Muerte de Antonio Maceo

Muerte de Antonio Maceo
Información sobre la plantilla
Murete maceo.jpg
Sucesos ocurridos el día de la caída en combate de Antonio Maceo
Fecha:7 de diciembre de 1896
Lugar:finca San Pedro,
cerca de Punta Brava,
provincia de La Habana,
capitanía de Cuba,
Reino de España Bandera de España
Descripción:
Cómo diecinueve cubanos, en una carga temeraria, impidieron que los colonialistas españoles se llevaran como trofeo el cadáver de Antonio Maceo y de Panchito Gómez Toro.
Consecuencias:
Rescate de los cuerpos los cuales fueron enterrados en El Cacahual
Líderes:
Juan Delgado y 18 mambises.


Muerte de Antonio Maceo. Hechos que ocurrieron el 7 de diciembre de 1896 cuando la caída en combate del mayor general Antonio Maceo Grajales, cómo diecinueve cubanos, en una carga temeraria, impidieron que los colonialistas españoles se llevaran como trofeo el cadáver de Antonio Maceo y de Panchito Gómez Toro.

Antecedentes

Entre vítores y aplausos, alrededor de las nueve de la mañana del 7 de diciembre de 1896, el Mayor General Antonio Maceo llegó con su estado mayor al campamento mambí, ubicado en la finca Purísima Concepción o Montiel, barrio rural de San Pedro, a unos siete kilómetros al sudoeste de Punta Brava.

Tras una rápida ojeada, el Titán de bronce halló aceptable el emplazamiento. Al norte había un palmar con algunos arbustos y un yerbazal. Al oeste, lindaba con el camino vecinal y un campo de guayabas. Al este y al sur, se extendía la sabana habanera. No todo era ideal, pero lo que más le complacía era acampar cerca de la localidad habanera de Marianao, su objetivo a atacar esa noche.

El recibimiento que le tributaron fue grandioso. Muchos de aquellos hombres ya habían combatido a sus órdenes; otros lo veían por primera vez. En todos hacía presa la emoción: tenían frente a sí a la leyenda viva del independentismo, el Héroe de Baraguá, al general invicto de Peralejo y Ceja del Negro, aquel que desafiaba las balas españolas sin que ninguna se atreviera a detener su impetuosa marcha hacia la libertad de Cuba.

El general Antonio vio ante sí al regimiento de Santiago de las Vegas, con Juan Delgado al frente, al que se le había confiado el sector oeste; a los regimientos Goicuría y Calixto García, comandados por el coronel Ricardo Sartorio, jefe además de la Brigada Oeste de La Habana, y Alberto Rodríguez Acosta, respectivamente, a los que se les encomendó el norte y el este del campamento, para custodiar la entrada de la finca. Le presentó armas el regimiento Tiradores de Maceo, con Isidro Acea de jefe, guardianes de la posición sur suroeste. Además, en el norte noroeste, en la intersección de caminos, se había colocado una avanzada. maceo expresó complacido:

Con estas fuerzas se puede ir al cielo.

Comienza el combate

Teniente coronel Juan Delgado.

A las dos de la tarde, el comandante Rodolfo Bergés, del regimiento de Juan Delgado, fue llamado por Maceo, quien le comunicó su ascenso a teniente coronel. Luego, el recién ascendido buscó a Panchito Gómez Toro para darle la noticia y le peló una naranja, pues al hijo del generalísimo Máximo Gómez una herida le imposibilitaba hacerlo. Consultó el reloj, eran las tres menos cinco, y cuando lo guardaba en un bolsillo, escuchó varias descargas en dirección hacia donde estaba su regimiento.

Maceo, quien estaba relativamente cerca de allí conversando con sus oficiales, también oyó los disparos. «¡Fuego en San Pedro!», gritó Baldomero Acosta. Juan Delgado, que estaba en el grupo que departía con el Titán, salió en busca de su regimiento para incorporarse al combate. El resto se quedó junto al lugarteniente general para brindarle protección en caso de que el enemigo forzara la defensa cubana.

Si bien para la avanzada cubana fue sorpresiva la llegada de la guerrilla española, para esta fue también una sorpresa encontrarse con tantos mambises. El fuego graneado del regimiento de Santiago de las Vegas, evitó que los peninsulares siguieran avanzando. Los tiradores de Maceo y los mambises del Goicuría acudieron a reforzar las líneas cubanas. La guerrilla ibérica retrocedió y se atrincheró en una cerca de piedras.

El general Antonio, al frente de una pequeña tropa, avanzó hasta la cerca de piedras que enmarcaba el aledaño potrero Bobadilla. Dentro de esta finca, una alambrada le impedía cargar contra las posiciones españolas. «Piquen la cerca», exclamó. Varios jinetes se desmontaron y con sus machetes comenzaron a cortarla. «Esto va bien», le oyeron decir. Una bala le penetró por el maxilar derecho, se lo fracturó en tres pedazos, y le seccionó la carótida.

El desconcierto

Sus ayudantes trataron de sacar del lugar el cadáver de Maceo. Gravemente heridos, agotados todos los recursos, al no contar con más ayuda tuvieron que desistir. Cuando abandonaba el potrero, uno de ellos vio venir a Panchito Gómez Toro, brazo izquierdo en cabestrillo:

Le advertí del peligro que corría sin que él, desarmado y herido, pudiera remediar nada; contestándome que moriría al lado del General.

En el campamento mambí reinaban la confusión y el caos. Años después, Dionisio Arencibia relataría en la revista Bohemia de diciembre de 1946:

Un grupo de mambises que acababa de replegarse de la avanzada de La Matilde llega al pabellón de Maceo, indagando sobre la noticia de su muerte, cambia informaciones sobre la situación que se les crea con la retirada de los generales sin disponer nada para el rescate del caudillo, calculando probabilidades en tiempo y distancia para realizar la acometida.

Por sus mentes pasó, al decir de Dionisio Arencibia:

La imagen de la deshonra, del deshonor militar, toda la vergüenza de consentir que el General Maceo caiga en poder del enemigo, que cual trofeo de triunfo inigualable lo exhibiría como fiera, deshonrándolo y deshonrándonos con sus profanaciones y burlas.

Como movido por un resorte, el coronel Juan Delgado, vibrante de ira, dijo:

No, yo no permito la deshonra del Ejército Libertador; no podemos permitir que las fuerzas de La Habana sean culpables de la mayor de las deshonras que pueda sufrir un ejército valiente como el nuestro. Si el cuerpo del general Maceo cae en poder del enemigo, mereceremos el anatema de cobardes de nuestros compañeros, de todos los cubanos y aun de nuestros propios enemigos. Antes que permitirlo y que el General en Jefe sepa que estando yo en este combate el cadáver del General fue capturado por los españoles, prefiero caer en poder del enemigo.

Y levantando en alto su machete, gritó:

El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga vergüenza, que me siga.

Los 19 hombres, desafiando las balas, sin conocer el terreno donde iban a operar ni el tamaño de las fuerzas que deberían enfrentar, en una carga antológica, marcharon machete en alto al rescate de su general.

La carga de los 19

Junto a Juan Delgado, marchaban los coroneles Ricardo Sartorio y Alberto Rodríguez Acosta. Once subordinados de Juan Delgado siguieron a su jefe; tres subalternos de Sartorio y dos de Rodríguez Acosta completaban la comitiva.

«Todos íbamos a vender caras nuestras vidas», confesaría años después el oficial mambí José Miguel Hernández. Después de traspasar la tranquera de una cerca y el palmar aledaño, se fraccionaron en grupos de tres o cuatro para evadir mejor el fuego y dar la sensación de que eran una fuerza superior en número.

Se internaron en el potrero Bobadilla. A un grupo de españoles que saqueaban cadáveres, los hicieron retroceder hasta una cerca de piedra, desde donde un destacamento de caballería española les protegió la retirada. José Miguel Hernández se adelantó con el objetivo de cargar pero el caballo se le espantó. «¡Aquí están!», gritó.

Sus compañeros se le reunieron apresuradamente. Hasta ese momento, solo buscaban el cuerpo del general Antonio Maceo. Allí, junto al Titán, encontraron el cadáver del capitán Francisco Gómez Toro.

El Cacahual

Mausoleo del Cacahual.

Atravesados en dos cabalgaduras, los cadáveres fueron retirados del potrero y transportados a la finca Lombillo, ya anocheciendo.

Años después relató años Manuel Piedra Marte:

Bajo un cobertizo formado por algunos horcones y una parte de la techumbre de una caseta en ruinas, en las cercanías de un tanque, yacía el cadáver de Maceo y, junto a este, tendido en igual posición, el de Panchito Gómez. Visto a la amarillenta y vacilante luz de aquel nunca tan triste crepúsculo otoñal, el héroe parecía dormido... El tiempo no había dado aún a su robusto y bien modelado cuerpo la rigidez característica de la muerte, ni alterado las líneas suaves de su rostro.

Pasadas las nueve de la noche, en medio de un grave e imponente mutismo, se emprendió de nuevo la marcha con los dos cadáveres. Con su suspicacia guerrillera, Juan Delgado los llevó a campo traviesa y por el terraplén de Verracos, desembocaron al camino de Bejucal al Rincón. Ya había convencido a los generales Miró, Pedro Díaz y Sánchez Figueras de marchar hacia una finca llamada Cacahual, donde residía su tía materna, Candelaria, esposa de Pedro Pérez, a quien entregó los restos mortales del Lugarteniente General y de su capitán ayudante.

Juan Delgado no permitió a los generales presenciar el enterramiento y se marchó con sus acompañantes del lugar. Pérez y sus cuatro hijos, al quedar solos, escogieron un paraje escondido y solitario y allí cavaron profundamente. Colocaron en la fosa primeramente a Maceo; luego, con su cuello apoyado en el brazo derecho del Titán, a Panchito. Después de rellenar la tumba, borrar todo tipo de huellas y marcar exactamente la posición del lugar, Pérez y sus cuatro hijos hicieron el solemne juramento de morir antes que revelar el secreto. El mundo desconoció durante un tiempo dónde se hallaban los restos de los dos patriotas, hasta la exhumación de los restos de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro en septiembre de 1899.

En el preciso lugar del enterramiento, se levantó un mausoleo a su memoria. Y en una lápida en homenaje a los 19 mambises que protagonizaron la hazaña de San Pedro, puede leerse la arenga de Juan Delgado:

El que sea cubano y tenga valor, que me siga.
Juan Delgado

Fuentes