jamaicano y algunos narran que en el siglo XVII llega a esta tierra cuando se producen las constantes emigraciones.

Resulta que el Loco Perdomo, apodado así por los lugareños de la época, andaba siempre por los alrededores de la ciudad. Hasta la actualidad se habla de su existencia porque con sus gritos y alaridos impidió que se produjera una agresión de franceses a Santiago de Cuba, quienes el 28 de agosto de 1679, desembarcaron por la caleta de la Justicia, hoy Juraguá, y obligaron a Juan Perdomo a servirles como práctico, que después supieron tenia las facultades mentales desequilibradas. Aunque muchos lo niegan, éste era un personaje real y así lo demuestra una partida de defunción que los especialistas años atrás encontraron en la parroquia de la Catedral.

Durante el siglo XIX también hay numerosos personajes que refiere Walter Woodman en su obra Un artista en Cuba.

Bertha la pregonera

Bertha la pregonera.

Todo tipo de esencias afrodisiacas, brebajes curativos y frutas del Caney ofrecía esta vendedora, ganadora del Premio del Barrio por sus particulares pregones. Enramadas arriba, Enramadas abajo desandaba aquella mujer con atuendos de épocas lejanas y una cesta en la cabeza haciendo honores a las esencias mismas de la cultura popular. De los pintorescos personajes con los que cuenta la Ciudad Héroe, sin dudas Bertha fue uno de los más fotografiados por cuanto visitante llegara.

Periódicos, plegables, revistas, e incontables materiales nacionales y foráneos, dieron fe de esa estampa auténtica de mujer humilde y negra, de mujer de ojos saltones y sonrisa sincera. No solo en la tierra santiaguera lloraron cuando se escuchó que Bertha había muerto en su natal poblado de El Caney, donde fue enterrada al día siguiente con el acompañamiento del pueblo que la amó y en no pocas ocasiones rio con sus ocurrentes pregones.

El Benny santiaguero

El Beny santiaguero.

Con pantalones anchos, zapatos de dos tonos, casaca larga, sombrero y bastón el Benny santiaguero del Siglo XXI es uno de esos personajes populares que hacen perdurar melodías de otras generaciones. Basta topárselo en las calles para confirmar la riqueza de una ciudad que encuentra en sus populares personajes algo de su esencia cultural. Este pintoresco personaje que recorre diariamente las calles santiagueras con su guitarra al hombro y su folklórica vestimenta tuvo la suerte de ser escogido para cantar las 42 canciones que escuchamos en la película "El Benny."

Único hijo, desarrolló su amor por la música inspirado en su abuelo que tocaba batería y su abuela que era reina cantadora de música francesa en los montes de las provincias orientales. Pero recuerda que también su padre era cantante popular. Desde la edad de 8 años comenzó a cantar con su padre en bares y cantinas.

Carrapatán Bunga

Carrapatán Bunga, era un negro ciego, que camina aparentemente sin rumbo y sin esperanza, vestido de holanda cruda, tocado con un sombrero de guano fino, de amplia ala. Iba descalzo, con el dedo gordo del pie consumido por la nigua, parásito que se mete en la carne de los pies y que si no se extirpa a tiempo, se reproduce. Sobre los hombros llevaba una gran alforja de lona donde guardaba limosnas de comestibles y se apoyaba para andar en una vara larga y rústica. Carrapatán Bunga, conocedor de la debilidad nativa de la gente hacia condiciones como la suya, llevaba su tristeza de puerta en puerta. Pero no se detenía en insolencias e impertinencias, marchaba con arrogancia, jactándose con orgullo de su habilidad para atraer la compasión de la gente, con su rostro tostado vuelto al sol abrasador, y entre sus labios belfudos un largo tabaco puro.

Como otros tantos limosneros, a veces vendía billetes de lotería, solía quedarse con los pedazos que lograba vender y cuentan que una vez ganó un premio de setecientos pesos, con lo cual y otros ahorros producto de sus limosnas, se compró un conuco y puso a trabajar a jornal a otros, pero como la vocación de mendigo persistía en él no cesó de arrastrar su tristeza y su dolor de puerta en puerta, como si éstas todavía formaran parte de su vida.

Fuentes